22
Lidia se había mostrado orgullosa con James. Ahora que podía pensar con la cabeza más fría, se preguntaba muchas veces si no habría cometido una equivocación irreparable. Irving también consideraba que Lidia debería haber defendido su terreno ante James Vantor de una forma más sutil, empleando con más astucia sus armas de mujer.
— Di algo, Irving — le pidió un día Lidia mientras comían, después de llevar ambos un buen rato sumidos cada uno en sus propios pensamientos— . Por favor, dime lo que piensas.
— Sabes muy bien cuál es mi opinión en este asunto. Lo que te aconsejo es que busquemos un buen abogado para que te defienda ante un tribunal.
— Eso quiere decir que estás convencido de que James seguirá adelante con su amenaza.
— No creo que sea sólo una amenaza. Yo soy hombre, Lidia, y comprendo muy bien el rencor que pueda sentir James Vantor. Es muy grave lo que tú le has hecho y peor todavía si pensamos que él podía haber ignorado toda su vida que tenía un hijo — expuso sin miramientos.
En otras circunstancias, Lidia se hubiera sentido ofendida al escuchar estas duras palabras. Ahora necesitaba, de forma seria y L concreta, sus consejos, no sólo como hombre, sino como persona sensata y madura.
— Le pedí perdón, Irving, y le ofrecí que viniera a vernos a Miami cada vez que quisiera. Mi ofrecimiento fue sincero — añadió compungida— , pero James lo rechazó.
Irving sonrió con benevolencia.
— No es suficiente que actuaras de buena fe. James Vantor está herido por tu engaño. Se siente traicionado, y me temo que te va a ser muy difícil llegar a un acuerdo con él.
Dos días después, Lidia recibió la notificación del juzgado por la que se la citaba para contestar a la demanda interpuesta por James Vantor.
El papel temblaba en sus manos mientras lo leía. Había temido que eso sucediera, aunque en el fondo siempre había tenido la esperanza de que James se hubiera echado atrás. No lo había hecho.
Había acudido a la Ley para reclamar sus derechos sobre su hijo y ahora, Lidia tendría que luchar contra él.
La altivez con la que había recibido las amenazas de James se desmoronó por completo al comprobar que él iba en serio. Había pensado mucho en sus palabras y siempre las desechaba apelando a todo tipo de argumentos. Teniendo en cuenta la posición de James en la alta sociedad, Lidia nunca hubiera pensado que a él no le importara ser motivo de escándalo. El hecho de que acudiera a un tribunal para conseguir a su hijo dejaba al descubierto ante la opinión pública sus amores con la hispana Lidia Villena. Era evidente que no le importaba, que en esos momentos, para él era mucho más importante vengarse de Lidia quitándole el niño que todas las habladurías que tendrían lugar a raíz de conocerse la noticia.
— ¡Cómo has podido meternos a tu padre y a mí en este escándalo? — preguntó roja de ira Nancy Vantor a su hijo— . ¿Tan mal te hemos tratado como para que nos pagues con esto?, ¿crees que nos merecemos esta vergüenza? — siguió la dama al borde de la histeria.
— Siento mucho que os veáis implicados en este asunto, pero no puedo solucionarlo de otra manera — contestó James con calma.
— Podías haber evitado el escándalo renunciando a la paternidad de ese niño, que cualquiera sabe de quién es — añadió su madre con maldad.
— Si tuviera la más mínima duda de que Michael no fuera hijo mío, te aseguro que no habría movido ni un dedo para cerciorarme.
— ¡Me importa un bledo si es tu hijo o no! — chilló su madre— , lo que tienes que hacer, si es que te importamos algo tu padre y yo, es olvidarte de este desgraciado asunto cuanto antes.
Howard Vantor se levantó del sillón desde el que había estado escuchando toda la discusión en silencio y se acercó a su mujer para consolarla.
— Cálmate, querida, e intentemos razonar con moderación.
— No entiendo cómo te muestras tan impasible, Howard — le increpó su mujer— . ¿No comprendes que ésta puede ser la ruina social de tu hijo y de todos nosotros?
James se levantó colérico del asiento al escuchar los superficiales razonamientos de su madre.
— James, por favor, tranquilízate tú también y hablemos con calma — le rogó su padre— . Nancy, sentémonos y escuchemos lo que James tenga que decirnos.
Ella accedió con desgana.
