CAPITULO X. PETER Y PAMELA ACUDEN EN SU AYUDA
Peter durmió profundamente hasta la una y media de la madrugada. Entonces despertó de golpe, recordando que Brock había subido al castillo, y se incorporó en la cama para ver si su primo había regresado.
Se dio cuenta de que el lecho de Brock estaba vacío, y en seguida encendió su linterna para consultar el reloj de pulsera.
¡La una y media! ¿Qué haría Brock tan tarde?
Permanecía pensativo cuando oyó un ruido en la puerta, y se llevó un susto tremendo al ver entrar una figura blanca.
Era Pamela en camisón.
—¡Peter! ¿Ha vuelto Brock? —susurró—. Dijiste que vendrías a despertarme cuando llegara, pero ya es terriblemente tarde…
Peter enfocó la cama del primo con la linterna. Pamela se alarmó.
—¡Oye! ¿Dónde estará?
Se acercó a la ventana y miró hacia la oscura mole del castillo. La luna se había escondido por unos instantes, lo que le daba un aspecto aún más siniestro y misterioso. De súbito vio una luz que parpadeaba en lo alto de la torre derecha.
—¡Qué extraño! —le dijo a Peter—. ¡Fíjate! Se enciende y se apaga de forma continua. ¡Como si fuera una señal! Y no puede ser cosa de los hombres, ya que a ellos no les conviene llamar la atención. ¿Quién más puede querer enviar un mensaje?
Su hermano se colocó junto a ella, y en cuanto distinguió aquella luz intermitente, se imaginó que era Brock.
—¡Tiene que tratarse de Brock! —exclamó—. ¡Es él, sin duda! ¿Qué hará en el cuarto de la torre? Porque… estaba cerrada, ¿no? ¡Habrá logrado entrar, y ahora quiere que vayamos a ver el tesoro que esas cajas contienen!
—¿No habrá sido capturado? —dijo Pamela, despacio—. Cabe dentro de lo posible, ¿no? ¡Quizás esté encerrado en la torre!
—Debemos acudir sin demora —decidió Peter, al mismo tiempo que empezaba a vestirse—. No diremos nada a tía Ketty ni al tío, por si acaso Brock desea que veamos el tesoro con él, antes de que los demás se enteren. ¡De no ser preciso, no descubriremos el secreto! ¡Corre, vístete tú también!
Los dos niños no tardaron en deslizarse manzano abajo y echar a correr, jadeantes, en dirección al castillo.
Llegaron sin novedad y se encaminaron a la portezuela que daba a la cocina. Peter tiró de ella, en espera de que cediese. Pero no sucedió así. La pequeña puerta estaba firmemente cerrada.
—¡No se abre! —susurró, mirando a Pamela—. Ayúdame a dar otro tirón.
De nada les sirvió. La portezuela de madera no cedía.
—Brock no la habría cerrado. De eso estoy seguro —murmuró Peter—. Tuvo que hacerlo otra persona. Empiezo a creer que Brock está prisionero dentro.
Pamela se sintió desfallecer. La cosa se ponía fea, y tenía miedo de que también pudieran apresarla a ella. Sin embargo, era indiscutible que había que rescatar a Brock de una forma u otra. No era momento para dejarse dominar por los temores.
—¿Cómo podremos entrar, pues? —susurró—. ¿Otra vez por aquel árbol? Pero no creo que logremos trepar hasta la ventana, de noche…
—Hemos de intentarlo —contestó el hermano—. Parece que la luna se va a esconder durante unos minutos. ¡Subamos mientras todavía brilla! Yo te ayudaré. ¿O prefieres esperar abajo, mientras yo subo al castillo?
—¡No! Voy contigo —contestó la niña valientemente.
Por consiguiente, los dos se abrieron paso hasta el árbol, y Peter trepó en primer lugar.
Pamela quiso seguirle, pero sus piernas temblaban de tal modo, que no pudo.
—Tendré que permanecer aquí abajo —murmuró—. Podría caer si intentara subir, Peter. ¿No es para desesperarse?
—¡Tranquila, Pam! —respondió el hermano—. Tú te quedas aquí abajo y me avisas en el caso de que alguien se acerque. Yo entraré y trataré de rescatar a Brock.
Pamela no logró ver a Peter trepar por el árbol, ya que todo en él eran negras sombras, moteadas aquí y allá por la luz de la luna. Oyó unos crujidos, sin embargo, y por la súbita sacudida del árbol supo cuándo su hermano alcanzaba la rama que conducía a la ventana.
Para el muchacho no era tan fácil subir en la oscuridad como lo fuera la vez anterior, en pleno día, pero consiguió deslizarse hasta la estrecha ventana y entrar por ella. Bajó al suelo de un salto. Sus botas hacían ruido, de manera que se descalzó. Luego corrió de puntillas a la puerta. Cuando estaba a punto de salir, recordó cuánto les había costado encontrar de nuevo aquella pieza, de modo que tomó una de sus botas y dibujó con ella una gran cruz en el polvo que cubría el suelo. Así sólo necesitaría meter la cabeza por la puerta para saber si se trataba de la habitación acertada.
«¡Me siento muy listo!», se dijo Peter.
Corrió a la escalera de servicio y la bajó en un vuelo. En ese momento la luna estaba muy alta en el cielo y penetraba por cada una de aquellas ventanucas semejantes a aspilleras, por lo que el muchacho lo veía todo bastante bien, pese a que las sombras eran de una negrura absoluta.
