Adiós, amigos
Creo que todo esto ha sido un tremendo malentendido. Me di cuenta ayer, demasiado tarde, cuando abrí las cartas de amables lectores que me escriben para decirme que también ellos están padeciendo un verano espantoso. Una mujer me hablaba de un marido mutante, un hombre me escribía sobre unos hijos en permanente estado catatónico, incluso una lectora me confiaba sus intenciones secretas de abandonar a su marido en cuanto volvieran a casa. Mi amiga Adriana Ozores me llama y me dice que su niño, de ¡sólo! siete años, me ha puesto el mote de Retinta de Verano porque dice que soy mala con mi santo: con lo bueno que es con los niños de la infancia. Sé, por mediación de mi hermana, que mi padre se ha sentido retratado como un fenómeno de feria y mi hijo dice que no se atreve a volver al instituto porque le he pintado como a un descerebrado, «cuando tú sabes perfectamente que al lado de mis compañeros soy casi un intelectual: ¡he leído a Savater!»; mi amigo, el homosexual que no quería que lo sacara del armario públicamente, dice que sus ancianos padres descubrieron, por los datos que di en esta columna, que se trataba de su hijo, y, sorprendentemente, le han comunicado que quieren afiliarse al Colectivo de Gays y Lesbianas para solidarizarse con él, y mi amigo me dice que este asunto le ha roto los esquemas, que a él le gustaba tener unos padres de los de toda la vida, que ese tipo de padres comprensivos y solidarios le han dado siempre grima, y se ve venir que sus padres están lanzados y el año que viene son capaces de venirse del pueblo a celebrar el Día del Orgullo Gay. Todo por mi culpa, dice.
Nuestro querido amigo, el hispanista Bill Sherzer, me escribe un e-mail recomendándome que explique en el último articulillo la diferencia entre realidad y ficción, que si hace falta recurra al Quijote para hacerme entender, porque dice nuestro amigo que él lleva muchos años dedicándole sus investigaciones a mi santo, buscando las conexiones entre su literatura y los clásicos, para que llegue yo y desbarate públicamente esa imagen elevada diciendo que a mi santo lo que verdaderamente le mola es Leslie Nielsen. «No te pido sólo respeto por él, te lo pido por mí». Y para colmo, un matrimonio de Barcelona me da las gracias por retratar el mundo tal como es, horrible, inhabitable. Completamente desalentada, voy al despacho de mi santo en busca de consuelo. ¿Cómo es posible, le digo, que nadie me haya entendido el mensaje? Treinta y un días esforzándome, hablando de mi vida, hablando de ti, de lo gracioso que eres, escribiendo sobre mis amigos, y nadie ha entendido nada… Mi santo me dice que a lo mejor es que no me he explicado bien, que a lo mejor todavía tengo un poquillo de dificultad entre lo que quiero contar y lo que luego cuento. Es terrible, le digo, nada de esto es lo que yo pretendía. Pero ¿qué pretendías, corazón?, me dice mi santo. Bueno, tú sabes, le digo, que está siendo un verano deprimente, que abres el periódico y te encuentras cada pocos días un atentado, y luego lees todos esos artículos tan buenos, tan emocionantes, de Savater, de Ramoneda, de Patxo Unzueta, y ese tuyo sobre las víctimas… A mí me gustaría saber hacer eso, saber escribir y que mis palabras sirvieran para algo, pero no sé hacerlo, me quedo en esas otras cosas pequeñas de la vida. De lo que yo trataba de escribir este verano era, aunque a lo mejor no he sabido escribirlo y nadie se haya enterado, sencillamente de la felicidad.