EL
EDIFICIO
No tenía sótano y los investigadores
autorización para revisar por debajo utilizando el sistema séptico.
Sin embargo, no necesitaban un papel para avanzar pero si unas
mascarillas para no vomitar. Gretel, por su edad, pensó que había
tomado una mala decisión al indagar por debajo de ese lugar.
-Las carboneras tienen mucha madera y corren
riesgo de incendio. Debió tener Santiago Cruz un sótano en donde
guardar sus cosas importantes. Oh, cielos, esta cloaca. Me hace
pensar en mi vida, sin familia, sin amigos, pudriéndose poco a
poco, hasta no dar más, es demasiado, necesito un respiro-acotó
Gregor, jadeante, tras apoyar sus manos en sus rodillas. Gretel le
sujetó los hombros y le dijo:
-Yo te quiero, Gregor. Eres algo más que un
paciente para mí. Eres mi amigo-
Gregor siguió caminando con la linterna, al
poco tiempo divisó una zona de túneles, dos umbrales con forma de U
invertida se abrían ante él semejando a la boca de un dragón.
Gregor y Gretel fueron al de la izquierda, Thomas, Kent y Radok al
de la derecha. Gretel empezó a toser debido al moho acumulado en
los depósitos de sedimento.
-No debiste entrar aquí, debiste esperar en
el auto, tienes 75 años-
-No he vivido, Gregor. Siempre toqué más
libros que personas y vi más bibliotecas que estrellas. Necesito
aventuras, no quiero mirar atrás y pensar que sólo fue cloaca, no
eres el único en la cloaca, no lo eres, amigo-tosió y vomitó
Gretel, tomándose la rodilla, mientras su pantalón, del
estiramiento, parecía crujir.
-Me refugié en mi carrera profesional para
no ver y enfrentar mis limitaciones afectivas. Tengo miedo, Gregor.
Toma mi mano, por favor-
-¿Tratas de presentarte vulnerable así veo
la oportunidad de protegerte y elevo la autoestima? ¿Es una
actuación, parte de la terapia?-preguntó el detective, con ceja al
sudeste y ceja al noroeste.
-Estoy hablando en serio, Gregor. Odio a las
ratas, les temo, ¡me dan asco! Escucho sus chillidos por todas
partes, en cualquier momento ¡veré una! ¡Tápame los ojos, por
favor! ¡Quiero escucharlas pero no verlas!-
Gregor asintió y obedeció. Al poco tiempo,
acercándose con Gretel al paredón, empezó a rascar el ladrillo con
el cincel. Luego, entre las abundantes goteras y los constantes
chillidos, arrugó la nariz mientras las ratas rozaban sus zapatos.
Había un río de esas cosas grises, largas y peludas.
-No, argamasa, concreto, no es aquí. Sigamos
caminando-informó.
-Debí trabajar menos, dedicarme más a mi
hija, ella ya no está-
Gregor asintió y permitió que Gretel siga
hablando, no le molestaba invertir roles de vez en cuando en una
balanza que creía absolutamente muy despareja.
-Ella, individualista y superada, era tan
parecida a mi ex esposo. De alguna forma, hice una transferencia.
La traté como me hubiese gustado tratarlo a él, ignorándolo y
dejándolo solo. ¿Cómo tardé tanto en darme cuenta?-
-Estamos en España, hace más calor, pensamos
rápido, es un buen lugar para dejar el pasado-opinó Gregor,
bamboleando su linterna, con el puente de luz entre ratas que
rascaban los primeros ladrillos tras pararse sobre los zócalos. En
breve el detective arrugó su nariz y dijo:
-Sedimento, sí, estamos cerca de sedimento.
Vayamos por aquí-arengó, mientras sus botas pisaban charcos sobre
los cuales abundaban las burbujas amarillas y los excrementos
verdosos.
-¿Puedo abrir los ojos?-
-Aún no-respondió Gregor, mirando a las
ratas.
-Pero no escucho los chillidos-
-Están comiendo papelitos y basura-describió
Gregor.
Dejaron de pisar el agua y la materia fecal,
adentrándose a un nuevo túnel. Gregor se dispuso a picar.
