EPÍLOGO
Un embarazo a los cuarenta años fue una experiencia muy diferente que un embarazo a los quince, pero había tenido práctica ya hace dos años cuando di a luz a mi hijo, Denis. Así y todo, solo esos dos años adicionales hicieron una diferencia, y se me estaba partiendo la espalda de una manera que no había experimentado ni con Denis ni con Fiona. Solo dos meses más, gracias a Dios. No importa lo que diga Bob, este sería mi último bebé. Al fin va a tener la niñita que siempre ha querido y los dos estamos envejeciendo, así que creo que estará satisfecho.
La puerta del frente se abrió con un chillido y Bob metió la cabeza. “¿Alguna de ustedes dos damas necesitan algo más? ¿Limonada?”
Yo saqué la botella vacía de la boca del infante. “¿Puedes traer otra botella del refrigerador, corazón? Creo que esta dama aquí tiene hambre.”
Fiona se echó a reír. “Es un barril sin fondo”.
“Ay, Lizzie, no escuches a tu madre. Yo pienso que eres perfecta. Abuelita siempre va a pensar que eres perfecta”.
“Maura, vas a tener que hacer algo con estas sillas. No sé cómo las aguantas. Me están matando la espalda”.
Pasé mi mano libre sobre el brazo de las sillas de madera que Bob había vuelto a pintar en la primavera del año pasado. “A mi padre le fascinaban estas sillas”.
Fiona se volvió a reír. “Sí, pero el ya no necesita sentarse más en ellas”.
Le acaricié las mejillitas a Lizzie. “Tu madre se queja mucho, ¿sabes?”
La niñita pestañó mostrándome sus ojos de verde de botella.
Había recibido algunos correos electrónicos periódicamente de Fiona cuando estaba en la universidad, y unas llamadas telefónicas ocasionales. Cuando se comprometió a casarse con su amor que había conocido en la universidad, Bob y yo los invitamos a cenar, pero no fuimos a la fiesta de compromiso ni a la boda. Pero así estaba bien. Era suficiente para mí saber que Fiona estaba contenta y saludable y bien adaptada. El año pasado, después de la muerte de la Sra. Mannion, el trabajo del padre de Fiona fue reubicado a Arizona y Fiona y su esposo compraron la casa antigua de sus padres en Cold Spring, y nos acercamos más. Éramos vecinas y madres de niños chiquitos y llegamos a ser una mezcla extraña de madre-hija y amigas. Era una relación poco tradicional, de eso no hay duda, pero era una buena relación.
Bob y yo no nos comenzamos a ver hasta un año después de la muerte de mi madre. Le dije que tenía que arreglarme, verdaderamente arreglarme esta vez, antes de poder comenzar una relación con otra persona. Pero creo que yo sabía, creo que ambos sabíamos, que había algo ahí. Y después de un año de terapia intensiva, de sesiones de cinco días a la semana, en parte financiada por la herencia de mi madre, que era más de lo que esperaba, Bob y yo salimos en nuestra primera cita. Nos casamos seis meses después, en el jardín de atrás de la casa de mi madre, que también había sido parte de mi herencia. Toda mi familia estaba presente, y la de Bob también, la animosidad de mis hermanos después de que se leyó el testamento de mi madre, habiéndose disipado durante los años transcurridos.
Había comenzado mi maestría en consejería antes de quedar embarazada con Denis, pero todavía no le había dedicado el tiempo para terminarlo. A lo mejor algún día. Por ahora, estaba enfocada en criar la pequeña familia milagrosa que nunca pensé que tendría.
Mi año de terapia me enseño muchas cosas útiles para vencer el trauma de mi juventud y aprendí a no permitir la mente a deambular a lo que mi terapeuta llamaba “zonas de peligro”. Cuando estaba despierta, el Sr. Mannion no estaba permitido a entrar en mis pensamientos.
Pero en mis sueños, ya era otra cosa. El Sr. Mannion, mi Sr. Mannion, no la bestia de los diarios, pero el hombre buen mozo que caminaba descalzo conmigo en la playa y me enseñaba su lugar secreto, me visitaba con frecuencia. Y en esos sueños, ninguno de los dos habíamos cumplido los cuarenta años. Éramos joven para siempre, para siempre conectados. A veces me despertaba de sus visitas para encontrar a Bob mirándome fijamente, sus ojos un poco más que triste. Si mi esposo sospechaba con quién yo estaba en mis sueños, él nunca me lo dijo.