9
Durante el mes de Agosto, Lidia siguió con su intensa actividad veraniega.
Aunque la mayor parte de los habitantes de Boston habían abandonado la ciudad para dirigirse al mar o a los lagos desperdigados por la región, ésta no se veía vacía. Multitud de turistas acudían a este bello lugar para conocer "in situ" parte de la historia de los Estados Unidos.
Debido precisamente a esta afluencia de gente, no dejaban de organizarse en verano conciertos, obras de teatro y representaciones de ópera. Lidia y sus compañeros acudían a todos estos actos culturales para comentarlos, al día siguiente, a través de la radio.
Llegado el día que empezaban sus vacaciones, Lidia se despidió de todos hasta el uno de septiembre.
Estaba eufórica de poder contar con quince días libres. Tenía muchos proyectos para el tiempo que iba a estar en Miami, siendo el principal de todos estar con sus padres el mayor tiempo posible.
El día antes de partir, Lidia fue a la parroquia para despedirse del padre López. Él ya había estado unos días en Miami y había visto a José Villena, su íntimo amigo desde la infancia.
D — Espero que descanses y que disfrutes con tus padres, querida niña. Has trabajado muy duro durante todo el año. Te vendrán muy bien estas vacaciones.
— Me encantará estar con mis padres y mis amigos, pero sobre todo, voy a descansar. Realmente, lo necesito — confesó Lidia.
Los días en la soleada ciudad de Miami fueron deliciosos.
Lidia volvió a disfrutar de su acogedora casa, de sus padres, y a reír con sus amigos. Recorrió de nuevo las calles, las tiendas y los parques, sin dejar ni un sólo día de ir a la playa. Le encantaba tumbarse al sol, bañarse en las transparentes aguas y pasear por la orilla sintiendo la suave brisa del mar en su rostro.
El uno de septiembre llegó más rápido de lo que ella hubiese querido. Con nostalgia se despidió de su familia y cogió de nuevo el avión para Boston.
La preparación de los programas para la nueva temporada le llevaba prácticamente todo el día. La línea del programa sería la misma, pero además tenía pensado introducir algunos espacios nuevos. Su equipo sería el mismo de la temporada anterior; estaba formado por buenos profesionales y se llevaban muy bien.
Durante ese curso también daría las clases en la parroquia. Ya había hablado con el padre López, y entre todos los colaboradores habían fijado los horarios.
Pasó un mes antes de que tuviera tiempo de reanudar su investigación sobre los Asder. Su último paso había sido en la biblioteca y allí fue donde decidió reanudar su trabajo.
Extendió ante ella los periódicos que pensaba revisar. La tarea se presentaba ardua, pero estaba dispuesta a hacer todo lo posible para conseguir información de esa familia. Leyó un periódico tras otro sin encontrar nada. Perdida toda esperanza, estaba a punto de dar por terminada su investigación ese día cuando sus ojos repararon en una noticia de nivel internacional.
Se había inaugurado en París un importante hotel, y en la fiesta de inauguración aparecía el matrimonio Asder. En la fotografía se veía a los Asder y a los dueños del hotel. A pie de foto el periodista informaba que el magnate americano y su mujer estaban de viaje por Europa con una de sus hijas.
Lidia, excitada ante el pequeño descubrimiento que acababa de hacer, siguió leyendo periódicos con la esperanza de encontrar más información que la ayudara a sacar alguna conclusión lógica. ¡Era su día de suerte! Con fecha del veintiocho de octubre y con motivo del Gran Baile anual a beneficio de la Cruz Roja que se celebraba en Boston, aparecían el señor y la señora Abock bailando. En una nota al margen se explicaba que la madre de la señora Abock, señora Rose Asder, presidenta del comité organizador del baile, ese año no había podido asistir a la gala por encontrarse de viaje por Europa con su marido y su hija pequeña. No se explicaba en la nota el motivo de dicho viaje al extranjero. Lidia sonrió complacida; por lo menos ya tenía un punto de partida. ¿Fueron a Europa en viaje de placer o su estancia allí tuvo otra finalidad?