-No hay argamasa aquí, una suave capa de
concreto y ahora adobe, viejo adobe. Aquí está el viejo sótano de
la carbonera administrada por Santiago Cruz. Vamos a ver que
encontramos en él-
-Gregor, quiero decirte algo muy importante,
tal vez para ti sea una tontería pero para mí es muy
importante-
-Adelante, Gretel-
-A veces…bueno…me gustaría tener 30 años
menos para ya sabes…tú y yo…digo…no por vanidad, ¿nunca pensaste
que lindo sería para mí, Gregor, que Gretel tuviera 30 años
menos?-
-No sé que decirte, Gretel. Nunca te vi de
esa forma. Para mí el tiempo es el tiempo y nunca imagino
posibilidades que nunca ocurrirán, voy a los hechos concretos. No
tienes 30 años menos, así que no puedo verte de esa manera pero si
he pensado ojalá mi madre hubiese tenido al menos un racimo del
gran parral de Gretel-explicó Gregor, con su pico, arqueándose una
y otra vez para formar un hueco en la pared y acceder al
polvoriento sótano de la vieja carbonera, henchido de telarañas y
con el techo pronto al derrumbe.
-Quédate allí, Gretel. No hables por unos
segundos. Esto puede caerse al menor ruido o movimiento-pidió
Gregor.
Todo el lugar era una
fiesta de crujidos y rechinamientos. Agazapado, el detective palpó
la escalera, la cual estaba derruida por los roedores y las
polillas, deshaciéndose como arenilla. Al poco tiempo vio una
especie de barril pero este tenía una puerta y un candado: era un
mueble con forma de barril. Le llamó la atención y con un ácido
especial, extraído de una gotera, pudo abrir la puerta de ese
mueble, encontrando un libro, en el cual estaba la lista de
ingresantes a la carbonera regida por Santiago Cruz. Con brincos
veloces- precavido por la caravana de crujidos- Gregor Piorzeneki
se alejó mientras una lluvia de rocas y escombros tapaba aún más el
viejo sótano.
-Sigues llorando, Gretel. ¿Qué puedo hacer
por ti?-preguntó Gregor, con el libro bajo el brazo.
-Bésame-pidió Gretel.
Indeciso y timorato, Gregor besó su
frente.
-No allí, tonto. ¿Acaso no comprendes la
relación entre la presencia de peligro y la necesidad de
afecto?-
Sin pensarlo demasiado, Gregor
preguntó:
-Es ¿sólo un beso, un capricho, después no
me pedirás más, verdad?-
Gretel asintió. Gregor la besó en los
labios, las bocas se enroscaron mientras las mejillas se hinchaban
y los brazos se cruzaban sobre los cuellos, para tomar los cabellos
con las manos, en una clásica postal de reencuentro infinito. Se
despegaron los labios y suspiraron las bogas tras deshincharse las
gargantas coloradas.
-¿Fue tan malo?-
-No, no fue tan malo-
-¿Por qué él no fue como tú, Gregor? ¡Me
siento tan mal!-
-¿Seguro qué esto no es parte de la
terapia?-
Gretel movió la cabeza de lado a lado,
Gregor la abrazó poniéndole la mano derecha en la espalda para que
Gretel hunda su cabeza en su pecho mural. Se sabía que algunos
terapeutas fingían tener problemas para que los pacientes los
ayuden, los mejoren y recuperen así sus alicaídas autoestimas
elevándolos, vernácula inversión de roles, pero no parecía ser el
caso y la carta de la actuación se quemó ante la continuidad de los
sollozos y de las lágrimas.
-Desperdicié mi vida, Gregor, me queda tan
poco tiempo-
-Estamos en escenarios impredecibles y
riesgosos, es normal que usted piense así. Antes de él ¿hubo
otros?-
Gretel volvió a mover la cabeza de lado a
lado.
-Por lo que hizo él, ¿usted, temerosa de
sufrir de nuevo, le cerró la puerta a otros, que eran buenos y
podían hacerla feliz?-
Gretel, esta vez, asintió.
-No mire atrás, le hace mal. Camine hacia
delante, conmigo. Aún le queda un hijo, déjeme ser su hijo, sea mi
madre, por favor-
Gretel quiso decir algo pero la amargura se
lo impidió.
