LAS MANOS ARRUGADAS
Se acercaron al agua bendita dispuesta en la fuente circular, cubriendo la escalinata conducente. La logia de los caminantes grises trataba de eliminar todos sus cansancios, miedos e impurezas con su ayuno matutino luego del tremendo pecado acaecido tras la ejecución sin autorización de su máximo líder. Sin embargo, algunas manchas seguían cerca de ellos y pensaban que eran destellos.
-Había tantos libros, escribió Melzer Laurens. Incluso los seleccionados eran tan extensos. Con ellos compilados la biblia habría sido una puerta. Debería el hombre empujarla en lugar de llevarla en su mano. Nadie hubiese respetado un libro tan grande y pesado. Me pregunto si nuestra poda llevará más espinas que frutos-dijo Augusto Ricci.
-El fuego pudo llevarse nuestras salvaciones y esperanzas-dijo un miembro de la sociedad secreta, entre los piares de las aves y el borbotear calmo orquestado por los vertederos de ese templo sagrado.
-También obsesiones y conflictos sin fin-completó otro.
-Querubín ya sabe que el tiempo de mirar desde lejos está llegando a su fin. ¿Los elegidos han caminado lo suficiente? ¿Podremos subir los peldaños restantes por nuestros propios medios?-dudó una siguiente mano, introduciéndose en el agua límpida, acción con la cual dibujó una galaxia de burbujas internas. Entre las columnas del arco del anfiteatro, se percibían los rostros de los apóstoles, los santos y los profetas.
El cielo, según los sonidos, parecía poblado de aves y de cúmulos nimbos, poco a poco el agua empezó a sembrar un mapa de pálpitos gracias a la visita de gotas ajenas.
-¿Cómo sabemos que Querubín no continúa bajo los intereses de tu padre, Augusto? Sabemos que el querubín y la logia de los caminantes grises son como ave y jardín, lo visita pero no necesariamente pertenece a él-adujo el miembro más viejo de la sociedad secreta. Sin embargo, los sonidos y los colores matizados de ese santuario no beneficiaban la concepción proyectiva del grupo.
-Antes solo el líder de la logia podía visitar este santuario, pero desde que asumí al mando todos tienen derecho a compartir este lugar de reflexión y armonía. La logia de los caminantes grises debe ir más allá de los intereses de la curia si deseamos que la historia haga algo más que llenar páginas blancas en los libros. Querubín tendrá sus pasos, nosotros los nuestros-vaticinó Augusto Ricci, retirando su mano del agua. Entretanto, los bloques marrones del solar mostraban sus ranuras y grietas, producidas por el paso del tiempo. Incluso debajo de los límites del santuario circular, se veían algunas nubes viajando como alfombras en sueños imperturbables. Había tanta altura en ese sitio que el paso significaba la arremetida corrida y el agua se tornaba turbia, adquiriendo un aspecto grisáceo.
-Dios aquí, en este lugar, miró el mundo que creó y luego pensó que los animales no eran suficientes, de modo que hizo al hombre y a la mujer. Nosotros tuvimos la soberbia de agregar que fue a su imagen y semejanza, con el afán de inspirarnos pero en lugar de eso nos sentimos privilegiados y nada después de ello tuvo arreglo-aseveró Augusto Ricci, aún con la capucha poniendo capas de sombra sobre sus ojos y sobre su nariz. La razón no obedecía a ocultar la fiereza de su rostro a los semejantes, su rostro era casi lampiño, la razón era que el sol podía llagarlo y quemarlo de tanto que vivía en catacumbas y oscuridad, sin contacto con el mundo exterior.
-La locura, hermano Ricci, no vuela sola. El dolor y el fracaso traen paja para su nido. Este lugar tiene un borboteo permanente, aquí él vio el mundo antes de darnos la vida. Apenas puedo moverme y respirar, solo 10 personas en toda la historia de la humanidad han pisado esta cima y visto lo que él vio pero nadie hizo lo que pudo hacer. Crear lo que faltaba, aunque muchas veces debió vernos como sobras después de nuestros pueriles actos-se auto-flageló otro miembro de la logia, azotándose la espalda con el látigo de ocho varas.
