26
Lidia aprovechó esos momentos para que su abuela y James se conocieran. Con total naturalidad los presentó, nombrando a Rose como su "querida amiga". James la saludó con formalidad, sintiendo también una cierta aprensión por tratarse de la abuela de los Abock.
Rose desplegó toda su simpatía y atractivo ante el joven Vantor, haciendo que, rápidamente, los tres charlaran amigablemente.
— Estoy intrigado, Lidia — le comentaba más tarde James— . ¿Se puede saber de dónde te viene esa amistad con Rose Asder y sus nietos cuando lo lógico sería que no les tuvieras ninguna simpatía?
Lidia había esperado esa pregunta.
— Sí, resulta un poco extraño después de lo que pasó, pero ya está todo olvidado. Rose vino a pedirme perdón personalmente por la equivocación de sus nietos y nos caímos muy bien desde el principio — le aclaró ella— . Sean Abock también se ha disculpado y sus palabras parecían sinceras. Ya no tengo nada contra esa familia.
James dudaba de la sinceridad de los Abock. Rose Asder le había caído bien y parecía apreciar a Lidia, pero su yerno y sus nietos eran diferentes. Decidió mantenerlos a la mayor distancia posible.
L Ambos jóvenes salieron de la fiesta enlazados por la cintura y mirándose con ojos enamorados. Mientras iban en el coche, James le cogió la mano y se la besó con suavidad. Lidia le dedicó una radiante sonrisa, insinuándole con su expresiva mirada el amor que sentía por él.
James entró directamente en el garaje del edificio donde tenía su piso de soltero. Pasaba muchos días en la casa de sus padres, pero cuando necesitaba meditar en soledad, como le había ocurrido últimamente, recurría a su santuario, donde sabía que nadie le molestaría.
Comparado con el piso de Lidia, éste era muy grande. No había puertas de separación entre el hall, el salón y el comedor, haciendo que todo pareciera más grande. Había pocos muebles, lo que le daba a las estancias mayor sensación de espaciosidad. Lidia lo miraba todo fascinada, provocando en James sonrisas llenas de placer.
— ¿Te gusta? — preguntó expectante.
— ¡Es precioso, James! Tienes muy buen gusto.
— El edificio lo restauró un arquitecto amigo mío y yo aproveché para que hiciera la obra de mi casa a mi gusto. Una mujer quizá lo hubiese amueblado más, pero a mí no me gustan las casas recargadas; prefiero ver amplitud a mi alrededor.
Hizo que se sentara mientras él iba a la cocina a por una botella de champán. Después de llenar las dos copas, los ojos de James la taladraron con ansiedad.
— Brindemos por nuestra vida juntos a partir de ahora. Si lo intentamos, sé que podremos ser muy felices — afirmó chocando su copa contra la de ella.
Lidia asintió y bebió, no pudiendo descifrar la mezcla de emociones que se entrelazaban en su corazón.
James dejó las dos copas sobre una mesa, alargó la mano para que Lidia la tomara y la cogió por la cintura, haciendo que se meciera con él al ritmo de una grata melodía. Los dos bailaron acompasadamente en silencio, sintiendo la proximidad del otro y el latido de ambos corazones. El amor y la pasión bullían entre ellos, diciéndose con los ojos lo que sus labios todavía no se atrevían a pronunciar.
— Lidia, amor mío, no vuelvas a separarte de mí — le susurraba mientras la besaba suavemente en el cuello.
— Siempre estaré contigo.
Él la llevó delicadamente hacia el dormitorio, donde, nada más cerrar la puerta, comenzó a besarla con un anhelo reprimido durante muchos meses. El cariño y el fuego que ardía entre ellos los envolvía, no quedando ningún resquicio para la duda o el rencor.
Las palabras de amor brotaron sinceramente de sus labios, como si ambos necesitaran trasmitir al otro toda la carga de cariño que pesaba en sus corazones. Era una noche solemne para los dos, como lo habían sido las dos anteriores que habían compartido; noches de amor y felicidad en las que Lidia y James habían vivido por primera vez la verdadera intensidad y belleza del amor.
Lidia se despertó temprano y se levantó. Observó emocionada a James dormido y sonrió con picardía al recordar los momentos sublimes que los dos habían compartido. A partir de ahora su vida cambiaría. No sería exactamente como ella siempre lo había planeado, pero en compensación contaría con la presencia a su lado de las dos personas que más quería en el mundo: su hijo y James Vantor.
