22

Granada Rasgada

Lunes a la tarde

Parado en un costado del pasillo, Michael podía ver cómo Harold, envuelto en un chaleco de fuerza, era llevado en camilla. En el otro costado, veía a las enfermeras y al doctor tratando de detener el sangrado de Betty. Si bien quería estar al lado de Betty, su ego deseaba volver a encontrarse con Harold una vez más y darle unos cuantos golpes. Los hombres que se estaban llevando a Harold, le pidieron que se retirara.

—Hágase a un lado, señor Jones. Ahora nos hacemos cargo nosotros.

—Todo lo que hice fue darle una trompada a este maldito loco.

—Precisamente, él está enfermo. Deje que nosotros nos ocupemos — contestó el hombre, apartando a Michael de su camino. —Su esposa, señor, yo que usted iría a verla.

—No me diga lo que tengo que hacer — resopló Michael — Y no actúe como un condenado héroe. Yo estaba allí cuando este loco estaba apuñalando a mi esposa.

Los hombres ignoraron a Michael y concentraron su atención en Harold. Michael se alejó a regañadientes. Al menos, había dejado en claro su posición. En vez de perder su tiempo con estos tontos incompetentes, se dirigió desganadamente hacia Betty. La habían colocado en una camilla y le estaban aplicando presión sobre una herida abierta que, como un ojo inyectado de sangre, le devolvió la mirada. Las enfermeras se la llevaron y él las siguió. 

Una hora después, dijeron que se había estabilizado. Tenía unos pocos cortes superficiales y solamente una herida profunda en el abdomen. Habían detenido la hemorragia.

—Gracias por salvarme la vida — le dijo Betty al doctor. Las gotas de sudor helado se deslizaban por su frente.

—Descanse ahora — contestó el doctor Orwell.

Tan pronto como Betty se quedó dormida, Michael se dirigió al consultorio del doctor Orwell para mantener una conversación.

—Gracias por salvarle la vida a mi esposa, doctor.

—El placer ha sido mío. Podría haberse desangrado fácilmente si no hubiéramos llegado cuando lo hicimos — respondió el doctor Orwell, acomodándose los lentes.

—Es un buen día para usted. Su esposa sobrevivió y finalmente ha encontrado al asesino. El señor Phillips estará satisfecho.

—Yo no diría que ha sido un buen día — gruñó Michael. — Ese Harold...no está en sus cabales.

—Así es. Lamentablemente, esto podría haberse prevenido. Tiene una dudosa salud mental desde que murió su esposa.

—¿Cómo lo dejaron subir al barco?

El doctor Orwell frunció el ceño e hizo una pausa. —Entiendo que esté furioso, pero su esposa lo necesita mucho. Si continúa así, lo único que le provocará es un estrés mayor. El barco llega a Nueva York mañana y la transportaremos al hospital más próximo.

—Me dijeron que este crucero era seguro. ¿Cómo pueden permitir que un hombre así esté libre? ¿Qué es? ¿Un esquizofrénico?

—No soy psiquiatra, pero sí, creo que podríamos diagnosticarlo de esquizofrenia debido a sus alucinaciones y delirios. Las personas con esta enfermedad no son necesariamente malas. He escuchado que solamente en raras ocasiones se comportan con tamaña violencia. Nadie hubiera esperado que cayera en una psicosis aguda estando a bordo.

—Usted sabe lo que esto significa, ¿no? Es un asesino y será juzgado por eso.

El doctor Orwell asintió solemnemente. —Soy consciente de ello. A juzgar por sus acciones del día de hoy, es probable que también haya matado a Helen. Aunque, todavía no entiendo por qué mató al pobre doctor Gorrin.

—Es un loco. ¿Qué es lo que hay que entender?

—Es evidente que todavía está obsesionado por su esposa muerta. Quizás internalizó la culpa que sintió cuando ella se suicidó. Si eligió a su esposa, y asumiendo que también eligió a Helen, podemos pensar que esto fue porque ellas le recordaban a su antiguo amor. Si ese hubiera sido el caso, ¿por qué matar al doctor Gorrin?

—En realidad, la pregunta concreta es: —¿Por qué él está solamente a unas pocas puertas de distancia de mi Betty? — Michael intentaba impedir que el doctor Orwell pensara demasiado en el difunto doctor Gorrin. 

—Su esposa está segura. La habitación está cerrada con llave, y él está sedado y le han colocado un chaleco de fuerza. No tiene nada que temer. Estará constantemente vigilado. Si su esposa descansa lo suficiente, estará en condiciones de levantarse en unas pocas horas. Nos limitamos a detener la hemorragia y a limpiar la herida. El resto del proceso de curación depende de cómo reaccione el cuerpo de su esposa.

El doctor Orwell se iba a mantener en su posición. Furioso, Michael bufó como un toro.

—Señor Jones, le sugiero que vaya a dar un paseo para aclarar su cabeza. La furia le está obnubilando los sentidos.

