7
Todos los esfuerzos de Lidia para olvidar las palabras de James Vantor fueron inútiles. Incluso dudaba a veces si él no tendría razón cuando afirmaba que ambos se atraían más de lo que ella quería reconocer.
Estaba segura de que era el tipo de hombre que a ella no le iba nada.
Por otro lado, admitía que, cada vez que lo veía, algo en su interior se despertaba. Su corazón no se quedaba indiferente cuando él le hablaba o la miraba con esos atractivos ojos verdes. Sus sentimientos eran contradictorios y la trastornaban. De lo único que estaba segura era de que James Vantor no le convenía en absoluto, por lo que decidió dejarlo fuera de su mente.
¡Como si eso fuera posible...! Ese mismo día por la tarde recibió un maravilloso ramo de flores con una tarjeta en la que el señor Vantor le expresaba claramente su intención.
"Quiero conocerte más, Lidia. Por favor, no me cierres tu puerta".
Lidia rasgó la tarjeta, sin embargo, al contemplar las flores tan bellas que ese hombre había elegido para ella, suspiró confundida.
Los días de la semana los tenía completamente ocupados.
Lidia había decidido que en el poco tiempo libre que le quedaba, se dedicaría a intentar averiguar algo sobre la posible relación que T pudiera existir entre su cruz y la familia Abock. Quizás todo fuera pura coincidencia, pero su instinto periodístico la instaba a indagar en este asunto que le concernía tan de cerca.
Sabía por Irving que Rose Asder vivía con su hija Jennifer, y hacia la casa de Thomas Abock encaminó un día sus pasos. Se preguntó si hubiera sido más correcto llamar primero por teléfono.
Ante el temor de una negativa, prefirió presentarse y cogerlos desprevenidos.
Una vez delante de la gran verja de la mansión, llamó al telefonillo y se identificó. Esperó durante unos segundos y la respuesta que recibió la desilusionó. Al parecer, la señora Asder no se encontraba en casa. Al intentar concertar una cita, la voz que le respondía le dijo que el delicado estado de salud de la señora hacía imposible su petición. Lidia insistió y prometió ser muy breve en su charla con la señora Asder. Su demanda fue de nuevo denegada.
Decepcionada, aunque no derrotada, se alejó del lugar con el firme propósito de averiguar por sí misma qué sucedía con Rose Asder.
Thomas Abock despidió a la empleada que había respondido a Lidia y miró a sus hijos con gesto preocupado.
— Ha llegado el momento que temíamos. Esto quiere decir que si la señorita Villena insiste en hablar con vuestra abuela, habrá que tomar medidas más serias. Cierto que nosotros hemos averiguado todo gracias a una amistad clave. Estoy por asegurar que esa joven, como buena periodista, no tardará en atar cabos y enterarse de lo que nosotros ya sabemos.
— Esa señorita no tiene medios para investigar nada de lo que tenga que ver con nuestra familia — afirmó Sean, confiado— . Si a nosotros nos ha costado bastante hacer ciertas pesquisas, supongo que a ella le resultará imposible.
— Nunca subestimes a una mujer y menos si es periodista — le aconsejó su padre con un cierto grado de preocupación en su voz— .
De momento es mejor que nos tranquilicemos y esperemos a saber cuál será su segundo paso. Debemos estar alerta y no permitir que esa mujer hable con vuestra abuela. Si logramos esto puede ser que ella se desmoralice y abandone este asunto.
— ¿No crees que sería buena idea hacerla vigilar? — preguntó Brian a su padre.
— Eso sería una torpeza. Si llegara a darse cuenta, nos estaríamos arriesgando a que su curiosidad e instinto profesional la llevaran a investigar en serio. Ahora se encuentra despistada y sólo está tanteando el terreno. De nosotros depende que se interese realmente por el caso o lo abandone — insistió el señor Abock— .
Daremos órdenes estrictas a todos los empleados de la casa para que no se le pasen mensajes a la abuela procedentes de la señorita Villena. De momento con esto será suficiente — concluyó Thomas Abock.