Durante esa semana, Irving Longley la llamó para pedirle que le acompañara, precisamente, al Gran Baile de la Cruz Roja. Lidia aceptó encantada; no solamente porque quería asistir al baile benéfico más famoso de Boston, sino porque tenía la esperanza de poder hablar allí con Rose Asder.
— La única pega, Irving, es que mi donativo, comparado con los de la mayoría de los asistentes, parecerá ridículo — se lamentó Lidia.
— Los donativos son anónimos, querida; bastante colaboras pagando la entrada. Todos sabemos que, debido a su carácter benéfico, su precio es muy alto — la tranquilizó él.
— ¡Qué guapo estás, Irving!, el traje de etiqueta te sienta de maravilla — exclamó Lidia cuando él fue a recogerla el día del baile.
Irving la miró complacido mientras la ayudaba a introducirse en el coche.
— Tus palabras son un verdadero regalo para mis oídos. Un solterón mayorcito como yo, no suele escuchar piropos de bellas damas — comentó sonriéndole.
— No me lo creo. Seguro que un hombre tan interesante como tú tiene muchas admiradoras, ¿a que sí? — le instó ella.
— No tantas, no tantas; las buenas siempre están cogidas — se quejó él.
Lidia rió con ganas y se cogió de su brazo para entrar en el gran hall del hotel donde se celebraba todos los años el baile.
Ambos formaban una pareja singular. De momento, todavía estaban a salvo de rumores. Se les veía juntos muy de tarde en tarde y todos sabían que el millonario Irving Longley era un solitario. Así y todo les extrañaba la camaradería cordial que mostraban los dos. A Irving se le veía encantado con la bella periodista. Era atento y galante con ella, pero el trato era más bien el de un tío hacia su sobrina. Era natural, teniendo en cuenta la diferencia de edad, aunque en algunos casos, eso no había sido ningún impedimento para que las parejas llegaran a enamorarse.
Lidia estaba espléndida, y muchos ojos la observaban admirados.
— Eres la mujer más bella del baile, querida Lidia — dijo Irving con orgullo.
— No lo creo, pero si así fuera es gracias a ti.
— No estoy de acuerdo. Ese vestido, sin una figura como la tuya, no luciría nada — afirmó él.
Lidia recordó el momento en el que había recibido el regalo de Irving. Cuando abrió la puerta y un chico le entregó la caja, pensó que eran flores. Al abrirla y desplegar ante ella el traje de noche más bonito que había visto en su vida, no podía creerlo. Todavía no sabía cómo Irving había adivinado su talla, pero el vestido le quedaba perfecto. Era largo, de muselina amarilla, drapeado en el cuerpo y recogido en un tirante en el hombro, sobre el cual llevaba un gran broche dorado en forma de estrella. Para completar el atuendo se había recogido el pelo en un moño y se había puesto unos pendientes largos.
— Nunca compré con tanto gusto un regalo — añadió él mirándola con aprecio— . No sólo te mereces ese y muchos regalos más por tu belleza, sino también por tu bondad y sinceridad. Estoy muy orgulloso de que me consideres un amigo — confesó él.
— Irving, me emocionan tus palabras. Eres un hombre maravilloso y yo te tengo en gran estima — declaró Lidia.
Saludaron a mucha gente, sobre todo a amigos de Irving.
Charlaron de muchas cosas y Lidia simpatizó con muchos de ellos.
En la barra, situada en el lado opuesto de la entrada, James Vantor charlaba con unos amigos cuando vio entrar a Lidia y a Irving. Su rostro, sereno unos minutos antes, se tornó sombrío y ausente. No esperaba encontrarse allí con Lidia, y menos acompañada de Irving Longley, el hombre al que ella besó con tanta ternura y que le había provocado tantos celos la última vez que habían estado juntos. Estaba guapísima y muy seductora. Cualquier hombre se hubiera vuelto loco por ella, y él más que ninguno.
Después de tres meses sin verla, creía que ya estaba empezando a curarse de esa mujer. Bien sabía Dios que no la había olvidado ni un instante, aunque controlando a duras penas sus impulsos había conseguido dominarse y mantenerse alejado de ella.
Había supuesto un gran esfuerzo no acosarla y convencerla de que saliera con él.