Sin hacer ruido, salió de la habitación y encendió la luz del hall para escribirle una nota a James.
Su vestimenta no era la más apropiada para salir por la mañana, pero no tenía otra opción sino ponerse el vestido largo de la noche anterior. Cogió un taxi nada más salir del portal y se dirigió a su casa, donde vivían Michael y ella hacía tan sólo unos días.
Llamó a casa de Irving y tal como esperaba, Irving, la chica y el niño habían salido el día anterior para Rockport. Después de ducharse y ponerse cómoda, el chófer de Irving la recogió y se encaminaron hacia el campo. El viaje no era muy largo, pero a Lidia le dio tiempo a rememorar todo lo sucedido el día anterior, no creyéndose aún que James y ella se hubieran reconciliado y se hubieran demostrado su amor de una forma tan hermosa.
Más tarde, Irving la saludó con cariño, ajeno aun a todo lo que había ocurrido.
— Subo a ver a Michael y ahora hablamos — dijo con precipitación.
El niño le extendió los brazos y Lidia le apretó contra su corazón, sintiéndose muy afortunada por tener semejante tesoro.
De vuelta en el salón, Lidia se sentó a la mesa, preparada ya para el desayuno.
— Tengo buenas noticias. James y yo nos hemos reconciliado — le explicó sin poder contenerse más.
A Irving le brillaron los ojos de alegría.
— Sabía que lo conseguirías — comentó satisfecho.
— Durante la fiesta de los Kenson tuvimos oportunidad de hablar y decidimos terminar con nuestras diferencias. James se niega a separarse del niño, pero me da la oportunidad de verle todos los días o vivir con ellos. — Las condiciones de James no sorprendieron a Irving en absoluto. Era una forma muy inteligente de retenerla a su lado y él la aplaudía— . Confieso que su propuesta me sorprendió. Yo tampoco quiero ser una madre de visita y además amo a James. No creo que haya ningún problema en que vivamos juntos.
Irving, antes alegre, se mostraba ahora preocupado.
— Sabes que los convencionalismos no me importan, siempre que se respete a los demás, pero tú eres muy tradicional y conservadora, lo que me hace llegar a la conclusión de que te has visto obligada a aceptar lo que Vantor te propone.
Los ojos de Lidia se nublaron con pesar.
— La primera vez que James me pidió que viviera con él yo era libre, por lo que decidí lo que más me convenía. Ahora son otras circunstancias; debo pensar más en Michael que en mí misma. Él me necesita y yo haré todo lo que sea necesario por estar a su lado. — Al ver la expresión de Irving, Lidia levantó una mano intentando tranquilizarlo— . Dicho así parece que me estoy sacrificando por mi hijo, pero la verdad es que no es totalmente cierto — aclaró para que Irving no se llevara a engaño— . Ya sabes que estoy enamorada de James. Para mí no es ningún sacrificio vivir con él; al contrario, me hace muy feliz poder disfrutar de su compañía el mayor tiempo posible. Cierto que yo no he sido educada para vivir con un hombre sin estar casada, pero hay momentos en la vida en los que uno se ve obligado a seguir por cierto camino, y eso es precisamente lo que me ocurre a mí ahora. Dicen que cada uno se busca su destino; yo no estoy tan segura de que esa sentencia sea cierta. Lo que sí es verdad es que yo tengo parte de la culpa de lo que nos ha sucedido a James y a mí.
— Admiro tu franqueza y tu espíritu de lucha — la elogió Irving— .
No soy adivino, pero si el joven Vantor demuestra en vuestra relación la misma inteligencia que tiene para los negocios, y tú tienes la suficiente paciencia como para enseñarle a amar como tú deseas, os auguro un feliz porvenir juntos — afirmó mirándola con afecto.
— Espero que tengas razón.
James despertó una hora después de que Lidia se marchara. Le sorprendió y le irritó no encontrarla a su lado. Al comprobar que se había ido, su enfado aumentó.
Pese a que la nota que Lidia le había dejado era muy escueta, le tranquilizó saber que hablaría con ella por teléfono a las doce.
Con precipitación, Lidia preparó a Michael y, junto con la niñera, volvieron a Boston.
— ¿James?
— Sí — contestó él todavía malhumorado.
— Siento no haberme despedido, pero no quería despertarte.
