8

Una cerilla, y se acabó…

Jack a oscuras.

Una cerilla, y se acabó…

Como Jack a oscuras, fuera…

Viendo a través de los ojos de él:

Invierno, colapso.

Jack a oscuras.

Invierno, colapso.

Como Jack a oscuras, fuera…

Viendo a través de los ojos de él:

1980.

Fuera, fuera, fuera.

Jueves, 18 de diciembre de 1980.

Hospital Stanley Royd, Wakefield.

Estoy sentado en el aparcamiento, me arde la espalda.

Con la espalda en llamas, espero a Hook encendiendo cerillas.

En la radio melodías pop, canciones del norte.

Las noticias:

Huelga de funcionarios, huelga aérea, huelga contra el Destripador,

Maggie, Maggie, Maggie

Fuera, fuera, fuera.

No mencionan a Douglas ni a su hija.

No mencionan la guerra.

Los asesinatos y las mentiras, las mentiras y los asesinatos.

Blanco y negro, el cielo y la nieve.

Blanco y negro, las fotografías y las noticias.

Un golpe en la ventanilla.

—Buenos días —veo decir a la boca de Hook.

Salgo del coche.

Hace un frío helador.

El aire gris, los árboles negros.

Los nidos aún vacíos.

—Bonito sitio —dice Hook, con un maletín de médico en la mano.

—Precioso —sonrío, y echo a andar hacia la entrada del hospital.

El mismo olor caliente y dulzón a enfermedad y a mierda.

La mujer de blanco deja el teléfono negro y pregunta:

—¿Qué desean?

Sacamos las placas.

—Queremos ver a Jack Whitehead —dice Hook.

Asiente.

—¿Está Leonard por aquí? —pregunto.

Niega con la cabeza.

—Se ha ido.

—¿Se ha ido?

—Lo ha dejado.

—Un poco repentino, ¿no? El martes estaba aquí.

—Ayer llamó y dijo que estaba harto.

—Necesitaremos su dirección —dice Hook.

—Y su apellido —añado.

La mujer mira a Hook, me mira, y vuelve a mirar a Hook.

—Marsh. —Frunce el ceño—. Vivía cerca de Netherton. Tendré que buscar la dirección.

—Si es tan amable —sonríe Hook.

Una pausa.

—¿Puede acompañarnos arriba? —pregunto.

Niega con la cabeza:

—Tendré que llamar al señor Papps. Es el jefe. Él los acompañará.

Coge el teléfono y pregunta por el señor Papps.

—Vendrá dentro de cinco minutos —dice la mujer de blanco.

Esperamos de pie entre los muebles, viendo pasar los manojos de huesos que arrastran los pies, viéndolos detenerse, mirar que los miramos, esperando.

—Vendrá dentro de cinco minutos —repite la mujer de blanco.

Doy media vuelta para evitar sus miradas y me pongo a leer las inscripciones grabadas en la mitad inferior de la pared, pintada de verde.

La casa embrujada.

—¿Qué piensas? —pregunta Hook.

—¿De qué?

—¿De ese tío, de Leonard Marsh?

—No lo sé. —Me encojo de hombros—. Ni siquiera era un tío. Como mucho tenía veinte años. Pensé que sería de la junta directiva. No caí en que era un celador.

—¿Tenía acceso a Whitehead?

—Sí —digo.

—¿Caballeros?

Damos media vuelta.

—¿Señor Papps? —dice Hook.

El hombre regordete y bajito, con chaqueta azul de botones dorados asiente con la cabeza:

—Disculpen la espera.

—No se preocupe —dice Hook—. Éste es Peter Hunter, comisario jefe del Gran Manchester, y yo soy el inspector jefe Roger Hook, también de Manchester.

El señor Papps asiente con la cabeza y nos da la mano:

—Sí, la llamada ha sido un poco vaga. No sé muy bien qué…

Lo interrumpo:

—Por desgracia, tal como están las cosas es casi inevitable incurrir en vaguedad. Me temo que tendrá que soportarnos, si no es molestia.

Vuelve a asentir:

—¿No salió usted en la tele el otro día?

—Sí. Estuve aquí el martes. Creo que hablé con usted por teléfono.

