Epílogo

El día de Navidad cayó una nieve suave y ligera, que cubrió de blanco las calles.

Luke y Brenna se tuvieron que levantar dos veces, pues el pequeño Jack Morgan Minteer reclamaba comer cada cinco horas.

A eso de las cuatro, decidió que ya no quería dormir, así que estuvo despierto en la cama de sus padres.

—¡Eh, pequeñajo! Papá Noel no llega hasta que los niños no están en la cama —dijo Luke.

A Jack no pareció importarle en absoluto. Había un montón de paquetes bajo el árbol, muchos de ellos con su nombre escrito. ¿Quién necesitaba a Papá Noel?

—Está creciendo muy deprisa —dijo Brenna con orgullo maternal—. Mira lo bien que le queda ese trajecito que nos parecía enorme hace sólo dos semanas.

—Menos mal que tiene un armario lleno de ropa. —Luke se inclinó y apartó un mechón de pelo del rostro de Brenna—. Todo el mundo dice que es un bebé precioso y no lo dicen por cumplir.

—Todos los bebés lo son para su familia, Luke.

—Sí, pero Jack es muy especial. Es exactamente igual que tú: los ojos, el pelo, incluso la forma de las orejas. ¿Estás segura de que no te clonaste a ti misma en Filadelfia?

Ella se rió.

—Tu madre y tu abuela dicen que es exactamente igual que tú cuando eras bebé, con la única excepción de tus ojos azules. Están dispuestas a sacar un baúl de fotos para demostrarlo.

Brenna y Luke intercambiaron jocosas miradas.

Él la besó tiernamente.

—Jack es mío, Brenna. No podría quererlo más si hubiera estado allí el día de su concepción.

—Lo sé —respondió ella—. Tú fuiste, además, el que le puso el nombre: Jack Morgan. No sé cómo no se me ocurrió a mí que debía llamarlo como mi padre. Me dolió tanto su muerte que no podía ni pensar en él.

Pero haber podido construir su propia familia junto a Luke le había permitido el acceso a todos aquellos recuerdos perdidos en la memoria.

Luke había sido el encargado de rellenar el certificado de nacimiento.

Eran una familia y lo serían para siempre.

FIN