— Me hubiese gustado encontrarte a mi lado al despertar. No creo que lo que tuvieras que hacer fuera tan urgente, ¿o sí? — preguntó con una cierta sequedad en su tono.
— He ido a buscar a Michael a Rockport.
— ¿A Rockport?
— Bueno... prefiero hablar todo esto personalmente. Te esperamos en esta dirección.
James apuntó la calle, ligeramente receloso de la nueva salida de Lidia. No quería empezar su relación desconfiando de ella, por lo que decidió salir enseguida hacia el lugar donde le había citado.
Ya fuera del coche, se detuvo delante del edificio y admiró su elegante fachada. Había oído hablar de esa nueva y cara construcción, por eso se preguntaba qué era lo que hacía Lidia allí.
La joven lo recibió con un beso.
— Pasa, James.
Entró con pasos lentos y se detuvo en medio del salón. Miró a su alrededor, aprobando el buen gusto de la persona que lo hubiera decorado y se volvió hacia Lidia con gesto interrogante.
— ¿Qué significa esto, Lidia?
— Siéntate y te lo contaré — le pidió ella sonriendo.
Él hizo lo que se le pedía y se dispuso a escuchar atentamente.
— Este piso tan bonito no es mío sino de Michael. Irving, que es su padrino, se lo ha regalado.
La sorpresa lo aturdió durante unos instantes.
— ¿Por qué? — preguntó James con gesto grave.
— Porque le quiere mucho y representa para él el nieto que nunca tuvo.
James se levantó bruscamente, como si le hubieran pinchado.
Con las manos en los bolsillos comenzó a pasearse por la habitación en un mar de dudas.
— ¿Y... sólo le quiere a él o... también a ti?
— ¡James, por favor! Creí que anoche había quedado zanjado ese tema.
— ¡Eso pensaba yo también y resulta que ahora me encuentro con esto...! — exclamó señalando todo lo que le rodeaba— . Yo puedo mantener a mi hijo y comprarle todos los pisos que quiera. No consiento que un extraño le haga esos regalos a mi familia.
— Irving no es un extraño — señaló Lidia con suavidad— . Si quieres imagínatelo como un abuelo para Michael y un padre para mí. No sé cómo convencerte de ello, James, pero te juro...
— Todo debe estar claro entre nosotros a partir de ahora, Lidia, y veo que la única forma de conseguirlo es hablando directamente con Longley.
Lidia lo miró con furia.
— ¿Es que acaso no confías en mí?, ¿no crees en lo que te digo?
— Quiero creerte y espero recuperar por completo mi total confianza en ti, pero ahora, por el bien de los dos, tengo que hablar con Irving Longley. Tu agradecimiento y cariño hacia él te mueven a defenderlo. Yo quiero comprobar por mí mismo la verdad, lo que él siente realmente por ti. Es vital para mí, Lidia, lo siento — respondió con la firme decisión de empezar su nueva vida juntos sin ningún secreto ni fantasmas entre ellos.
Lidia comprendió a lo que él se refería. Sabía que tendría que volver a ganarse su confianza con paciencia y sinceridad. Lo que le preocupaba era molestar a Irving.
James no tardó mucho en llegar a Rockport. Conocía el camino, y su ansiedad por solucionar de una vez por todas sus problemas con Lidia le hicieron dirigirse con toda seguridad a la finca de Irving.
A pesar de que se sobresaltó al verle, temeroso de que hubiera sucedido algo malo, antes de preguntar por Lidia y el niño, prefirió que el joven se explicara.
— Perdone mi intromisión en su casa sin ser invitado, pero tengo que hablar con usted acerca de Lidia.
— ¿Están ella y el niño bien? — preguntó Irving con ansiedad.
— Sí, sí, muy bien.
Aliviado, Irving le señaló con la mano un asiento y le ofreció una taza de café o algo para beber. James rehusó con cortesía.
— Ya sabrá por Lidia que a partir de ahora pasaremos mucho tiempo juntos y yo... bien... después de haber estado tanto tiempo separados, quiero aclararlo todo entre ella y yo.
Irving asintió. Comprendía perfectamente el razonamiento del joven.
— ¿Y bien?
— No me voy a andar con rodeos, señor Longley. Sé que Lidia tiene motivos para estarle agradecida, pero yo quiero saber exactamente qué es lo que siente usted por ella.