—Con mi ayudante —dice Papps—. ¿Han venido por el Destripador de Yorkshire?

—No —dice Roger Hook—. No es por eso.

—Vine a ver a uno de sus pacientes, Jack Whitehead.

El señor Papps sigue asintiendo, piensa demasiado: suma dos y dos y obtiene un resultado de cuatro.

—Nos gustaría aclarar un par de cosas que dijo el señor Whitehead y obtener un poco más de información sobre él —miento a medias.

—¿Podemos hablar en alguna parte? —dice Hook.

—Por aquí. —El señor Papps nos conduce a una habitación fría con ventanas grandes y frías, llena de sombras grandes y negras de los árboles grandes y negros del exterior.

Nos sentamos tiritando en sillas de segunda mano.

—¿Qué desean saber? —pregunta Papps.

—Todo —dice Hook—. Para empezar, ¿cuándo ingresó el señor Whitehead?

—¿Aquí?

Asentimos.

—Está aquí desde septiembre del 77.

—Pero antes estuvo en Pinderfields, ¿verdad? —digo.

—Sí. Creo que ingresó allí en junio.

—¿Con un clavo en la cabeza? —pregunta Hook.

—Sí. —Papps baja la voz.

—¿Y se lo hizo él?

—Sí.

—¿Por qué?

El señor Papps está sudando en la habitación fría y negra, jugueteando con los botones dorados de su chaqueta azul.

—¿No saben lo que le pasó a su mujer, a su ex mujer?

—No —dice Hook.

Nada, yo no digo nada.

El señor Papps se pasa una mano por la frente:

—En enero de 1975, un hombre llamado Michael Williams creyó que estaba poseído por un espíritu maligno. Un sacerdote intentó practicar un exorcismo, pero algo salió mal y Williams terminó matando a su mujer y corriendo desnudo por las calles de Ossett, cubierto de sangre, de sangre de ella. La mujer se llamaba Carol Williams. Era la ex mujer de Jack Whitehead. Williams le clavó un clavo en la coronilla. Whitehead estaba allí. Lo vio todo.

—¿Estaba allí?

—Sí, señor Hook. Estaba allí.

—¿Por qué?

—No tengo ni idea.

—¿Y Williams?

—Creo que está en Broadmoor, pero no estoy seguro.

—¿Y por eso en 1977 Whitehead intentó hacerse lo mismo?

—Sí.

—¿Dónde?

—En la coronilla.

—Pregunto dónde estaba.

—En el Hotel Griffin de Leeds.

Hook me mira:

—¿No es ahí donde os alojáis vosotros?

—Sí.

—Joder. ¿Lo sabías?

—No —miento.

Se vuelve a Papps:

—¿Lo llevaron a Pinderfields antes de traerlo aquí?

—Sí.

—Es increíble que haya sobrevivido.

Pienso en agujeros y en cabezas, en cráteres y cráneos, en las fotos de la pared.

—En realidad es todo lo contrario —dice Papps—. En el mundo antiguo se hacía un agujero en la cabeza para curar un trauma o una depresión. Hipócrates ya escribió sobre los méritos de esta práctica.

—¿Trepanación? —pregunto.

—Sí, trepanación —asiente Papps—. Al parecer a John Lennon le interesaba mucho. Y, como digo, era muy común en el mundo antiguo.

—Pero estamos en el mundo moderno —dice Hook—, y John Lennon está muerto.

—Sí —dice Papps—. Estamos en el mundo moderno.

—¿Ha progresado algo? —pregunto.

—Usted lo ha visto. No mucho.

—¿Tiene alguna posibilidad? —dice Hook.

—No sabría decirlo —Papps niega con la cabeza.

—¿Está medicado?

—Sí.

—¿Podría indicarnos los fármacos que está tomando?

Papps asiente.

—¿Recibe visitas? —pregunto.

—No muchas. Tendría que comprobarlo.

—Se lo agradecería.

Asiente de nuevo.

—La recepcionista nos ha dicho que Leonard Marsh ha dejado el trabajo —digo.

—Sí —dice Papps.

—¿Era el encargado del señor Whitehead?

—No exactamente, pero ha ayudado mucho a cuidar de él. Desde que llegó aquí.

—¿Whitehead?

—Sí —dice Papps.