-No quiero que te quedes solo, Gregor,
cásate, ten hijos, aún estás a tiempo-
-¿Quién estaría con alguien que sufre de
tripolaridad?-
-Mientras buscamos el apócrifo, te ayudaré a
salir de ella. Ya me desahogué, ahora vuelvo a ser yo-
-Siempre es usted. En una montaña en algunas
partes con nieve resbalas, en otras con rocas porosas te afirmas.
Es normal. Deje de mantener la línea de perfección y de conducta
irreprochable. Tema menos al error así su sensibilidad cambia
cadenas por alas-
-Gracias, Gregor. Tendré muy en cuenta lo
que me has dicho. Es la primera vez que un paciente se convierte en
mi terapeuta-
-Nada de gracias, son 300 euros-
-JA, te los daré algún día, Gregor-
Hora después, todos se encontraban en el
hotel, luego de ducharse y de merendar jugo exprimido de pomelo con
tostadas rellenadas con mermelada. Entretanto, con su lupa, Thomas
Hortmanen revisaba la lista.
-Solo apellidos de personas comunes y
silvestres-
-Busca a alguien que haya ido una sola vez.
Entre esos alguien quiso deshacerse del apócrifo, tal vez por
miedo o amenazas vertidas por la sociedad de los caminantes
grises-explicó Kent Laughton. No obstante, Gregor Piorzeneki movió
la cabeza de lado a lado, desechando, de raíz, tal teoría. El libro
de visitantes era de casi 200 hojas, mientras el cuarto, de paredes
celestes, techo blanco y azulejos crema, era fresco y acogedor.
Había tres canillas pero sin fregadero, de esas canillas salía jugo
de ananá, naranja y pomelo, de los que Gretel se servía en un
alargado vaso de cristal con media rodaja de limón decorándolo. Las
canillas, con grifos con cara de ángel, eran de acero bañado en
oro. En tanto, los cuadros réplicas de Manet y Siserot con paisajes
bellos y sosegadores. Dos por cada pared, más algunos bustos de
afrodita, Poseidón y Hércules en los rincones.
-Imposible. Quemar cosas no es una tarea
común de un carbonero. La persona que envió las copias del apócrifo
a Santiago Cruz, debió tener un alto índice de confianza con él.
Por tanto, debió verlo seguido. Así que, Thomas, busca entre
quiénes más lo visitaron. Santiago debió confiar mucho en esa
persona, imagínate que eres carbonero y te traen papeles para
quemar, algunos papeles pueden ser documentos muy comprometedores,
pagarés de deudas, confesiones de asesinato o planes de robo, no lo
sabes. Puedes quedar pegado, así que revisas antes de quemar y ya
comprobamos que Santiago Cruz pensaba en su bolsillo como
cualquiera. Debió ser alguien que confiaba en él y que lo vio
seguido. Nunca, si yo fuera carbonero, le quemaría papeles a
alguien que viene por primera vez. Pues podría incriminarme en
algo, darme evidencias de algún caso, luego vendría el tribunal,
revisaría mi lista y se daría cuenta de que ayudé a tal fulano, lo
que me haría cómplice indirecto-
-Ya entendí, no sigas explicando, ya
entendí, me equivoqué, me equivoqué-chistó Kent, haciendo ademanes
molestos con sus manos. En tanto, Thomas continuó leyendo:
-Solo hay cinco personas que lo
visitaban todos los días: Andrés Mendoza, Gilberto Fuentes, Eduardo
Tolosa, Marisol Garrido, Luciana De la Hoya. ¿Algunos de esos te
suena conocido, Radok, vinculado al mundo eclesiástico?-preguntó
Thomas Hortmanen.
-No, ninguna. Sigue repasando, busca entre
quiénes lo visitaban una vez por semana, también son posibles
candidatos-dijo Radok Tchaikosky, masajéandose la frente con índice
y pulgar. Por su parte, Gretel, tras la ducha, se secaba las orejas
con la toalla, luciendo su albornoz blanco de lino.