Irving conocía el ímpetu de la juventud. Sus arrebatos se hacían todavía más virulentos cuando se estaba enamorado.
— Siento un enorme afecto por ella y por su hijo. Como usted ya sabe, Lidia es una mujer maravillosa: guapa, inteligente y con una atrayente personalidad; lo que se dice una tentación para cualquier hombre, pero..., a mí ya se me pasó la edad — confesó con franqueza.
— ¿Significa eso que usted no la quiere como mujer?
— ¡Por el amor de Dios, Vantor, la llevo treinta años! — exclamó con humor— . Reconozco que soy mayorcito, pero le puedo asegurar que todavía no estoy chocheando.
James rió la ocurrencia.
— Yo ya tuve una mujer maravillosa — continuó Irving, melancólico— , del estilo de Lidia. Fuimos muy felices.
Desgraciadamente, la perdí pronto. Mi corazón sigue con ella.
Francamente, considero bastante improbable que vuelva a enamorarme.
James lo miraba consternado.
— Siento mucho lo de su esposa, señor Longley, yo...
— No se preocupe, joven. Sé lo que siente y comprendo las dudas que habrá tenido con respecto a Lidia y a mí. La única relación que ha existido entre nosotros ha sido la de un padre y una hija — le explicó para alivio de James— . A pesar de ser un hombre de negocios y de relacionarme con mucha gente, en el fondo soy un solitario. Conocer a Lidia fue como una bocanada de aire fresco en mi vida. Ella representa a la hija que nunca tuve. Su naturalidad y compañía han iluminado mi existencia, y a su hijo, es decir... a vuestro hijo, le quiero como si fuera mi propio nieto. Quizás te parezcan muy atrevidas mis palabras, pero eso es lo que siento.
El que se sentía avergonzado era James por haber dudado de ese hombre.
— Supongo, entonces, que me considerará un intruso por haberle quitado a Lidia y a Michael.
— Al contrario; me hace muy feliz que Lidia y tú criéis a vuestro hijo juntos. Quiero lo mejor para ella y el niño, y considero que lo más idóneo para Michael es vivir rodeado del amor y las atenciones de sus padres. Yo me conformo con que me considere como su tercer abuelo — terminó sonriendo.
James le aseguró que así sería.
— Espero que nos visite con frecuencia, señor Longley. Siempre será bienvenido a nuestra casa. ¡Ah! y muchas gracias por el regalo que le ha hecho a Michael. Ha sido muy generoso.
No tiene ningún mérito. Yo he recibido mucho más de ellos.
Es una pena que el tiempo pase tan rápido, por eso le aconsejo, si me lo permite, que lo aproveche bien disfrutando con las personas que quiere.
James adivinó enseguida el significado de su mensaje. Pensaba tomar su consejo al pie de la letra. Lidia y él ya habían perdido demasiado tiempo con su separación. Había llegado la hora de permanecer juntos para siempre.
Lidia esperó inquieta la vuelta de James. Después de mucho pensar había llegado a la conclusión de que el paso que él acababa de dar era lo mejor para empezar de nuevo con la verdad por delante. Lo único que la preocupaba era que alguna palabra de James hiriera a Irving. Eso sería terrible. Su querido amigo sólo se merecía bondades y atenciones, pues eso era precisamente lo que él ofrecía siempre desinteresadamente.
Una vez que James le contó lo que Irving y él habían hablado, Lidia se sintió aliviada.
— Nunca debí dudar de él. ¡Soy un imbécil! — se acusó a sí mismo James.
— De sabios es rectificar, James, así que no vuelvas a pensar en ello.
Una vez que hubo bañado y acostado a Michael, siempre observada por James, Lidia preparó la cena con esmero. Ambos cenaron a la luz de las velas y charlaron animadamente durante toda la velada.
— Eres una extraordinaria cocinera, cariño. Una virtud más que añadir a tu curriculum — dijo cogiéndole la mano con suavidad.
— Tengo defectos y virtudes, como tú muy bien sabes, pero a partir de ahora espero limar mis defectos y acentuar mis virtudes...
por ti — aseguró mostrando una insinuante sonrisa.
— Si hablas así y me miras de esa forma, te aseguro que no podré responder de mí — afirmó abrazándola con pasión. Lidia lo besó con amoroso ardor, demostrándole una vez más cuánto lo quería.
El ronroneo de Michael los despertó a la mañana siguiente.