—¿Por qué se ha ido?

—¿Leonard? No estoy seguro. Dijo que estaba harto.

—Comprendo.

—Es un trabajo duro, señor Hunter.

—No lo dudo.

Silencio.

—¿Quién es su médico? —pregunto.

—¿De Jack Whitehead?

—Sí.

—Yo.

—¿Es usted el doctor Papps?

—Sí —sonríe—. ¿No se lo he dicho?

—No —digo, y me pongo en pie, helado de frío.

Papps suspira.

—Síganme, caballeros.

Subimos las escaleras, recorremos los pasillos mitad verdes, mitad crema, salimos del edificio principal, cruzamos el sendero frío y entramos en el anexo, abriendo y cerrando puertas, hasta la celda de Jack.

El último pasillo, largo y cerrado con llave.

En la pintura verde, otra inscripción grabada:

Embrujado, muero.

Recorremos el último pasillo, largo, hasta la última puerta, cerrada con llave.

El doctor Papps saca las llaves.

Hook posa la mano en el brazo de Papps:

—¿Ha salido Whitehead del hospital en las últimas veinticuatro horas?

—Por supuesto que no.

—¿En la última semana? ¿En el último mes?

—Inspector, el señor Whitehead no se ha movido de su cama, y mucho menos de su habitación, desde que llegó aquí.

«Se ha soltado», grité.

«Joder —dijo Leonard—. Otra vez no».

—¿Cómo puede estar tan seguro?

Papps agita las llaves que tiene en la mano:

—¿Cómo iba a salir?

—Pero… —dice Hook. Le guiño un ojo y guarda silencio.

Papps nos mira alternativamente.

Señalo con la cabeza hacia la puerta.

Papps se encoge de hombros, gira la llave y a continuación el pomo.

Empuja la puerta.

Silencio.

—Pasen —dice. Y entramos en la celda.

Jack Whitehead está tumbado boca arriba, con un pijama de rayas grises, las manos atadas a los barrotes laterales de la cama, los ojos abiertos.

Hook se aferra con fuerza al maletín negro y escudriña en la luz gris, en las sombras, esforzándose en ver el cráneo de Whitehead, el agujero que se hizo.

—Señor Whitehead —digo—. Soy Peter Hunter. Estuve aquí antes de ayer.

Silencio. Sólo el goteo, el goteo del váter en el rincón.

—Señor Whitehead —vuelvo a decir—. He venido con el inspector Hook.

Más silencio.

—¿Jack? —dice Papps.

Goteo, goteo, goteo.

Me vuelvo al doctor Papps:

—Tenemos que hacerle unas preguntas al señor Whitehead. ¿Le importaría esperar en el pasillo, doctor?

—No creo que les diga nada.

—De todos modos, si no le importa…

—Muy bien —dice Papps. Sale de la celda, aunque de mala gana.

Goteo, goteo, goteo, goteo.

—¿Señor Whitehead? ¿Jack? —digo.

Goteo, goteo, goteo, goteo, goteo.

Hook carraspea y avanza un paso.

Goteo, goteo, goteo, goteo, goteo, goteo.

—Señor Whitehead —dice Hook—. Ayer se encontraron sus huellas dactilares en una casete en Manchester. Hemos venido a preguntarle cómo han podido terminar sus huellas en esa cinta.

Silencio, silencio absoluto hasta que…

Hasta que Jack suspira, se le humedecen los ojos, las lágrimas resbalan por sus mejillas, por el cuello, caen sobre la almohada.

Goteo.

Nos acercamos los dos a la cama.

—¿Señor Whitehead? —dice Hook.

Pero las lágrimas fluyen con más fuerza.

Goteo, goteo.

Hook abre el maletín negro de médico y saca una grabadora.

—Roger —digo—. No creo que sea buena…

Pulsa el play:

SILBIDO.

Piano.

Batería.

Bajo.

«¿Puede ser esto amor, si nos hace sufrir?»

PAUSA.

SILBIDO.

Llantos.

Susurros.

Infierno:

«¿Es el mundo tan triste como parece?».

PAUSA.

SILBIDO.

Llantos.

Susurros.

Más infierno:

«¿Cuánto me quieres?».

PAUSA.

