Capítulo 7
Brenna se despertó sintiéndose desorientada.
Miró de un lado a otro de la habitación y notó que las cortinas no estaban echadas. Aquello era ciertamente anormal, pues siempre que se metía en la cama, corría las cortinas religiosamente.
Volvió a fijarse en la ventana y se dio cuenta de que no era de noche. El cielo estaba gris pero, definitivamente, era de día.
De pronto, notó que estaba completamente desnuda bajo el edredón.
Los recuerdos de una sensual experiencia acudieron a su memoria a borbotones.
Brenna se levantó de la cama todo lo deprisa que su voluminoso cuerpo se lo permitía.
Su ropa estaba aún en el suelo, justo donde Luke la había dejado. Mecánicamente la agarró y se la puso.
Tal vez sus frenéticos movimientos habían despertado al pequeño, pues éste había empezado a moverse.
Brenna pensó en lo que había sucedido entre Luke y ella.
¿Qué había hecho?
—Lo siento —le susurró a su bebé, posando la mano sobre su vientre. Las palabras resonaron en sus oídos. ¿Cuántas veces había oído a su madre decir «lo siento» cuando había hecho algo estúpido? Las suficientes como para saber que no significaba nada y que volvería a ocurrir.
Y en aquella ocasión, había sido ella la que había cometido un error. Porque lo que acababa de suceder había sido un error, lo sabía. El hecho de que estuviera sola, de que Luke se hubiera marchado, proclamaba a gritos cuál era la realidad. Su madre, al final, había terminado sola.
Tenía que despejarse, irse al estudio y acabar su trabajo.
Se dirigió al baño y se dio una ducha, dejando que el agua corriera por su cuerpo.
La cálida sensación del cristalino fluido sobre su pie le permitió olvidarse de su madre y de Luke, y centrar la mente en su trabajo.
Estaba a punto de terminar su pequeña niña de 1900 − 1910, Kristin. Pronto empezaría con la siguiente década, dominada por la guerra. Sería un niño, con soldados de juguete, banderas, un sombrero hecho de periódicos y un perro como mascota.
Brenna pensó en llamar a este nuevo personaje «Simon». Salió de la ducha y se envolvió en una gran toalla de baño.
Se encaminó hacia su habitación, mientras pensaba en su trabajo y lo último que se esperaba era encontrarse a alguien.
De pronto, Luke surgió de la nada y Brenna pegó un escalofriante grito.
Luke se quedó tan sorprendido de su reacción que gimió confuso y ambos dieron un paso hacia atrás. Se quedaron en silencio unos segundos, mirándose el uno al otro.
Luke fue el primero en recobrarse.
—He oído el agua correr y pensé que ya estarías despierta.
Él trató de sonreír, pero era patente que Brenna no se había esperado verlo allí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella.
—Brenna, ¿por qué no iba a estar aquí?
Ella estaba absolutamente perpleja y Luke frunció el ceño.
—Me he levantado hace un par de horas y, como estabas profundamente dormida, me imaginé que te quedarías en la cama un buen rato. Así que agarré el ordenador portátil de la camioneta, y he estado trabajando en la cocina.
—Ya…
—¿Pensabas que me había ido?
Hubo un silencio y se miraron intensamente. Brenna no sabía que decir.
—Bueno —continuó él—. Será mejor que te seques. Hace frío aquí en el pasillo. Esta casa tiene muchos escapes de calor. Los de la compañía de gas deben de estar muy contentos con tu derroche energético.
Brenna sintió en aquel momento una corriente en la espalda y la recorrió un escalofrío. Lo miró confusa.
—La carretera todavía está cortada, ¿verdad? —preguntó ella.
—Ésa no es la razón por la que estoy aquí, Brenna —dijo Luke—. Aunque sé que convencerte de eso no me va a resultar fácil. Casi te da un infarto al verme, porque estabas segura de que me había ido. ¿Tengo razón o no?
Ella asintió.
—¿Quieres que te lleve al dormitorio y te demuestre…?
—¡No! —exclamó Brenna—. Me voy a vestir.
—De acuerdo. Estaré abajo, escribiendo.
Se dio media vuelta y se dirigió a las escaleras, dejando a una perpleja Brenna de pie en el recibidor.
Luke no se había ido y seguía actuando con la misma deferencia y ternura que horas antes en la intimidad.
No había imaginado nada de aquello y era muy desconcertante ver que su mundo se daba la vuelta.
Brenna se apresuró a vestirse y a secarse el pelo. Se dirigió al estudio y escribió unas notas sobre lo que había imaginado, e hizo unos rápidos bocetos de Simon. Aunque estaba inmersa en su trabajo, no olvidó ni por un segundo que Luke Minteer estaba abajo, escribiendo sobre un asesino en serie.
Durante las tres horas siguientes, logró concentrarse en su dibujo, sabiendo que Luke seguía allí, pues no había oído ninguna puerta abrirse o cerrarse.
Pasado ese tiempo bajó a la cocina, donde él estaba escribiendo.
Alzó la cabeza al oírla entrar y sus ojos se encontraron.