Lidia lo cogió y lo pasó a su cama, haciendo que James y ella sonrieran ante sus muecas. Padre e hijo continuaban jugando cuando Lidia les anunció que el desayuno estaba preparado.
— Hasta en bata y sin maquillar estás preciosa — le dijo espontáneamente James mirándola con admiración— . No me explico cómo he podido aguantar tanto tiempo sin ti — añadió casi sin pensar, sintiéndose en el paraíso rodeado de Lidia y de su hijo.
— Recuperaremos el tiempo perdido, cariño. No retrocedamos al pasado.
James volvió a su casa para cambiarse y coger ropa. Su vida había dado un drástico cambio. En menos de dos años se había enamorado de una mujer y había tenido un hijo. Aunque había pasado por momentos dolorosos, su corazón se henchía de alegría al pensar en la felicidad que le aportaría su familia. No sabía cuánto duraría ese período de dicha, pero él tenía la esperanza de que no terminase nunca. No era precisamente ese arreglo el que él y sus padres habían planeado para su vida, sin embargo, ninguna situación de otro tipo le haría tan feliz como tener a su lado a Lidia y al hijo de ambos.
El lunes por la mañana, su madre le llamó al despacho.
— Te estuvimos esperando ayer. Sentimos una gran desilusión al comprobar que no veríamos a Michael. ¿Ha sucedido algo, hijo?
Aun no queriendo lastimar a su madre, James tampoco pensaba planear su vida a su gusto.
— Estuve en casa de Lidia con ella y con Michael. Nos hemos reconciliado, mamá. A partir de ahora, viviré con ellos — explicó sin rodeos— . Iré a veros siempre que pueda y llevaré a Michael conmigo.
— ¡Cómo es posible que te hayas reconciliado con esa mujer?
Sabes que no te conviene, James. Tú te mereces mucho más que una simple hispana. ¡Me parece mentira que te hayas dejado engatusar!
— exclamó colérica.
— Somos muy felices juntos, mamá — contestó con calma— , y no pienso renunciar a ella. Te aseguro que si me gustara más alguna de mis amigas o alguna de las hijas de las tuyas, no estaría con Lidia.
— ¡Estás completamente ciego, James! ¿No ves que lo único que ella pretende es pescarte?
— ¡Ojalá Lidia hubiera pretendido eso desde el principio! — exclamó con tristeza— . De haber sido así, yo no hubiera tenido que sufrir su ausencia.
— ¡Veo que no quieres razonar! — exclamó su madre con genio— .
Piensa que esta situación es muy triste para tu padre y para mí.
— Es inútil que sufráis por algo que no está en vuestras manos solucionar. Mi vida la dirijo yo, mamá, aunque siempre os estaré agradecido por todo lo que me habéis dado.
Viendo que su hijo estaba demasiado ofuscado como para razonar, Nancy decidió zanjar el tema por el momento.
— ¿Cuándo nos traerás a Michael?
— Espero que pronto. Ya os avisaré.
James había dado órdenes de que acondicionaran su piso para albergar a dos personas más. El decorador estaba ultimando una de las habitaciones para que en ella viviera un bebé, y también se había abierto una puerta, comunicada con la habitación de al lado, para que en ella durmiera la niñera. Su dormitorio era lo suficientemente amplio como para dos personas. También había mandado hacer nuevos armarios para Lidia. Quería que fuera una sorpresa, por esa razón no le había comentado nada.
La casa de Lidia era muy acogedora, pero demasiado pequeña.
James necesitaba más espacio. Sus cosas no cabían en el pequeño piso. Vivirían más cómodos en el suyo. Sería una sorpresa para sus empleados, puesto que nunca había vivido allí ninguna mujer.
Estaba seguro de que la naturalidad y el atractivo de Lidia, y el candor de su hijo, les encantaría a todos.
Lidia, por su parte, estaba muy contenta con James. Eran muy felices juntos, viviendo con intensidad el tiempo libre del que disponían. Era muy cariñoso con Michael, y con ella se comportaba como un marido enamorado. Siempre que estaban juntos hablaban de multitud de cosas, sincerándose el uno con el otro y lamentando lo sucedido anteriormente. Lidia estaba satisfecha con su situación, no pidiendo nada más de lo que ya tenía.