James les habló de su breve relación con Lidia y de las consecuencias de esa relación.
— No me gusta meterme en tu vida amorosa, hijo, pero no entiendo cómo has podido ser tan descuidado. Dando por supuesto que no harás vida de monje, hoy en día hay muchos métodos para evitar que una mujer se quede embarazada — dijo su padre con suavidad— . Parece obvio que tu relación con esa chica ha sido tan sólo una simple aventura, sin embargo, las consecuencias nos llevan a una penosa situación.
— A mi relación con Lidia Villena no se le puede llamar aventura; más bien se le debería denominar seducción por mi parte — aclaró James ante la perplejidad de sus padres.
— ¡Eso no es creíble! — saltó su madre— . Yo diría que eres tú el que ha sido seducido sin darte cuenta.
— Me gustaría que me aclararas lo que acabas de decir, James — le pidió su padre.
A pesar de su habitual reserva, James sabía que en lo concerniente a Lidia, a partir de esos momentos no podría haber secretos.
— Lidia me gustó desde el primer momento que la vi. Confieso que mi primera idea fue convencerla de que saliera conmigo. Pensé que sería muy agradable tener una aventura con ella — explicó con sinceridad— . Sus reiterados rechazos me enfadaban y me desanimaban...
— ¿Rechazos? — le interrumpió su madre— . Eso me resulta todavía más increíble.
— Pues es verdad. Así y todo, en cuanto tenía la oportunidad de encontrármela otra vez no podía evitar sentirme atraído por ella y volvía a perseguirla.
— Admiro tu constancia — comentó su padre— , y veo que al final lo conseguiste, ¿no?
— No de la forma que tú crees. Ella nunca hubiera accedido a mi petición de que viviera conmigo...
— ¿Le pediste que viviera contigo? — preguntó su madre, atónita.
— Se lo pedí varias veces y siempre se negó. En una ocasión en la que ambos nos vimos solos debido a una serie de circunstancias, yo la seduje sin miramientos — confesó sin pudor.
— No sé cómo interpretar eso — expuso su padre, aprensivo.
— No imagines lo peor, papá — le tranquilizó sonriendo— . No acostumbro a agredir a nadie y menos a una mujer.
Después de reflexionar durante unos momentos, Nancy Vantor seguía sin querer darle la razón a la hispana.
— Si esa mujer se dejó seducir, es problema suyo.
— Quizás sí — respondió James— , pero el hijo que ha tenido a raíz de ese encuentro, es también asunto mío.
— Es obvio que lo que quiere es pescarte por medio de ese niño.
James miró a su madre con paciencia.
— Si no hubiera sido por un golpe de buena suerte y mi astucia, nunca habría descubierto el nacimiento de Michael. Lidia no me habló de su embarazo y cuando lo consideró oportuno desapareció sin dejar rastro. Tan sólo una información fortuita me ayudó a dar con ella.
Howard Vantor hizo un movimiento con las manos y se encogió de hombros.
— Bien, creo que está clara la situación de esa joven y la tuya, pero todavía no comprendo tu interés por ella antes del embarazo, tu obsesión por encontrarla y tu empeño por conseguir al niño — insistió su padre— . Ya que estás sincerándote con nosotros, te rogaría que nos aclararas todas nuestras dudas para poder adoptar una postura lógica.
El semblante de James se tornó sombrío cuando los malos recuerdos volvieron a su mente.
— Me dolió mucho que me abandonara. ¡Eso no se lo perdono! — exclamó más bien para sí mismo— . Michael es consecuencia de nuestra breve unión y yo tengo derecho a él.
El señor Vantor no quedó muy satisfecho con su respuesta.
Conociendo a su hijo, sabía que James jamás se había preocupado por ninguna mujer. Eso quería decir que debía sentir algo muy profundo por esa hispana cuando se tomaba tantas molestias por ella. James no se atrevería a reconocerlo ante sí mismo y menos lo haría ante los demás, aunque se tratara de sus propios padres.
— Gracias por tu explicación, hijo — dijo su padre, comprensivo— .
Y ahora debemos unirnos los tres para seguir adelante con esto.
— Yo no estoy de acuerdo...
— ¡Nancy...! — exclamó su marido, autoritario— . James es nuestro único hijo y su hijo es nuestro nieto, por tanto tenemos que luchar por él.
Nancy Vantor se echó a llorar.