-Déjame intentar a mí, Thomas. He estudiado
psicología de la escritura para percibir alteraciones de
comportamiento en pequeños rasgos y percibir en las constantes
identidades de personalidad. Estoy leyendo la letra de Santiago
Cruz-dijo Gretel Sankief, sentándose en el lugar antes ocupado por
Thomas Hortmanen-Es la letra de Santiago Cruz redonda, ribeteada y
muy bella, tranquila, pausada y segura, hecha con lentitud y
paciencia, debió irritar a sus clientes mientras llenaba los datos
ya que escribía muy lento según las formas redondeadas y perfectas
de su letra, debió ser alguien muy dicharachero, con pocas
ambiciones en la vida y mucha avidez para disfrutar de las cosas
sencillas, con pocas preocupaciones y mucha capacidad para ganar la
confianza de la gente. Sin embargo, hay una pequeña alteración
cuando registra las visitas de Eduardo Tolosa.
No quiero decir que
sea el que le entregó las copias del apócrifo, tal vez Eduardo
Tolosa le caía mal o era alguien de pocos humos o metido en
situaciones complicadas y para nada legales u tal vez alguien
vinculado al gobierno, poderoso, al cual no quería causarle una
mala impresión. Vaya uno a saber. Pero no me queda duda de que
Santiago Cruz quería que Eduardo Tolosa se vaya rápido de su
establecimiento. En tanto, la última vez que Eduardo Tolosa vino a
verlo el ribete de la A está un poco más marcada que el contorno
pertinente a las restantes letras. Eso significa una señal de
desahogo y realización, seguramente cosechada por el hecho de que
Eduardo Tolosa le dijo a Santiago Cruz que sería la última vez que
lo visitaría en la carbonera o tal vez por qué Eduardo Tolosa le
pidió a Santiago Cruz que haga algo distinto: ¿quemar papel,
documentos? Con los otros nombres hay mucha mecanicidad y
repetición, pero hay pequeñas, apenas perceptibles, alterabilidades
con Eduardo. Tolosa lo molestaba, lo inquietaba. Seguramente sabía
Tolosa algo de Cruz y por eso Cruz debía hacerle favores, sin
chistar, en contra de su voluntad. Debía ser Tolosa alguien
importante y poderoso, tal vez alcalde de Lucerna, ¿quién lo
sabe?-
Todos se quedaron dormidos, Kent en el sofá,
Radok en la misma silla donde estaba bebiendo café, en tanto Thomas
fue a la cama nupcial y estiraba la mano sobre la almohada,
balbuceando inconscientemente el nombre de Gwen, a cada instante.
Entretanto, con súbito temor, Gregor Piorzeneki entró al baño pero
Gretel adelantó el pie sobre la puerta, tras ver que ese baño tenía
navaja y espuma de afeitar. Ella se había rociado esencias de
alelí, más él una simple colonia de algodón fermentado. Nadie sabía
por qué la mayoría de los hoteles tenía predilección por los
colores albos, como sí los mismos garantizasen por su propia
presencia moderación en los temperamentos y cordialidad en la
conducta, pero esas matizaciones entre el blanco, el crema y el
amarillo pálido se distribuían parsimoniosamente entre toallas,
albornoces y sábanas. Quizá pensaban que con la graduación-sin
grandes alteraciones-la concentración y la relajación no
atravesarían extremos inalcanzables, en una típica paleta de un
hotel para viajeros con fines laborales y comerciales. No obstante,
más allá de esa inferencia lógica, al detective le perturbó que la
terapeuta se introduzca al mismo tiempo que él al sanitario-
-Vamos, Gregor. Puedes hacerlo-
-Entré solo a orinar-
-Aféitate. Empecemos a desbloquear el
recuerdo-
-Es un lugar íntimo y privado, ¿qué hace
aquí?-
-Gregor, aféitate. No dejaré que te afeites
solo, ¿de acuerdo? Sobre todo después de lo que me dijiste-
-Vine a orinar, no a afeitarme-
-Aféitate- pidió Gretel, con voz calma y
segura. Como sí fueran barras radioactivas de uranio, Gregor
Piorzeneki acercó su mano hacia el estuche de espuma y hacia la
navaja, con lentitud, vacilación e interrupciones. Acto seguido,
abrió el grifo con el agua caliente, resoplando sus labios y
crujiendo el cuello, contracturado.