-¿Por qué sintió que faltaba algo? Desde aquí veo todo completo y sereno, verde y propio, no gris y arruinado. ¿Por qué hizo algo más? Es lo que no logro comprender. ¿Por qué al verde de la vida lo sometió al gris de nuestro ambicioso progreso? ¿Qué es? ¿Un juego o una prueba?-dudó el hermano Ricci-Yo, al ver lo que él vio, no hubiese hecho nada más. Sin embargo, él lo hizo y tal vez por algo más que el hecho de que se sentía solo y necesitaba semejantes con los cuales medirse para determinar su grandeza. Tal vez no nos creó, tal vez estalló y aparecimos nosotros dividiéndose así en sus cales y arenas. Tal vez somos piezas de un gran rompecabezas cuya imagen final se verá después de la muerte de todos nosotros-complicó Augusto Ricci.
-¿Somos las sobras que el creador se despejó para estar apto para un mundo superior, sobras que después dejó a su antojo, libradas al azar? ¡Retráctese, hermano Ricci!-aseveró el más viejo de los miembros. No obstante, fue sujetado por otros e introducido en el agua, situación que lo envolvió en un tormento de pataleos y berrinches.
-Debemos aceptarlo. Nos abandonó. De nada sirve esperarlo. Un herrero, cuando se quedó sin clavos para herrar al burro, deja que el burro ande con parte de la herradura suelta y ese burra sin dudas que tendrá más desventajas que los otros. Debe haber comprado otros clavos y los siguientes burros tener más suerte que nosotros. Todo el nivel de corrupción, dolor y decadencia señala que no va a comprar los clavos que faltan a nuestra herradura, sino que se cansó de ser herrero y ahora se dedica a otra cosa. Él es maravilloso y todo-poderoso. ¿Acaso a nosotros nos interesa mejorar la vida de las larvas? No, no nos interesa. Cuando estornudamos, cuando vomitamos, cuando lloramos, creamos millones de seres micro-vivientes. ¿Acaso nos fijamos a ver como les va? No, no nos interesa. Se las arreglan solos-expresó Augusto, viendo como su mano blanca adquiría líneas rojas con los besos del sol naciente, dilatándose las mismas como telarañas en un techo de una casa deshabitada o la insensibilidad en un corazón que dejó de creer, pues si las emociones son muebles nadie puede dudar que la fe es la madera. 
El miembro viejo de la logia sacaba su cabeza del agua y escupía chorros marrones.
-Tiene bondad, caso contrario nos hubiese destruido con su poder. Nos está dando oportunidades, quiere ayudarnos pero sin cambiarnos. Por eso parece que espera y demora más tiempo. Sigue herrando sobre la herradura del burro, tal vez le faltan tres clavos y cada clavo sea un milenio para él, como la vida de un mosquito es un día para nosotros. Sin embargo, sigue herrando. Sigue siendo herrero, no le interesa ser otra cosa, hermano Ricci-acentuó el más viejo de la logia, cuya cabeza volvió a ser apretada sumergiéndose de forma estrepitosa e indeseada. Apretó los dientes y sintió sus cabellos albos raspando sus mejillas. En tanto, su hígado y riñones se hinchaban golpeando sus costillas como recaudadores ante inquilinos que fingen dormir la siesta.