— Yo quería otra vida para ti –se lamentó sollozando, dirigiéndose a su hijo— . He puesto todos los medios posibles para que hicieras un buen matrimonio, y sin embargo tú me pagas con esto.
— Mamá — comenzó James con suavidad— , tú has tenido la vida que has querido. Por favor, déjame a mí vivir la mía.
— ¿Y crees que lo que te está sucediendo es la situación ideal?
— No sé si es lo mejor para mí, pero es lo que me ha tocado vivir. El destino puso a Lidia en mi camino y a través de ella he tenido un hijo. Tengo el mismo derecho que Lidia a tenerlo. No renunciaré a él — terminó con firmeza.
— Bien, entonces sigamos adelante con la demanda y consigamos a nuestro nieto — concluyó Howard Vantor con orgullo.
El espíritu alegre y jovial que había imperado en la casa de Rockport hasta el momento de conocer la demanda interpuesta por James, se había convertido en tristeza y desasosiego. Lidia trataba de mantenerse optimista ante los ojos de Irving, pero no podía evitar sentir un gran peso en el corazón cada vez que pensaba en la posibilidad de perder a su hijo. Este pensamiento la invadía constantemente, reflejándose en su rostro la pena y el miedo que sentía.
Por más que Irving intentaba a veces distraerla con otros asuntos, el tono grave de su voz y el brillo apagado de sus ojos indicaban a Lidia su preocupación.
— He invitado a mi abogado, Paul Amper, a cenar con nosotros el sábado. De ti depende si quieres contratarlo para que te defienda o no. Yo creo que deberíamos escuchar sus consejos.
— Sí, creo que tienes razón. Durante estos días he intentado engañarme a mí misma creyendo que James no seguiría adelante con la demanda — confesó con aflicción— . Pero el tiempo pasa y veo con claridad que no tiene ninguna intención de echarse atrás. Si quiero luchar por Michael, lo mejor es prepararme para ello.
Paul Amper era un hombre de mediana edad, serio, muy correcto y agradable. Irving y él se conocían desde hacía mucho tiempo y se consideraban, además de abogado y cliente, muy amigos. Antes de invitarlo a su casa, Irving le había contado todo lo referente a la situación actual de Lidia. El abogado había estudiado el caso detenidamente y había conectado con personas de su confianza para recabar algunos datos importantes. Era un hombre que siempre iba con la verdad por delante. Nunca daba a sus clientes falsas esperanzas, por ese motivo esa noche, en la que cenaba con Irving Longley y Lidia Villena, se encontraba más serio de lo normal.
Irving notó también el tono apagado de su voz, pero para no desanimar más a Lidia, intentó relajar el ambiente contándole algunas anécdotas de su vieja amistad con Paul.
La cena transcurrió de una forma distendida y natural. Ambos hombres hablaron amenamente de muchos temas interesante y Lidia también participó de lleno en la conversación. Terminado el postre, los tres se dirigieron al salón para tomar el café delante de la acogedora chimenea.
Con la taza en la mano y sintiéndose más relajada que antes de la cena, Lidia sacó la conversación que tanto la preocupaba.
— Señor Amper, usted ya conoce por Irving la dolorosa situación en la que me encuentro. Quiero preguntarle directamente si puedo tener esperanzas respecto a mi éxito en este juicio.
El abogado removió despacio el café con la cucharilla y luego dirigió a Lidia una directa mirada.
— Antes de contestar a su pregunta, me gustaría que usted, a su vez, respondiera a las mías. — Lidia asintió y él continuó hablando— .
Efectivamente, conozco su historia "a grosso modo", pero considero importante que me informe acerca de algunos detalles en concreto.
Lidia permitió que el abogado iniciara sus preguntas.
— ¿El señor James Vantor III es el padre de su hijo?
Comprendiendo que ésta era la pregunta clave, Lidia contestó la verdad.
— Sí.
El abogado la miró pensativo. Desgraciadamente, su expresión no era muy alentadora.
— Me temo que esta simple e importante respuesta pondrá al tribunal en su contra — afirmó sin rodeos.
Lidia palideció y dirigió su mirada hacia Irving con alarma.
— Siento ser tan brusco, señorita Villena, pero quiero que usted se dé cuenta, desde el principio, de lo difícil si no imposible que será ganar este juicio.
