29

La sorprendida niñera se levantó con precipitación cuando Lidia la llamó con urgencia. Mientras hacían el equipaje le explicó lo que había ocurrido y la necesidad imperiosa de coger ese avión.

— No me perdonaría que le ocurriera algo y yo no estuviera a su lado — comentó más para sí misma que para la chica.

Michael lloró al ver perturbado su sueño. Lidia lo consoló y lo vistió con rapidez. Sabía que el viaje le descentraría mucho, pero esa pequeña molestia no era nada comparada con la ilusión que le haría a Irving verle cuando estuviera mejor.

Ya estaban listos, pero James no llegaba. ¿Habría ido directo al aeropuerto? Nerviosa, llamó a casa de Rose Asder. Los minutos pasaban y el teléfono no dejaba de comunicar. Llamó también al móvil de James sin obtener respuesta. Lo había dejado en el coche.

Él mismo le comentó que esa noche no lo necesitaba. Eso quería decir que James no estaba conduciendo.

Desolada y con el corazón lleno de pesar por Irving y por lo que había sucedido con James, decidió coger un taxi y esperar a James en el aeropuerto. Triste y hondamente decepcionada, en cuanto el vuelo con destino Londres fue anunciado, Lidia supo que James no vendría. Al parecer, la discusión que habían mantenido en L casa de Rose había sido definitiva. James no la aceptaba como era y ella no podía cambiar. No había esperanzas para su relación. Se sentía nerviosa y exhausta, a punto de llorar por Irving y por lo que había sucedido entre James y ella. No se explicaba todavía la actitud de James. Había pasado en cuestión de minutos de un estado de felicidad absoluta a una postura agresiva y recelosa. James no era voluble en su conducta. Era un hombre directo y con las ideas claras. Esta convicción la llevaba a la conclusión de que algo o alguien ajeno a ellos dos había hecho que su confianza en ella se resquebrajara. Quizás fueran habladurías sin sentido, pero el que él hiciera caso de esos cotilleos le demostraba que su confianza en ella no era todavía lo suficiente sólida como para embarcarse en un matrimonio.

Su corazón estaba destrozado, sin esperanzas de recuperarse en mucho tiempo. Por otra parte, se alegraba de que este incidente hubiera ocurrido antes de casarse. James debía aceptarla como era, igual que ella lo aceptaba a él. De no ser así, nunca podrían formar un matrimonio estable.

No pudo dormir debido a la maraña de pensamientos que ocupaban su mente. A pesar de la tristeza y el cansancio que padecía, se sintió satisfecha de serle útil a Irving. Aunque no podría ayudarle físicamente, por lo menos estaría a su lado hasta que se recuperara.

Después de buscarla por todas partes, James dedujo con desesperación que Lidia se había ido. Sin hablar con nadie, cogió su coche y se dirigió a casa. Pensaba encontrarla allí, y de hecho iba decidido a levantarla de la cama para seguir con la conversación que se vieron obligados a interrumpir. Al encender la luz le extrañó que las puertas de todos los cuartos estuvieran abiertas. Entró en el que compartían Lidia y él y estaba vacío. Corriendo, y notando cómo se le hacía un nudo en la garganta, vio cómo el niño y la niñera también habían desaparecido.

— ¡Maldita seas, Lidia Villena, maldita seas, pero esto se acabó! — exclamó con determinación.

En una de las maletas que quedaban, metió su ropa y se fue a su casa. Su rostro pétreo semejaba a una estatua sin vida y sus labios apretados indicaban la ira que sentía.

Nada más entrar en el salón, se acercó a la mesita de las bebidas y cogió una botella. A pesar de estar cansado, sabía que no podría dormir. Se sentó tranquilamente en un sillón y empezó a beber una copa tras otra, completamente destrozado por el nuevo zarpazo del destino.

Al día siguiente, el mayordomo lo encontró dormido en el mismo sillón. Olía a alcohol y esto le extrañó, puesto que su señor nunca había llegado a casa borracho. Le llamó con suavidad y le ayudó a levantarse. James se sentía fatal. Le dolía la cabeza, estaba un poco mareado y anímicamente estaba completamente aniquilado.

Una hora después, duchado y con ropa deportiva, tomó el café que el mayordomo le había preparado y picoteó sin ganas una de las tostadas.

¿Quiere el señor que le prepare cena esta noche?

— No, gracias. Me voy ahora a Newport y no volveré en unos días.

Lidia no pudo ver a Irving. El médico la tranquilizó. Le dijo que el enfermo iba mejorando y que en unos días pasaría a la planta de Medicina Interna.

— Allí podrá verle y estar con él el tiempo que quiera.

Todos los días iba al hospital para hablar con el cardiólogo.

Afortunadamente, Irving era un hombre fuerte y mejoraba con rapidez. Así y todo a Lidia le parecía un proceso muy lento. Mataba el tiempo conociendo los monumentos de Londres y paseando con su hijo por el parque. Intentaba disfrutar de lo que veía, aunque su ánimo no estaba para fiestas. No podía evitar sentir nostalgia de James. Si bien estaba furiosa, su amor por él era tan profundo que su corazón lloraba por su ausencia. ¡Qué distinto hubiera sido conocer esa bella ciudad con él!, ¡cuánto hubieran disfrutado y reído...! "¡Oh, James!, ¿por qué?", se preguntó con un grito interior.