Ahora, Lidia le cogía desprevenido y hacía que todo lo que él había conseguido con un férreo autodominio se desvaneciera con sólo verla.
— ¿Conoces a la acompañante de Longley, querido? — le preguntó una amiga cogiéndose de su brazo mientras dirigía sus ojos en la misma dirección que él— . ¿O es la primera vez que la ves y estás impresionado? — inquirió en tono jocoso— . ¡Ay...! — continuó— , los hombres sois todos iguales; os ponéis tontos cuando veis una cara nueva y bonita.
— Apenas la conozco — contestó él distraído.
— Es guapa, sí, y debe ser rica o... en fin...
— ¿Qué quieres decir? — preguntó James interesándose en esos momentos por lo que ella estaba diciendo.
— Bueno, lo digo por el traje que lleva. Es un modelo de Christian Dior. Lo vi en los últimos desfiles en París.
— ¿Estás segura?
— Completamente; un modelo así no se olvida tan fácilmente.
James sintió una enorme desazón interior, notando con un doloroso zarandeo cómo el demonio de los celos y la desconfianza anidaba en su mente de nuevo.
A pesar de todo se mantuvo impasible y no hizo intención de acercarse a Lidia. Su esfuerzo parecía inútil. La hispana no se apartaba de su mente y raras veces la perdía de vista.
Irving y Lidia estaban disfrutando mucho de la noche.
Cenaron al lado de unas parejas muy agradables, amigos de Irving, y Lidia tuvo ocasión de conocer a mucha gente gracias a él.
Durante el baile, el maestro de ceremonias llamó la atención de los asistentes a la fiesta para que colaboraran en la danza llamada "cambio de pareja". Su finalidad era permitir que las parejas tuvieran oportunidad de bailar con otras personas. Cada vez que el maestro de ceremonias decía "cambio de pareja", había que bailar con el hombre o la mujer que uno tuviera más cerca.
Irving y Lidia iniciaron la danza divertidos, disfrutando del baile y sonriendo y charlando con las parejas que les iban tocando.
Lidia reía con deleite las ocurrencias y piropos de los varones que bailaban con ella, observando con buen humor sus gestos de admiración.
En uno de los cambios su semblante perdió toda la alegría al contemplar el rostro ceñudo que la miraba con expresión gélida.
En algunos momentos de la fiesta, Lidia había visto de una forma fugaz a James Vantor. Siempre la estaba observando atentamente. Ella miraba hacia otro lado con el firme propósito de olvidarse de que él estaba allí. No lo había conseguido por completo. La personalidad de ese hombre era demasiado atrayente como para que se le olvidase así como así. Le quedaba la esperanza de que nadie notara su turbación interior.
— Es un vestido muy caro para un sueldo, ¿no, querida? — le espetó James con crueldad sin poder reprimir el anhelo que sentía por saber todo lo que ella hacía— . Claro que... tener amigos con...
dinero siempre ayuda, ¿no crees?
Lidia se quedó lívida por la grosería. ¡Cómo se atrevía a insinuar que Irving y ella...! Al parecer, James Vantor vivía en un mundo tan hipócrita y corrompido que no concebía una sana amistad entre un hombre y una mujer.
Su primera intención fue abofetearlo; era lo que se merecía.
Para no darle la satisfacción de pensar que la había hecho daño, le siguió el juego con la misma frialdad que él había manifestado.
— Si te soy sincera, James, no tengo ni idea de lo que puede haber costado — contestó mirándolo seductoramente, como nunca lo había hecho antes— . Ha sido un regalo.
Su respuesta lo dejó perplejo. Había esperado un insulto y posteriormente un desaire, no la actitud dócil que ella había mostrado.
Él, sin embargo, continuó con el mismo tono agrio.
— ¿Quién te lo ha regalado y por qué?
Lidia suspiró con impaciencia.
— Haces muchas preguntas, James. No sabía que fueras tan curioso — siguió ella con inocente coqueteo.
— Normalmente, no soy curioso, pero me gustaría que contestaras a la pregunta que te he hecho — insistió con notable enojo.