SILBIDO.

Llantos.

Llantos.

Llantos.

«Sol sut irip se nara tama Hunter

STOP.

Silencio.

Sólo lágrimas.

Las lágrimas de Jack.

Goteo.

Hasta que…

—Es su voz —grita Hook, que se ha inclinado sobre la cama y está zarandeando a Whitehead—. ¿Verdad que es su voz? ¿Verdad que conocía a Bob Douglas?

De pronto una convulsión, una sacudida.

Whitehead levanta el pecho, se retuerce, rechina los dientes y empieza a sangrar por la boca.

Hook me mira:

—¿Qué pasa? ¿Qué le pasa?

Otra convulsión, otra sacudida.

El pecho levantado, el cuerpo retorcido, el rechinar de dientes y la sangre.

—¿Qué pasa? —grita Hook—. ¿Qué está pasando?

—¡Llama a Papps!

Una última convulsión, una última sacudida.

El pecho vuelve a levantarse y cae, el cuerpo se retuerce y queda inmóvil, los dientes rechinan y la boca se abre, sigue sangrando.

Un reguero de sangre resbala por la cara, por las mejillas, por el cuello y cae sobre la almohada.

Goteo.

Hook está en el pasillo llamando a gritos al médico.

Whitehead inmóvil, petrificado.

Me inclino sobre él, buscando el corazón.

Abre la boca y se le forman burbujas de sangre en los labios y en las encías.

Me acerco a su boca para escuchar.

—¿Qué? —pregunto—. ¿Qué está diciendo?

Me acerco un poco más.

—¿Qué?

Escucho.

—Futuros y pasados —murmura—. Futuros pasados.

Hook y Papps vienen corriendo por el pasillo.

—¿Qué? —pregunto. Pero se ha ido.

Silencio, sólo las pisadas en el largo, largo pasillo, después en la puerta. Papps me aparta a un lado, jadea, sólo preguntas, preguntas, preguntas, empuja a Hook para que vuelva al largo, largo pasillo en busca de ayuda, ayuda, ayuda, jadea, presiona el pecho de Whitehead, respiración, respiración, respiración, jadea, le abre la boca, lo besa, beso, beso, beso, jadea, me empuja contra la pared, más preguntas, preguntas, preguntas, vuelve a presionar el pecho, golpe, golpe, golpe, jadea, más pisadas en el largo, largo pasillo, doctor, doctor, doctor, jadea, Hook a mí yo a Hook a Papps a Hook a mí a Papps, preguntas, preguntas, preguntas, jadeos.

Sólo preguntas.

Preguntas sin respuesta.

En la entrada del hospital, detenidos en la gravilla, bajo la llovizna fría, los árboles desnudos y los nidos vacíos, nos quedamos mirando las luces azules, y a la recepcionista que le tiende a Papps su chaqueta azul cuando sube a la ambulancia en la que van a trasladar a Jack al hospital cercano.

Volvemos a los coches.

—¡Inspector! —me llama la mujer de blanco.

Nos volvemos a la vez y la vemos acercarse con dos notas de papel.

—La dirección de Leonard —dice—. Y el doctor Papps dijo que querían ustedes una lista de las personas que han visitado a Jack Whitehead.

—Gracias —digo.

—De nada —sonríe. Pero sin ganas de sonreír, porque no puede, porque no tiene motivos.

Una cerilla, y se acabó…

Jack a oscuras.

Una cerilla, y se acabó…

Como Jack a oscuras, fuera…

Viendo a través de los ojos de ella:

Invierno, colapso.

Jack a oscuras.

Invierno, colapso.

Como Jack a oscuras, fuera.

Viendo a través de los ojos de ella:

1980.

Fuera, fuera, fuera.

Millgarth, Leeds.

En la puerta de la Sala del Destripador:

—¿Inspector Craven? ¿Podemos hablar?

—Claro, comisario jefe Hunter —dice.

Me alejo hacia las escaleras. Craven me sigue, cojeando.

—¿Usted tenía bastante trato con Bob Douglas? —pregunto.

—Nos veíamos de vez en cuando, ¿por qué?

—¿Y cómo le va?

—Bien, por lo último que sé de él.

—¿No se han visto mucho últimamente?