Al llegar a Londres volvió a llamarlo para decirle dónde se alojaba y darle el número de teléfono. No pudo localizarle ni en su casa ni en la de él. El mayordomo le dijo que James se encontraba en Newport.

Marcó el teléfono de los Vantor en Newport y tampoco tuvo suerte. No pudiendo localizarle en ningún otro sitio puesto que era domingo, decidió dejarle un mensaje. El mayordomo apuntó lo que Lidia le comunicó y le entregó la nota a la señora Vantor, según le había ordenado ella. Nancy Vantor sonrió satisfecha. Lidia Villena estaba ya en Londres y todavía no había podido hablar con su hijo.

Eso quería decir que James debía estar muy enfadado si no desilusionado por completo de la hispana. Aparentemente, su prometida le había abandonado de nuevo y James no se lo perdonaría.

Su abuela estaba muy preocupada cuando Lidia la llamó.

— Cariño, ¿qué tal estás? ¿Ha mejorado Irving?

— Todavía está en la Unidad de Cuidados Intensivos.

Afortunadamente, los médicos creen que se pondrá bien. Siento haber abandonado la fiesta con tanta rapidez; no tuve tiempo de despedirme.

— Lo comprendo, cielo. Si me necesitas llámame e iré enseguida a tu lado, ¿de acuerdo?

— Muchas gracias, Rose. Te prometo que lo haré.

El joven Vantor llegó a Newport y se dirigió directamente al embarcadero donde estaba atracado su pequeño crucero. Iba a aparejarlo cuando un grupo de amigos se le acercó y le invitaron a dar una vuelta en el gran barco de uno de ellos. James no tenía ganas de estar con nadie, pero le convencieron con insistencia.

— Llevamos bebidas, comida y chicas, ¿qué más se puede pedir? ¡Vamos, anímate James!

Dejándose llevar por su estado anímico, volvió a negarse. Se encontraba triste y deprimido, sin ánimo para disfrutar ni reír. Sólo una persona podría curarle, pero precisamente ella..., ¡esa maldita hechicera mentirosa y traidora...!

— Iré encantado.

Entre risas y bromas se alejaron del puerto. Todos estaban de buen humor. Aun teniendo el corazón roto, James lo disimulaba muy bien. Bebió más que comió, charlando amigablemente con todos. Las chicas se le acercaban continuamente, intentando captar su atención. Las respuestas de James, ásperas y cínicas, terminaron por ofenderlas.

Al final del día, cuando lentamente entraron en el puerto, sus amigos tuvieron que ayudarle a bajar del barco y le acompañaron a casa.

Nancy Vantor miró a su hijo con estupor, condenando con energía el estado en el que se encontraba.

— ¿Se puede saber qué pretendes, James? Tú jamás has bebido, ¿por qué lo has hecho hoy?

— Deberías estar contenta, madre — respondió con voz pastosa— .

Tu sueño se ha cumplido: Lidia y yo hemos terminado. ¿No merece eso una borrachera? — le preguntó con cinismo.

Nancy Vantor permaneció callada, sintiendo una ligera aprensión por todo lo que estaba sucediendo.

James no pudo levantarse durante todo el día siguiente. Su estado era lamentable, tanto física como psíquicamente. Cuando pudo incorporarse sin que la cabeza le estallara, se sentó en un sillón y no quiso ver a nadie.

Sus padres estaban preocupados, y el señor Vantor se preguntaba qué podría haberles ocurrido a Lidia y a su hijo. Él había sido testigo del amor que los unía, siendo la prueba más fehaciente el estado en el que se encontraba James después de la ruptura con su novia. Debía haber ocurrido algo muy serio. Para él, visto desde la perspectiva de los años, nada era tan importante como el amor y la armonía en las parejas.

Lidia no pudo contarle a Irving la verdad para no preocuparle.

Necesitaba estar tranquilo y relajado. Cualquier mala noticia le hubiera perjudicado.

Ahora que había salido de la gravedad, Lidia pasaba casi todo el día con él. Le ayudaba a comer, a dar pequeños paseos por la habitación, charlaban y le leía el periódico. Por la tarde, cuando Irving dormía una pequeña siesta, Lidia volvía al hotel para estar un rato con su hijo.

Irving mejoraba, pero todavía debía pasar en el hospital varios días. No le darían el alta hasta que los médicos consideraran que ya estaba lo suficientemente bien como para viajar en avión.

— James me estará odiando por retenerte aquí tanto tiempo — le dijo un día un poco preocupado.

— Nada de eso. Está encantado de que te cuide, y yo no me movería de tu lado por nada del mundo.

Le costó trabajo mentir, pero lo haría una y mil veces por Irving.

No sabía nada de James y eso la tenía desconsolada. Ambos habían reñido acaloradamente y, según parecía, a raíz de esa discusión su noviazgo había terminado. Podía comprender que James la creyera culpable y estuviese dolido, pero no entendía que no hubiera preguntado ni una sola vez por Irving. Ella le había llamado varias veces, pero nunca había conseguido hablar con él, incluso el móvil lo tenía desconectado. Le había dejado mensajes hablándole de Michael y de la evolución de Irving sin recibir ninguna respuesta, como si James no quisiera saber nada de ella.