— Pero yo soy la madre de ese niño — exclamó angustiada— . Lo estoy criando con amor y dedicación; tengo testigos — añadió desesperada, señalando a Irving— . Su padre, James Vantor, ni siquiera lo conoce. No puede quererlo como yo.
— Yo puedo comprender eso, pero el tribunal se atiene a los hechos y a lo que considera que es la verdad, y la verdad es que usted intentó engañar al padre del niño ocultándole su nacimiento, ¿no es cierto?
— ¡Sí!, pero lo hice precisamente para evitar esto. James Vantor es un hombre muy poderoso y yo tenía miedo de que me quitara a mi hijo. Es evidente que mi temor no carecía de fundamento.
— Usted tiene sus razones para haber actuado como lo hizo, pero también es cierto, y le advierto que le estoy hablando a corazón abierto para que no se lleve a engaño, que usted hizo un mal a otra persona ocultándole lo que, legítimamente, tenía derecho a saber — le aclaró el abogado— . El que Vantor quisiera o no al niño es otra cuestión; usted no le dio opción a elegir. Esta es una baza a favor de Vantor y él lo sabe, por lo que le advierto que se ensañará en este punto hasta destrozarla.
Lidia se apoyó en el respaldo del sillón sintiéndose derrotada.
— ¿Te encuentras bien? — le preguntó Irving, solícito— . Si lo deseas, dejamos esta conversación para otro día.
Lidia lo miró con afecto.
— Gracias, Irving, pero, tal como dice el señor Amper, es mejor saber a lo que me tengo que enfrentar desde el principio — reconoció apenada.
— Me gustaría darle esperanzas y ser portador de buenas noticias — añadió el señor Amper— , pero estaría engañándola.
— Lo comprendo. Por favor, siga preguntándome lo que quiera.
— ¿Fue usted misma la que le dijo a James Vantor que él era el padre de su hijo?
— Él estuvo seguro de que era suyo desde el momento en el que se enteró de que yo había tenido un hijo. Traté de negarlo, pero él no me creyó. Después de mucho discutir, James me hizo confesar que Michael era su hijo.
— ¿Por qué estaba Vantor y lo está tan seguro de que el niño es suyo, incluso después de negarlo usted?
Era una pregunta muy directa y Lidia no pudo evitar ruborizarse.
— Porque sabe que él fue el primero y el único hombre con el que he mantenido una relación íntima — contestó en un susurro.
El abogado movió la cabeza, comprendiendo.
— Perdone que insista, señorita Villena, pero no entiendo por qué está tan seguro de que después de él no hubiera podido haber otros hombres en su vida.
— Primero porque me conoce y sabe que yo estos asuntos no me los tomo a la ligera, y segundo porque Michael nació exactamente a los nueve meses de haber estado con él — declaró un poco más tranquila— . James está seguro de todo esto que le estoy diciendo y... no se equivoca.
El abogado miró a Irving cada vez más preocupado. Haciendo un gesto de impotencia continuó hablando.
— Este caso cada vez se pone más difícil para usted — afirmó con desánimo— . El hecho de haberle ocultado el nacimiento de su hijo será uno de los puntos fuertes en los que Vantor se ensañará con usted. Ahora creo que la atacará todavía más con preguntas relativas a la negación por su parte de su paternidad sobre el niño. Sus preguntas serán directas y no la dejará explicarse. Esto la desesperará y la conducirá a cometer errores irreparables.
Lidia suspiró con desaliento.
— Bien, veo que éste es un caso perdido — reconoció con dolor— .
¿Qué me aconseja que haga?
— Es muy difícil acertar en los consejos. Teniendo en cuenta el prestigio, la eficacia y la habilidad de Vantor ante un tribunal, acrecentado todo ello por el rencor que siente hacia usted y su firme decisión de conseguir a su hijo, forma todo ello una bomba difícil de parar — reconoció por el bien de la joven— . Mi opinión es que debería usted hacer todo lo posible para convencerlo de que retire la demanda y se pongan ustedes de acuerdo respecto a su hijo; de esa forma quizás consiga usted algo. Siento ser tan franco — comentó el abogado apesadumbrado— . Estaría por asegurar que perdería usted a su hijo si consiente en llegar hasta el juez — declaró contundente.
Lidia trataba de comprender con razonamiento lógico todo lo que el abogado le estaba explicando, pero su amor maternal se negaba a reconocer que existiera una mínima posibilidad de que le fuera arrebatado su hijo.