— Hoy estoy de buen humor, así que te responderé — contestó dedicándole una sonrisa que lo hizo temblar— . El traje me lo ha regalado Irving.
El joven Vantor le dedicó una mirada siniestra.
— Veo que le llamas por su nombre de pila, cosa que a mí me costó mucho trabajo conseguir — le reprochó él— . Debes tener mucha confianza con él, ¿no? — preguntó con sarcasmo.
— Confío en él por completo. Es un hombre adorable y yo le quiero mucho.
James parecía inconmovible. Nadie hubiera dicho que todos los músculos de su cuerpo estaban tan tensos que apenas podía moverse con naturalidad.
— ¿Por qué vas con un hombre tan mayor en vez de conmigo?
¿Qué te da él que no pueda darte yo? — preguntó con voz áspera.
— Irving es un hombre maduro, es cierto, pero es muy atractivo y muy interesante. Me encuentro a gusto a su lado — aseguró con sinceridad.
— ¿Y en mí no ves ninguna cualidad que te atraiga? — aventuró él esperanzado.
— Sí, pero... — contestó a medias, continuando con el juego.
— ¿Pero qué? — preguntó expectante.
— Reconoce que has sido muy arrogante conmigo, James — dijo mostrando un falso enojo, como si le estuviera recriminando de forma afectuosa.
Cegado por la pasión que sentía por ella, James no adivinó su juego y creyó que ya la tenía de su parte.
— Siento haberte ofendido. Te pido perdón humildemente — y acercándola más a él, le susurró— : olvidemos el pasado, Lidia — continuó con un rayo de esperanza en sus ojos— y empecemos de nuevo. Me gustas mucho, me atraes, me vuelves loco. Por favor, salgamos y conozcámonos mejor. Dime que sí, cariño, dime que sí, por favor — insistió con tono desesperado.
— No puede ser, James, nos separan demasiadas cosas. Nuestra relación estaría abocada al fracaso.
Él movió la cabeza, negándose a aceptar lo que ella decía.
— No importa el desastroso principio que tuviéramos.
Empezaremos de nuevo — le rogó con ojos tan suplicantes que durante unos momentos llegaron a conmoverla— . Yo... intentaré mejorar para ti, Lidia, si es eso lo que quieres. Podemos ser felices...
— No, James, es mejor no empezar. Nuestra relación sólo nos traería sinsabores. Somos demasiado distintos.
James empezó a notar que no controlaba la situación, que lo que él más deseaba se le iba de las manos. No estaba acostumbrado a perder.
— ¡No acepto una respuesta así!
— Pues lo siento, pero es la única que puedo darte — contestó Lidia más afligida de lo que él pudiera pensar.
A través del micrófono se oyeron las palabras "cambio de pareja". Lidia hizo ademán de separarse, pero James la sujetó con firmeza.
— No, Lidia, estoy harto de jugar al ratón y al gato. Sé que existe algo entre nosotros y tendrás que admitirlo. Encuéntrate conmigo en el jardín a las doce — le ordenó con apremio, rechazando de plano cualquier otra negativa.
El problema que representaba para ella James Vantor se agrandaba cada día. Ya era hora de que se diera cuenta de que ella no sería nunca un juguete temporal para él. Esa misma noche haría que lo comprendiera de una vez por todas.
La joven periodista dio enseguida con la persona que estaba buscando: una amiga de James, elegantemente vestida, con gesto altivo y orgulloso, que le miraba continuamente con arrobamiento.
Lidia dudaba de que su conducta fuera moralmente correcta.
En esos momentos no le importaba. Por nada del mundo renunciaría a darle una lección a James Vantor III. Después de ese escarmiento, se le quitarían las ganas de volver a molestarla.
— Perdona, no me acuerdo de cómo te llamas — dijo Lidia dirigiéndose a la rubia que dedicaba miradas tiernas a James.
La joven miró a Lidia por encima del hombro, extrañada, preguntándose cómo esa desconocida, que por supuesto no pertenecía a su grupo, osaba dirigirse a ella tan descaradamente.
— Lorna Robinson — contestó con sequedad.
— ¡Oh, sí!, Lorna. Te traigo un mensaje de James Vantor.