James se hundía cada vez más en la desesperación. Su fuerza y su arrogancia habían quedado anuladas por este nuevo golpe. Su obsesión por Lidia y por su traición era tan sangrante que todo intento de recuperación era inútil. Su madre le reñía por su comportamiento. Lo único que conseguía era que James se fuera de casa dando un portazo. Volvía de madrugada más deprimido, y completamente ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor.

Nancy Vantor le oía llegar con tristeza, preguntándose si no se habría equivocado en sus cálculos. Ella también sufría por su hijo, viendo angustiada cómo James no era capaz de salir del bache en el que había caído.

Irving estaba ya mejor. Los médicos le dieron el alta y le recomendaron que se quedara unos días en Londres para poder observar su evolución.

Lidia le ayudó en todo momento y le acompañaba en sus paseos.

— No creo que una hija se hubiera portado tan bien como tú — le dijo un día, emocionado— . Has sido todo para mí: hija, enfermera, amiga..., nunca podré agradecerte bastante todo lo que has hecho por mí, Lidia — añadió apretándole la mano con afecto— . Muchas gracias.

— Estamos en paz, Irving, pero que conste que no lo he hecho por devolverte el favor sino por el cariño que te tengo — aseguró dándole un beso en la mejilla— . Ahora lo que más deseo es que te recuperes del todo y podamos volver a casa. Allí te sentirás mucho mejor.

Era una noche cálida de primavera cuando James salió de su casa en dirección a Boston. Había estado encerrado todo el día en su habitación y las bandejas que su madre había dispuesto que le subieran a la hora de la comida y de la cena permanecían intactas encima de la mesa. Había bebido poco ese día, pero debido al embotamiento de las resacas anteriores y a su debilidad por falta de alimento, el equilibrio y los reflejos le fallaban.

Por primera vez desde que había conocido a Lidia se había puesto a meditar sobre su relación, su mutuo amor y el comportamiento de ambos. Como buen abogado, analizó punto por punto, llegando a la conclusión de que él era el principal culpable de todo lo que había sucedido entre Lidia y él. A pesar de haberse enamorado de ella nada más verla, nunca se molestó en comprenderla ni en apreciar sus cualidades. Encerrado en la torre de marfil en la que siempre había vivido, no quiso ver que fuera de su entorno había gente mucho mejor que él y los suyos; gente buena, generosa y desinteresada que se entregaban a los demás sin recibir nada a cambio. Lidia era una de esas personas. Él, con su egoísmo y soberbia, no se interesó por sus inquietudes ni por su labor en favor de los más humildes. Aunque su amor por Lidia era muy profundo, también había sido interesado. Deseaba a toda costa que ella rompiera por completo con su vida y se dedicara a complacerle. Su objetivo era que Lidia se metiera con él en una jaula dorada y olvidara que alguna vez había formado parte del mundo real, del mundo de la gente corriente, de los trabajadores, de los marginados...

Lidia le había ido perdonando sus exigencias porque le amaba, sin embargo, la falta de confianza en ella que demostró la última vez que discutieron había sido demasiado ofensiva como para que Lidia se lo tolerara. ¡Había estado equivocado!, ¡había cometido el mayor error de su vida!, y por su torpeza, había perdido a la mujer que amaba.

Como si de repente se le hubiera caído un velo de los ojos, comprendió que el único seguro para su felicidad era encontrar a Lidia, pedirle perdón y ayudarla a realizar su labor en favor de los necesitados. Sin ella no le merecía la pena vivir. Sólo Lidia Villena era capaz de despertar en él sentimientos y emociones que jamás había sentido. Haría cualquier cosa por volver a tenerla entre sus brazos, por volver a contemplarla con el hijo de ambos en su regazo y por volver a hundirse en sus ojos llenos de amor.

Un nuevo James Vantor salió de su casa. Con una renovada ilusión reflejada en su rostro, cogió el coche y se dispuso a buscar a su amada.

El avión procedente de Londres aterrizó en el aeropuerto de Boston puntualmente. Irving se encontraba muy bien; había hecho el viaje sin notar ninguna molestia. Lidia casi no había dormido, preocupada por el daño que pudiera causarle la altura a su corazón.

Ahora estaba tranquila y aliviada de estar ya en casa. No se sentía feliz, puesto que sin James ella nunca lo estaba, pero por su hijo y por todos los que la rodeaban, debía ser fuerte y seguir adelante con esperanza.

— Pensé que James estaría esperándote — comentó Irving, sorprendido de no verle a la salida.

— No habrá podido venir.

Él la tomó del brazo con suavidad, deteniéndola en su camino.

— Lidia, ¿qué ocurre? Me estás ocultando algo, ¿verdad?

La joven bajó la mirada con tristeza.

— No quería preocuparte.

— Ya estoy bien. Por favor, cuéntame lo que te sucede — le rogó él lleno de aprensión.

Lidia le habló de su último encuentro con James y de la dolorosa desilusión que sufrió al comprobar que no confiaba en ella.

— ¡Ese cabezota...! — exclamó Irving enfadado.

No queriendo que se excitara, Lidia le pidió que no hablaran más de ello.

— Vayamos a Rockport y charlemos en ese maravilloso lugar de cosas más agradables.

— Reconozco que soy un egoísta en lo que respecta a ti y a Michael; por ese motivo no rechazo tu ofrecimiento de acompañarme a mi casa de campo.

Llevaba tan sólo un día de vida apacible en Rockport, cuando Lidia recibió una llamada telefónica de Nancy Vantor. Le extrañó que esa encopetada señora se pusiera en contacto con ella.