—Su intuición no tiene precio, doctor — respondió Michael con un dejo de sarcasmo. Inmediatamente, dejó el consultorio del doctor y se dirigió a toda prisa a las oficinas del señor Phillips.

*

¡Paf! El señor Phillips dejó caer una sonora palmada sobre el hombro de Michael.

—¡Buen trabajo, mi amigo, por detener a ese lunático de Harold! Me alegro que su esposa se encuentre bien y recuperándose satisfactoriamente.

—Gracias, señor.

—Bien, ahora yo que usted me daría prisa, tenemos asuntos más importantes que atender — dijo el señor Phillips. A Michael le llamó la atención que éste no demostrara una alegría mayor tras la captura del asesino. Simplemente, pareció pasarlo por alto. El señor. Phillips extrajo dos costosos cigarros y colocó uno enfrente de Michael. —Se lo ha ganado.

—Discúlpeme si he venido directamente hasta aquí pero como mi esposa casi pierde la vida en el día de hoy, usted comprenderá la razón de mi curiosidad hacia Harold — dijo Michael lentamente, dándose tiempo para pensar. —¿Por qué estaba invitado a este viaje?

El señor Phillips exhaló profundamente. —Michael, lo que está hecho, está hecho. Agradezca que Betty esté viva.

—¡Pero podría haber muerto! ¿Qué hubiera sido de nuestros hijos?

—A los niños les basta con un solo padre — dijo el señor Phillips encogiéndose de hombros.

—¿Por qué lo invitaron? Eso es todo lo que quiero saber. ¿Tengo que cuidarme por la presencia de otros locos a bordo?

La vena en la cabeza del señor Phillips latía peligrosamente. Michael sabía que estaba tentando su suerte.

—El padre de Harold era un viejo amigo mío y también socio en mis negocios. Falleció hace unos meses atrás. Yo ya les había enviado las invitaciones para el viaje. Aparte, no me dedico a investigar la salud mental de mis invitados.

El señor Phillips lo miró fijamente, con el ceño fruncido. — ¿Cómo iba a saber que se había convertido en esta clase de...persona?

Michael sacudió la cabeza, con una mueca de disgusto en el rostro.

—Basta ya de enojos. Tenemos asuntos más importantes que atender.

Michael ni siquiera había tocado el cigarro que el señor Phillips le había ofrecido. Estaba furioso. No tenía sentido quedarse, entonces se marchó rápidamente.

La rabia se retorcía en su interior. No sabía exactamente la razón. En esos momentos, al ver que Harold apuñalaba a su esposa, ¿se había dado cuenta de lo mucho que Betty le importaba? Estaba más preocupado por ella de lo que había creído. Ella era la madre de sus hijos, una mujer cariñosa a la que él le había fallado en numerosas ocasiones. ¿Era eso lo que le carcomía en las entrañas?

El conflicto interno era demasiado grande para enfrentarlo en este momento, y sus nervios ya estaban demasiado tensos por la ansiedad de no haber podido encontrar a Patricia y perder para siempre la posibilidad de recuperar el maldito reloj pulsera.

*

Como sardinas en lata, la gente se apretujaba en el salón comedor. Si bien todavía se encontraba de turno, Benjamin quería ver de qué se trataba todo ese lío. Era la hora del almuerzo y ninguna banda estaba tocando, entonces, ¿qué estaban esperando? No fue sino hasta que vio al matrimonio Phillips sobre el estrado de la banda que advirtió la importancia del acontecimiento. 

—¡Su atención, por favor! — dijo el señor Phillips, carraspeando. Su esposa daba palmaditas a su vaso para concentrar la atención de los presentes. —¿Por favor, también allá atrás, el personal de cocina?

El señor Phillips era un orador potente, con una voz sonora y plena, a pesar de su frágil apariencia.

Benjamin dejó de servir y miro hacia el hombre más poderoso del barco.

—Muchas cosas ocurrieron en este barco en los últimos días, como muchos se habrán enterado, y me acabo de enterar de los acontecimientos más recientes — dijo el señor Phillips. Le temblaba el labio superior y se aferraba con fuerza a su bastón. —El asesino ha sido atrapado.

La multitud respiró aliviada al unísono. Los más impulsivos dejaron escapar algunos vítores.

—El equipo de seguridad del Diamond Royale pudo no solo encontrar al asesino sino también detenerlo. Fue atrapado antes de que diera fin a la vida de otra mujer. Si bien ya hemos perdido a dos personas, un hombre y una mujer, podemos estar satisfechos de que ya nadie más tendrá que sufrir bajo su perversa mano.

—¿Quién es él? — gritó un malhumorado hombre desde la multitud.

La señora Phillips había estado analizando a la muchedumbre con vista de halcón. Benjamin se preguntó si se abalanzaría sobre el hombre por atreverse a hacer esa pregunta.

