Rogar, rogar, rogar
Según me han contado, los negratas entraron.
Eric estaba sentado, viendo los putos Cantos de Alabanza, de espaldas a la puerta, y el jefe de los negros se acercó por detrás, le agarró del pelo y le rebanó de oreja a oreja. Después se prepararon un sándwich, cagaron y esperaron a que la mujer de Eric volviera a casa.
Tan tranquilos.