Durante la semana siguiente, Lidia volvió a llamar de nuevo a la residencia de los Abock para intentar hablar con la señora Asder.
Sus llamadas fueron en vano; en ningún momento permitieron que hablara con Rose Asder. Pensó en Irving para que la ayudara.
Finalmente no lo hizo. Llegó a la conclusión de que no tenía ningún derecho a ponerle en un compromiso. Ese asunto le concernía solamente a ella y tendría que resolverlo sola.
Después de insistir por teléfono y presentarse en la residencia Abock un domingo sin conseguir que la recibieran, decidió pensar con tranquilidad y trazarse un plan. Siguiendo un poco las pautas que le había explicado un compañero que se dedicaba al periodismo de investigación, decidió, como primer paso, y teniendo en cuenta que la familia Abock era una de las más influyentes de Boston, empezar por la hemeroteca y consultar los ecos de sociedad del año en el que ella había nacido.
Comenzó por el uno de enero. Revisó hoja por hoja, leyendo cada palabra de la información social, pero no había ninguna alusión a la familia Asder. Continuó con los periódicos de los días siguientes y tampoco tuvo suerte. Cuando llegó la hora de irse, apuntó la fecha del último periódico que había visto y se propuso continuar con sus indagaciones en cuanto tuviera un momento libre.
James Vantor la llamó dos veces para intentar concertar una cita. En las dos ocasiones Lidia se negó a salir con él. Por nada del mundo cedería ante las presiones de ese hombre. Bastantes preocupaciones tenía ya como para añadir otra más. James Vantor III significaba problemas, y ella no quería entrar en ese juego.
El verano se echaba encima y todos en la emisora tenían que ir preparando poco a poco las emisiones estivales. En verano, las noticias se centraban sobre todo en las vacaciones de los políticos y la gente importante, ya que las instituciones y la política solían paralizarse en esas fechas. En cuanto llegaba julio y agosto, se procuraba emitir desde las ciudades costeras más famosas, sobre todo desde Newport, la ciudad de veraneo de la gente más influyente de toda la costa Este de los Estados Unidos. En ese bello lugar, los periodistas estaban constantemente trabajando debido a las diversas actividades que allí acontecían: desde regatas de renombre internacional hasta festivales de música o campeonatos de tenis, además de los numerosos bailes que se organizaban en los clubs sociales y en las grandes mansiones de los más ricos y poderosos del país.
Lidia no sabía todavía cuándo podría coger las vacaciones, pero estaba decidida a disfrutar de unos días de asueto antes de que terminara el verano. Sabía que el trabajo de la radio era constante y que era muy difícil que uno pudiera ser sustituido. Ya había hablado con Mary y parecían estar las dos de acuerdo en la forma de llevar el programa.
El sábado siguiente volvió a levantarse temprano y se encaminó de nuevo a la biblioteca. Cogió un montón de periódicos, los que ella supuso que podía revisar, y se puso manos a la obra. Sus ojos se movían nerviosos sobre las páginas, esperando encontrar algo que la animara a seguir sus investigaciones. Desanimada, poco a poco fue descubriendo que la familia Asder había sido siempre muy discreta y no aparecía en los periódicos. Sintiéndose agotada y con la vista cansada de tanto escudriñar cada línea, decidió dejar los periódicos del verano para la próxima semana.
Al salir, pensaba ir directamente a casa, pero se acordó del padre López y de la relación tan estrecha que siempre había mantenido con su padre. Se le ocurrió pensar que tal vez él se acordara de algún detalle relacionado con su nacimiento. Había hablado hacía unos días con sus padres y ellos le habían vuelto a contar todo lo que sabían respecto a sus orígenes.
Desgraciadamente, su versión seguía siendo la misma. Quizás el padre López se acordara de algún detalle que su padre le contara y que él, a su vez, había olvidado. Habló con él durante largo rato sin averiguar nada nuevo. Su explicación fue exactamente la misma que la que ella ya conocía.
— Siento mucho no haberte sido de gran utilidad, hija. Lo que te he contado es todo lo que recuerdo — se disculpo el sacerdote.