— ¡Lidia! — exclamó Nancy con urgencia, con la voz entrecortada por los sollozos— , ¡debes venir inmediatamente al hospital. James te necesita! –Un suspiro hondo, lleno de angustia, interrumpió momentáneamente sus palabras— . No soy la más indicada para exigirte nada; al contrario, merezco todos tus reproches, pero por favor...

— ¿Qué le ha sucedido a James? — preguntó Lidia con impaciencia, temblando de miedo.

— Ha sufrido un grave accidente de coche — respondió Nancy llorando— . Está en coma y...

La señora Vantor estalló en llanto y no pudo continuar.

Con el rostro desencajado, Lidia dejó caer el teléfono.

— ¡Dios mío, no! — exclamó llorando.

Irving se levantó de un salto del sillón y acudió a su lado.

Cogió el teléfono y logró enterarse por Howard Vantor dónde estaba ingresado su hijo.

— Es urgente que Lidia venga cuanto antes. James la nombra continuamente y está muy excitado. Los médicos consideran que es muy importante para su curación que se tranquilice. Creen que la presencia de Lidia aquí calmaría su ansiedad.

El chófer los llevaba lo más rápidamente que podía.

— No podría soportar que muriera — murmuró Lidia llorando.

— No morirá — le aseguró Irving— . En cuanto sepa que estás a su lado y que le amas, luchará por su vida. Le ha sobrevenido el accidente en el peor momento. Sólo tú puedes hacer que renueve su ilusión por vivir.

Lidia se llevó el pañuelo a los ojos. Estaba destrozada, sufriendo dolorosamente la sensación de que su vida se extinguía junto con la de James.

— Siempre hemos sabido que nos amábamos. A pesar de reñir y de estar durante bastante tiempo distanciados, me confortaba saber que James estaba en alguna parte. Esa idea me hacía vivir con una cierta esperanza, en cambio si muriera...

— No pienses lo peor y procura tener entereza — la animó Irving acercándola a él para reconfortarla— . James te necesita ahora. Si te derrumbas no podrás ayudarle — le advirtió para hacerla salir de su desesperación.

Fue recibida con afecto por los señores Vantor, mostrándose en todo momento muy agradecidos con ella. No había tiempo para muchas explicaciones. Le presentaron al neurocirujano y éste le indicó lo que debía hacer.

— Ha sido usted muy amable en venir, señorita Villena — le agradeció el médico— pues el estado de James requiere una medida inmediata. — Lidia, con los ojos enrojecidos y la expresión descompuesta, lo escuchaba atentamente. Quería ayudar de la forma más eficaz, siguiendo al pie de la letra cada una de las indicaciones del médico— . Siéntese a su lado, cójale la mano y háblele. Procure no llorar. Recuérdele los momentos felices que ambos han vivido y... si le es posible, manifiéstele su cariño — le aconsejó el doctor con toda la formalidad profesional.

Lidia asintió mientras trataba de controlarse y reprimir el llanto. Se limpió las lágrimas antes de entrar en la habitación y muy despacio abrió la puerta sigilosamente. Decidida a mantener la entereza, creyó desmayarse al contemplar a James yaciendo inerte en la cama, pálido como un cadáver, con la cabeza vendada y el brazo derecho escayolado. La habían dejado sola con él. Se inclinó y le depositó un suave beso en los labios, luego se sentó sin hacer ruido en la silla que había al lado de la cama y le cogió la mano con mucho cuidado.

James no hizo ningún movimiento. Lidia dedujo que estaba inconsciente. Lentamente, para que él lo entendiera todo con claridad, comenzó a hablar.

— James, cariño, soy Lidia, tu amor. He venido para quedarme siempre contigo. Nada ni nadie nos separará. A partir de ahora viviremos una eterna luna de miel. Volveremos a París, a los mismos lugares en los que fuimos tan felices — continuó acariciándole suavemente la mano— . Recorreremos juntos los sitios más bellos, y cuando volvamos a casa, navegaremos en tu barco por ese hermoso mar que tú conoces tan bien. Te quiero, James. Eres mi vida; por favor, vive por mí y por nuestro hijo.

Un nudo en la garganta le impidió seguir hablando.

Sintiéndose desesperada, las lágrimas comenzaron a deslizarse de nuevo por sus mejillas. Si James moría, esa tragedia la hundiría para siempre. De pronto, dio un respingo y su mirada desolada brilló con esperanza cuando empezó a notar un ligero movimiento en la mano que retenía.

James parecía haberla reconocido, entendiendo todo lo que Lidia le había dicho. Para comunicárselo le apretaba débilmente la mano. No tenía fuerzas para hacer mucha presión, pero Lidia sintió enseguida el movimiento de sus dedos.

— ¡Sabes que estoy aquí, amor mío! ¡Oh, qué alegría! — exclamó acercando el rostro a su mano para besársela— . Permaneceré a tu lado constantemente, James; jamás te abandonaré.

Lidia permanecía a su lado continuamente, hablándole con frecuencia. Con esta ayuda y el valioso aporte profesional de los médicos, James mejoró antes de lo que todos creían.

Después de haber tenido dos días la conciencia disminuida, James abrió los ojos y miró a su alrededor. No sabía exactamente dónde estaba ni lo que le había ocurrido. En cuanto sus ojos se encontraron con los de Lidia, le apretó la mano con más fuerza y comenzó a llorar. Lidia le consoló con palabras dulces y besos suaves.