— ¿De James Vantor? ¿Estás segura?
— Sí; he estado bailando con él y me ha pedido que te diga que quiere verte a las doce en el jardín.
Los ojos de Lorna brillaron con excitación.
— ¿Te ha dicho para qué quiere verme?
— No exactamente. Sólo me dijo que tenía que hablar contigo.
Ahora tenía que reunirse con unos socios.
Antes de que la joven hiciera más preguntas, Lidia se despidió con precipitación y buscó a Irving. Esa clase de mujer era la que le iba a James y a la que todos considerarían como esposa idónea para él.
Con las prisas no tuvo tiempo de buscar a Rose Asder, ni siquiera pudo indagar si se encontraba en la fiesta.
En el coche, Lidia sonreía complacida.
— Pareces contenta. ¿Te has divertido? — preguntó Irving, jovial.
— Mucho. Ha sido una fiesta magnífica.
— Sí, son todas iguales — contestó él con desgana— ; sólo por el hecho de ser una fiesta benéfica y acompañarme tú me ha merecido la pena.
A Lidia se le nublaron un poco los ojos. Irving tenía un gran concepto de ella. ¿Qué pensaría si conociera la jugarreta que le había jugado a James?
Él se merecía eso y más, pero... Lidia no era así; nunca había hecho nada con mala intención ni había ofendido a nadie a propósito; ¿por qué había planeado entonces engañar a James con tanta frialdad?
"¡Maldito James Vantor! ¿Por qué provocas que lo más mezquino de las personas salga a la luz?" — pensó abatida.
No había jugado limpio y su conciencia no dejaba de proclamárselo. Buscó mil excusas, pero no hallaba ninguna justificación que mitigara su sensación de culpabilidad. La solución más honesta que se le ocurría era arrepentirse y pedir perdón a James al día siguiente. Lo que no sabía era si él admitiría sus disculpas o por el contrario se tomaría su revancha.
Cansada de dar vueltas por el pequeño salón, decidió tomar un baño para relajarse.
Sabía que con el maremágnum que tenía en la cabeza le sería muy difícil conciliar el sueño. Solamente durmiendo lograría que se desvanecieran los pensamientos que la perturbaban.
Creía estar soñando cuando oyó, como en la lejanía, unos golpes en la puerta. Sobresaltada al ver que persistían, se levantó, cogió la bata y se acercó a la puerta, asustada.
— ¿Quién es? — pregunto con cierto temor.
— !James Vantor! ¡Abre la puerta inmediatamente! –chilló él sin ninguna moderación.
Los ojos se le dilataron con incredulidad, sintiendo cómo el miedo la paralizaba.
— ¡Vete, James! Es muy tarde. Mañana hablaremos — logró balbucear.
— ¡Hablaremos ahora! O abres la puerta en cinco segundos o la tiro abajo — la amenazó él— . Uno, dos, tres, cuatro...
Lidia abrió sin más demora. Sabía que en el estado en el que se encontraba James, no vacilaría en cumplir su amenaza.
James entró como una tromba y cerró de un portazo la puerta tras él. Llevaba todavía el traje de etiqueta, lo que quería decir que había venido directo desde el baile.
Sintiéndose casi desnuda ante él, Lidia se ciñó más la bata a su cuerpo y retrocedió asustada al contemplar sus ojos encendidos de ira.
— ¿Por qué lo has hecho? — preguntó mientras avanzaba hacia ella, eliminando todos los obstáculos que interceptaban su camino.
— ¿El qué?
— ¡Sabes perfectamente qué, maldita sea! — estalló él.
— Creo que tu comportamiento hacia mí lo merecía — contestó recobrando la compostura y enfrentándose a él abiertamente— . Me has insultado deliberadamente insinuando que existe algo turbio entre Irving y yo. También quería terminar de una vez por todas con esto.
— ¿Decir la verdad es acaso un insulto? ¿Es que no es cierto que tú no puedes permitirte el lujo de comprarte esa clase de vestidos?
— ¡No te importa lo que yo gane o lo que me pueda comprar con mi dinero! — le espetó con genio.
— Pero sí me importa que un hombre te compre cosas lujosas.