— Es una pena que mi padre perdiera el contacto con los amigos que hicieron posible mi adopción — se lamentó Lidia con desánimo.
— Yo también los conocía, pero hace muchos años que no he sabido nada de ellos. Por unos compatriotas me informé de que se habían mudado al norte y...
— ¿Al norte? — preguntó Lidia nerviosa sin darse cuenta de que le había interrumpido— . ¿Por qué al norte?
A Lidia le brillaban los ojos de excitación.
— No lo sé exactamente. Según me dijo este amigo les habían ido mal los negocios y se cambiaron al norte porque allí tenían parientes.
— ¿Recuerda usted si su amigo le dijo a qué estado del norte se fueron a vivir? — preguntó con ansiedad.
— No me lo dijo. Quizás él tampoco lo sabía.
Al norte... — cavilaba Lidia más tarde en la tranquilidad de su habitación— . ¿Serían los familiares del norte los que les habrían facilitado la niña a los amigos de los Villena? Esto parecía otra coincidencia y como tal habría que tomarlo, por muchas conjeturas que hiciera.
Lidia siempre se había considerado una persona sensata y bastante lógica en sus deducciones; por eso no estaba dispuesta a sacar conclusiones antes de tener todas las pruebas en sus manos, si es que verdaderamente existían y ella las encontraba.
Habló con su padre de nuevo para pedirle el nombre de los amigos que les proporcionaron el bebé. Quería localizarlos en Massachusetts e intentar hablar con ellos. Su respuesta hizo que descartara esa idea de la cabeza.
— Hija, ya sabes que nos encantaría ayudarte, pero aunque te dijésemos el nombre de ese matrimonio, no adelantarías nada, ya que ellos consintieron en la adopción con la única condición de que nunca les preguntaríamos el nombre de la persona que les entregó la niña — le explicó su padre— . Nosotros estábamos tan contentos contigo que prometimos no indagar jamás acerca de tus padres verdaderos o la persona que se encargó de darte en adopción.
Nunca supimos quién era y no nos gustaría que ahora, nuestra querida hija, rompiera esa promesa — le informó el señor Villena con voz afligida.
— No te preocupes, papá. Te prometo que no averiguaré quiénes eran esas personas. Sólo investigaré algunos asuntos que me tienen intrigada. En cualquier caso evitaré que vosotros quedéis mal.
Tranquilizaos los dos y no olvidéis que os quiero mucho y que pase lo que pase vosotros seréis siempre mis verdaderos padres — les aseguró la joven con cariño.
Sus indagaciones las tuvo que interrumpir a causa del verano.
Su programa continuaría en julio y agosto, aunque en este último mes Lidia se iría unos días de vacaciones y sería sustituida por Mary.
Sin cambiar el diseño del programa, debido a los múltiples actos culturales, deportivos y sociales que se celebraban en esas fechas, tenía que asistir a muchos de ellos como periodista y comentarlos al día siguiente en la emisora. Esto significaba más trabajo de lo normal. A lidia no le importaba. Para ella era muy gratificante participar de alguna forma en parte de las numerosas actividades que se organizaban en la época estival.
En la parroquia también se dieron por concluidas las clases, y para celebrarlo organizaron entre todos una pequeña fiesta. Cada uno aportó lo que pudo y todos colaboraron en la colocación de adornos en el aula más grande, que era donde tendría lugar el festejo. Lidia, sus compañeras, y las alumnas hicieron bocadillos y cocinaron algunos platos. También asistirían los maridos, novios e hijos de las alumnas. Lidia estaba entusiasmada; no solamente por la alegría que le suponía ver a todos tan contentos, sino por lo gratificante que le resultaba haber colaborado un poco en la formación de esas personas tan buenas.
Cuando regresó a casa para cambiarse, antes de que se iniciara la fiesta, recibió de nuevo una llamada de James Vantor.
— No sé por qué se molesta en llamarme, señor Vantor. Sabe muy bien que no saldré con usted.
— ¿Ni siquiera me vas a dar la oportunidad de invitarte a cenar y mostrarte mi lado bueno? — le preguntó él con buen humor.
