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Labial Rouge

Domingo a la mañana

Las bien manicuradas manos de Michael tocaron a la puerta. De inmediato, se masajeó los nudillos; nunca había tenido manos rudas, de trabajador. Como el doctor Gorrin estaba principalmente de vacaciones, no debería estar trabajando. Esto significaba que estaría en su camarote o cenando. Con suerte, lo encontraría antes de que saliera.

Justo cuando Michael iba a renunciar a sus esfuerzos, la puerta se abrió. El doctor Gorrin lucía una agradable sonrisa, y sus ojos estaban entrecerrados. Era un hombre bajo, cincuentón y de barba espesa.

—Bienvenido, señor Jones. Entre por favor. Perdón por la demora. No dormí muy bien anoche y me encontró en medio de una siesta.

El camarote estaba bien acomodado y nada parecía fuera de lo común. El doctor Gorrin le ofreció asiento y Michael se sentó. Sacando su libreta, Michael no demoró el interrogatorio.

—¿Desea beber algo?

—No, no, así está bien. Por favor, siéntese doctor, tengo algunas preguntas para hacerle de parte de la seguridad del barco. En particular, nos concentraremos en el asesinato de Helen Gardener. Queremos mantener al Diamond Royale lo más seguro posible.

—Entiendo.

Para este momento, el doctor Gorrin ya se había sentado en la silla enfrente de Michael, alrededor de la pequeña mesa de comedor provista en su camarote. Michael advirtió que el doctor Gorrin se masajeaba permanentemente la mano, como si le doliera.

—¿Algún problema?

—No — contestó el doctor Gorrin, colocando rápidamente la mano en el bolsillo.

—He estado trabajando mucho. El cuerpo se va poniendo viejo, y no hay cura para el paso del tiempo.

—Bueno, no todavía — respondió Michael con una encantadora sonrisa para ayudar a que el doctor Gorrin se sintiera más cómodo.

Después de un momento, continuó diciendo: — Bien, entiendo que lo llamaron cuando trajeron a Helen.

El doctor Gorrin asintió, y sus ojos se suavizaron.

—¿Dónde se encontraba antes de eso?

—Estaba disfrutando de una copa vino tinto en el bar. Pensé que esa noche no estaba de servicio.

—¿Estaba bebiendo con alguna persona?

—No— el doctor Gorrin suspiró. — Mi única amiga, mi esposa, no se encuentra a bordo. Ella se quedó en nuestro hogar.

—¿Notó algo raro cuando trajeron a Helen? ¿Alguna evidencia que pueda conducirnos a su asesino?

El doctor Gorrin se encogió de hombros y se secó la frente húmeda.

—No recuerdo nada que me llamara la atención. Eso es todo lo que sé. Esa pobre niña, ni siquiera tuvo una oportunidad. Murió ante un extraño... Como mínimo, sus padres deberían haber estado aquí — expresó solemnemente el doctor Gorrin

—¿Qué servicios le brindó?

La expresión del doctor Gorrin cambió súbitamente de la tristeza a la desconfianza.

—Traté de salvarle la vida. El señor Phillips se llevó su cuerpo después de muerta.

—¿Se llevó su cuerpo? — preguntó Michael, intrigado.

—Ya no quiero hablar más de este tema. Yo no...yo no tuve nada que ver. Lo único que hice fue intentar salvarla. Después que Helen murió, no sé lo que pasó.

¿Qué había hecho el señor Phillips con el cuerpo de Helen? ¿Estaría todavía en el barco, pudriéndose, o lo habían tirado por la borda? ¿No quería el señor Phillips que se supiera que había tenido un romance con una bailarina desesperada y había eliminado la evidencia? Este tortuoso pensamiento podía llevar a la muerte de Michael, así que lo alejó de su mente tan rápido como pudo.

Las gotas de transpiración se acumulaban en la frente del doctor Gorrin. Había comenzado a masajearse nuevamente la mano. Los pelos como astillas de su barba se veían crispados.

—¿Se siente agitado, doctor?

—Yo... — el doctor Gorrin hizo una pausa, como si midiera cuidadosamente sus palabras — no me siento bien con la muerte de Helen o con los hechos que sucedieron esa noche. Lo único que quería era salvarle la vida, y no puedo perdonarme por haberle fallado. Le pido que me disculpe por tener un corazón blando.

—Ese es el deber de todo gran médico. No se disculpe — se apresuró a responder Michael. El doctor Gorrin era demasiado humilde, y Michael podía jurar que había logrado tocar algunos de sus puntos más sensibles. El hombre de mediana edad estaba prácticamente empapado de sudor, y su piel lucía enrojecida como la de colegial.

—Si puede usted disculparme por un momento más, doctor. ¿Advirtió algo extraño a bordo? Nos acabamos de enterar de que otra mujer está desaparecida. Simplemente queremos asegurarnos de que no se trate de una segunda víctima, ya que todavía debemos identificar al asesino.