—De vez en cuando, como digo. Últimamente menos, desde que se fue.

—¿A qué se dedica?

—Creo que trabaja en asuntos de seguridad.

—¿Y antes de eso?

—Cuando dejó el cuerpo…

—¿Cuándo lo dejó?

—En el 75. Él no quería… lo obligaron.

Asiento con la cabeza.

—¿Y qué hizo entonces?

—Le dieron mucho dinero. Compró una tienda.

—¿Una tienda?

—Sí, pero nunca tuvo nada que ver con todo esto. —Señala con la mano hacia la Sala del Destripador.

—Lo sé.

—Entonces, ¿a qué viene ese repentino interés?

—Está muerto.

—¿Qué?

—Ayer encontraron su cadáver y el de su hija en Manchester.

—¿Su cadáver? ¿Qué está diciendo? —pregunta Craven, tirándose de la barba.

—Los cadáveres de Bob Douglas y de su hija.

—¿Cómo? ¿Cómo murieron?

—Asesinados.

El inspector Robert Craven se balancea adelante y atrás sobre los talones, mueve la cabeza, me mira y al momento mira por encima de mi hombro.

Giro la cabeza y veo a John Murphy.

—¿Os habéis enterado? —pregunta.

—Sí. —Vuelvo a mirar a Craven—. Estuve allí.

—Joder —dice Murphy.

—Sí.

—¿La niña también?

Asiento.

Craven nos mira:

—¿Me dan diez minutos?

—No se preocupe, Bob. Váyase a casa.

Niega con la cabeza:

—Diez minutos.

Otra vez en nuestra sala.

Al lado de la suya.

Otra vez con los difuntos, siempre los difuntos.

Alec McDonald dice:

—Tracey Livingston, Preston, sábado, 7 de enero de 1978.

Todas las miradas puestas en la mesa, en los cuadernos y en los expedientes.

—Tracey salió del Hotel Carlisle, en el centro de la ciudad, el sábado por la noche, cuando cerraron el bar. Encontraron su cadáver en su apartamento al día siguiente. Tenía treinta y tres años y tres hijos. También había cumplido condena por prostitución.

»Murió de cuatro golpes en la cabeza con un objeto que aún no se ha encontrado. Tenía puñaladas en el abdomen y en la espalda, aunque la causa de la muerte fueron los golpes.

»Alf Hill dirigió la investigación.

Silencio.

—¿Queréis que siga? —pregunta Alec.

Digo que sí.

—El domingo por la noche, su amigo Bob Jenkins pasó por su casa. Habían quedado en salir a tomar una copa. Al ver que no contestaba, se preocupó y echó la puerta abajo. Vio sangre en el suelo del vestíbulo y siguió el rastro hasta el dormitorio. Tracey estaba en la cama, aparentemente dormida. Jenkins retiró las sábanas y vio que estaba muerta, en un charco de sangre, según sus propias palabras. Los de la funeraria avisaron a la policía.

»Alf se puso en contacto inmediatamente con George Oldman, y la policía de Yorkshire envió a sus hombres. Fue una investigación conjunta, como la nuestra en el caso de Doreen Pickles.

Alec levanta la vista de sus notas.

—¿Usted estaba allí, Bob?

Craven asiente, con los ojos en carne viva.

—¿Hay algo que quiera decir? —pregunta Alec.

—Fue total.

—¿Total? ¿Qué quiere decir?

—Alf Hill montó un numerito de la leche. Se ocupó de todo: reconstrucciones, la tele, la radio, hasta organizó una puñetera sesión de espiritismo.

—¿Una sesión de espiritismo? —dice Murphy.

—Nos reunió a todos en el apartamento de la víctima con un espiritista que intentó establecer contacto con ella.

—¿Y consiguió algo?

—¿Qué coño iba a conseguir?

—¿Qué me dice de esto? —pregunta Alec McDonald. Y lee—: Se busca al hombre implicado en un incidente con una prostituta en el centro de Preston en noviembre de 1975, cuya descripción coincide con la de un individuo al que se vio recoger en su coche a Joan Richards, una prostituta asesinada posteriormente en Leeds en 1976. Un hombre blanco, de entre treinta y cuarenta años y alrededor de metro ochenta de estatura. De complexión corpulenta. Pelirrojo, desaliñado, y barba poblada en las mejillas pero recortada por debajo de la barbilla. Nariz prominente y piel rubicunda.