— Tranquilízate, amor. Lo peor ya ha pasado. Ahora, entre los dos, haremos que te recuperes rápidamente.

Nancy y Howard Vantor también lloraron cuando el médico les aseguró que su hijo estaba fuera de peligro.

— Indudablemente, sin la presencia de la señorita Villena, el proceso de recuperación hubiera sido más lento, si es que James hubiera tenido deseos de volver a la vida.

Después de siete días postrado, James, ayudado por un enfermero y por Lidia, pudo dar un pequeño paseo por la habitación. Aun sintiéndose todavía muy débil, le animaba poder andar y moverse.

Tras este primer paso, su recuperación fue mucho más rápida.

A pesar de la presencia de sus padres y de las visitas de los amigos, la compañía y dedicación de Lidia era lo único que lo reconfortaba.

Verla a ella continuamente a su lado, queriéndole y mimándole, fueron devolviéndole poco a poco la energía y la esperanza.

Un día en el que estaban los dos solos en la habitación, James se sintió con fuerzas para hacerle a Lidia ciertas preguntas que todavía le afligían. Alargando el brazo para que ella tomara su mano, comenzó a hablar en un tono aún débil.

— Lidia, cariño, me gustaría que..., quiero decir... no sé, no deseo perturbar nuestra felicidad, pero...

— James, por favor, pregúntame lo que quieras — le interrumpió ella dedicándole una tierna sonrisa— . Ya sé que todavía quedan cuestiones por esclarecer entre nosotros, pero no quería molestarte.

Pensaba hablarlo contigo cuando salieras de aquí.

— Me encuentro muy bien y creo que ahora tenemos mucho tiempo para charlar y reflexionar. He de advertirte que nada de lo que me digas cambiará mi amor por ti ni mi decisión de convertirte en mi esposa, pero creo que es aconsejable que vayamos al matrimonio sin ninguna carga de dudas.

Sonriéndola dulcemente, se llevó la mano de Lidia a los labios.

— Sí, yo también creo que es lo mejor.

James la hizo sentarse en la cama, para tenerla más cerca.

Deslizando delicadamente los dedos por su melena la acercó a él y la besó con ansiosa intensidad.

— El día de la fiesta de Rose Asder escuché por casualidad una conversación entre Thomas Abock y su hijo Brian. Hablaban de ti y de un gran secreto que guardabas y que me habías ocultado. Sé que antes de enfadarme debí haber acudido a ti para que me contaras lo que sucedía, pero... no sé, el miedo a que me engañaras y me abandonaras de nuevo me hizo actuar de una forma totalmente irresponsable — reconoció con pesar— . Te pido perdón, amor mío, y te juro que a partir de ahora acudiré a ti rápidamente en el momento que tenga una duda — prometió acariciándole el rostro.

Lidia lo miró dubitativa, anticipando el impacto que supondría para James conocer sus orígenes.

— Sí guardo un secreto, James.

Atónito, James abrió la boca para decir algo, pero Lidia continuó, no dejándole hablar.

— Antes de contarte de qué se trata, quiero que sepas que si te lo oculté fue por dos razones. Al principio, porque no estaba segura de que lo que había descubierto fuera realmente la verdad, y luego no me atreví. Yo deseaba que me quisieras por mí misma, que nada ni nadie influyera en tus sentimientos. Sólo así podría estar segura de la firmeza de tu amor.

— Sabes que nada me haría renunciar a ti y que, aun en contra de mis propias convicciones, te quise desde el primer momento — insistió él.

— Ahora lo sé, pero entonces no estaba tan segura — admitió con franqueza— . Conoces mi vida hasta que llegué a Boston. Aquí conocí a mucha gente: a ti, a Irving, a los Abock... La primera vez que vi a Sean Abock se fijó en la cruz que siempre llevo al cuello. Le llamó la atención y me dijo que su madre tenía otra exactamente igual.

— ¿Qué extraño, no?

— Pues sí, pero podía ser perfectamente una casualidad. Me interesé por el tema y localicé al joyero que las había hecho — continuó ella mientras James la escuchaba expectante— . Las dos cruces habían sido encargadas por la familia Asder para sus dos hijas.

James no acababa de encontrar la relación entre Lidia y esas cruces.

— ¿Cómo llegó ésta a ti, entonces? — preguntó intrigado.

— Porque me la puso mi abuela, Rose Asder, antes de entregarme en adopción.

James abrió los ojos desmesuradamente, completamente perplejo por lo que Lidia decía. ¡No podía ser cierto! Lidia y los Asder... relacionados...

— ¡Cómo dices? ¡No puedo creerlo!

— Es cierto, James. Rose me llamó, arrepentida, y me lo contó todo. Ella no tiene ninguna duda y yo, al parecer, soy el vivo retrato de mi madre. A partir de ese momento se ha portado como una verdadera abuela. Está muy ilusionada conmigo y yo la aprecio mucho.

James guardó silencio durante algunos segundos, tratando de asimilar la noticia.

— ¡Dios mío, es increíble! Por eso te regaló la pulsera –caviló en un murmullo mientras Lidia asentía. Pero... ¿y entonces los Abock por qué te denunciaron?

Lidia movió la cabeza con pesar.

— Aunque yo ya he olvidado ese desgraciado incidente, comprendo que tienes derecho a saberlo. Los Abock averiguaron la verdad sobre mí y quisieron asustarme para que me fuera.