-Somos tan necios. Si no nos gusta lo que leemos, ¿por qué no escribimos lo que necesitamos? Hemos pasado tantos contratiempos, penurias e injusticias, debe florecer sabiduría y virtud después de eso. Escribiremos un tercer testamento, que consistirá en la crítica a los otros dos y en la propuesta conducente a la creación de un mejor tercer humano pero necesitamos la rúbrica para que nos crean. Borraremos lo que hay en el viejo apócrifo y plantaremos nuestro tercer testamento bajo el nombre de Jesucristo que reemplazará los mensajes incompletos de sus cuestionables y cobardes discípulos que le abandonaron en el momento más importante sin ayudarlo y hasta negándolo. Yo hubiera muerto con él, conmigo habría habido 4 cruces y no 3 en Golgota-confesó Augusto con una luz afiebrada y lechosa en sus ojos- Escribiremos nuestra versión de una sociedad perfecta y utópica bajo el nombre de Jesucristo tras describir el último apócrifo que será presentado como el tercer testamento: la voluntad de Cristo. Nadie podrá negarlo, por la autenticidad de ese papel, por la longevidad del mismo. Podremos presentarlo al mundo. Haremos algo que la logia de los caminantes grises nunca hizo; dejar su voz-prometió Augusto Ricci, con su nariz engarfiada y azulada, mientras observaba como las nubes desfilaban entre los riscos milenarios, a esas trepidantes alturas. Cuatro pincelazos, él de niño arrodillado delante de la columna mientras los grandes señores conversaban y bebían vino en la mesa, un Augusto joven metiendo las manos en el agua humeante sin gritar y un viejo abriéndole la puerta, un adulto encendiendo 3 velas en un candelabro, tres niños calvos muertos a sus espaldas con manchas de lepra, sus hijos, sin derecho a ver el sol, enfermándose con la suciedad de las cavernas al lamer gusanos, su padre en la mesa bebiendo y riendo, el agua de una tina abandonando la transparencia por una manifestación oscura-aceitosa en sentido serpenteante desde el fondo, su alma después de las tres velas encendidas en el candelabro. El odio matando la deferencia a la tradición. La mano del díscolo sacerdote se abrió dejando que flote una flor amarilla, mientras sus sandalias dejaban de subir y bajar como los miedos y las vacilaciones en quiénes solitariamente (y en silencio) se despedían de la mediocridad impuesta.
En un hotel de Jalisco Gretel Sankief durmió en la misma habitación de Gregor, yendo este en pijama hacia el espejo, a proceder con el acto de afeitarse, pero esta vez sin la ayuda de la terapeuta. El agua nadó por su barbilla, muy caliente, ablandando el pelo sobrante. Suspiró y jadeó como si diez lanzas lo rodeasen, cerró y abrió los ojos muchas veces, mientras boqueaba como pez fuera del agua. Tal era su desesperación y desdicha, no obstante volvió a empaparse de nuevo y luego agitó el frasco con la espuma, la cual roció proporcionalmente. Finalmente, vio la afeitadora manual y cerró la puerta. El reloj de esa habitación esquió desde las 2 hasta las seis de la mañana. Una torcaza se acomodó en la cornisa del balcón, en busca de las semillas que solía distribuir la mucama. La luz entraba por las ventanas pero nada aseguraba que despertasen a esa hora, Gretel, en su cama, se dio media vuelta con el libro abierto hasta la mitad. El grifo, con su solitaria gota, besaba una vieja taza de café. La cama de Gregor seguía desarmada, poco a poco las sombras empezaban a disiparse revelando la identidad de los retratos imitaciones de Monet, dispuestos en las paredes del cuarto. Gretel abrió los ojos, cruzando el brazo levemente, sin deseos de sentarse aún en el sofá. Observó hacia los lados, descubriendo que Gregor no estaba en su cama y que el día ya empezaba con la estocada del amanecer. Las alacenas, que recordó cerradas, estaban abiertas. Seguramente Gregor buscó algo. A su vez, la torcaza agitaba sus alas y se iba del mosaico del balcón. Ya no había más semillas, sentada, Gretel se colocó las pantuflas sintiendo un globo de ansiedad y culpa dentro de su garganta. No obstante, dio dos pasos sobre la alfombra y cerró ese grifo pero la canilla seguía goteando. Al menos corrió la taza a fin de evitar ese chillido tan horrible, aunque el chapoteo sobre el acero del fregadero no estaba tampoco para el aplauso. Los pómulos de Gretel empezaron a arder, arrugó su nariz y enseguida se dirigió al baño, en el cual abrió la puerta; viendo manchas rojas entre las baldosas. Había muchas, no eran gotas aisladas, eran charcos concentrados, en tanto el fregadero tenía pelos de barba. Todo lo que podía imaginarse no la conducía lejos de la angustia, quiso seguirla por sí mismo, ¿por qué no la despertó? Vio un cuerpo grande sentado, con el mentón en el hombro izquierdo, ilustrado tras la cortina de baño. La sangre seguía reptando por entre los azulejos.