-Esto es una estupidez-
-Lo harás, Gregor y veremos que pasa. Los
remolinos tienen que estar en los ríos, no en las cabezas. ¿Ya el
agua calentó lo suficiente?-
-Sí-
-Empieza a mojarte la barba y el bigote, así
se ablandan y la espuma después puede hacer su trabajo sin
lastimarte-
-Su voz, ¿por qué se suaviza tanto?-
-Para qué te tranquilices y decidas con
menos temor y preocupación-
Sin decir nada, Gregor, con el agua, además
de la barba y del bigote, empezó a mojarse los ojos y las mejillas,
a fin de despabilarse. Inconscientemente, Gretel le rozó el hombro
izquierdo con las yemas.
-Ey, ¡puedo hacerlo solo, no soy un bebé!
¡Deme mi espacio, por favor!-gruñó Gregor, molesto, con los dientes
apretados, al borde del resoplido según sus fosas hinchadas.
Gretel, sin decir nada, dio un paso hacia atrás mientras su
paciente se desparramaba espuma por todos los sectores, tras agitar
con alevosía el frasco maldito, como sí fuera una granada que
quisiera tener poco tiempo en su mano.
-¿Puedes seguir, Gregor?-
El detective, lejos de decir algo, avaló con
la cabeza y con la navaja empezó a rasurarse el pelo sobrante.
Estaba haciendo algo que temía hacer y para lo cual esperaba un
resultado espeluznante, su suicidio. No obstante, en un momento se
interrumpió, situación que obligó a Gretel a intervenir,
sujetándole el codo.
-No aprietes, Gregor. Desliza,
desliza-
-Hace mucho que no lo hago, necesito
práctica-aseveró Gregor-Sólo iba al barbero para que me retoque y
empareje. Sabe, la barba, es una especie de máscara, como que
oculta lo que no quieres que nadie vea, ¿entiende? Es mi máscara,
de pelo. Siempre dicen que los que tienen barba quieren olvidar
algo feo que hicieron-
-Nunca escuché eso, Gregor. Sigue
deslizando, no aprietes, te cortarás-
Finalmente, Gregor terminó con su trabajo,
mientras Gretel le pasaba la toalla por la cara, en pos de barrerle
pecas de espuma, aún alojadas en su mar facial, como islas de enojo
en un mar de incomprensión.
-Cierra los ojos, Gregor-
-Ya lo hice, Gretel-
-¿Ves algo?-
-¿Cómo voy a ver sí tengo los ojos
cerrados?-
-Cierra los ojos y no digas nada, escucha
cada sonido de este baño, el goteo de las canillas, el crujido de
la cortina de tina, la tensión de las cañerías, ubicadas detrás de
los azulejos. ¿Qué ves ahora?-
-¿También practica la hipnosis? Sólo
oscuridad, eso es lo que veo, nada de muebles, nada de ollas
humeando, nada de risas, nada de niños o de mujer bella, nada de
nada, sólo oscuridad, eso es lo que veo, no es lo que pasó, es lo
que no ocurre y nunca ocurrirá-
-Vamos, Gregor. No estás mirando, cierra los
ojos, abre la memoria. Tú puedes hacerlo. No cierres las dos cosas
a la vez. Inhala profundo y exhala corto cinco veces. Haz todo lo
que yo te diga y verás lo que necesitás ver, dolerá mucho pero es
necesario. Debes salir del remolino, Gregor. Ya la ira, la tristeza
y el miedo no pueden ser una ruleta para ti-
Gregor obedeció.
-Ahora inhala corto cinco veces y exhala
largo dos. Cuando veas algo, empieza a decirme-
Gregor asintió.
-Endurece todo tu cuerpo en 20 segundos,
luego ablándalo en un minuto-
Gregor empezó a sentirse mareado y cansado,
mientras la terapia para dormir su consciencia y traer su
subconsciente empezaba a funcionar. Las jaulas se abrían con agudos
rechinamientos, mientras los aleteos fantasmas asomaban.
-Veo algo-
-¿Qué?-
-Es una diagonal, hay en ella gente
vendiendo churros, turistas curioseando artesanías de hippies; hay
mucho humo y palabrerío, mantos con chucherías distribuidos por el
suelo de la plazoleta, carpas, no se puede caminar, ¡es un
fastidio!-dijo gruñendo y arrugando el ceño.
