EL AGASAJO
No se hizo esperar. Lo llevaron a un restaurante discoteca, del que no podían probar ni la mitad de las cosas. No obstante, Huong Kio Sei, el historiador que más conocía sobre el linaje de los Ten, se sentía a gusto. Invitó a su esposa, a sus dos hermanas, a sus tres cuñados y a casi toda su familia. Radok de nuevo tenía que financiar, según lo indicado por el sorteo. Ese maldito de Huong no quería soltar la lengua pero demostraba saber bastante de los Ten. No obstante, en un sentido del oportunismo, quería darse un gran banquete y los bolsillos de Radok ardieron bajo tal circunstancia.
-¿Jin Lao Ten? No es un tema para hablarlo en medio de esta fiesta. Acompáñenme a la sala de fumadores, hay paneles privados. Son dos pisos-dijo el maldito.
   Lo siguieron abandonando a los demás con la comilona y levantando el dedo para pedirles más a las simpáticas meseras que andaban con 20 bandejas en cada mano, debiendo ser pulpas sin serlo. Nadie entendía cómo podían avanzar con esas patinetas. Por entre los conos azules se veían las burbujas blancas subiendo por esos cilindros decorativos, en tanto había mujeres de 20 años, vestidas como colegialas, bailando por unas monedas en las tarimas tras deslizarse por esos bruñidos caños de aluminio. Tomando el ascensor, ya que las escaleras estaban abarrotadas, lo siguieron. Radok se quedó y dijo que se quedaría para controlar los gastos de la familia de ese historiador chino de la dinastía Ten.
-Los Ten-dijo Huong, encendiendo un cigarrillo-Siempre fueron asesores y consejeros de los líderes Ming. Se destacaron mucho en política y negociación, pero nunca tomaron las decisiones y participaron de procesos bélicos-
Las compuertas del ascensor, abiertas, dieron entrada a la sala de fumadores. Tras unos biombos, se sentaron y aguantaron el humo de ese sujeto pese al griterío proporcionado por los adolescentes envueltos en la música tecno con los arcoíris propiciados por los rayos electrónicos, originados por los focos retráctiles, instalados en las vigas del armazón.
-Jin Lao Ten, el pirata. Esa es una de mis historias más fascinantes. Navegaba un navío con forma de dragón. Siempre decía que tenía un amuleto, un libro del que no entendía ni una sola palabra. Un libro que le evitaba diluvios, maremotos, monstruos, flotas del imperio. El pirata con más suerte en toda la historia. Nunca se deshizo del libro-sonrió Huong, absorbiendo el cigarrillo tras pitarlo con profundidad y mirar el cenicero de cristal con forma de estrella en la mesa de vidrio polarizado, mientras el anillo de humo se dilataba incomodando a todos sus interlocutores-Robó el maldito lo suficiente como para que él y su tripulación pudieran retirarse. Nunca se deshizo del libro-sonrió Huong, cerrando los ojos y luego borrando su rostro amistoso, por uno batido entre la pena y el enojo-Pero si se deshizo de su ambición. Se retiró en Bombay, adoptando un nuevo nombre, Kei Lo Wan. Sin embargo, ese maldito libro no pudo comprarle la suerte eterna. Un día se quedó sin monedas, unos bandidos asaltaron la abadía de Kei asesinándolo y luego tras revisarla, los peritos descubrieron que era el pirata, Jin Lao Ten. Famoso en esa época, pero como no hizo masacres y degeneraciones no quedó para la posteridad y la historia. Robaba, no mataba. Quería hacerse rico, no ser temido. Seguramente querrán saber que es hoy su abadía: una maldita fábrica textil. No dejaron nada de nada. ¿Cartas personales? Jin Lao Ten odiaba escribir. Su parche, su pata de caoba y su sable con sus inscripciones permitieron a los peritos de ese entonces descubrir sus verdaderos orígenes-
-¿Cómo se llamaba el barco pirata de Jin Lao Ten?-preguntó Gregor.
-Twe Ilhar. Significa Ola de madera-
-¿Qué pasó con él?-
-Su mampostería la usó para construir un pequeño puesto de venta de pescado, que fue destruido por un tifón, en 1614. En tanto, las cuatro vigas de armazón fueron vendidas a una sola persona: usted, señor, piensa que Jin Lao Ten, por su radicación en la India, tenía intereses budistas, por eso, lejos de los lamas, su familia lo descastó impulsándolo al crimen y a la piratería. Más cuando se reformó regresó a la india a disfrutar de su religión. Toda esa cuna de deducciones que tiene en su cabeza, señor, no son basura, son ciertas. Jin odiaba la cultura yogui por su veneración del yo y amaba el budismo por su desindividualización. Tuvo muchas discusiones con su padre y escapó de casa. Sirvió primero a un bucanero, llamado Qui Sar, sanguinario, asesino y violador de niños. Quiso dejar de servirlo y regresó a su familia a robar algo de valor con lo cual ganar dinero y empezar a tener su propia tripulación. Al parecer iba a vender ese libro extraño a algún coleccionista pero encontró en la bahía de Lan Dei un barco completo, a su disposición.
-Vaya al grano-pidió Gregor, a Huong, ávido en los circunloquios.