Sólo yo debo hacerlo — contestó con arrogante seguridad.
— ¡Tú? — preguntó atónita— . Tú no eres nadie para mí, no significas nada y maldigo el momento en que te conocí — gritó sofocada.
Sus palabras fueron como una punzada en el corazón, pero no permitiría que ella detectara su dolor.
Esbozando una sonrisa cruel y provocativa, siguió avanzando hacia ella.
Desconcertada ante la expresión de su rostro, Lidia empezó a sentir cómo el coraje la abandonaba. Con dificultad dominó el miedo, dispuesta a no dar señales de debilidad ante él.
James conocía su rostro muy bien y sabía que en él se reflejaban siempre con nitidez todas las emociones que ella sentía.
Enseguida captó su temor.
— ¿Qué te ocurre, Lidia? ¿Acaso tienes miedo de mí? — preguntó con descaro.
Lidia se volvió a envalentonar ante su jactancia.
— No te temo; lo único que quiero es que te vayas de mi casa ahora mismo — contestó con audacia.
— Siempre tan osada... Pero debiste pensar antes en las consecuencias de tu acción. ¿Creíste acaso que podrías engañarme sin pagarlo? Eres muy inocente si has pensado, siquiera por un momento, que yo consentiría que jugaras conmigo — la amenazó en tono despectivo.
La pared a su espalda la hizo detenerse, ventaja que James no desaprovechó. Adelantándose a sus pensamientos, él actuó con rapidez y la acorraló entre sus brazos.
Sintiéndose inmóvil, con las manos de James a cada uno de los lados de su cabeza, y su cara muy cerca de la suya, se encontraba completamente a su merced.
Él la miraba con gesto implacable, contemplando detenidamente cada una de sus facciones. Estaba preciosa con la cara lavada. Era una verdadera tentación.
Lidia respiró en profundidad y le miró con expresión interrogante. Lo que vio la asustó. Pensaba encontrarse con unos fríos ojos verdes observándola con odio. En su lugar, topó con dos esmeraldas que refulgían con el fuego de la pasión. No sabía qué pensar ni qué decir, pero algo en su interior la advertía de que James no estaba de broma.
— ¿Qué piensas hacer? — preguntó con voz trémula.
— Quiero comprobar algo de lo que estoy casi convencido — contestó con un tono de cinismo en su voz.
— ¿Y se puede saber qué es? — inquirió tratando de mostrar una entereza que no sentía.
James se acercó más a ella, hasta rozar el rostro de Lidia con sus labios.
— Que tú sientes la misma pasión por mí que yo por ti.
En esos momentos, Lidia supo exactamente lo que James pretendía. Sin pensarlo dos veces, y haciendo un brusco movimiento, intentó apartarlo de ella. No tuvo suerte. James había interpretado acertadamente sus pensamientos y le había cogido prevenido.
Sabiendo que su lucha sería inútil, intentó dialogar con él.
— ¡No permitiré que me violes!
— ¿Violarte? ¡Vamos, Lidia! ¿Por quién me tomas? Yo nunca he violado ni violaré a nadie — afirmó muy serio— . La mujer que venga a mi cama lo hará por su propia voluntad.
— Bien — continuó ella intentando calmarse— , suponiendo que hables con sinceridad, debes reconocer que yo no estoy ahora mismo entre tus brazos por propia voluntad.
Él esbozó una sonrisa diabólica.
— No, pero lo estarás — aseveró con una seguridad que la exasperó.
Sin darle opción a protestar, se acercó más a ella e intentó besarla. Lidia volvió la cabeza bruscamente y apoyó las dos manos sobre su pecho para apartarle. No consiguió mucho. James le cogió las dos muñecas con fuerza y se las puso al costado, haciendo que los dos cuerpos se juntaran todavía más. En esa posición, Lidia no tenía escapatoria, por lo que no pudo evitar su beso salvaje.
Lidia gemía, protestando, moviéndose y luchando para liberarse. Todo su esfuerzo parecía ser inútil ante la fuerza superior de James. Parecía increíble, pero ese arrogante yanqui había logrado dominarla con suma facilidad.