-Oh, no, oh, no, no debí cerrar los ojos primero, fallé, soy, soy-dijo Gretel, rasguñándose los dientes mientras chocaba el codo contra el colgador de toallas. En tanto, sus pantuflas enrojecían.
-Rascabas todos los tarros pero no encontrabas más que vidrio, te entiendo, no te respeto, pero te entiendo, Gregor, créeme que sí-continuó Gretel, dirigiendo su mano hacia esa cortina amarilla, a la cual no se atrevía a correr. Había pasado mucho tiempo. Vio una mancha negra en el techo, tragó saliva y cerró los ojos.
-El mundo no supo ver lo que yo vi, amigo, la vida ya no será lo mismo sin ti, hijo-expresó Gretel, con el Niágara en su rostro. Corrió la cortina amarilla y vio el cuerpo de Gregor, con un ojo rojo en la costilla, mientras un serafín, sin ninguna mancha, seguía en las manos de Gregor, que agonizaba en silencio. Al parecer el cuello del secuaz de Querubín estaba fracturado como una canasta pisada por un elefante. En tanto, el cuchillo conservaba la sangre. Preocupada, Gretel le zarandeó el hombro, Gregor estaba mitad afeitado, mitad barbudo.
-Vi lo que pasó con el anciano de ojos celestes después de que detuvo su auto frente a una cabaña muy aislada, en un bosque espeso-expuso Gregor. Gretel, sin decir nada, se sentó y tomó sus manos.
-Estaba congelado, me invitó a ella con una sonrisa que no mostraba sus dientes, sus ojos brillaban más por eso, tenía muchas tazas y vasijas con dibujos de galeras, un coleccionista-siguió Gregor, abriendo los ojos, mientras encendía el encendedor sobre el algodón azufrado, cauterizando su herida.
-Puso música clásica, al principio cenamos en silencio pato a la naranja. Luego sacó unos libros y me habló de ellos. Nunca me tocó, nunca trató de desvestirme. Sin embargo, se quedó dormido en el sofá y me dejó viendo televisión en un canal de dibujos animados. Asustado, empecé a correr lejos de la cabaña y me perdí en el bosque. Mi abuela siempre decía que llevara monedas en los bolsillos: al llegar a la carretera, subí a un bus y me alejé para siempre de ese anciano. Al día siguiente leí en el diario que habían asaltado al anciano y que lo habían matado mientras él dormía. No sé que buscaba de mí, pero nunca se lo di. ¿Quería ser mi padre, quería profanarme? Nunca lo sabré. Años después, visité esa cabaña siendo joven. Llovía muy fuerte y esa cabaña me protegió. Habían robado las vasijas de platino y las tazas de oro. El sofá donde el anciano se quedó dormido, ahora era mordido por las ratas. ¿Qué querías le pregunté? Pero las paredes no me respondieron, tampoco el techo y las puertas, menos las ventanas. Nunca entré al pasillo conducente a la habitación, pero en lo que alcancé a ver antes de que este serafín me apuñalara la costilla por la espalda y me sacara del trance, yo caminé hacia ese pasillo oscuro en busca de la verdad. No puedo morir ahora, quiero saber si ese anciano quería ayudarme o destruirme. No puedo morir sin saberlo-repuso Gregor, gruñendo, tras humear el algodón, incorporarse y dejar al serafín que había aniquilado al quebrarle el cuello como si fuera paleta de helado.