-Muchos prefieren creer que volverán a que irán a alguna parte que no conocen, aunque la llamen paraíso tiene algo tétrico: el miedo a lo desconocido. Los budistas creen en la reencarnación. De modo que tienen que agradecer la suerte y compartirla con otros para merecer otra vida y no quedar afuera del círculo de la existencia. Por tanto, Jin, convertido en budista, dejó el libro en una de las cuatro vigas de la armazón. Luego vendió esas vigas para que otra persona tenga suerte y mejore su existencia, de ese modo cumplía con la ley del brhama. Estoy seguro de tres cosas; ustedes buscan ese libro, Jin no lo tuvo en su abadía de Bombay por qué se le acabó la suerte y ese libro solo podía caber en las cuatro vigas del armazón vendidas a una sola persona. Les diré el nombre y la nacionalidad, pero para eso ustedes deben firmar un contrato en él que se comprometen a darme el 20 por ciento de todos los beneficios que generen los resultados finales de la investigación. Sé que son más que turistas curiosos, sé que son investigadores destacables del mundo académico europeo. Kent Laughton, el antropólogo e historiador de la dinastía de los benedictinos.
Al que desplumé, Radok Tchaikosky, sociólogo, antropólogo y estudioso de las sociedades secretas vinculadas al Vaticano. Y usted, Thomas Hortmanen, filósofo, escritor, historiador y arqueólogo, persona que domina más lenguas muertas en todo el mundo. Son celebridades, no para los demás pero si para mí que estoy en el ambiente. Sé que van tras algo grande y quiero un trozo del pastel-explicó Huong, quitándose el cigarrillo para abollarlo en el cenicero. Al final Jin Lao Ten había guardado el apócrifo en una de las vigas del armazón de su navío pero solo ese enano, con rostro de rana y sonrisa de rata, sabía quién había sido el comprador. Por supuesto que en ese restaurante discoteca, costaba concentrarse entre tanto humo y olor de sustancias extrañas. Sobre todo sumado al griterío y bullicio general de los adolescentes, accediendo al ridículo y la bravuconería por sus exacerbadas necesidades de aceptación y aprobación.
-Desde luego todo será finiquitado con presencia de mi escribano. Siempre donde está usted, señor Hortmanen, saltan tiburones-continuó Huong.
   Conscientes de que la conversación no necesitaba extenderse más, asintieron y se retiraron con el historiador asiático. Sabían que pagarían peaje en algún momento, desde luego Thomas Hortmanen no ignoraba ese tipo de situaciones durante las investigaciones. El mundo académico refutaba su limitación a los hechos, en sus ensayos de escasa valoración e interpretación personal. Sin embargo, Thomas amaba más interpretar el contexto político-económico actual, gusto por el cual recibió muchas amenazas y al ser inhibido en esos tópicos, empezó a mezclar su subjetividad en los relatos históricos poniendo algunas suposiciones como hechos verídicos sin que los comunes se dieran cuenta pero los avezados no tardaron en denostarlo y aislarlo de los círculos, a los cuales desde luego no quería asistir. De todas maneras, algunas cosas se sabían pero no se podían probar en el mundillo de las leyendas urbanas. Por esa razón, a pesar de los regaños académicos, siguió con ese ímpetu de aseverar lo no cien por ciento factible, evento que le hizo dejar de formar parte de la sociedad europea de antropólogos y lo condujo a ejercer la docencia en una universidad pequeña donde iban los casos más preocupantes, los no becarios. No obstante, la suposición no era ni subjetiva ni objetiva, era probabilística y tenía amparo en un dato verídico desde el cual había un trampolín hacia la teorización que no era ciertamente un delirio sin anclaje en ningún hecho previo conducente a la inferencia.
Escribió algunas novelas con las cuales ganar algo de dinero, pero su rigor académico y su exceso de inclusión de tecnicismos generaron dudas en las editoriales, que rechazaron sus productos ficticios en donde explayar sus teorías sin tanta reticencia. Resignado, creó un sitio web pero tampoco tuvo muchas visitas y otra vez volvió esa chatura de limitarse a los hechos que tanto había repudiado. No había nada de él en los ensayos, no era un escritor, era un transcriptor. Una vez que las cuatro personas se metieron al ascensor, en un lugar se despejó el humo azul fantasma revelando a Rabah Al Reiji.
-Quieren levantar una montaña con sus manos, eso es tan inútil como respetable-observó uno de los discípulos de Rabah.
-Los cristianos aman demasiado sus nombres, por eso los principios no vuelan más allá de sus dichos-opinó Rabah, sin probar nada, viendo la decadencia de la cultura oriental con la vida de la tecno-disco-La telaraña del imperialismo occidental llega a todas partes, consumo y consumo, ignorancia e ignorancia, ya no viven, sólo funcionan produciendo mucho y consumiendo más en un destino por demás deshonroso-
-Alguien más aparecerá a borrarlos de los ojos del gran Alá en cuanto encuentren lo que están buscando. Sugiero ser los últimos en aparecer en escena-prosiguió el discípulo.
-Le referiré una breve parábola, discípulo mío. Aunque haya carne muerta cerca, los leones no se acercan si ven escorpiones. Los fantasmas de esos cristianos ya saben de nosotros. Deben estar observándonos en estos momentos. No bebamos, no comamos nada, no respiremos si alguien camina cerca, contengamos el aire durante 60 segundos hasta que se disipe la ponzoña, no dejemos que nos toquen. Las sombras atacan después de la belleza, no lo olvide-repuso Rabah, mientras sus discípulos observaban el meneo de las adolescentes asiáticas con sus faldas cortas, los globos de chicle ascendiendo a partir de sus bocas pintarrajeadas y sus blusas apretadas.
-Entonces, Gran Rabah, primero enfrentaremos a los cristianos y luego a sus fantasmas perseguidores-
-Decir lo que todo el mundo ya sabe enfada al destino. No vuelva a hacerlo, discípulo mío. Alá tiene la verdad en su mano derecha y la muerte en su mano izquierda. Y las dos rosas son rojas-