Evidentemente, no querían repartir su herencia.

— ¡Malditos canallas...!

— No merece la pena enfadarse, cariño. Todo esto es agua pasada y debemos olvidarlo. Además, Sean, que creo que es un buen muchacho pero que quizás ha estado siempre muy influenciado por su padre, se disculpó y yo lo perdoné.

James volvió a sumirse en la meditación durante unos minutos.

Luego, la miró fijamente.

— Rose es una mujer encantadora. ¿Qué motivos tan poderosos pudo tener para entregarte en adopción?

— Su hija, o sea, mi madre, había sido madre soltera, y ya sabes... los prejuicios, la presión social, la ambición... no sé... era una mentalidad diferente, donde la naturalidad y los sentimientos puros terminaban ahogados por la hipocresía social.

James conocía todos esos elementos intrínsecos en las personas y en las sociedades que formaban.

Mi madre se llamaba Rose Mary — continuó Lidia— , y yo fui el fruto de la relación que mantuvo con un estudiante francés. Al parecer estaban muy enamorados y quizás hubieran llegado a casarse si mi abuela no hubiera intervenido.

— Me imagino el golpe que supondría ese embarazo para toda la familia.

— Devastador. Hasta el punto de llevarla a Europa para que diera a luz — prosiguió con expresión desolada— . Mi abuela me entregó en adopción sin que ningún miembro de la familia se enterara y al poco tiempo mi madre murió de cáncer.

James la abrazó apenado.

— Es una triste historia, aunque... yo tengo que agradecer todo lo que ha ocurrido en tu vida. Gracias a eso llegué a conocerte — dijo transmitiéndole su amor a través de su mirada— . Por otra parte — continuó vacilante, receloso de que sus dudas los llevaran de nuevo a una discusión— me pregunto por qué huiste de mí de nuevo, Lidia.

Te busqué para intentar solucionar nuestros problemas. Para mi desesperación ya te habías ido — recordó con pena.

— Ella no te abandonó, James — la voz de Nancy Vantor sonó clara y contundente en la habitación. Había entrado hacía unos segundos sin que ellos se dieran cuenta— . Lidia fue avisada en casa de Rose de que Irving había sufrido un infarto en Londres. Tenía prisa porque debía tomar el primer avión y quería que tú la acompañaras.

Iba a buscarte, pero yo me ofrecí para comunicarte lo que había sucedido. Su intención era que te reunieras con ella en el aeropuerto.

Te llamó al día siguiente y durante varios días más. Yo no te lo comuniqué ni te di los mensajes que Lidia dejaba — se acusó ella misma con los ojos llenos de lágrimas— . Toda la culpa es mía y comprendería perfectamente que no me perdonarais nunca — reconoció entre sollozos, arrepentida por el mal que le había hecho a su hijo, una acción cruel y premeditada que había estado a punto de llevarlo a la muerte.

— ¡Cómo pudiste hacer eso, madre? — exclamó James furioso— .

Sabías lo que yo amaba a Lidia y lo que sufría por su ausencia.

— Estaba equivocada — contestó con los ojos rojos por el llanto— .

Me horroriza que haya tenido que ocurrirte un grave accidente para que yo me diera cuenta de mi error. Lo siento muchísimo, creedme, y lo que más deseo ahora, si es que podéis perdonarme, es ayudaros en vuestra felicidad — se ofreció con un brillo de esperanza en sus ojos— . Hay veces que en la vida tienen que pasar ciertos tristes acontecimientos para que seamos conscientes del daño que estamos haciendo –admitió con pena.

Lidia se levantó y la abrazó.

— No llores, Nancy; todo lo malo ha pasado ya. De aquí en adelante formaremos una familia unida y feliz. Nos ayudaremos unos a otros con cariño y entrega.

James estaba todavía aturdido por las declaraciones de su madre. No podía comprender que por su orgullo y vanidad hubiera consentido que él sufriera. Había estado a punto de perder a Lidia y de morir él mismo por su culpa. Nada de todo aquello habría ocurrido si ella le hubiera contado la verdad.

Nancy se acercó a su hijo, pero él volvió la cara.

— ¿Qué clase de amor de madre es el tuyo! — estalló enfadado— , ¿cómo puede llamarse amor a lo que tú me has hecho? ¡Vete, no quiero verte! — gritó respirando con dificultad, mucho más alterado de lo que le convenía.

— James, por favor... — suplicó Lidia.

— Tienes razón, hijo. De todo de lo que tú me acuses ya lo he hecho yo. Merezco tu desprecio y el de Lidia — afirmó más calmada— , pero, desgraciadamente, no puedo hacer que el tiempo retroceda. Mi pecado es imperdonable; así y todo apelo a vuestra bondad y os ruego que me perdonéis, por favor...

— Yo te perdono, Nancy, y sé que a partir de ahora seremos buenas amigas — contestó Lidia con generosidad.

James seguía taciturno. Estaba muy dolido por lo que su madre les había hecho y no era el mejor momento para apelar a su perdón.

— James... — susurró Lidia tomándole la mano. Él no la retiró. La calidez y el amor de Lidia era lo único que él necesitaba, lo que siempre había echado de menos.

