CAPÍTULO DIEZ 

Los cinco días que me pasé escondida en la habitación del hijo de Deirdre fueron un infierno. Al principio Deirdre no me dejaba leer el periódico, pero Johnny por fin cedió y me trajo un surtido de periódicos del área. “La Niñera Atrevida Se Atreve De Nuevo”, “Hermano Número Dos Cae Dentro de las Garras de Maura, la Come-Hombre”,  y “Enfermera Provocadora Enreda a otro Mannion”.

Los periodistas aún no habían encontrado mi escondite aunque, de acuerdo con lo que decía Colleen, habían montado vigilancia en su casa y en las casas de mis hermanas durante los primeros días esperando verme, aunque fuera rápidamente. . Johnny había ido por Laurel Gardens y los había visto ahí también.

Esto tendría que cambiarse en algunos días. Después de todo, Scott estaba sano y salvo. Los dos éramos ya adultos, capaces de hacer nuestras propias decisiones. No era nada como el escándalo del pasado.  Pero bueno, ¿con quién jugaba? Para los reportes en los tabloides, esto era maná del cielo.

Escondida en la pequeña habitación sobre el garaje de Deirdre, imágenes de los últimos meses me corrían por la mente. El papeleo incompleto ese primer que conocí a Scott, sus cambios de ánimo de frío a caliente, hasta las preguntas que me había hecho la hurona en Napa. Todo ya hacía sentido: Scott no me amaba. Él me odiaba. El hombre al cuál yo por fin le había abierto mi corazón me odiaba lo suficiente para querer humillarme delante del mundo entero. Me odiaba lo suficiente para arrastrar a nuestras familias por el lodo una vez más. Pero, ¿era yo el monstruo? ¿Era él?

––––––––

Recuerdos de las manos de Scott en mi cabello, sus labios en mi garganta, se burlaban de mí cuando estaba despierta y sueños de su cuerpo duro al lado del mío me atormentaban cuando dormía. No había comido casi nada en dos días, la mente me daba vueltas constantemente.

Sabía que no podía vivir escondida en casa de Deirdre para siempre. Con cuatro niños pequeños y un esposo que trabajaba turnos, ella necesitaba tener su casa de nuevo. Pero mientras que necesitaba regresar a lo que sea que quede de mi vida, no podía reunir las fuerzas necesarias para ducharme y mucho menos  arreglar mis maletas y enfrentarme al gran  número de corresponsales que estaban acampados afuera de mi apartamento.

Tocaron a la puerta. “Maura”, Colleen llamó, ¿estás decente?”

“Sí, pasa.”

El cabello de Colleen estaba más desarreglado que nunca, y su cara pálida, recordándome, y no por primera vez, que ya no era una mujer joven. Ella tenía su familia y sus propios problemas, y lo último que necesitaba era echarse encima los míos. “Ah, corazón”, me dijo al correr a mi lado, “¿Qué puedo decir? No lo puedo creer. No puedo creer lo que te hizo ese cabrón”.

Me froté los ojos ya crudos por la irritación. “Entonces ¿no crees lo que se escribió en los periódicos? ¿Qué yo fui detrás de él intencionalmente?”

Me dio unas palmaditas en mi pelo revuelto. “Dios Santo, no. De ninguna manera”.

“¿Y el resto de la familia? Se honesta, qué piensa Marybeth?

“Solo hable con Eileen y claro, las dos están bastante disgustadas”. Tener todo este rollo sucio resucitado una vez más. Pero no. Eileen no piensa que tú eres conscientemente responsable.

“¿Qué quiere decir eso de ‘conscientemente responsable’?

Colleen desvió la mirada y aleteó las manos. “Nada” No me hagas caso”.

Le agarré el brazo. “No, de verdad. ¿Qué quiso decir ella con eso?