— Cualquier juez del mundo consideraría que lo mejor para un niño es estar con su madre — insistió Lidia.
— Sí, pero no con esas premisas en su contra, por no hablar del factor económico — añadió el abogado— . James Vantor es un hombre muy rico, lo que quiere decir que puede ofrecer a su hijo todo el bienestar que un niño puede necesitar. Esto es muy importante a la hora de entregar un niño a uno u otro cónyuge.
— A mi hijo no le faltará de nada conmigo — saltó ella a la defensiva— . Yo no soy rica, pero puedo perfectamente vivir de mi trabajo y ganar lo suficiente para mantener dignamente a mi hijo.
— Tiene razón, pero un puesto de trabajo, que usted de momento no tiene, puede durar muy poco en los tiempos que corren. Aunque usted sea una buena periodista y pueda conseguir con facilidad los trabajos que quiera, le aseguro que Vantor no lo expondrá así ante el juez — le explicó el abogado de una forma real— .
Sé, más o menos, cómo va a reaccionar él ante estas cuestiones porque yo utilizaría las mismas tácticas en su lugar. Vantor es un hombre joven, pero está en el oficio desde que empezó a estudiar en la facultad de Derecho. Le aseguro que sabe muy bien lo que hace.
Lidia intentaba buscar una respuesta que le asegurara su victoria, pero el señor Amper, con su sinceridad, se lo estaba poniendo muy difícil. Aun así decidió agotar sus recursos para terminar de convencerse de que por ese camino nunca podría vencer a James.
— Usted es también un buen abogado, señor Amper. No creo que a James le sea fácil ganarle en un juicio.
— Por supuesto que la defendería con todas las posibilidades a mi alcance y, desde luego, a Vantor le iba a costar salir victorioso.
No obstante, creo que debemos ser prudentes y no arriesgar la seguridad de Michael con usted y la felicidad suya con su hijo. A veces merece la pena tragarse el orgullo e intentar solucionar las cosas por las buenas. Sin duda mucho más que vivir toda la vida arrepentidos por no haber actuado con inteligencia — le aconsejó el abogado.
Irving había estado observando en silencio a los dos interlocutores. Su semblante serio indicaba claramente que su espíritu se encontraba tan perturbado como el de Lidia. No quiso intervenir en ningún momento de la conversación para no influir en el ánimo de ella. El asunto que estaban dirimiendo su amigo y Lidia era muy importante. Se hacía imprescindible pensar con seriedad y firmeza los pasos a seguir. El futuro de Michael dependía de la decisión de su madre. Era fundamental que ella no se equivocara.
Tras un rato de silencio en el que Lidia trató de poner sus pensamientos en orden, se dirigió por primera vez a Irving para pedirle su opinión.
— Es un asunto delicado, pero me alegro que Paul no se haya andado con rodeos y te haya expuesto el caso tal como él, con toda su experiencia, lo ve — contestó cauto— . Yo no soy abogado; soy simplemente un hombre de empresa. Debido a mis negocios he estado la mayor parte de mi vida relacionado con abogados, y te puedo asegurar que un buen abogado, si lo tienes en contra, se convierte en un hombre peligroso.
— Tu respuesta ha sido muy clara — afirmó Lidia— . Creo que apelando a mi sensatez, debo olvidarme de enfrentarme a James en su terreno. Mi única salida, después de haber escuchado al señor Amper, es humillarme ante James Vantor para intentar que acceda a compartir a nuestro hijo, ¿no es así, señor Amper?
— Sinceramente, creo que es la postura más inteligente por su parte.
Lidia se vio sumida esa noche en un maremágnum de pensamientos enfrentados. Su amor maternal la impulsaba a luchar por su hijo y a no rendirse. Incluso le pasó por la imaginación durante breves momentos la idea de huir de nuevo para que James no los encontrara nunca. Desechó enseguida la imagen de su hijo y ella siempre huyendo y decidió pensar en un plan más práctico para sus objetivos. No le era fácil mostrarse fría y realista. Por el bien de Michael debía olvidarse de sí misma, de James y de todos, y concentrarse tan sólo en la forma de conseguir lo mejor para él.
Simon Parnell volvió a llamarla para reclamarla en Miami.