Peter cruzó la cocina y se halló en el vestíbulo. Subió entonces la amplia escalera que ascendía por el lado contrario, hasta detenerse en el primer rellano. Allí permaneció unos instantes entre las sombras, a la escucha… ¿Habría alguien cerca? Porque si Brock había sido capturado, eso tenía que ser obra de alguien, y resultaba muy probable que esa persona, o personas, estuviesen aún en el castillo… Era una idea estremecedora, y un escalofrío recorrió la espalda del muchacho.
«¡No puedo permitirme tener miedo! —se dijo a sí mismo—. ¡He venido a rescatar a Brock, y nada me espantará!».
Hubiera querido silbar un poco, para animarse, pero no se atrevió. Cualquier ruidito que hiciera producía unos ecos terribles, y sus sustos eran continuos.
Llegó al piso desde donde arrancaba la escalera de caracol que conducía al cuarto de la torre y, una vez al pie de los peldaños, el corazón comenzó a latirle con tal violencia que, de haber alguien cerca, temía que lo oyera. Entonces percibió algo de ruido arriba, y quedó inmóvil. ¿Estaría Brock en aquel cuarto? ¿O quizá no? ¿Y si fuese uno de los hombres, dispuesto a atraparle también a él? Peter no sabía qué hacer.
Subió la escalera de puntillas, y se vio ante la puerta cerrada. Sintió la tentación de abrirla de un empujón, pero aún no sabía si dentro estaba Brock o, tal vez, un enemigo…
Más pronto lo supo.
Porque del interior salió un suspiro y luego un crujido, como si alguien se hubiera sentado encima de una caja.
—¡Que mala suerte! —dijo una voz preocupada—. Ya no me sirve la linterna. La pila se ha gastado. No podré emitir más señales.
Era la voz de Brock. Loco de alegría, Peter golpeó la puerta, con lo que causó un tremendo sobresalto al prisionero, ya que, naturalmente, no podía figurarse que Peter estuviese tan cerca. Por poco se cae de la caja.
—¡Brock! —Le llegó la voz de su primo—. Estoy aquí. ¿Qué ocurrió?
Peter intentó empujar la puerta, pero estaba bien cerrada con llave y no se abrió. La voz de Brock sonó muy excitada detrás de la gruesa plancha de madera:
—¡Peter! ¡Bendito seas, viejo! ¿Está la llave en la cerradura?
—No —contestó el primo, a la vez que encendía su linterna—. ¡Vaya broma! Yo no puedo entrar y tú no puedes salir.
Brock le explicó brevemente cómo había sido apresado.
—¡Y ahora me veo sentado encima de una caja que puede contener la mitad de las joyas de la Corona! —suspiró—. Pero aquí estoy, prisionero, y probablemente no podré salir hasta que cierto tipo llamado Galli, del que hablaban esos hombres, venga al castillo y decida qué hace conmigo.
—Correré a casa en busca de tu padre, para que suba con la policía —dijo Peter, nervioso—. No creo que esos maleantes vuelvan esta noche.
—¿Dónde está Pam? —preguntó Brock—. ¡Espero que duerma a pierna suelta en su cama!
—¡Qué va! Abajo la tienes, aguardando fuera —contestó Peter—. No pudo trepar por el árbol, en la oscuridad. Dijo que montaría guardia, por si se acercaba alguien.
—¡Escucha, tengo una idea! —exclamó Brock de pronto—. Cabe la posibilidad de que las demás torres tengan en su interior unos cuartitos como éste, con una puerta igual. Y tal vez todas las cerraduras y llaves sean idénticas. ¿Crees que puedes llegar hasta la otra torre de este lado, para ver si la llave está puesta en la puerta? Si la encuentras, tráela para probarla aquí. ¡Quizá sirva!
—¡Una idea formidable! —contestó Peter, y corrió escaleras abajo y a lo largo del extenso rellano, hasta su extremo. Igual que en la torre ya conocida, una escalerilla ascendía hasta una puerta.
«¡Hay una llave!», se dijo el niño, entusiasmado.
La quitó y regresó a donde estaba el primo. Introdujo la llave en la cerradura del cuarto de Brock y… ¡servía! La cerradura cedió, y la puerta quedó abierta.
—¡Oh, Peter, qué suerte! —jadeó Brock, estrechando con fuerza el brazo de su salvador—. ¡Gracias, chico! ¡Eres una joya! Ahora debemos bajar volando, para reunimos con Pam. Y, después, creo que hay que avisar a mi padre sin pérdida de tiempo. ¡Alguien tiene que subir y ver qué contienen estas cajas!
Los dos chicos se lanzaron escaleras abajo en calcetines. Estaban excitadísimos, y a Peter le temblaba la mano mientras sostenía la linterna para iluminar el camino. Poco faltaba para desvelar el misterio de Cliff Castle. El secreto se hallaba en aquellas cajas. El padre de Brock no tardaría en acudir a abrirlas. Entonces, quizá, aquellos dos tipos serían apresados, y todo se aclararía.
Pero cuando habían llegado al primer rellano, tuvieron un susto terrible. Un gran estrépito produjo ecos en todo el castillo, y los dos primos quedaron petrificados. ¿Qué podía ser aquel ruido?