Los ojos de color azul de ártico de Colleen se deslizaron en mi dirección con una mirada penetrante. Que me recordaba más a mi madre que a mi afable Tía. Su voz también tenía ese filo duro que la voz de mi madre también tenía. “Maura, él es el imagen idéntico de tu hombre, Brendan. Tienes que ver eso”.

Un recuerdo como relámpago de Scott en la cama de mi niñez, mi mano acariciándole sus rizos negros, me paso por la mente. Y entonces otro flash, del Sr. Mannion, forzando sus hombros anchos a pasar por la ventana estrecha de mi habitación, sus rizos negros brillando bajo la luz de la luna. Sacudí la cabeza. “No. Pensé que había un cierto parecido, pero nunca se me ocurrió que Scott era un Mannion”.

Colleen frunció los labios, pareciéndose más y más a mi madre. “Más que un ‘cierto parecido’. ¿Ya viste el New York Tribune de hoy? Tenían las dos fotos, lado a lado, y bueno, el asunto no se ve muy bueno para ti, es lo que te estoy diciendo.”

Imágenes de mis amantes de pelo oscuro me llenaban la mente. Era claro que eran familia—con Scott siendo una versión más delgada y aguada que su hermano. ¿Cómo no lo pude ver?

“Porque no querías ver”, mi atormentador interno me susurró.

Me forcé a contestar la mirada escéptica de mi Tía y con una indignación que casi no sentía le pregunté, “¿La gente de verdad piensa que me paso el día mirando la foto del Sr. Mannion? Mira, en retrospección, claro, debí de haberme preguntado algunas cosas. Pero, vamos. Me dijo que su apellido era Matthews. Generalmente acepto la palabra de las personas de que no me están mintiendo sobre nada tan básico como su nombre.

Le temblaron los labios y suavizó su mirada, y la Tía que siempre había sido mi campeona regresó. “Sí, mi amor, lo sé bien, pero solo te estoy diciendo lo que dicen los otros.

“He leído los periódicos. Dios sabe, me he pasado los últimos tres días leyendo los periódicos. Sé lo que dicen los extraños. Solo esperaba que mi familia, por una vez, me creyera”.

Colleen me tomó la mano. “Y sí te creen. ¿No es lo que te acabo de decir? Eileen te cree”.

“¿Y Marybeth?” 

“Marybeth tenía sus propias preocupaciones en ese momento”.

“¿Qué quieres decir con eso?”

“Está destrozada por lo de tu madre—sabes que tienen una relación muy estrecha. Y ahora a su esposo lo han descansado del trabajo”.

“No lo sabía”.

“Nadie lo sabe, ni los muchachos. Tú sabes lo orgullosa que es Marybeth. Le hizo prometer a Eileen que le guardaría el secreto hasta que su esposo encuentre otro trabajo. Eileen me dijo esto para que yo comprendiera por qué ella no está prestándote apoyo”.

“¿Cuándo es que Marybeth me ha apoyado en su vida?” Mi voz me sonaba infantil, malhumorada, hasta a mí”.

La expresión de Colleen se puso dura de nuevo. “Ella tiene cuatro hijos, un esposo desempleado, y una gaveta llena de facturas por pagar. Vamos a darle a Marybeth un poco de tiempo. Tú no eres la única con problemas”.

En una voz pequeña dije, “Soy la única con todos sus problemas expuestos en primera plana”.

“Es cierto, pero no eres una niña chiquita. Eres una mujer fuerte. Te vas a recuperar de esto. Una vez que vuelvas a tu casa, con tu trabajo, podrás enterrar todo esto en el pasado”.

Me levanté de la camita y me puse a caminar por la habitación. “No me siento particularmente fuerte. Siento que estoy hecha de cristal”. 

“Has pasado por cosas peores, corazón. Mucho más peor”.

Me detuve y miré a Colleen, entendiendo de repente la verdadera razón por la cual había venido a mi habitación. “Y tengo que quitarme de encima de Deirdre”.

