IV
Desde que caí enfermo a mitad de la gira de mi libro en el verano de 2010, he adorado y aprovechado todas las oportunidades de estar al día y de mantener tantos compromisos como pueda. Participar en debates y dar conferencias forma parte de mi aliento vital, y respiro hondo cuando y donde sea posible. También disfruto de verdad el tiempo que paso cara a cara contigo, querido lector, independientemente de que lleves o no el ticket de un ejemplar nuevo y brillante de mis memorias. Pero voy a contar lo que pasó mientras esperaba para firmar ejemplares en un acto celebrado en Manhattan hace un par de semanas. Imagina, si te apetece: yo estaba sentado ante una mesa cuando se me acercó una mujer de aspecto maternal (un componente clave de mi demografía):
Ella: Lamento que esté enfermo.
Yo: Gracias por sus palabras.
Ella: Un primo mío tuvo cáncer.
Yo: Oh, lo siento.
Ella: [Mientras la fila de clientes se alarga detrás de ella.] Sí, de hígado.
Yo: Eso nunca es bueno.
Ella: Pero desapareció, después de que los médicos le dijeran que era incurable.
Yo: Bueno, eso es lo que todos queremos oír.
Ella: [Mientras los que están al final de la fila empiezan a mostrar signos de impaciencia.] Sí. Pero luego volvió, mucho peor que antes.
Yo: Oh, qué horror.
Ella: Y después murió. Fue durísimo. Durísimo. Le costó muchísimo tiempo.
Yo: [Empezando a buscar las palabras]…
Ella: Por supuesto, fue homosexual durante toda su vida…
Yo: [Sin conseguir encontrar las palabras, y no queriendo parecer estúpido y repetir «por supuesto»]…
Ella: Y toda su familia inmediata lo abandonó. Murió prácticamente solo.
Yo: Bueno, no sé qué…
Ella: De todos modos, solo quería que sepa que comprendo exactamente por lo que está pasando.
Este fue un encuentro sorprendentemente agotador, del que podría haber prescindido con facilidad. Hizo que me preguntara si habría espacio para un breve manual de protocolo del cáncer. Se aplicaría a las víctimas y a los simpatizantes. Después de todo, no he sido muy lacónico con respecto a mi propia enfermedad. Pero tampoco camino luciendo en mi solapa un enorme cartel que diga: PREGÚNTAME SOBRE LA FASE CUATRO DEL CÁNCER DE ESÓFAGO CON METÁSTASIS, Y SOLO SOBRE ESO. La verdad, si no puedes traerme noticias de eso y solo eso, y sobre lo que ocurre cuando los ganglios Enfáticos y el pulmón pueden estar afectados, no estoy tan interesado ni tengo tantos conocimientos. Uno casi desarrolla una especie de elitismo acerca de la singularidad de su propio trastorno personal. Por lo tanto, si tu historia de primera o de segunda mano trata de algunos órganos, quizá sea mejor que consideres la posibilidad de contarla brevemente, o al menos de forma más selectiva. Esta sugerencia se aplica si la historia es intensamente deprimente y provoca desánimo —véanse unas líneas atrás— o si pretende transmitir alegría y optimismo: «A mi abuela le diagnosticaron melanoma terminal en el punto G y casi la habían dado por perdida. Pero siguió adelante y se sometió a enormes dosis de quimioterapia y radiación, al mismo tiempo, y en la última postal que nos ha mandado está en la cima del Everest». Una vez más, puede que tu relato no enganche si no te preocupas por saber lo bien o mal que anda (o que se siente) tu público.
Normalmente se acepta que la pregunta «¿Cómo estás?» no implica un compromiso jurado de dar una respuesta completa o sincera. Así que cuando me lo preguntan, me inclino por decir algo críptico como «Es un poco pronto para saberlo». (Si me pregunta el maravilloso personal de mi clínica de oncología, a veces llego tan lejos como para responder: «Me parece que hoy tengo un cáncer».) Nadie quiere que le hablen de los incontables horrores y humillaciones menores que se convierten en hechos de la «vida» cuando el cuerpo pasa de ser un amigo a convertirse en un enemigo: el aburrido cambio del estreñimiento crónico a su drástico y repentino opuesto; la igualmente desagradable doble cruz de sentir hambre aguda, mientras temes hasta el olor de los alimentos; la miseria absoluta de la náusea que te retuerce el intestino cuando tienes el estómago completamente vacío; o el patético descubrimiento de que la caída del cabello se extiende a la desaparición de los folículos de las fosas nasales, y por lo tanto al fenómeno irritante e infantil de la nariz que moquea permanentemente. Lo siento, pero eres tú quien ha preguntado… No es divertido apreciar por completo la verdad de la tesis materialista que postula que no tengo un cuerpo, sino que soy un cuerpo.