Sin ninguna esperanza de salir victoriosa de esa batalla, Lidia comenzó a debilitarse. James lo notó enseguida, aunque no bajó la guardia; tan sólo dulcificó su actitud hacia ella. Sus besos, bruscos en un principio, se volvieron tiernos y amorosos, acompañados de palabras dulces y cariñosas que empezaban a quebrar el ánimo hostil de Lidia. Esto volvía la situación mucho más peligrosa para ella, ya que no sólo tenía que luchar contra él, sino contra su propio cuerpo, que le obedecía a él y no a su voluntad.
Se sentía aturdida, transportada a un mundo nuevo en el que se encontraba muy a gusto. La calidez y suavidad con la que James la besaba y la acariciaba habían despertado en ella unas sensaciones que nunca había sentido antes. Sin tener una noción clara de lo que estaba sucediendo, Lidia se sintió elevada por los brazos de James y depositada suavemente en su cama.
Una gran ola de calor se expandió por todo su cuerpo haciendo que, involuntariamente, se pusiera en movimiento y correspondiera con pasión a cada avance de James. Nada de lo que les rodeaba o lo sucedido anteriormente entre ellos tenía importancia comparado con ese estallido de amor y entrega que estaban viviendo.
James jamás había sentido tanta plenitud como en su unión con Lidia. Su felicidad era total y la pasión, dulce y convulsiva a la vez, que sentía por ella, era nueva para él. Había esperado ese momento con ansiedad, pero nunca hubiera imaginado que Lidia se le entregara con el mismo ardor y esplendidez que él mismo. Esa mujer era como un diamante en bruto, y era suya, sólo suya porque él era el primero y el único hombre al que ella se había entregado.
Lidia no podía pensar con claridad; es más, no se reconocía.
Siempre se había considerado muy segura de sí misma y de lo que quería. Ahora, su conducta con James Vantor le demostraba que era más vulnerable de lo que nunca hubiera imaginado. Jamás le había apetecido encontrarse de forma íntima con un hombre. Ninguno de los que había conocido hasta entonces le había tentado hasta ese extremo. En cambio con James, desde el primer momento que le conoció, había sido completamente distinto. No hubiera sabido explicar por qué, pero James Vantor la atraía, le deseaba, le... quería.
¡Eso era!. Lidia no lo había reconocido porque nunca había estado enamorada. Ahora acababa de darse cuenta de que lo que sentía por James era amor. Amor con mayúsculas. De no ser así, no se sentiría en esos momentos tan feliz de haber compartido momentos tan sublimes como los que ellos dos acababan de vivir. Quizás James también la quisiera...
Había leído y oído mucho sobre el amor. Ahora comprendía que para entender esa emoción en toda su plenitud había que sentirla. Sonrió de puro placer al saber que ya conocía lo que era el amor. Ahora que había descubierto ese sentimiento tan excelso y divino, dio gracias a Dios por haberle dado la oportunidad de sentirlo, y compadeció a las personas que no habían gozado de ese privilegio.
Al verla sonreír, James la miró complacido, haciendo que se desvaneciera un poco la preocupación que había sentido por ella.
— ¿Estás bien, Lidia?
Ella le dedicó una tierna mirada, haciendo que su corazón se inflamara de alegría.
— No sabía que fueras virgen, y... bueno..., aun arriesgándome a que me taches de machista, me ha hecho muy feliz. Te pido perdón si te he hecho daño — dijo afligido— , pero... te deseo tanto... — susurró besándola suavemente y apretándole la mano que no le había soltado en ningún momento.
La sonrisa de Lidia desapareció y sus ojos se nublaron con una nube de aflicción.
"Deseo...", esa era la única palabra que le dictaba su corazón.
James era de los hombres que, ni siquiera por quedar bien, confesaría lo que no sentía.
Lidia se llevó una gran desilusión. Cuando se recuperó del golpe, comprendió que toda la culpa era de ella por hacerse ilusiones. James le había confesado su atracción por ella, su obsesión por tenerla, pero nunca se le había declarado con las palabras que utilizan los enamorados para expresar un amor profundo y verdadero. Todo lo que ella hubiera especulado al respecto había sido pura fantasía de enamorada.