“No te hace ningún bien esconderte del mundo. Te permití escaparte a mi sótano hace todos esos años, y ¿qué bien te hizo? No, Maura, lo mejor que puedes hacer es confrontar directamente a esto. Como la mujer fuerte que eres”.

“¿Cómo ‘lo que no nos mata nos hace más fuerte’ quieres decir?”

Colleen sonrió con alivio. “Exactamente. Ahora, báñate, ponte ropa limpia y un poco de pintura de labios y baja al comedor. Te hice una olla de carne asada. Después de llenarte la barriga con eso, podrás confrontar cualquier cosa”.

Me dolía, claro, que Colleen quería que me fuera de casa de Deirdre, pero ¿cómo me hubiera podido sorprender? Colleen y su familia habían hecho por mí más de lo que se puede esperar a través de los años, pero no importa cuánto habían dicho que yo era un miembro de la familia, siempre había una diferencia entre una hija y una sobrina y siempre la habrá. A la hora de la verdad, Colleen siempre pondría las necesidades de sus hijos primero que las mías.  Y mientras que sabía que eso era lo justo, que era como tenía que ser, la lealtad de Colleen por su propia familia todavía se sentía como un puñal en el costado.

Me forcé a sonreírle a Colleen. “Vale”. Entonces la abracé. Colleen me abrazó también, dándome palmaditas torpes en la cabeza.

Con mi voz áspera de lágrimas tragadas, le dije, “Gracias. Siempre me has ayudado tanto, espero que sepas lo agradecida que estoy y cuánto siento haber causado tantos problemas una vez más”.

Después de una ducha y un plato lleno de la carne asada que hacía Colleen, llamé a Bob.

“Hola, Bob. Perdona la molestia...”

“Maura, no es molestia ninguna. He estado preocupado por ti. ¿Recibiste mis mensajes en texto?”

“Me he pasado los últimos días desconectada, así que no”.

Su voz profunda tronaba con preocupación. “¿En dónde estás?”

“En casa de mi prima, pero tiene cuatro hijos y ya es hora de afrontar esta situación, así que voy para mi casa”.

“Cuando dices “casa”, ¿te refieres a Laurel Gardens?”

“Sí”.

“Ay no, no puedes venir aquí”. Después del último artículo, este lugar está lleno de corresponsales por todas partes”.

“¿De qué estás hablando, Bob?”

“¿No has leído los periódicos?”

“Hoy no, pero ya hace casi una semana. Las cosas tienen que haberse calmado ya”.

“Mannion te ha acusado de haber tratado de matarlo”.

Yo chillé “¿Qué?”

“Mira, dame tu dirección. Yo te voy a buscar”.

“Bob, no, no puedo imponerte esto”.

“La dirección, Maura. No voy a aceptar que me digas que no”.

“Pero no puedo...”

“Por favor, Maura. Déjame ayudarte”.

Le di la dirección y entonces encendí la computadora de Deirdre”.

Maura la Maníaca Trata de Asesinar a Mannion.

Sentí que el estómago se me caía y la carne asada de Colleen amenazaba con reaparecer. Tragué duro y continué leyendo.

“...Oficiales del South Bay Hospital confirmaron que Scott Mannion fue ingresado el 15 de agosto. Pruebas de sangre luego confirmaron que tenía  niveles de insulina de tres veces lo normal. Scott Mannion alega que Maura Lenihan, su enfermera y novia, deliberadamente le puso una inyección de insulina aunque él le había informado que él ya había tomado su insulina.

“Confiaba en Maura, más que en cualquier otra persona en este mundo. Tenía un dolor de cabeza ligero y Maura insistió que necesitaba insulina. Claro que no sabía quién era, que era la chica que sedujo a mi hermano y era responsable por su muerte. Cuando nos conocimos, ella solo era la bella y amable enfermera de quién me había enamorado. Estaba en medio de explicarle que no necesitaba insulina cuando de repente me metió la aguja. Después de eso, me quedé inconsciente y el resto del día pasó como algo borroso.

