XV[4]

Román estaba acostado y despierto; desde allí oía la respiración, primero anhelosa y luégo gradualmente más tranquila, de Gracia, que había concluido por dormirse.

El sacerdote recordaba, sin saber por qué, sus disputas filosóficas con el colector, y le parecía oir la chillona voz del médico que asistió á su hermana en el primer ataque. Luégo aquellos dos enemigos se unían en una voz sola, y parecían hablarle en lo oscuro de la noche un dúo recitado.

—¡Sacerdote imbécil! ¡Teólogo soberbio primero, después espiritualista, racional ó ecléctico, mira adónde has ido á parar y el abismo en que has caído! Tu filosofía es hoy, esta noche, aquella que se nutrió con el espíritu del siglo diez y ocho: perteneces á la escuela triunfante en el Directorio, y poderosa bajo el Imperio, del que se hizo esclava. Escucha el análisis á lo D. Fermín. Punto de partida, la sensación.

Y Román repitió placenteramente:

¡LA SENSACIÓN!

Las voces unidas siguieron diciendo con el tono campanudo de los catedráticos rutinarios:

—Doctrinas metafísicas. La escuela de la sensación no admite, no puede ni debe admitir filosóficamente, ninguna de las nociones que se relacionan con el alma y con los actos internos. La materia y las cosas físicas, los cuerpos y sus cualidades, eso es lo que analiza. Fuera de esto, el hombre no sabe nada. La naturaleza es su todo. Puede analizarla, someterla al escalpelo, sondarla, medirla, pesarla, calcular sus leyes; pero nada más; no puede penetrar hasta la fuerza viva: el alma no la concibe, no tiene datos que la revelen. No existe.

—¡No existe el alma! —comentó Román nuevamente.

—¿Qué es Dios para los que sólo conciben la extensión? La extensión únicamente. Pero una vez admitido, ó bien no es más que un todo, una vasta y plena existencia, el gran cuerpo único cuyos pretendidos individuos no son sino miembros de él ó modos de ser suyos (y este es el materialismo panteísta), ó, por lo contrario, es múltiple y se resuelve en una multitud de seres que existen todos aparte (y este es el politeísmo infinito, él atomismo de Epicuro).

—¿Seré yo Dios? —se preguntó el sin ventura.

—Doctrinas morales: el fin moral del hombre es la materia, su cuerpo, y para éste todo lo que puede interesar el bienestar suyo; los órganos con las cosas que los benefician ó los perjudican, todo esto es á lo que debe atender únicamente. Gozár sin más limites que los que impone el instinto de propia conservación; estudiar sin peligrosa afición el universo físico y sus leyes, porque la ciencia produce nuevos goces: esa es la virtud. En cuanto á las tendencias políticas de esta escuela, cuando es consecuente, circunscríbelas á la utilidad sensible como fin. No cree en ningún otro interés. Gusta del orden, porque aborrece el peligro y la miseria, pero el orden, sea cual fuere, con tal que garantice á los individuos el único derecho que les reconoce: el de vivir y de gozar. Prefiere la libertad, pero no hace ascos al despotismo. En estética, sus tendencias son estas: lo bello no es nada espiritual, divino ó íntimo; es la materia produciendo halago de un sentido ó de todos á la vez, si es posible; el espíritu no tiene relación con estas maravillas. La poesía no es más que una sensación exquisita, una delicadeza de los sentídos, un arte de la vista y del oído: canta el mundo visible, los tres reinos de la naturaleza; pero el mundo invisible no lo comprende, y para el hombre desheredado de todo ideal, la naturaleza pierde el carácter simbólico.

—¿Luego eso soy yo? ¿Eso he llegado á ser? —dijo el alucinado sin mostrar enojo.—¡Eso!… Y ¿qué es eso? ¿Qué soy yo?

—¡Sensualista! —contestó una sola de las voces que creía oir, la del colector.

La voz chillona del médico dijo otra cosa.

—¡Serás satiriaco! ¡Tu enfermedad empieza!

¡Cómo! ¿El celibato eclesiástico podía cambiar, no solamente las ideas filosóficas, sino que también el organismo? ¿Llevar desde el espiritualismo al sensualismo, y desde la salud á la enfermedad? ¿Luego D. Fermín y Anita?… Recordó su pasado casi como se recuerda la vida al sentir la muerte. Su infancia en Tudela, sus correrías, saltos y juegos, oreándose en las libres llanuras, en plena naturaleza. ¡Él era así! El hombre del campo; su destino, el pastoreo patriarcal de Abraham, la cacería de Nemrod ó la agricultura de Booz, pero jamás, jamás el sacerdocio. ¡Ay mísero! Llegó á figurarse cómodo y fácil lo mismo que Jesús señaló de difícil cumplimiento. «Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y otros que se hicieron á sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos. El que pueda ser capaz de eso, séalo.» ¡Él no lo era! ¡Primero la muerte! ¡primero la mancilla! ¡La excomunión, la privación de beneficio y deposición! ¡El incesto! ¡Gracia! ¡Estaba oyendo la respiración de Gracia!

¡Aquello le atraía!

Se levantó, puso en el suelo sus pies desnudos, recorrió la sala; ¡no más sufrir! Al pasar junto al altar de la Virgen, tentado estuvo á derribarla. Las puertas de comunicación estaban abiertas. Desnudo y descalzo penetró en el gabinete.

¡Cosa extraña! Gracia, que dormía siempre dejando encendida delante del Niño Jesús la lamparilla de aceite, aquella noche habíase quedado á oscuras. ¡Á oscuras! ¿Y por qué? ¡No! El no quería la oscuridad ni las tinieblas. No sentíá ya sino que el sol no pudiera con su claridad dejarle ver lo que ibá á realizar.

Llegó á la cama de matrimonio donde reposaba la doncella. ¡La cama de sus padres! En aquel momento vino á su memoria lo mismo que quisieron modular los labios el día en que dijo su primera misa. Levantó el embozo que ocultaba el cuerpo de la virgen:

«Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía: has preso mi corazón con tus ojos.

»¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! Panal de miel destilan tus labios: miel y leche hay debajo de tu lengua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano.

»Huerto eres cerrado, hermana, esposa mía: fuente cerrada, fuente sellada.»

Luégo se acercó más, extendió las manos para tocar con ellas las curvas jóvenes del cuerpo tendido. Repitió mentalmente:

«Cuán hermosos son tus pies, ¡oh hija de príncipe! Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de mano de excelente maestro.

»Tu ombligo, una taza redonda que no le falta bebida.

»Tu vientre, como montón de trigo cercado de lirios.

»Tus dos pechos, como dos cabritos mellizos de gama.

»Tu cuello, como torre de marfil: tus ojos, como las pesqueras de Hesbón junto á la puerta de Bath-rabbim: tu nariz, como la torre del Líbano que mira hacia Damasco.

»Tu cabeza encima de ti, como el Carmelo: y el cabello de tu cabeza, como la púrpura del rey ligada en los corredores.

»¡Qué hermosa eres y cuán suave, oh amor deleitoso!

»¡Y tu estatura es semejante á la palma, y tus pechos á los racimos!»

De un solo salto cayó sobre ella. Gracia despertó en los brazos de su hermano. No hubo resistencia ni susto.

—¿Eres tú, Román?

—Yo soy.

Entonces en la oscuridad sonrió. Devolvió las caricias. ¿Por qué ni para qué había de extrañar aquello?

Lo esperaba.

FIN DE LA NOVELA