-Sigue, Gregor-
-No me presione, deme tiempo-
Ante el silencio de su terapeuta, Gregor
continuó:
-Ya salgo de esa feria, estoy entrando a un
farol tras cruzar la calle después de que pasa un bus. Hay una
cafetería. A una mujer se le cae la bolsa de compras, nadie le
ayuda a recoger sus cosas. Vocifera y lo hace sola. Luego pide que
se detenga un taxi pero todos pasan de largo-
-Préstale más atención a la cafetería,
Gregor-
-No, no, Gretel, no, no quiero saber que
pasa dentro de esa cafetería. Estoy sudando mucho, me late muy
fuerte, voy a caerme, no tienes fuerza para sujetarme-
-Sólo un poco más, Gregor-
-Está bien. Llego al ventanal de la
cafetería, no hay mucha gente en ella, estudiantes mirando más las
piernas de las meseras que sus libros abiertos, hombres gordos con
gorro leyendo periódicos y buscando empleo, y una mesa, una mesa
vacía, con una taza de café humeando-
-No, Gregor, no puede estar vacía si hay una
taza de café humeando. Lo estás bloqueando, alguien pidió esa taza
de café humeando y fue servido. Dime quién es, cómo es, qué viste,
de qué color son sus ojos, su pelo-
-Ahora la mesa no está vacía, Gretel. Está
ocupada, es un hombre de baja estatura, delgado, viejo. No tiene
pelo, tiene ojos celestes, los más grandes que he visto, redondos
como monedas y brillantes como miel recién sacada del frasco. Viste
un sobretodo gris, tiene las manos en los bolsillos, no habla y
mira a todos, está nervioso, esperando para hacer algo difícil y no
puedo decir más, es demasiado-
-Está bien, Gregor. Descansaremos. Ese
recuerdo bloqueado es el que te impulsa al suicidio. Lo haremos
consciente, mediante el ritual de afeitarte la barba, que es la
experiencia que evitas para no suicidarte. La barba te crecerá en
dos o tres días. Volveremos a afeitarnos y a saber más de ese
anciano de ojos celestes-prometió Gretel, palpándole la espalda.
Entretanto, Gregor, al dar cinco pasos, quedó profundamente dormido
sobre la cama, al lado de Thomas.
Gretel, por su parte, se fue al balcón,
padecía insomnio y no podía dormir. Necesitaba una taza de té, a la
cual preparó a la brevedad. Sin embargo, cuando cerró las cortinas
para que no haga frío, percibió que alguien estaba a su lado. Quiso
darse vuelta pero algo al principio la paralizó, al poco tiempo,
con un grueso trago de saliva, tuvo el coraje de mirar hacia el
costado, viendo al sujeto de la toga oscura y de la máscara dorada;
que a pesar de estar a un paso siempre proponía una distancia con
su sonrisa metálica que guiñaba la moneda en una doble cara de
burla y realización que Gretel no había visto ni en los más
inspirados trazos surrealistas del cuarto período.
-Soy Querubín, el mensajero de la sociedad
de los caminantes grises. Me enseñaron a eliminar los deseos
personales para que la perfección nunca me abandone y a caminar
sobre el dolor para respirar generosidad-
-¿Es una visita de cortesía?-
-Los sobrecillos de té y café, que ustedes
bebieron, fueron saboteados por la sapiencia de mis dedos que
transportaron ciertas sustancias que no aparecen en ninguna
enciclopedia. En unos días empezarán a experimentar fiebre, toses y
dolores musculares. En unas semanas convulsiones y colapsos
nerviosos, capaces de conducirlos a infartos o embolias cerebrales.
Sus relojes, a partir de ahora, tienen pilas con fechas de
vencimiento muy acotadas-explicó Querubín, con la serenidad de los
que leen el menú durante el desayuno.
-Quieren que encontremos el apócrifo y nos
presionan con ese veneno a largo plazo. Sin embargo, estamos tan
embarrados como ustedes en este caso-respondió Gretel Sankief,
ahuecando sus mejillas, al punto de formarle dos zanjas.
Querubín se dio vuelta y la miró fijamente,
al tiempo que el céfiro matutino agitaba la toga produciéndole
cráteres de corta vida. El odio sería más siniestro si la envidia
no fuera tan constante.