Cuando esto pasó, acepté sus disculpas y su explicación que la sobredosis había sido un accidente, pero luego, después de saber su identidad verdadera, me puse en contacto con mi abogado y le pedí que investigara mi estadía en South Bay Hospital. Claro que me sorprendí desagradablemente cuán cerca llegué a caer en coma, todo por la Srta. Lenihan y su vendetta contra mi familia.  Esta mujer es peligrosa, una verdadera amenaza. Es enfermera certificada y trabaja con pacientes vulnerables. Mis abogados se están poniendo en contacto con el consejo de salud pública y con la policía y esperamos que ellos se darán cuenta del peligro que ella representa para sus pacientes y el público en general. Aunque es vergonzoso para mí admitir tan públicamente que me dejé engañar por esta mujer, de ninguna manera pudiera luego vivir conmigo mismo si ella dañara a otra persona y yo sin haber dicho nada.

Deirdre entró en la habitación. “Johnny me llamó. ¿Así que sabes?”

Asentí con la cabeza sin poder hablar.

Deirdre corrió a mi lado y me dio un fuerte abrazo. “Qué cabrón”.

“Entonces, ¿no crees que lo hice?”

Deirdre me soltó. “Claro que no. “¿Cómo pudiera una persona creer tanta basura?”

“Bastante. Esto está muy convincente. Lee esto”.

Deirdre miró la pantalla. “Está llamando a la policía. Pues, bien. Vamos a involucrar a la policía. Voy a llamar a Papá ahora mismo. Él todavía conoce a muchas personas en ese departamento.

“No. No hagas eso. Lo último que quiero es involucrar más a tus padres de lo que ya lo están. Ellos han hecho suficiente”.

Mi celular sonó. Mierda, había querido apagarlo. Miré la pantalla: South Shore Nursing. Con pocas ganas, contesté. “¿Oigo?”

“Maura, habla Nancy. Siento tener que decirte esto pero hemos transferido a todos tus pacientes a enfermeras nuevas. Recursos Humanos se pondrá en contacto contigo”.

“He trabajado con ustedes por más de quince años. No me pueden despedir por una alegación sin base”.

“Estás suspendida, no despedida, y Recursos Humanos te lo va a explicar todo. Solo te llamé por qué no quería que fueras a casa de un paciente y causaras una situación”.

Una ola de ira me desgarró cuando pensaba en todos esos días de doce horas de trabajo y turnos de fines de semana que yo había hecho porque Nancy me lo había pedido. Le había dado mi juventud a las necesidades de los pacientes de South Shore Nursing, ganando solo una fracción de los precios exorbitantes que cobraban. “¿Una situación, dices? ¿Cuándo he causado una ‘situación’? ¿Si yo era una maníaca peligrosa, no hubiera dañado ya a alguien?”

“Maura, por favor, no puedo comentar sobre eso”.

Colgué el teléfono y miré a Deirdre. “Bueno, encima de todo, estoy desempleada”.

“Ay, Maura, lo—-”

Suspiré, de repente asqueada de mí misma y de todas las personas del mundo. “Lo siento, yo sé”.

El timbre de la puerta sonó. “Ah”, dije, “probablemente es Bob”.

“¿Bob?”

“Mi vecino.  Va a intentar meterme en mi apartamento sin que la prensa me coma viva”.

Deirdre frunció los labios, pareciéndose mucho a su madre. “¿Tu vecino? No sé, Maura. ¿Lo conoces bien? ¿Puedes confiar en él?”

“No lo conozco tan bien pero no puedo imponerme más y voy a tener que irme de esta casa algún día. ¿Lo puedes hacer pasar? Dile que bajo en un  minuto, solo tengo que empacar mis cosas”.

“¿Estás segura que sabes lo que estás haciendo, Maura?  Sabes que te puedes quedar aquí”.