James se consideraba un hombre afortunado, reflejando en su semblante y en sus acciones toda la dicha que le envolvía. Dentro de toda esta felicidad, había una sombra que le desagradaba. No se atrevía a hablarlo abiertamente, pues temía empañar la maravillosa relación que ambos habían creado. No obstante, tarde o temprano tendría que solucionar esa cuestión con Lidia.
La joven hispana también intuía que James prefería que dejara sus clases en la parroquia y se olvidara de toda la gente con la que trataba allí. James consideraba que Lidia había iniciado una nueva vida con él, una vida que no tenía nada que ver con la que ella había llevado anteriormente, y tendría que asumir las reglas que le imponía la sociedad de la que James formaba parte. Era consciente de que no debía precipitarse, pero también sabía que cuanto antes se acostumbrara ella a esta idea, más fácil sería su convivencia.
Un día, al entrar en casa, le extrañó que Lidia no estuviera esperándolo. El niño y la niñera sí estaban allí. La chica le informó que Lidia se encontraba en el Hospital privado Saint George acompañando a una mujer hispana que estaba dando a luz.
Un furor, largamente reprimido, se manifestó sin disimulo en su brusco tono de voz.
— ¿A qué hora se ha ido?
— Hace unas dos horas, señor. El padre López vino a recogerla.
Me ordenó que le pusiera la cena y que le dijera que no se preocupara, que volvería lo antes posible.
— Gracias — contestó de mala gana antes de salir.
Precipitadamente cogió el coche del garaje y se dirigió al hospital.
Alli se encontró con el padre López.
— Buenas noches, señor Vantor — le saludó el sacerdote con simpatía.
— Buenas noches, padre. ¿Por qué está Lidia aquí?
— Ha querido acompañar a la pobre chica que está dando a luz.
Ha sido muy caritativo de su parte. Dios se lo premiará.
— ¿Es que no tienen a otra persona que pueda atender a esta gente? — preguntó enfadado.
El sacerdote mantuvo la calma; el gesto de desaprobación del joven le hizo augurar los peores presagios.
— Todos intentamos colaborar en lo que podemos. Lidia se ofreció a ayudarla cuando se enteró de que la muchacha no tenía medios para ser atendida.
— No quiero ser brusco con usted, padre. A pesar de no ser católico, le respeto mucho, pero no deseo que Lidia vuelva a ser molestada — ordenó con arrogancia— . Ella lleva otra vida ahora.
Entrará de mi mano en una sociedad que se rige por unos parámetros distintos a los de ustedes. Deberá respetar unas reglas inamovibles y preocuparse exclusivamente de nuestro hijo y de mí.
Los ojos del bondadoso sacerdote se mostraban comprensivos.
— Me temo, señor Vantor, que yo no soy quién para decidir en la vida de los demás. Lidia es una mujer inteligente y actuará conforme le dicte su conciencia. Ella es la que debe elegir su destino, no usted ni yo — contestó suavemente pero con una firmeza que sorprendió a James.
Lidia estaba contenta. Todo había salido muy bien y, afortunadamente, habían encontrado unos excelentes padres para el hijo de Rosaura.
Bajó con rapidez para contarle al sacerdote la buena noticia que le acababa de comunicar la asistente social. Bruscamente, se detuvo al ver a James y observar el verde tenebroso de sus ojos.
Intentando limar asperezas, se acercó a él con naturalidad y le dio un beso.
Después de explicarle todo al padre López y de despedirse de él afectuosamente, salieron del hospital.
La tensión entre ellos era manifiesta y fue James el que, no pudiendo aguantar más, dio el primer paso.
— ¿Piensas seguir con este tipo de actividades?
— ¿Te refieres a intentar ayudar a los demás?
— Podemos ayudarlos con más dinero. Las personas que se dedican a estas obras de caridad cuentan con toda mi admiración, pero tú ahora tienes otras responsabilidades más importante; nos tienes a Michael y a mí, y ambos te necesitamos.
— Para mí sois lo más importante, pero también deseo dedicar una parte de mi tiempo a la gente más necesitada — expuso con calma— . Hay tiempo para todo, James, y yo tengo la obligación de ayudar en lo que pueda.
— ¿Cuánto dinero quieres que dedique a la parroquia?
— El dinero es muy importante, es cierto, pero no es suficiente.
Esta gente también necesita cariño y apoyo. Se encuentran muy solos lejos de sus países. La mayoría de ellos no conocen nuestro idioma ni las reglas por las que nos regimos aquí. Sólo desean trabajar honradamente y ganar algo de dinero para enviar a sus familias. Si no los ayudamos, nunca podrán encontrar nada digno.