— Por favor, mamá, déjanos solos. — Tenía que reflexionar, recapacitar acerca del giro que había dado su vida a raíz de conocer a Lidia. Ella era su vida, la razón de su existencia, lo había comprobado dolorosamente las veces que Lidia le había faltado. Si alguien se interponía entre ellos, fuera quien fuera, lo eliminaría de su camino.

Nancy salió cabizbaja, dejando a la pareja sumidos en un profundo silencio. A medida que pasaban los segundos, el gesto de James se fue suavizando, al igual que los alocados latidos de su corazón. Lidia esperó pacientemente, hasta que una radiante sonrisa de James dirigida a ella le indicó que ya estaba más calmado.

Aún con las manos entrelazadas, acarició la suave piel de Lidia.

— Acércate más, amor, y bésame — le pidió. En esos momentos necesitaba su contacto, su calor, su amor...

Lidia se sentó en el borde de la cama y con cuidado aproximó sus labios a los de James. Él la recibió emocionado, acercándola a él todo lo que la incómoda posición le permitía. Lentamente sus bocas se unieron en un beso intenso y prometedor. James la aferraba estrechamente a él con el brazo izquierdo en un intento de sentirla de nuevo, de unirla a él para siempre. Lidia lo abrazó con firmeza, acariciándole la nuca y correspondiendo con arrolladora posesión a sus apasionadas caricias.

Fue frustrante para ambos tener que interrumpir su interludio amoroso, pero la visita del médico y su alegre charla los obligó a separarse.

Más tarde, sus padres volvieron a entrar. La expresión angustiada de Nancy le indicó a Lidia que esa mujer estaba pagando duramente el daño que les había hecho. Sintió pena por ella y miró a James con gesto de súplica. Howard Vantor se apartó de su mujer y se acercó a la cama.

— James, tu madre me lo ha contado todo y aún estoy...

aturdido por lo que ella ha sido capaz de hacer — expresó compungido— . Sé que su conducta ha sido deplorable, pero...

— ¡No te atrevas a justificarla, papá!

— Fue una locura, James — admitió su madre aproximándose también— . Estaba ofuscada, no sabía lo que hacía. Mi empeño por que acertaras en tu elección de esposa... ¡Oh, Dios mío...!, estaba equivocada, por favor, perdóname — le rogó de nuevo con los ojos todavía húmedos del llanto..

Lidia se disponía a salir de la habitación para dejarlos a solas cuando James la detuvo.

— ¡Quédate, Lidia, por favor! Lo que estamos discutiendo nos interesa a los dos. Tú ya formas parte de mí, eres mi familia y no volverá a haber secretos entre nosotros — su tono suave y firme la enterneció. James era un hombre serio, con convicciones muy arraigadas y un sentido inquebrantable de la lealtad. A pesar de que en un principio había tratado de luchar contra el poderoso amor que le inspiraba Lidia, una vez que lo aceptó no habría nada ni nadie que pudiera arrebatárselo. Lidia era la mujer a la que él había elegido para amarla y protegerla durante toda su vida.

— James, por favor, reconsidera tu postura y acepta las disculpas de tu madre — le pidió también su padre con voz quebrada.

James los miró con severidad, decidido a no ablandarse en exceso ante lo que podía haber sido un auténtico desastre en su vida.

— Por esta vez, olvidaré tu ofensa, mamá — declaró reticente— .

Ahora bien, te advierto que es la última vez que te perdono una intromisión en mi relación con Lidia — la amenazó con rigidez— . Tú eres mi madre y te quiero, pero Lidia es mi mujer y la amo con locura, al igual que a nuestro hijo. Mientras cada uno sepamos respetar la vida de los demás, viviremos en armonía. No lo olvides, por favor.

Con lágrimas en los ojos, Nancy se acercó a su hijo y lo besó, sin atreverse a exteriorizar en esos momentos el alivio que sentía. Ya fuera de la habitación, su marido la abrazó con ternura y la reconfortó.

— Todo ha pasado ya, querida. Ya verás cómo la vida a partir de ahora, con nuestros hijos y nuestro nieto, será mucho más placentera.

James fue dado de alta pocos días después. Andaba y se movía casi sin dificultad. Sólo el brazo derecho, todavía escayolado, quedaba como secuela del grave accidente.

Todos se trasladaron a la mansión de Newport. Después de tantos días encerrado en el hospital, lo que le convenía a James era relajarse cerca del mar y pasear al aire libre.

Lidia no olvidaba a Irving. Estaba pasando el verano en su casa de campo de Rockport y se veían con frecuencia. Irving había visitado a James en el hospital, y ambos habían charlado amigablemente.

— Es un buen hombre — comentaba un día James— . Siento muchísimo no haber ido a verle cuando estuvo tan enfermo.

— Sabe que tú no te enteraste, así que no tienes por qué preocuparte — le tranquilizó Lidia.

Algunos días, Lidia cogía el coche y, acompañada de James y de Michael, iban a Rockport para pasar la tarde con Irving. Juntos disfrutaban de la playa y daban largos paseos. Lidia nunca olvidaba saludar a los fieles sirvientes que tan bien la habían tratado el tiempo que estuvo viviendo con ellos.

Los preparativos para la boda se intensificaron durante el verano. A Lidia le gustó mucho cómo había quedado el piso de James y estuvo de acuerdo en vivir allí a partir de entonces.

— ¡Ya no aguanto más, Lidia! En casa de mis padres estamos muy bien, pero no tenemos la intimidad que yo desearía. Estoy harto de dormir sin ti y de no poder tocarte en todo el día — le comentaba un día James, desesperado.