Miré a mi prima, con su cabello erizado y cara preocupada. “No sé lo que estoy haciendo, pero ¿qué hay de nuevo?”

Bajé y encontré a Bob posado sobre un sofá forrado de una tela de flores vibrantes y de mucho color, charlando con mi prima en su sala estrecha. Nunca había pensado que esta sala era tan estrecha, pero Bob, con sus enormes hombros y cuerpo corpulento llenaban la habitación. Su sonrisa era  cálida y verdadera cuando se defendió de los ataques de los dos hijos traviesos de mi prima, cosa que creo alivió algunas de sus preocupaciones. Abracé a Deirdre y a los muchachos y prometí llamar dentro de unos días. Deirdre sonrió pero olas de alivio emanaban de ella.

Bob tomo la bolsa de ropa que el esposo de Deirdre logro sacar a escondidas de mi apartamento hacía unos días y la puso en la parte de atrás de la camioneta.

Después de alejarnos un poco de la pequeña casa de Deirdre, pregunté, “Así que ¿cuán mala está la situación por el apartamento?”

“Está mala. Pero no vamos para allá”.

“¿Qué quieres decir con que no vamos para allá?

Bob me miró. “Ese lugar está lleno de corresponsales por todas partes y la policía se ha pasado por ahí varias veces. Ellos van a querer llevarte a la estación”.

Me quedé mirando fijamente por la ventana a la multitud de autos y centros de compras a todo lo largo de Hempstead Turnpike. “Bueno, tendré que enfrentarme a ellos algún día. No tengo nada que esconder”.

“Maura, no tienes idea de cómo es una interrogación”, dijo Bob en el tono de voz entrecortado del policía que él había sido. “No es como en las películas. Los policías te tendrán ahí por horas, si pueden”.

Me viré para mirarlo. “Ya  he pasado por esto”.

“Sí, a los quince años. Te trataron como un pétalo de rosa”.

“De eso nada”.

Bob paró en una luz roja y se viró hacia mí, la mandíbula apretada. “Bueno, si tú crees que aquello fue malo, esta vez será diez mil veces peor. Mannion quiere sangre”.

“Entonces, ¿qué hago? ¿Me voy corriendo?”

“Asegura que no vas a estar disponible unos días más hasta que podamos planear algo. Tengo una pequeña cabaña de caza en las montañas Catskills. Voy a llevarte allí, dejarte, y venir a recogerte dentro de unos días.

“¿Cómo van a ser las cosas diferentes en unos días? ¿La policía no querrá hablar conmigo todavía?”

Bob me tomó la mano. “Maura, ¿puedes confiar en mí?”

“No sé, ¿puedo? No tengo mucho éxito en cuanto a juzgar el carácter de otros”.

La luz se puso verde y él me soltó la mano. “Mira, ¿qué vas a perder a estas alturas? ¿Por qué no confiar en mí e ir con mi plan? Si no puedo arreglar nada, Laurel Gardens y la policía aún van a estar ahí”.

Suspiré mientras que Bob manejaba por el Long Island Expressway. “Tienes razón. No tengo nada que perder”.

Bob maniobraba su camioneta a través del tráfico del medio día en la carretera L.I.E. metiéndose por aquí y por allá como una serpiente. La estación de rock clásico tenía alto volumen y el sonido sordo del bajo y el movimiento de la camioneta causado por las maniobras de Bob me durmieron. No me desperté hasta que la camioneta dio un frenazo en frente de una casa de tablillas bien cuidada acurrucada entre dos enormes pinos.

“Ya estamos, dormilona”.

Me froté un calambre en el cuello. “¿Por cuánto tiempo estuve dormida?”

“Unas cuatro horas. Había mucho tráfico en el fluorescente Zee Bridge. ¿Te comerías un bistec?”

Me gruñó el estómago. “Eso suena muy bien”.