— ¡No!, no se la daré.
— Podíamos ir al teatro y luego a cenar. Te juro que no te decepcionaré. Por favor, acepta mi invitación — le rogó él.
Lidia no quería ser grosera, no estaba en su naturaleza, por eso se alegró de tener una excusa para esa noche.
— Lo siento, pero no puedo — contestó en un tono más conciliador.
Durante unos segundos hubo un silencio al otro lado de la línea telefónica.
— ¿Tiene otro compromiso?
— Sí, hemos organizado una fiesta en la parroquia para celebrar el fin de curso.
— ¿Y no podría dejar de asistir? — preguntó con la seguridad del que siempre consigue lo que quiere de las mujeres.
— ¡Por nada del mundo! — contestó la joven con firmeza— .
Ahora... si me perdona... he de darme prisa para no llegar tarde.
Buenas noches.
— Buenas noches — contestó él decepcionado.
La voz de James Vantor, mientras estuvo hablando con Lidia, se mantuvo en un tono muy suave. Todavía no se explicaba cómo podía controlarse tanto cuando hablaba con ella. Sus repetidas negativas le habían hecho gracia al principio, cuando todavía estaba convencido de que la rebelde hispana, tarde o temprano, caería en sus brazos. La desfachatez de esa noche al atreverse a cambiarle a él por un puñado de hispanos pobres, le había decidido a actuar por su cuenta. Lidia Villena parecía disfrutar humillándolo, pero nadie humillaba a James Vantor III. Esa mujer aprendería quién era él, y la primera lección se la enseñaría esa misma noche.
Al lado del padre López, Lidia miraba contenta, llevando el ritmo con las manos, a las parejas que bailaban los alegres ritmos de la música hispanoamericana y a los niños, que saltaban y reían alrededor de los mayores. Era una estampa preciosa observar a toda esa gente sencilla y bondadosa, vestida con sus bellos trajes multicolores, reír y disfrutar. ¡Cuánto se alegraba de haberlas ayudado en algo! Ellas, aun sin saberlo, le habían enseñado cosas mucho más importantes que la costura: solidaridad, bondad, generosidad, respeto... virtudes que no eran fáciles de encontrar en el mundo de hoy y que sólo muy pocas personas eran capaces de ofrecer de forma tan desprendida. El valor de estas mujeres, que habían tenido que abandonar su hogar en la más completa miseria para enfrentarse con las dificultades de la vida en un país extranjero, era digno de elogio y de admiración.
Lidia, llevada de la mano de algunas de sus alumnas, se unió al baile y danzó al ritmo de salsas y cumbias.
El padre López, que se había mantenido cerca de la puerta, vio entrar a un hombre joven, atractivo y bien vestido. Observó que se quedaba parado y miraba a la concurrencia. Se acercó a él para saludarle e invitarle a unirse a la fiesta.
— Soy el padre Pablo López — se presentó él mismo— ¿Puedo ayudarle en algo?
— Yo soy James Vantor y vengo a buscar a la señorita Lidia Villena — contestó secamente.
— ¿James Vantor?, ¡oh, encantado de conocerle! Permítame que le dé las gracias personalmente por su generosa aportación a nuestra parroquia — exclamó el sacerdote con sencillez.
— Más que a mí, debe darle las gracias a la señorita Villena; sólo por ella hice mi donativo.
El sacerdote sonrió.
— Lidia ya sabe lo agradecidos que le estamos todos nosotros por su desinteresada dedicación a nuestra humilde parroquia.
Tenerla como colaboradora ha sido una verdadera suerte — dijo con sonrisa bondadosa al tiempo que sus ojos se dirigían hacia el lugar donde se encontraba la joven.