-Usted, doctora Sankief, cuando era joven y
recién egresada, escribió un artículo muy interesante sobre cómo
administrar el no y el sí durante la interacción humana-recordó
Querubín, con el codo apoyado en la baranda del balcón.
Ella lo dejó continuar.
-El no, símbolo de libertad, el sí, símbolo
de obediencia. Usted decía que el monólogo del sí borraba la
identidad personal, en tanto el monólogo del no generaba la
inadaptación social. Por tanto, había que darle un 50 a la S para
que el ser humano conserve la adaptación y un 50 a la N para que no
pierda su identidad-
-¿Usted no es humano?-
-He dejado de serlo. Puedo decir que sí sin
olvidar quién soy y convertirme en otro, puedo decir que no sin
enojar a los demás y vivir en guerra permanente. Soy Querubín-dijo
el susodicho, con un collar de estrellas doradas, bailando en su
máscara, de expresión aniñada y eterna, evocando el suficiente
placer cómo para que sus actos atroces puedan deambular sin ser
criticados, en una contracara tan absurda como comprensible, en ese
capricho que se convertía en algo más después de ser pisado por el
fracaso y el rechazo de los comunes.
Entretanto, con una sonrisa entrecortada,
Gretel Sankief cerró los ojos y, gozando de una brisa fresca que
besó su mejilla derecha poniéndole dos mechones en los labios,
admitió:
-Declaro que su presentación es pintoresca,
a pesar de que saboteó los suministros de nuestra habitación de
hotel. Pero deduzco que usted querrá saber que contiene el último
apócrifo, para saber si decir sí, lo quemo sin dejar de ser usted o
no lo quemo sin pelearse con los integrantes de la santa curia
perteneciente a la logia de los caminantes grises. Usted no será
otro eslabón de Poncio Pilatos, querrá leer el apócrifo para
decidir si merece ser conocido por el mundo o no-
-El apócrifo, cuyo contenido no ignoro,
resolverá todos los problemas del mundo y Dios será olvidado. Por
tanto, lo destruiré. ¿Qué sería de Dios sí este mundo no tiene
crisis, conflictos y miserias? Todos recuerdan a Dios cuando están
al borde de la cornisa, jamás cuando pueden sentarse y beber
tranquilos de una copa de vino. El apócrifo, doctora Sankief,
salvará a la humanidad, matará a Dios. No puedo consentir ese
segundo sacrificio. Vivo para Dios, no para el hombre-explicó
Querubín.
-Eres tan hermoso. Aunque me haces daño y
destrozas todo lo que necesito, no puedo enojarme contigo. ¿Quién
te ayudó a trascender la humanidad o acaso logró la
desindividualización por usted mismo?-
-Si necesitara a alguien, sería humano, no
querubín. Dios, como ya le dije, doctora Sankief, debe vivir. Para
eso el hombre debe ser débil, incapaz e inútil. Para eso debe
necesitar al ilustrísimo para siempre y enfrentar conflictos que
excedan sus exiguas capacidades. Si el hombre resuelve todos sus
conflictos, Dios morirá. Pues dejará de ser necesitado y será
vilmente olvidado. Es en la espera, fracaso e imperfección del
hombre donde el altísimo vive. Por tanto, el último apócrifo, capaz
de quitar esas tres espinas del mocasín de la atrofiada humanidad,
debe ser destruido. Solamente yo tengo el antídoto para lo que
padecerán a continuación durante un proceso de meses que los
llevará a la muerte. Con los suministros que les administrado,
ustedes, en cuanto encuentren el apócrifo, me mirarán a mí y no al
mundo y Dios y yo, como el destino lo desea, habremos ganado-repuso
Querubín, chasqueando los dedos, técnica con la cual Gretel quedó
dormida sobre el balcón, justo sobre la reposera, situada a su
espalda.
Los sueños, los proyectos,
gustaban más los primeros, no había necesidad de intentarlos, de
sacarlos de adentro.
Muchas disciplinas orientales del ser y del
estar, de la abolición del yo para el florecimiento de la
espiritualidad y de la santidad. Sin embargo, algunas simplemente
se guardaban o encadenaban aunque creyéramos que las habíamos
destruido o aniquilado por completo. El yo era una de ellas, pero
Querubín podía decir con justicia que era el único que había usado
la flecha sobre el buitre en lugar de una jaula.