Bob sonrió, una red apenas visible de líneas enmarcaron sus ojos. “Ves, Maura, en dónde hay bistec, hay esperanza. Ayúdame con los comestibles que traigo atrás en la camioneta y te prepararé una cena que jamás olvidarás”.

El aire estaba fresco con un poco más de un toque del otoño inminente. La calle en frente de la casa no era más que un camino de tierra sin ninguna otra casa visible. Bob no hubiera podido escoger un escondite más perfecto.

La casa era sencilla  pero sólida. El primer piso entero era un salón abierto que servía varias funciones, con un área pequeña para la cocina, una chimenea grande y un sofá seccional antiguo y estropeado cubierto en tela de cuadros. Una pared entera estaba cubierta de pinturas al óleo hechas por un amateur.

“¿Pintas?”

“Qué va. Mi abuelo construyó esta casa con su hermano después de haber inmigrado de Irlanda”.

“¿Y él era pintor?”

Con un ruido sordo, Bob puso las dos bolsas de comestibles sobre el mostrador blanco de fórmica. “Qué va. Era policía y los fines de semana trabajaba en construcción con su hermano para pagar por sus nueve hijos. Cuando el más joven se graduó de secundaria, él se mudó aquí permanentemente con mi abuela y se puso a pintar”.

“Pintaba bien. ¿Y tú te hiciste policía como tu abuelo?”

Bob se movía fácilmente por la cocina y pensé en mi padre que jamás había lavado una taza. Mi madre siempre había reclamado la cocina, con mi padre con frecuencia actuando como un invitado permanente. Bob cuidadosamente puso un surtido de manzanas y peras en un pozuelo rajado sobre el mostrador. “Y mi viejo y dos de mis tíos. Uno de mis hermanos está con los bomberos”.

“¿Y él era la oveja negra?”

“Ay, no. Ese sería mi hermano Gabriel. Abogado”.

“¡Puaj! Odio a los abogados”.

“Y yo también. Menos Gabriel, claro. Bueno, para decir la verdad, lo odio un poquito”.

Me reí.

“Tú has de tener algunos policías en tu familia, Lenihan”. Bob me tiró una manzana de la cocina.

Me sorprendí al poder cogerla. Mi Tío Tim. Mi padre era un bróker en Wall Street y mis hermanos siguieron sus pasos”.

“Bueno, por lo menos tienes uno. No puedes ser completamente mala”.

Sentí como se me evaporaba la sonrisa y la fosa amarga en el centro del estómago, mi antiguo amigo conocido, regresaba. “Los lectores del Long Island Tribune no estarían de acuerdo contigo”.

Las piernas largas de Bob le permitieron cruzar el espacio entre nosotros dos en cinco pasos. Me levantó la barbilla y me forzó a mirarlo. “Oye, esta es una zona libre de tabloides. Durante los próximos días, olvídate de toda esa mierda. Cuando fui herido vine a recuperarme aquí. Sin TV, ni internet o vecinos por millas, es el lugar perfecto para escaparse del mundo”.

Consciente de repente de lo cerca que estábamos el uno al otro, tomé un paso hacia atrás y me senté en el sofá viejo y estropeado de tela de cuadros. “Entonces, ¿funcionó para ti? ¿Te escapaste de tus problemas?”

Bob se sentó a mi lado, su muslo tocando el mío. El olor a almizcle de su piel  junto con sus bíceps salientes contra una camiseta muy usada me recordó que él era un hombre. Un hombre fuerte que no conocía muy bien. Un hombre con quien yo voluntariamente me había montado en una camioneta, que me había llevados millas en un bosque. Si yo tuviera medio cerebro, me iría de allí. Pero no estaba nerviosa. Al contrario, su tamaño me consolaba, recordándome de mi Tío Tim y el albergue que sus brazos fuertes me daban durante esos meses oscuros después de mi exilio de Cold Spring.