No importaba si Patricia estaba desaparecida, o si se había escapado. Si bien a Michael se le habían proporcionado algunas pistas, no tenía la total certeza sobre porqué ella era tan importante. 

—No, nada más. Espero que la encuentren rápido. Sería terrible perder a otra joven mujer en forma prematura.

Ya había agotado todas las preguntas. Michael se puso de pie. Mientras se estaba marchando, Michael notó una importante cantidad de comida acumulada en la mesa trasera.

—¿Se sentía hambriento esta mañana, doctor Gorrin?

El doctor Gorrin abrió la puerta para Michael, sin mirar hacia atrás, secándose nuevamente el sudor.

—Muy hambriento.

—Ah, lamentablemente yo tengo que controlar mi mente a menos que quiera enojar a mi esposa — dijo Michael, riéndose entre dientes y acariciando su vientre plano.

—Le deseo un buen día, doctor. Cuídese esa mano y manténgase alerta por la mujer desaparecida. Puede estar un poco trastornada.

Michael hizo una pausa, llevándose un dedo a la sien, antes de susurrar: — No está del todo bien, de acá arriba. 

—Lo tendré en cuenta — dijo el doctor Gorrin.

*

Sylvia pensó que una estrella había estallado cuando la explosión de luz encegueció sus ojos. Despertó de manera abrupta de un profundo sueño cuando Markus corrió las cortinas. Antes de poder siquiera quejarse, Markus se sentó en la cama con un objeto envuelto en la mano.

—Mi perla, me siento espantosamente mal por lo de anoche. Me dejé llevar por el trabajo. Por favor, acepta esto como disculpa — le dijo, acariciando su delicada cara con sus gruesos dedos.

Sylvia tomó el regalo y sonrió. Su corazón latía de excitación. Cada vez que Markus se sentía terriblemente culpable por algo que había hecho, siempre la colmaba de regalos. Ella adoraba esta manera de disculparse. La hacía olvidar todo el resentimiento que había sentido la noche anterior antes de pasar la noche con Benjamin.

Desplegó el hermoso papel de regalo rosado para revelar una pequeña caja de terciopelo. Al abrirla, se encontró con un exorbitante par de aros de perlas. Con el dedo índice acarició las suaves esferas. La mano de Markus subió deslizándose por su pantorrilla y bajó a lo largo de su muslo. Si bien la noche anterior ella se había comportado de manera audaz, el corazón ahora le dio un vuelco. No porque estuviera enamorada de este hombre mayor que muy poco le importaba, sino por temor a que él hubiera descubierto su affaire. ¿Lo sabía?

Sintió el aliento rancio de Markus entre su mejilla y su oreja.

— Mi dulce perla — le susurró. —Ich liebe dich.

Sylvia liebt las joyas.

—Gracias — sonrió Sylvia, con los ojos brillantes. Besó ligeramente los labios de Markus. — Eres un esposo maravilloso.

Con la excusa de tener que refrescarse, empujó a un lado la mano de Markus y se puso de pie. — Déjame guardar estas preciosas perlas en su nuevo hogar.

Se dirigió hacia el cofre de seguridad que había en su habitación y retiró el joyero. Lo abrió y colocó las perlas sobre la tela de terciopelo esperando que su tesoro más reciente se deslizara hacia sus otros tesoros. Había un lecho marino conformado por brillantes rubíes, centelleantes zafiros y exquisitas esmeraldas. Los majestuosos diamantes brillaban con mayor intensidad. Ellos eran sus mejores amigos. Siempre habían ejercido una cierta fascinación sobre ella. A pesar de toda la presión que experimentaban, era la piedra más resistente y hermosa de todas. 

—No te enojes conmigo, Sylvia. Estuve levantado toda la noche trabajando. Algunos números no estaban resultando bien. Pregúntale a Jacobus, él te lo confirmará. Me olvidé de nuestra cita para la cena. Te lo compensaré. Por favor, ponte las perlas ahora.

—No estoy enojada — respondió Sylvia tranquilamente.

Era verdad; ya no le importaba lo que él hiciera. Si se hubiera presentado para cenar, no hubiera podido dormir con Benjamin. De pronto, al pensar en él, su cuerpo experimentó una oleada de temor. Sabía que era absurdo pensar que Markus podía leer sus pensamientos, pero intentó sacarlos de su mente. 

Pudo sentir que Markus se le acercaba nuevamente emitiendo un torpe gemido. Sus manos serpentearon alrededor de su cintura, y Sylvia intentó no temblar. Había sido tan bueno disfrutar de las caricias de un hombre joven en forma y con la energía de un caballo. Su marido era, por mucho, un pobre sustituto. Pero, ¿era la juventud de Benjamin la razón real por la cual se había involucrado en este affaire?

