El niño, que lee
Después de ver un telefilme superpsicológico en el que un joven, traumatizado por una madre un poco putón y bastante borracha, decide cargarse una a una a las chicas de su clase, sufro un ataque de responsabilidad materna y me dirijo a la habitación de mi hijo a fin de que nos comuniquemos un poco. Pero las ganas de comunicarme se me pasan enseguida porque al abrir la puerta el hijo no está y veo que la cama ¡a las cinco de la tarde!, sigue sin hacerse. Me olvido de las graves consecuencias que puede tener una madre castrante que frustre continuamente ese verano de vaguería que todo adolescente desea y empiezo a gritar como si fuera siciliana. El hijo de la siciliana sale del cuarto de baño que es donde se cobija la mayor parte del día y me dice con esa cara de sorpresa que ponen todos los chicos de su edad cuando se les pilla en falta:
—¿Qué pasa?
Y yo le digo pues qué va a pasar, que esto no puede ser. Y entonces él me suelta:
—La política no es más que el conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse.
—Joé —me quedo paralizada. Trago saliva y cuando recupero la voz llamo a mi santo para decirle que el niño ha salido del váter delirando. Llega mi santo y descubre que el niño tiene en la mano Política para Amador de Fernando Savater. Que se lo está leyendo. Le toco la frente por ver si tiene algo de fiebre y le pregunto a mi marido si no le deberíamos poner un urbasón. Yo qué sé, por las reacciones adversas. Viendo nuestro desconcierto el niño confiesa que también se ha leído Ética para Amador, y que tiene en mente comprarse El valor de educar, que dice que mola. Mi esposo me da un toque en la barbilla, es lo que hace cuando se me queda la boca abierta. El niño afectado por un brote filosófico pasa a su habitación y antes de cerrarnos la puerta en las narices me dice que ha pensado que la cama la hará mañana porque al fin y al cabo se va a tumbar en ella ahora para leer… Y yo le digo ¿para leer, pero qué manía te ha entrado ahora con leer, que tendrá que ver leer con hacer la cama? Pero ya no me oye porque el niño afectado se ha puesto los cascos que llevaba colgados al cuello y ha entrado en otro mundo.
Todo esto lo cuento a ver si, con un poco de suerte, el señor Savater que con asiduidad escribe en este periódico lee este artículo al que yo llamaría carta abierta y me echa un cable: «Savater, Fernando, usted que sabe llegar a nuestros muchachos con esa gracia que no poseen otros escritores, ¿podría hacer un libro en el que Amador comprendiera que hay una relación entre la teoría y la práctica, entre cierto refinamiento intelectual y el comportamiento diario? Yo no quiero decirle lo que tiene que poner usted en su libro, pero vamos, que la vida no está hecha sólo de pensamientos, digo yo.
«De momento, Fernando, dada la afición que le ha tomado el chico a sus escritos, cada vez que no hace algo de la casa o que se pasa un pelo o que canta el anuncio de La barbacoa, porque sabe que me pone a cien, le amenazo diciéndole: "A Savater que vas", y parece que le hace algo de efecto, pero a mí me gustaría que nos ayudara usted por escrito. No digo que se ponga hoy ni mañana, pero un libro para el próximo verano, uno que se llame, por ejemplo, Obligaciones para Amador. Claro que con ese título, por experiencia sé que mi hijo seguro que no se compraría el libro. Le aconsejo: Amador en acción, que suena más desenfadado. (Hágalo, Savater, por Dios). No le molesto más, le felicito porque en esta casa le leemos todos y le seguimos a muerte.
Suya siempre, Elvira, lectora y madre».