Abstraída con el movido ritmo del baile, Lidia no había reparado en la presencia de James Vantor. El impacto que sufrió al verle parado delante de ella, observándola indolentemente, hizo que su corazón dejara de latir momentáneamente, para luego acelerarse desbocado impidiéndole hablar. James aprovechó su confusión para rodearla por la cintura y acercarla a él para bailar. Como una autómata y completamente turbada por la osadía de ese hombre y por la expectación que había provocado entre todos los asistentes a la fiesta, no fue capaz de rechazarle. Cuando sus nervios se tranquilizaron y su ánimo se recuperó, su primer impulso fue dejarle allí plantado y salir corriendo. Eso era lo que él se merecía. Sin embargo... no era lo que merecía toda esa buena gente que había trabajado con tanta ilusión para organizar la fiesta. Si ella se enfadaba y le montaba allí mismo el número al orgulloso Vantor, toda la alegría e inocencia de la fiesta se vendrían abajo. Todos se entristecerían al verla a ella apesadumbrada, por lo que decidió disimular como si ese hombre fuera un amigo y comportarse con total normalidad.
La mujeres sonreían, en clara complicidad con la pareja, pensando equivocadamente que el apuesto joven debía estar enamorado de la señorita Villena y que por ese motivo había asistido también a la fiesta. Lidia intuía lo que estaban pensando todos, incluido el padre López, y eso la enfurecía todavía más.
— ¡Por qué se le ha ocurrido venir aquí? — le preguntó al oído mientras bailaban, con voz cargada de veneno— . ¡Cómo se atreve a inmiscuirse en mi vida?
— Quería conocer a mis rivales — contestó con sorna.
— ¿Rivales? ¿De qué habla? — inquirió Lidia con exasperación.
— Rechazaste mi invitación por asistir a esta fiesta, si es que se le puede llamar así — agregó en tono de desprecio— , así que decidí, nada más terminar de hablar contigo, venir y comprobar cómo eran las personas con las que preferías estar antes que conmigo.
Echó una ojeada a su alrededor con sonrisa burlona y continuó:
— Veo que tienes buen gusto y que tu ambición por superarte en la vida es encomiable.
El rostro de Lidia se encendió de ira al oír sus despectivas palabras. A los ojos de James, el gesto de enfadado aumentó todavía más su belleza.
— Te pones preciosa cuando te enfadas, por eso me gustaría que esta conversación la mantuviésemos en privado, sin ser el objeto de la curiosidad de esta gente — le susurró él, serio.
— Ellos son mis amigos. Si se encuentra usted incómodo, señor Vantor, por favor, no le dé apuro y váyase — le sugirió con ironía.
Pese a que, efectivamente, no estaba a gusto rodeado de todas esas personas desconocidas para él, bailando con Lidia se encontraba feliz. Había bailado con muchas mujeres en su vida, pero nunca había sentido lo que sentía en esos momentos. Si el ambiente fuera otro, no habría nada ni nadie que apartara a esa terca hispana de su lado.
Lidia se detuvo e intentó terminar con el baile. James se lo impidió sujetándola con fuerza a la vez que la miraba a los ojos en profundidad.
— Vente conmigo ahora mismo y olvídate de toda esta gente — le pidió con voz grave— . Tú eres una mujer bella e inteligente. Te mereces algo mejor que dedicarte a educar a los pobres. Yo puedo ofrecerte una vida llena de bienestar y de lujo, que es el marco que tú te mereces. Lidia, acepta mi proposición y conozcámonos mejor. Yo te colmaré con todo lo que desees, te presentaré a gente importante y te demostraré todo el anhelo y la pasión que siento por ti — declaró con vehemencia.
A Lidia le cogieron por sorpresa sus palabras, aunque tampoco le extrañaron demasiado. Tarde o temprano James Vantor se delataría y le pediría que fuera su querida. Un hombre como él tenía muy claro lo que quería en la vida: mantener su posición, dinero y prestigio. Había sido educado en esa línea y nunca renunciaría a ella.
Hasta ahora, James Vantor III había ido consiguiendo todo lo que se esperaba de él y así seguiría. Tarde o temprano conocería a la mujer que, por "status" social y dinero, le convendría para ser su esposa.
Cuando llegara ese momento podría decirse que había cumplido con las reglas del juego. Entretanto, nadie le impedía divertirse con las numerosas mujeres guapas que se le ofrecían sin remilgos.