— Yo también deseo estar contigo a solas, cariño, pero debes reponerte del todo. La semana que viene te quitan la escayola y...

— ¡Y a la siguiente nos casamos! — afirmó tajante— . Por cierto — dijo sacando del bolsillo un pequeño paquete— , tengo comprado esto desde hace mucho tiempo. Desafortunadamente, hasta hoy no he podido dártelo .

El anillo era precioso. De platino, estaba rodeado de esmeraldas y brillantes, muy al estilo del elegante gusto de James.

Mirándole con ojos enamorados, se abrazó a él y se lo agradeció efusivamente.

— Es un anillo de compromiso, amor, así que no olvides que ya eres mía.

— Siempre he sido tuya, James; tampoco olvides eso.

— Lo supe desde el primer día y ahora mismo te voy a demostrar de nuevo cuánto me perteneces — dijo abrazándola con fuerza y besándola apasionadamente. James se apartó repentinamente y la arrastró con él escaleras arriba hasta la intimidad de su habitación.

— Pero, James, este no es el momento... — él silenció sus protestas con un beso que la hizo olvidar todo lo que la rodeaba— .

Ven aquí, amor mío, disfrutemos de este momento a solas — dijo con voz ansiosa mientras su mano se deslizaban suavemente por su cuerpo. Lidia lo besaba con anhelo, descubriendo en esos momentos la urgente necesidad que ella tenía también de él. Al escuchar el vago gemido de James al caer sobre la cama, Lidia abrió los ojos con preocupación— . James, estamos locos, puedes hacerte daño. Todavía no... — Él no la dejó terminar. No deseaba que nada interrumpiera ese momento, ni siquiera sus propias molestias.

— Papá..., mamá... — gritó una vocecita al otro lado de la puerta.

Los dos se detuvieron súbitamente y se miraron divertidos.

Instantáneamente, se echaron a reír, al comprender que en esa casa y a esa hora del día, jamás tendrían intimidad.

— Michael ha vuelto, querido, y parece que nos llama.

El deseo de los novios no fue discutido por nadie. Lidia y James visitaron al padre López para ultimar los preparativos de la ceremonia.

— Padre López — dijo James— , quisiera pedirle perdón por las impertinencias que le he dicho en algunas ocasiones. No tenía nada personal contra usted. Mi mal carácter se debía a mis discordias con Lidia. Creía erróneamente que la gente que la rodeaba la apartaba de mí — confesó él— . Quiero que sepa que admiro su labor y desearía que me permitiera colaborar con ustedes.

Lidia lo miró asombrada.

¡James!, ¿estás seguro? — le preguntó incrédula.

— Durante todo el tiempo que he tenido que estar en el hospital, he pensado mucho.Cuando se está a punto de morir, se cambian muchos conceptos que antes se tenían como seguros y se replantea uno su vida. Yo no me arrepiento de lo que he hecho anteriormente, pero sí he aprendido a valorar más a las personas y a ciertas cosas a las que antes no daba importancia — explicó con aplomo— . No poseo ni la bondad ni la simpatía de Lidia — añadió mirándola con ojos admirativos— , pero sí tengo conocimientos de Derecho y puedo ayudar en ese campo a las personas que usted considere que lo necesitan — se ofreció abiertamente.

— ¡Eso es magnífico, cariño! — exclamó Lidia abrazándole— . No podías haberme hecho mejor regalo de boda.

— Muchas gracias, señor Vantor. Su ofrecimiento es muy bien recibido y le aseguro que nos es muy necesario. ¡Que Dios se lo pague! — exclamó ofreciéndole la mano.

La ceremonia de la boda emocionó a Lidia. En el altar, delante del padre López, cogidos de la mano y rodeados de todos sus seres queridos, ninguno de los dos hubiese podido describir con palabras la sensación de plenitud y felicidad que sintieron cuando se prometieron amor eterno.

El bondadoso sacerdote les dedicó un afectuoso discurso y las alumnas de Lidia cantaron bellas canciones hispanas.

Desde la iglesia, todos se dirigieron a casa de los padres de James, donde tuvieron ocasión de charlar unos con otros a la vez que disfrutaban de una deliciosa comida.

Al día siguiente, Lidia y James volvieron a coger el Concorde hacia París.

— ¡Cuántos bellos recuerdos me trae este avión! — comentó Lidia suspirando— . Fui tan feliz allí contigo..., por cierto, cariño — dijo incorporándose para coger su bolso— , debemos hacer una lista de lo que nos queda por ver y...

James le quitó el bolso y se acercó más a ella.

— Espero que tengamos tiempo para todo, amor, teniendo en cuenta que la mayor parte de los días los pasaremos en nuestra suite — le advirtió dedicándole una mirada de complicidad.

— ¿De los días has dicho? — preguntó mostrando una sonrisa provocativa.

— ¡Exacto!

— ¡Estoy completamente de acuerdo!

James rió con ganas.

— ¡Eres maravillosa, Lidia mía! Gracias por darme tu amor. Es el mejor tesoro que poseo — afirmó acercándose a ella y besándola con suavidad.

Un nuevo amanecer se vislumbraba a través de la ventanilla del avión. Los dos enamorados, con las manos entrelazadas, comenzaban una nueva vida, cargada con el amor y la ilusión que atesoraban sus corazones.