Bob se pasó los dedos por el cabello rubio que le quedaba. “¿Escaparme de  mis problemas? Mi esposa y su abogado asqueroso me dieron la bienvenida  con papeles de divorcio  el minuto que bajé esta montaña, así que no lo creo. Pero después de varias semanas aquí, yo era una persona diferente. Decidí que tenía la capacidad de ser más que un policía duro e inflexible y que solo porque había sido un mal esposo la primera vez no quería decir que sería mal esposo la segunda vez. Decidí que no era muy tarde para yo ser el tipo de padre que mi abuelo había sido, el tipo de padre que mi viejo era. Hay mucho que se puede decir de escaparse del mundo y encontrarse a uno mismo”.

Me he pasado la vida entera escondida de mí misma y del mundo. Y en cuanto salí de mi escondite y me arriesgué, ¡bam! Recibí tremendo golpetazo”.

Bob sonrió. “Bueno, este es el sitio perfecto para confrontarte a tus demonios. Averigüé de una manera muy dura que solo los puedes evitar un tiempo hasta que te alcanzan. A lo mejor ya es hora, Srta. Lenihan, para que usted disminuya su velocidad y permita que la alcancen. Pero qué diablos, basta ya de tanto hablar de estas cosas pesadas, Me estoy muriendo del hambre y me imagino que tú también. ¿Estás lista para un bistec y la botella de un vino muy caro que un cliente muy agradecido me dio? ¿Qué te parece, chica?”

Le devolví su sonrisa. “Me parece fenomenal, Bob”.

Bob hizo dos bistecs a la parrilla a perfección, y, acompañados de pan italiano y una botella de merlot bastante caro, produjo una cena tan buena como la que se puede encontrar en un restaurante. De seguro mejor que cualquier cosa que yo pudiera cocinar. Comimos en la pequeña terraza de ladrillos en la parte de atrás de la casa, debajo de una cubierta de pinos. Bob tenía la responsabilidad de mantener la conversación, saltando de un asunto sin controversia a otro  no controversial, asuntos que no pedían mucha respuesta de mí. Su charla ligera alivió mi psiquis rasgado y ya para cuándo trajo una taza de café fuerte y un pedazo abundante de tarta de queso de una panadería italiana, tanto mi mente como mi cuerpo se sentían lentos y pesados—un alivio del interminable nudo de nervios que había sufrido desde la emboscada de Scott.

Bob no me dejó acercarme al fregadero, en cambio, subió mi maleta por la escalera estrecha a una pequeña habitación con vista al camino. Una cama matrimonial con una alegre cubrecama amarilla hecha en casa ocupaba la mayoría del espacio en la habitación. Un crucifijo tallado y ornamentado estaba colgado sobre la cama, recordándome de la habitación de mis padres. En la mente vi el crucifijo de mi madre desde la perspectiva poco familiar de mi cabeza sobre su almohada. Mis ojos llenos de lágrimas miraban fijamente los pies pálidos de Nuestro Señor mientras que sus manos ásperas exprimían de mi adolorido y estropeado cuerpo una reacción que, a pesar de todo el movimiento y el corcoveo vistoso, nunca producía una verdadera liberación.

“¿Maura? ¿Estás bien?”

Pestañé los ojos y miré a aún otro hombre cuyos hombros anchos empequeñecían el espacio estrecho de un cuarto de dormir.

Me tocó la mejilla. Involuntariamente me encogí.

“Oye, ¿qué pasó? ¿A dónde te fuiste?”

“Estoy bien”, dije, mi voz una cortada dura contra el silencio de la habitación sin usar.

La cara de Bob se cerró en sí misma. Puso mi maleta contra la pared. “Debes de estar cansada, Maura. Nos vemos por la mañana”.

Sin darle la cara, asentí con la cabeza. No lloré hasta escuchar el portazo de la puerta y el crujido de la gravilla afuera de la ventana.