Pero en realidad tampoco es posible adoptar una postura de «No preguntes, no respondas». Al igual que su original, esta es una receta de hipocresía y dobles raseros. Obviamente, los amigos y familiares no tienen en realidad la opción de no hacer preguntas amables. Una forma de lograr que se sientan cómodos es ser lo más sincero posible y no adoptar ningún tipo de eufemismo o negación. Así que voy directamente al grano y digo cuáles son las probabilidades. La forma más rápida de hacerlo es señalar que lo malo de la fase cuatro es que no existe una fase cinco. Con toda la razón, algunas personas me toman en serio. Hace poco tuve que aceptar que no podré asistir a la boda de mi sobrina, en mi vieja ciudad y universidad de Oxford. Esto me deprimió por más de una razón, y un amigo especialmente cercano preguntó: «¿Tienes miedo de no volver a ver Inglaterra?». Da la casualidad de que era la pregunta adecuada y que era justo eso lo que me inquietaba, pero me sorprendió irracionalmente su contundencia. Yo me encargo de afrontar la cruda realidad, gracias. No lo hagas tú también. Y, sin embargo, yo le había invitado claramente a que hiciera esa pregunta. Tras contarle a otra persona, con deliberado realismo, que después de recibir algunas exploraciones y tratamientos más los médicos me podrían decir que a partir de ese momento las cosas serían sobre todo una cuestión de «mantenimiento», me quedé sin respiración cuando me dijo: «Sí, supongo que llega un momento en que tienes que pensar en dejarte ir».
Qué cierto, y qué nítido resumen de lo que acababa de decir. Pero surgió de nuevo la necesidad irracional de tener una especie de monopolio, o una especie de veto, sobre lo que era realmente expresable. Ser víctima del cáncer entraña una tentación permanente de mostrarse egocéntrico e incluso solipsista.
Así que mi manual de protocolo impondría deberes sobre mí, así como sobre aquellos que dicen demasiado, o demasiado poco, en un intento de cubrir la inevitable incomodidad de las relaciones diplomáticas entre Villa Tumor y sus vecinos. Si quieres un ejemplo de cómo no ser un embajador de la primera, te ofrezco el libro y el vídeo de The Last Lecture. Sería de mal gusto decir que el vídeo —una despedida pregrabada del difunto profesor Randy Pausch— se ha extendido «viralmente» en internet, pero eso es lo que ha sucedido. Debería incluir su propia advertencia sanitaria: lleva tanto azúcar que quizá necesites una inyección de insulina para soportarlo. Pausch trabajaba para Disney y eso se nota. Contiene toda una sección en defensa del tópico, sin omitir: «Aparte de eso, señora Lincoln, ¿qué tal fue la obra?». Las palabras «niño», «infancia» y «sueño» se emplean como si fuera la primera vez que se usan. («Generalmente, cualquiera que utilice “infancia” y “sueño” en la misma frase capta mi atención.») Pausch enseñó en Carnegie Mellon, pero la nota que le gusta es Dale Carnegie. («Los muros de ladrillo existen por una razón… para darnos la oportunidad de mostrar lo mucho que queremos algo.») Por supuesto, no tienes que leer el libro de Pausch, pero muchos estudiantes y sus colegas tuvieron que asistir a la conferencia, en la que Pausch hizo flexiones, mostró vídeos caseros, chupó cámara y en general bromeó sin parar. Debería estar tipificado como delito ser insoportable y estar desprovisto de gracia en circunstancias en las que tu público se encuentra casi moralmente obligado a entusiasmarse. A su manera, fue una intrusión tan fuerte como la encarnizada y maternal perseguidora con la que he empezado. A medida que las poblaciones de Villa Tumor y Villa Bien continúan creciendo e «interactuando», hay una creciente necesidad de reglas básicas que nos impidan hacernos daño unos a otros.