Markus besó su cuello en forma descuidada. Se acercó para abrir el joyero y ella le dio una palmada en la mano. Rápidamente, le dirigió una sonrisa taimada y sacó las perlas del recipiente. Sylvia no quería que nadie más tocara sus tesoros, ni siquiera el hombre que se los había regalado. Después de que Markus colocara las perlas en sus suaves lóbulos, asumió que su estado de ánimo apacible era una invitación y sus manos se aventuraron hacia los lugares que más disfrutaba.

Mientras Markus se desvestía y devoraba su cuerpo, Sylvia se limitó a seguir la monótona rutina. Esta era una parte del precio que había aceptado pagar. Todo tenía su precio. Esta vida le había costado el amor y la libertad, mientras que sus perlas y diamantes habían costado una pequeña fortuna.

Afortunadamente, Markus terminó rápido. Mientras él se vestía, ella se cubrió con las frazadas y fantaseó con Benjamin. Los deseos culpables encendieron su cuerpo. Quería acariciar sus hombros morenos y tensos y tirar de sus labios voluminosos con sus dientes mientras él gemía.

—Señora, ¿está segura de que esto es una buena idea? — dijo Benjamin, sin dejar de mirar a sus espaldas como esperando que Markus estuviera ahí. Estaban parados cerca de la baranda en la parte delantera del barco. Era un día muy ventoso y la mayoría de las personas estaba adentro.

Sylvia sonrió mientras sus cabellos golpeaban su rostro salvajemente. Se apoyó sobre la baranda. Aun cuando no había prácticamente nadie a la vista, advirtió que Benjamin mantenía la distancia por si acaso.

—Cuéntame sobre tu vida — dijo Sylvia suavemente, girando la cara hacia el horizonte y enfrentando el intenso viento. Cerró los ojos y aspiró el salado aroma del océano. 

—Fui un niño pobre, y ahora soy un hombre pobre — respondió Benjamin acomodándose nerviosamente la camisa — pero Mary, una amiga, me ayudó a conseguir este trabajo. Necesitaba el dinero. ¿Y usted, señora?

—Llámame Sylvia, te lo digo en serio. Y mi vida es demasiado aburrida. ¿Qué sucederá cuando lleguen a New York?

Hubo una larga pausa. — No tengo idea.

—Eso suena excitante — dijo Sylvia, abriendo los ojos y mirando a Benjamin.

El joven miró hacia el océano, pensativo. Sylvia deseaba poder vivir su vida día a día, igual que él. Su vida estaba planificada, estructurada y era monótona; odiaba cada parte de su vida.

—No, no lo es; es atemorizante — dijo Benjamin. En su rostro no había signos de alegría.

—Incluso en la tierra de las oportunidades, ¿qué puede esperar un hombre pobre para hacer con su vida?

Revolviendo adentro de su cartera, Sylvia sacó unos dólares americanos y los colocó en la mano de Benjamin.

—¿Qué hace, señora? — dijo Benjamin mirando a su alrededor. Parecía preocupado de que alguien los hubiera visto tocarse las manos.

—Cálmate, jongen — dijo Sylvia sonriendo. — Espero que esto te ayude.

—Es dinero de su marido.

—Exactamente.

—Esto está...está mal dijo Benjamin, e intentó colocar el dinero nuevamente adentro de su cartera.

Sylvia tiró de la cartera hacia atrás con una sonrisa.

—Él quiere que yo gaste mi dinero en cosas que me hacen feliz.

Benjamin le hacía sentir muchas cosas más que una simple excitación sexual y una gran satisfacción. Hacía que su ansiedad se diluyera; se sentía...viva. Si el dinero de Markus no valía para eso, ¿entonces para qué valía?

—Gracias, señora — Sylvia — dijo Benjamin, colocando el dinero en su bolsillo.

Benjamin era más que el hombre perfecto para tener un affaire. Era más joven, fuerte, modesto y gentil. Pero además de eso, era un hombre prohibido en todos sus aspectos. Su corazón se aceleró sabiendo que estaba actuando a espaldas de Markus. Dos personas podían jugar al juego de la infidelidad. El sabor de algo tan pecaminoso hacía que el sexo fuera mucho más. ¿Quién necesitaba amor cuando se experimentaba semejante emoción? 

Excesivamente perfumado con colonia y después de emitir algunos gruñidos, Markus dejó la habitación en forma brusca.

— Voy al club de caballeros. Te veré en unas horas.

Sylvia forzó una sonrisa y le tiró un beso. Tan pronto como se encontró sola, rodó sobre las sábanas de satén y enterró su cara en la almohada. En el silencio de la habitación, el descubrimiento de que había elegido a ese hombre para casarse, se desplomó sobre ella. Podía haber elegido a un hombre como Benjamin, o quizás al propio Benjamin. Sintió que algo le quemaba en el ángulo interno de los ojos, y entonces, de pronto, estalló en sollozos.