Lidia, muy a su pesar, tuvo que explicarle parte de lo que le ocurría y posponer su partida. Parnell, hombre inteligente y decidido, no dio importancia al relato de Lidia, valorando mucho más su valía como profesional del periodismo que su azarosa vida privada. Sin admitir más excusas que las estrictamente necesarias, se despidió de ella no sin antes haberla hecho prometer que le llamaría nada más solucionar sus asuntos de Boston.
Esta llamada fue otro motivo más de preocupación, pues si bien Parnell se había mostrado muy comprensivo, era lógico pensar que la esperaría tan sólo por un tiempo. Faltaba poco para la inauguración de la emisora y era natural que el dueño quisiera tener la plantilla completa y los programas elaborados para ese momento.
Lidia tenía la esperanza de poder solucionar sus problemas a tiempo, aunque sin garantía de que todo saliera como ella esperaba.
James se sentía satisfecho con el paso que había dado. Lidia era una mujer terca y orgullosa, y él no estaba dispuesto a consentir más sus caprichos. Si ella se hubiera mostrado sincera y humilde con él, nunca se habría planteado quitarle a Michael. Sin embargo, además de engañarle y mentirle, había tenido la osadía de mostrarse orgullosa. Esa postura era totalmente intolerable y él no estaba dispuesto a perdonárselo. Lidia Villena merecía un castigo por su traición, y él le aplicaría uno que no olvidaría jamás.
Se disponía a salir de su oficina cuando su secretaria le informó que la señorita Lidia Villena le llamaba por teléfono. Su sorpresa se manifestó con evidencia en el brillo de sus ojos, pero conteniendo el deseo de hablar con ella, hizo un gesto negativo a la secretaria y esta se excusó aludiendo que el señor Vantor estaba muy ocupado y no podía ponerse al teléfono.
— Primer golpe — comentó Lidia nada más colgar.
— ¿Qué has dicho? — preguntó Irving.
— He intentado hablar con James y él no ha querido ponerse al teléfono.
— ¿No crees que te precipitas en tus juicios? — preguntó Irving, queriendo sentirse optimista.
— Antes siempre contestaba a mis llamadas. Está claro que no desea hablar conmigo.
— Ten paciencia, Lidia. Tú sabes que no va a resultar fácil convencerlo. Aun así debes intentarlo por todos los medios a tu alcance — dijo animándola— . Estoy seguro de que tarde o temprano lo conseguirás.
— No tengo mucho tiempo, Irving. El día de la citación no está lejano y yo no sé si podré conseguir lo que me he propuesto en tan poco tiempo — respondió desolada al comprobar que su primer paso había sido un fracaso.
Irving la miró con ternura y sintió pena por ella, por el joven Vantor, que también había sufrido, y por el pequeño que habían tenido. Con lo fácil que hubiera resultado todo si ambos jóvenes no hubieran sido tan empecinados... La vida no siempre era fácil y esa joven estaba conociendo ahora una de sus caras amargas.
Lidia volvió a llamar a James varias veces y siempre recibía la misma respuesta. Intentó también conectar con él en su casa y en la de sus padres, pero él no consentía en ponerse al teléfono. Ante su insistencia, la última vez que había tratado de hablar con él, la secretaria le había dicho que el señor Vantor sólo hablaría con el abogado de la señorita Villena.
El padre López, al tanto de todo lo que le estaba ocurriendo a Lidia, la animaba a tener paciencia y confianza en Dios.
— Todo se arreglará, Lidia. Por favor, no desesperes. Dios es sabio y no permitirá que sufras en vano. A veces, como humanos que somos — continuó él con bondad— , no comprendemos ciertos sucesos que nos acontecen en la vida, pero todo tiene su razón de ser y quizá esto sea un pequeño purgatorio para luego encontrar la felicidad.
Lidia quería creerle. De hecho, siempre que hablaba con el padre López y escuchaba sus consejos, sentía un poco de alivio en su alma. Sus inspiradas palabras fortalecían su espíritu y la animaban a seguir adelante con valor y entereza. El bálsamo curativo que el sacerdote le aplicaba con sus alentadores razonamientos le servían para coger fuerzas y enfrentarse de nuevo con James. Él, con su indiferencia y determinación de seguir adelante, volvía a derrotarla.
Pensando únicamente en su hijo y también movida por la rabia que sentía contra la actitud de James, se trazaba una vez más un nuevo plan para abordarle y hablar con él.