James intentó mostrarse conciliador. No quería volver a reñir con Lidia.
— Comprendo tus argumentos, Lidia, pero tú no puedes erigirte en el paladín de todos los necesitados. Para eso están las instituciones, los sacerdotes y las monjas. Tú puedes ayudarlos con dinero, con mucho dinero si quieres — le sugirió con rostro suplicante— . Por favor... no me contraríes en esto — terminó con humildad.
Lidia quería darle gusto, pero su conciencia le dictaba otra conducta. Estaba segura de que su amor y dedicación a Michael y a él no se vería disminuido por su pequeña colaboración en la parroquia.
— Todos ellos no son suficientes para las necesidades que hay.
Tanto las instituciones como las órdenes religiosas hacen todo lo que pueden. Desgraciadamente, se necesita mucho más. Si nos consideramos humanos y tenemos un mínimo de sensibilidad, debemos ayudar a los que sufren.
James reconoció la parte de verdad de los argumentos de Lidia, aunque estaba convencido de que ni era su misión ni podía beneficiarla el estar todo el día rodeada de mendigos. Aun no aprobando lo que hacía, sí estaba de acuerdo en colaborar económicamente todo lo que ella creyera necesario.
A los dos días, cuando Lidia volvió a la parroquia para dar sus clases, el padre López le dio efusivamente las gracias por el generoso cheque que había recibido de James. Ella sonrió contenta al comprobar que él cumplía lo que había dicho. También sintió aprensión al dudar de sus intenciones.
Los Vantor seguían disfrutando de su nieto con asiduidad.
Lidia lo aceptaba complacida; consideraba muy beneficioso para Michael el contacto con sus abuelos.
Rose Asder también la visitaba con frecuencia. Se alegraba mucho de que Lidia y James se hubieran reconciliado. Ahora su máxima ilusión era que ambos se casaran cuanto antes. No apremiaba a Lidia, pero sus esperanzas se avivaban cada vez que los veía juntos. Esos dos jóvenes estaban enamorados, locamente enamorados, y si su sentido común era más fuerte que su obstinación, muy pronto los vería casados.
El día antes del cumpleaños de su madre, Lidia y el niño volaron a Miami, aprovechando para quedarse allí unos días. James no quiso acompañarlos. Prefería que Lidia disfrutara a solas de su familia.
— No me agrada quedarme sin vosotros, pero comprendo que todos estaréis más cómodos sin mí.
— Algún día tendrás que venir. Te aseguro que mis padres te recibirán con mucho cariño.
— Lo sé, amor. No obstante, considero que éste no es el momento. Supongo que ahora tendrás que explicarles muchas cosas.
Por favor, disfruta con ellos y no me olvides — se despidió, besándola con pasión.
James fue a revisar los arreglos de su casa, encontrándola vacía y sin calor. La obra estaba prácticamente terminada. De todas formas, cualquier sitio sin Lidia se le volvía insoportable. Para sentirse más acompañado se trasladó a casa de sus padres. Fue cariñosamente recibido, pero no pasó mucho tiempo antes de que su madre volviera una y otra vez al tema de Lidia y el niño.
— No quiero volver a oír tus argumentos sobre mi familia, mamá...
— ¿Tu familia? Dirás más bien tu hijo, porque ella no es familia tuya — contestó Nancy con voz agria.
James movió la cabeza con disgusto.
— Me temo que fui un imbécil al no atar a Lidia a mí desde el principio. Debido a mi estupidez estuve a punto de perderla. Te puedo asegurar que eso será remediado muy pronto.
Su madre lo miró horrorizada.
— ¡No puedo creer que hables en serio!
— Yo nunca bromeo con los asuntos importantes, y Lidia es la persona más importante que ha habido y habrá en mi vida — afirmó con una seguridad que asustó a su madre.
El señor Vantor sonrió complacido, descubriendo aliviado cómo la cordura de su hijo no había sido anulada por su madre.
Furiosa, Nancy Vantor salió de la habitación dando un portazo.
Lidia pasó unos días maravillosos con sus padres. Hubiera sido perfecto si James les hubiera acompañado, pero admiró la prudencia que lo movió a animarla a disfrutar ella sola, junto con Michael, de la compañía de su familia. Aun disgustándole quedarse solo, había cedido por ella, por su felicidad.