— No me has hecho daño, James. Al contrario, has sido muy gentil y me has guiado con paciencia y delicadeza hasta hacerme vivir unos momentos maravillosos — admitió casi en un murmullo.
— No sabes cómo me alegra oírte decir eso — contestó él satisfecho— . Ahora ya nos conocemos y estamos seguros de nuestra mutua atracción — continuó él— . Es hora de que hagamos planes, querida.
Lidia lo miró sorprendida.
— ¿Planes? ¿A qué te refieres?
— Quiero verte, tenerte en los momentos que yo tenga libre.
Deseo estar seguro de que me estarás esperando y que me dedicarás ratos mágicos como el que acabamos de vivir juntos. Podremos realizar — continuó él ilusionado— lo que he deseado desde que te conozco: alquilar un piso, el que tú te mereces, en la mejor zona de Boston y vivir los dos la maravilla del amor.
Lidia le miraba con rostro inexpresivo, hasta que logró reaccionar y hablar.
— Tú ya tienes un piso, aparte de la mansión de tus padres.
— Sí, pero lo que yo sugiero es distinto. Deseo un nido de amor para ti y para mí, donde nadie nos pueda interrumpir y donde podamos disfrutar exclusivamente el uno del otro — dijo acercándose más a ella, sin dejar de mirarla con arrobamiento— . Por supuesto correré con todos los gastos y te ofreceré todo lo que una mujer puede desear. En cuanto tenga un rato libre iré a ti entusiasmado, y los fines de semana te recogeré y nos iremos de viaje adonde tú quieras — sugirió con los ojos brillantes por la emoción.
Lidia formó con rapidez en su mente la imagen que él acababa de dibujar. Ella sería la amante sumisa, rodeada de lujo y siempre bien dispuesta para su protector. Él iría a verla cada vez que le apeteciera, y cuando no fuera así, se refugiaría en su casa tranquilamente sin sentirse obligado a dar explicaciones. Pasado un tiempo, y una vez cansado de la amante, la expulsaría del piso con fría cortesía y le entregaría un cheque para callarle la boca.
"¡Realmente conmovedor!" — pensó Lidia con tristeza.
— ¿Qué opinas de mi sugerencia, Lidia? No me has contestado.
La joven no quería enfrentarse de nuevo a él. Después de los momentos que habían vivido, no deseaba iniciar una pelea. En el fondo, James no tenía la culpa de pensar así. Se había criado en un ambiente tan frívolo y materialista, donde comprar todo con dinero, incluso a las personas, era cosa tan normal, que no se le pasaba por la imaginación que la estuviera ofendiendo.
No estaba muy segura de cómo habían llegado al momento en el que se encontraban ni de si se podía considerar a alguno de ellos culpable de algo, pero de lo que no se arrepentía era de haber sentido la ternura y la pasión del amor, de haber vivido, gracias a James Vantor, la belleza espiritual y carnal del sentimiento más sublime.
Ningún otro hombre la habría hecho tan feliz, de eso estaba segura, porque ella sólo le quería a él.
A pesar de sus sentimientos hacia James, sabía que la vida que él le proponía destruiría por completo el hermoso recuerdo que tenía de su breve relación amorosa. Lidia estaba decidida a no permitir que eso ocurriera. Su entrega había sido sincera e intensa. Sabía que no volvería a suceder, puesto que James y ella llevaban caminos muy diferentes.
— Debo asimilar primero todo lo que ha ocurrido. Por favor ten paciencia e intenta comprenderme — le rogó ella.
— Perdóname, cariño; a veces soy demasiado impulsivo.
¿Prefieres que lo hablemos mañana?
— Sí, por favor — contestó Lidia mirando hacia otro lado para que él no descubriera en sus ojos su pesar.
— Bien, ahora te dejaré descansar — comentó depositándole un dulce beso en los labios— . Mañana te llamaré.
Lidia notó un gran vacío en su corazón al oír la puerta cerrarse.
Esa puerta simbolizaba el muro que separaba su inocencia perdida y su breve felicidad, del amor imposible que acababa de desaparecer de su vida.