—No creo que nadie se beneficie sabiendo su nombre. Esta persona no está en sus cabales. Si bien no podemos disculpar sus acciones en base a su salud mental, no deseo ocasionarle a él, o a su familia, una vergüenza mayor. Estos hechos no pudieron ser previstos. Todos hemos sufrido durante este tiempo — respondió el señor Phillips, barriendo con la mirada a la gente que colmaba el salón. — Todo lo que deben saber es que ya está bajo custodia y que el barco está seguro. Todos ustedes están seguros.

Benjamin no pudo evitar preguntarse quién sería ese hombre. ¿Había atendido al asesino durante sus turnos de trabajo? Era difícil aceptar que uno estaba seguro cuando no se tenía una visión concreta de la seguridad que les estaban garantizando. Benjamin quería ver al hombre tras los barrotes de la cárcel.

—Ahora bien, hasta que lleguemos a Nueva York mañana a la mañana, deseo recompensarlos con la noche más fantástica, lujosa, merecida e inolvidable para todos ustedes. ¡Dispondrán de champagne libre para celebrar por un exitoso viaje y por muchos más por venir!

El entusiasmo y el optimismo en la voz del señor Phillips se contagió entre la multitud. Si bien dubitativa al principio, la gente pareció adoptar la nueva perspectiva proporcionada por el anfitrión. Los pasajeros se marcharon, algunos involucrados en inquietantes discusiones, pero la mayoría ya estaba pensando en planes y atuendos para la velada nocturna.

Benjamin regresó a su puesto. Como el anuncio se había realizado en el hall contiguo al salón comedor, muchos observadores tomaron asiento para discutir los recientes acontecimientos, acompañados de una bebida. Pronto sería la hora de la cena y la gente se estaba relajando. El pianista comenzó a tocar nuevamente unas tranquilas melodías.

Aun cuando su cuerpo se mantenía activo con el trajín del trabajo, la mente de Benjamin permanecía estática. ¿Cómo pudo haber pensado que Sylvia era la asesina? Se sentía terriblemente mal por haber pensado que ella era capaz de eso. Si bien no hacía mucho tiempo que se conocían, no tendría por qué haber llegado a esas ridículas conclusiones.

—¿Puedes creer lo que hizo ese loco? — preguntó Mary.

Benjamin sacudió la cabeza en señal de disgusto mientras recogía el pedido de comida. —Ya lo han atrapado. Helen descansará en paz ahora que se ha hecho justicia.

—El acto de justicia sería que estuviera nuevamente con nosotros.

Mary tenía razón, pero la verdadera justicia era escasa. Demasiado a menudo se utilizaba a la justicia de acuerdo a las conveniencias, y lamentablemente, la gente inocente sufría las mayores consecuencias. Lo único que lo consolaba sobre Helen era que ya estaba en paz, y que su asesino había sido atrapado.

—Lleva ese pollo a la parrilla a la mesa tres — ladró Gary, deslizando el plato de comida hacia él.

Con un gesto de asentimiento, Benjamin se llevó la comida y se movió entre la masa de mesas. El destello de una cabellera rubia captó su atención. Mesa número tres. Sylvia.

No quería volver a atenderla. ¿Podría desembarazarse de esta situación? Había tratado de evitarla en la mayor medida posible. En cierta forma, volver a verla le provocaba un vacío en el pecho que había estado ignorando desesperadamente.

No tenía alternativa.

—Aquí tiene su pedido — dijo con voz ronca. Intentó evitar mirarla, pero no pudo hacerlo. Sus ojos se encontraron.

Silencio. Benjamin luchó para respirar. No fue la tristeza que vio en sus ojos lo que lo impactó, sino el vacío de su mirada. Los ojos de Sylvia miraban hacia la nada; podría haber estado fácilmente mirando hacia el océano o cualquier otra cosa. Lo que una vez había sido un manantial de energía y vitalidad en su interior, ahora se había convertido en un desierto desolado. ¿Cómo no pude ver las señales de su desdicha? Benjamin siempre había sentido que ella ocultaba demasiadas cosas sobre su vida y sobre sus batallas.

Intentó hablarle pero no pudo. Las palabras no salían de su boca.

—Gracias — susurró ella finalmente. — Vete, por favor.

Sus palabras fueron como puñales en su corazón. Incluso habiendo sido solamente amantes, había habido sentimientos de por medio. Él los había sentido. ¿Y ella? ¿Por qué me trata como si fuera un extraño?

—Sylvia... pareces...— murmuró Benjamin, buscando alguna emoción en el rostro de la mujer. —Déjame ayudarte.

Una débil sonrisa se dibujó en sus labios y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Benjamin, por favor — dijo ella, levantando la vista. Benjamin se adentró profundamente en esos enrojecidos ojos. Los labios de Sylvia se curvaron como para decir algo, pero no emitió palabra alguna; luego, simplemente desvió la mirada.