-Sigue saliendo, Gregor-repuso Gretel, en alusión a la sangre.
-Su estocada es una obra maestra. No me queda mucho, Gretel. Cuesta respirar aquí, voy a sentarme un rato- 
-Aquí queda más espuma, Gregor. Aféitate el resto-pidió Gretel, haciendo ese trabajo por él. Gregor cerró los ojos y sonrió. La navaja descendió.
-Sigo caminando por el pasillo oscuro, la habitación del anciano parece inalcanzable como una galaxia. Sin embargo, me detengo. Dudo. No quiero llevarme otra magra sorpresa. Pero sigo caminando y al fin abro la puerta. No encuentro nada extraordinario en esa habitación: una cama, un ropero, una alfombra y una mesita de luz. Me siento en la cama, abro el cajón de la mesita de luz y encuentro algo-
-¿Qué, Gregor?-
-Tres cosas. Una fotografía de ese anciano cuando era joven con un niño, una carta que dice que el anciano es estéril y otra carta que dice que un niño hace 30 años murió de leucemia, un niño adoptado por el anciano. Quiso intentarlo después de tanto tiempo, no era como yo pensaba, mi padre me vendió a él-
-Sale negra, es el hígado. Debemos ir al hospital, Gregor. ¡Al diablo con el apócrifo!-
Gretel llevó a su hijo de otra vida a una clínica especial, sin sonreír al ver que las habitaciones de Radok, Thomas y Kent estaban vacías, en tanto había unas esposas, por lo que Kent había sido liberado. No obstante, debía preocuparse por Gregor que era llevado en camilla para una intervención de urgencia:
-Puse transistores en ellos sin que se dieran cuenta. Los encontraremos. Puedo durar para ayudarte hasta el final, confía en mí, Gretel-
-Siempre, Gregor, siempre-
Los doctores no hablaron mucho con Gretel pero Gregor estuvo allí hasta el anochecer. Quería decirle muchas cosas, destacar su valor para el tratamiento pero no la dejaban verlo. Por consiguiente, se mordió las uñas y se sentó a esperar. Muchos, en un idioma que no entendía, se quejaban de la falta de agua y toallas en el hospital, mientras iban y entraban personas, contaminando el aire de un tufo repugnante e irrespirable, ocasión que obligaba a Gretel a taparse la boca con un pañuelo, por temor a un virus intra-hospitalario, con el bocio ladeando en su garganta hasta acariciarle la campanilla como trozos de una lombriz regurgitando en la boca de un ave, raspándole el asco.
-¿Es su hijo?-preguntó una enfermera.
-Sí, lo es-respondió Gretel.
La enfermera no dijo nada más y se fue con su carrito en el que llevaba comida y elementos para las habitaciones. Tres pacientes gritaban, pidiendo ayuda. Los doctores pasaban con sus cafés e introducían monedas en las maquinas para los sobrecillos de azúcar. En tanto, enfermeros ingresaban con jeringas con sedantes para tranquilizar a esos gritones. El mundo tenía una mecanización, un guión de hierro por el cual Gretel ya no creía ni en el despertar ni en el dormir, esas dos acciones, tan esenciales, se transformaron en subir y bajar la perilla, sin sentido alguno, de on a off. 
-¿Qué ocurrió, doctor?-
-El hígado apenas fue rozado. Es increíble pero su exceso de peso le salvó la vida, el tejido adiposo amortiguó la trayectoria del arma blanca con la que fue dañado, de todas maneras perdió mucha sangre y le estamos haciendo una transfusión. Atendemos en esta clínica casos urgentes, este hospital es para mejicanos, no para extranjeros, Gregor tendrá que continuar su tratamiento en un hospital privado, hicimos una excepción para él debido a la urgencia del caso-
-¿Puedo ir a verlo?-
-Está consciente. No deja de preguntar por usted-
Sin pedir permiso, Gretel ingresó por el pasillo oscuro a buscar su verdad detrás de la puerta con luz.