Lidia sonrió con satisfacción antes de responder lo que sabía que sería como una bofetada para el orgullo del joven Vantor.
— Supongo que sus palabras hubieran colmado de alegría a muchas bellas damas a las que no les importaría venderse por dinero y joyas — dijo con lentitud premeditada para que él asimilara cada una de sus palabras— ; pero yo soy distinta, señor Vantor; yo no me vendo, y menos a un hombre que me produce desprecio.
James Vantor, sintiendo su dignidad herida, replicó con audacia, intentando controlar su ira.
— No cantes aún victoria, querida –la avisó él— . Eres una mujer orgullosa, Lidia, pero te advierto que yo también lo soy. Te he buscado muchas veces y tú no has querido atender a mis demandas. No volveré a insistir — aseveró con rotundidad— . Si recapacitas y decides cambiar de opinión respecto a lo que te he propuesto, tendrás que venir tú a mí y convencerme de que me deseas. Hace un momento no me hubiera importado que no estuvieras completamente enamorada de mí. Estaba dispuesto a enamorarte a base de cariño y atenciones. Ahora he cambiado de opinión — le comunicó con voz gélida— . El día que vengas a mí, seré muy exigente. No sólo querré tu cuerpo sino también tu alma; no te aceptaré con menos — terminó con una peligrosa calma.
Lidia levantó la barbilla con altivez y lo miró con insolencia.
— Le aconsejo que no espere, señor Vantor. ¡Jamás iré a usted!
— El tiempo lo dirá — contestó él con seguridad.
Sin pronunciar una palabra más se alejó de ella y se acercó al padre López antes de salir de la habitación.
Lidia vio que intercambiaban unas palabras y luego se despedían con un apretón de manos.
No hubiera sabido explicarlo, pero cuando la figura de James Vantor desapareció de su vista, sintió un gran vacío en su corazón; una enorme soledad la abrumó a pesar de estar rodeada de gente.
"¡Maldito yanqui!", pensó con rabia.
Agradeció las voces que la hablaban con cariño, invitándola a comer algo. En esos momentos necesitaba distracción, no darle vueltas a turbios pensamientos.
— No ha probado estos platos tan ricos, Lidia. Venga y denos su opinión — le pedía con dulzura una de sus alumnas.
— ¡Qué pena que se haya tenido que ir su amigo tan pronto! — comentó otra con bondad.
Lidia sonrió sin contestar. Aun no teniendo ganas de comer, intentó sobreponerse y olvidar el incidente anterior.
Una vez acabada la fiesta, todo quedó limpio y ordenado. Ya era tarde cuando Lidia apagó las luces del local y se despidió del padre López.
— Muchas gracias por esta maravillosa fiesta, Lidia. Sé que todos han colaborado, pero tú has sido la organizadora y, gracias a ti, nuestros amigos han podido disfrutar de unas horas maravillosas — le agradeció el sacerdote con afecto.
— Usted sabe que lo hago encantada. Yo también disfruto con la compañía de todos ustedes; es más, creo que la agradecida soy yo por tener la oportunidad de hacer algo por los demás — confesó con franqueza.
— Sí, siempre es una satisfacción ayudar a los que nos necesitan.
Desgraciadamente, eso no es posible sin dinero, y tú, hasta eso has conseguido para nosotros. Si no hubiera sido por tu optimismo y energía, ni el joven Vantor ni otros muchos hubieran colaborado con nosotros — siguió el padre López, agradecido.
— Cualquiera, con un poco de persuasión, hubiera hecho lo mismo que yo.
— Tal vez, pero James Vantor ha sido muy claro cuando ha dicho que es sólo por ti por lo que él colabora con la parroquia. Es un buen muchacho y te aprecia. Se ve que valora todo lo que haces por nosotros — añadió con benevolencia.
Lidia no siguió la conversación. Era mejor dejar al padre inocente y no explicarle que James Vantor no daba nada gratis.
Afortunadamente, todo había terminado entre ellos y ya no había nada por lo que preocuparse.