»Vestía una cazadora vieja y un peto azul con unos pantalones debajo. Se cree que llevaba dos anillos en la mano izquierda y puede que otro en la derecha. Tiene una cicatriz en el dorso de la mano izquierda. Se ha descrito como una quemadura que va de los nudillos a la muñeca. Es posible que tuviera un tatuaje en el dorso de la mano derecha. Tiene aspecto de trabajador y probablemente merodea por las zonas donde hay prostitutas.

»Dispone de un vehículo y se cree que entre marzo de 1975 y enero de 1976 conducía un Land Rover o un coche similar. Hay que tener en cuenta que el coche podría ser de la empresa en la que trabaja y que ahora quizá no tenga acceso a él. También es posible que se haya afeitado la barba.

»Cualquier información sobre este individuo debe comunicarse a los responsables de la investigación en Preston o en Millgarth. Fin del mensaje.

Silencio.

—¿Le recuerda a alguien que podamos conocer, Bob? —pregunta McDonald.

—¿Qué se supone que significa eso? —protesta Craven.

—¿Usted qué cree que se supone que significa? ¿Le recuerda esta descripción a alguien a quien conozca?

—Que te den —vocifera Craven. Se levanta y sale de la habitación.

Más silencio. Varios minutos de silencio.

Hasta que Hillman dice:

—¿Qué ha pasado?

—Está un poco conmocionado. —Cruzo una mirada con Helen Marshall.

Lágrimas en sus ojos.

—¿Roger? —digo al teléfono, sentado en el borde de la cama del hotel.

Son casi las once.

—Pete —dice Roger Hook, el inspector jefe Roger Hook.

—¿Un buen viaje de vuelta?

—Estupendo.

—¿Alguna noticia?

—Hemos soltado a Dicky Dawson.

—Bien.

—Lo hemos citado para el lunes.

—¿A qué hora?

—A las diez.

—¿Quién es su abogado?

—Michael Craig.

—Muy bien —suspiro—. ¿No habrás llamado a Pinderfields?

—¿A Wakefield? No. ¿Y tú?

—No, pero supongo que tendré que llamar.

—El jefe no parecía muy impresionado.

—Ya lo suponía. ¿Qué ha dicho?

—¡Qué no ha dicho! Al parecer ese tal Papps ha armado un escándalo de pelotas.

—¿Qué le dijiste?

—¿Qué podía decirle? Que interrogamos al tío y se quedó inconsciente.

—Les importa un carajo.

—No como a ti, Pete —dice Roger.

—Mal día.

—¿Mala semana?

—Mes.

—¿Año?

—De los peores —me río.

—Y que lo digas.

—¿Han encontrado algo más en Ashburys los de la policía científica?

—No.

—¿La cinta?

—Han enviado una copia a la Universidad.

—Muy bien. Te llamaré si me entero de algo.

—Ánimo, Pete.

—Adiós.

—Adiós.

Media hora después vuelve a sonar el teléfono.

—¿Hola? —digo.

Silencio.

—¿Hola?

Silencio.

—¿Quién es?

Silencio.

No digo nada.

Cuelgan.

Media hora después llaman a la puerta.

Abro.

No hay nadie.

Sólo un pasillo vacío, en silencio.

Recorro el pasillo hasta el final.

Pero no hay nadie.

Nada.

Vuelvo a la habitación y suena el teléfono.

—¿Hola?

—¿No puedes dormir? —Es Joan.

—Ya ni lo intento.

—¿Qué? ¿Dormir?

—Sí.

—Sólo quería darte las buenas noches.

—Gracias.

—Te quiero.

—Yo también —digo.

—Adiós entonces.

—Adiós. —Cuelgo.

Una cerilla, y se acabó…

Jack a oscuras.

Una cerilla, y se acabó…

Como Jack a oscuras, fuera…

Viendo a través de mis ojos:

Invierno, colapso.

Jack a oscuras.

Invierno, colapso.

Como Jack a oscuras, fuera…

Viendo a través de mis ojos:

1980.

Fuera, fuera, fuera.