Lidia notaba que la forma de ser de James, antes arrogante y autoritario, iba cambiando poco a poco. Ahora se mostraba comprensivo y cariñoso, ganándose día a día su amor, cada vez más profundo. Había una sola cosa que a él le desagradaba, pero últimamente, hasta en ese tema intentaba ser más benevolente, o por lo menos procuraba respetar la postura de Lidia.
Nancy Vantor improvisó una pequeña reunión de amigos, para sorpresa de James. Sabía perfectamente que él se negaba a acompañarla a las fiestas a las que estaba invitada, por ese motivo se valió de su astucia para obligarlo a relacionarse con las personas, entre ellas varias chicas, que ella consideraba dignas de él.
Con el ceño fruncido, James se vistió para la cena. Al volver del trabajo y enterarse de que esa noche tendrían invitados, a punto estuvo de irse a su casa para dar un escarmiento a su madre. Su padre lo retuvo y lo convenció de que no se fuera.
— Si lo haces mostrarás un claro desprecio hacia nuestros amigos.
James estaba muy acostumbrado a esas cenas. Su madre las organizaba con frecuencia desde que él era un adolescente. Los invitados siempre habían sido de lo más selecto, incluyendo en cada ocasión a alguna chica guapa, hija de algún personaje importante.
Hasta que conoció a Lidia, las argucias que su madre empleaba para buscarle "una buena esposa", le hacían gracia. En cambio, desde que comprendió lo que realmente sentía por Lidia, le fastidiaban esos ardides para intentar lo imposible.
La mesa estaba impecablemente vestida y la comida no podía ser más deliciosa, como siempre que su madre organizaba algo, pero James se encontraba solo. Nunca hubiera pensado que pudiera depender tanto de una persona. Ahora se daba cuenta de que sus pensamientos no se apartaban en ningún momento de Lidia. La echaba de menos con desesperación, quería estar con ella continuamente y allí mismo se prometió que nunca volverían a separarse. Ellos tenían que estar juntos, siempre juntos, sin permitir que nada ni nadie se interpusiera entre ellos.
— ¡Te felicito, James, por el juicio que ganaste la semana pasada! — exclamó uno de los invitados— . Esas casas tenían que ser derribadas tarde o temprano.
Él no sonrió, simplemente asintió con frialdad.
— Sí, mi deber era ganar el juicio. Los que realmente han perdido son las personas que viven allí; perder sus casas no es motivo de alborozo — comentó apenado, para asombro de sí mismo.
— Esa gente ha sido indemnizada. Eso es suficiente, ¿no?
James pensó en Lidia y en lo que hubiera contestado a ese comentario.
— ¿Dónde crees que podrán comprarse sus casas con ese dinero?; desde luego no en la misma zona donde vivían.
— Hay que limpiar la ciudad de edificios viejos y feos — dijo otro de los invitados con petulancia— . Con el dinero que se les da a esos inquilinos, que se vayan donde puedan.
— Os aseguro que si yo hubiese sido su abogado — volvió a intervenir James— , habría intentado conseguir mucho más, por lo menos para que pudieran vivir cerca de donde han estado toda su vida.
Su madre lo miró con gesto torcido, deduciendo con rabia de dónde le venía esa súbita compasión por los pobres.
— Pero por mucho que les dieran nunca se podrían permitir vivir en esa zona — dijo una de las atractivas y estúpidas chicas que había invitado su madre— . Es demasiado cara para ellos y además...
no sé, tampoco encajarían con las costumbres de sus vecinos.
James saltó sin pensarlo.
— ¿Te refieres a que los ricos no quieren tener pobres a su lado?
— Bueno... — contestó ella un poco titubeante— , la verdad es que no es muy agradable ver a gente andrajosa a nuestro alrededor.
— No, efectivamente, no lo es, pero quizás habría menos si todos ayudásemos a remediar el problema de la miseria.
Pensando más tarde en la conversación que había tenido lugar durante la cena, no comprendía cómo había salido de su boca esa defensa de los necesitados. Sin duda era debido a la influencia que Lidia ejercía sobre él. Cuando estaba con ella discutían sobre este tema, pero en cuanto alguien ajeno a ellos dos discrepaba de lo que su amada consideraba tan sagrado, automáticamente salía en defensa de estas ideas, que era como salir en defensa de Lidia.