—Sí, estoy aquí, Brenna —le dijo él—. Y sé que todavía no te lo crees. Por cierto, he oído en la radio que la carretera 128 está abierta desde hace media hora, así que ése no es el motivo de que siga en tu casa.
—Deben mandar personal extra para trabajar en ese acceso —dijo ella.
—Sí. Y si me preguntaras por qué, te diría que es porque la hija del alcalde vive allí. Pero sonaría realmente cínico, ¿verdad?
—Sí —respondió ella—. Estoy segura de que el señor alcalde se preocupa de todos nosotros por igual.
Luke se rió por el tono en que lo decía, y le abrió los brazos para acogerla en ellos.
Ella no se lo pensó y se lanzó como una loca a refugiarse en su calor.
—Así es como debería haber sido cuando te has despertado —dijo él—. Debería…
—No hay nada que «deberías» haber hecho, Luke. Seguramente, si hubieras estado a mi lado, me habría puesto de mal humor, me habría peleado contigo y te habría echado —le sonrió tiernamente—. Al menos así, nos hemos evitado una escena y hemos podido trabajar un buen rato.
—Ha sido un día muy productivo —le dio a las inocuas palabras un sensual significado. Después, la besó tiernamente. Una vez que hubo terminado, levantó la cabeza y la miró—. Brenna, quiero que sepas que, aunque nos hubiéramos peleado y me hubieras echado, todavía seguiría aquí, y no por la nieve. Estoy aquí, porque quiero estar aquí.
Se besaron tiernamente al principio, luego la ternura se fue transformando en pasión. Luke tuvo que contener las ganas de llevarla de nuevo a la cama, para buscar la satisfacción a la que altruistamente había renunciado en beneficio de ella.
Brenna no oponía resistencia. Parecía entender que sería el modo natural en que habían de discurrir las cosas.
Pero, a pesar de todo, él se decidió una vez por no ser egoísta y pensar en lo que más le convenía a Brenna.
—No has comido nada desde el desayuno —le dijo.
¿Estaba poniendo las necesidades nutricionales de ella por delante de las suyas sexuales? ¡Eso sí que era una novedad!
—Tanto el bebé como tú necesitáis comer —añadió, en un comentario digno de su abuela.
Brenna posó las manos sobre sus hombros.
—No tengo hambre de comida ahora mismo —murmuró ella, con los ojos llenos de deseo.
—Estoy seguro de que Sam o Susie piensa de otro modo. Va a empezar a dar patadas de un momento a otro.
En ese momento, el estómago de ella gruñó de hambre y ella se ruborizó.
—Supongo que tienes razón —dijo Brenna—. Voy a hacer espaguetis. Tengo salsa de tomate y albóndigas que compré en el mercado Volario. ¿Te quieres quedar a cenar?
Luke miró sus labios, inflamados por los besos, y su pelo revuelto y pensó que jamás había visto nada más erótico en su vida.
—Sí, claro que me quiero quedar.
Después de cenar, se quedaron en la mesa charlando. Él le contó el nuevo rumbo que estaba tomando su novela y ella le contó cómo sería su nuevo dibujo, Simon, un niño de la guerra.
—Me parece bien que le pongas ese nombre al personaje. Así se te quitará de la cabeza.
—No te preocupes, tu campaña contra Simon ha sido realmente efectiva —reconoció Brenna—. Pero tampoco me gusta Sam, está el «tío Sam», «tócala de nuevo Sam», etc… No, no voy a llamarlo Sam. Voy a pensar en otra letra del alfabeto.
—Podemos probar la «L». ¿Qué te parece Lucas? ¿Es un buen nombre? Podrías añadirle Minteer, que también es un nombre. En esta zona ese nombre es un privilegio.
—¿No crees que el nombre de Lucas Minteer Morgan podría causar habladurías en la ciudad?
—¿Y qué? Que digan lo que quieran.
—Quizás tengas razón, pero yo ya he sufrido los cotilleos durante demasiado tiempo y no quiero volver a llamar la atención en ninguna parte, ahora que estoy aquí y nadie sabe nada de mí —dijo Brenna.
Al ver su mirada, la expresión de Luke se transformó.
—No —dijo Brenna.
—¿No, qué?
—No me mires así, tan furioso, tan lleno de hostilidad.
—Pero eso es lo que siento cuando pienso en el daño que te hicieron. Me gustaría poder matar al tipo que te violó.
—No puedes. Alguien se te adelantó.
La extraña expresión de su rostro y el modo en que le tembló la voz al decir «alguien» dejaron patente que no se trataba de un asesino anónimo e irrelevante para Brenna.
—¿Quién lo hizo? —preguntó él.
—Mi madre —respondió, levantando la barbilla y mirándolo directamente a los ojos—. El violador era el último novio de mi madre. Los novios de mi madre siempre se mudaban a casa después de un par de semanas de estar con ella o nos cambiábamos nosotras a la suya. Cuando el último se trasladó a la nuestra, le dije a mi madre que me miraba de un modo extraño y que me daba miedo. Ella se rió y me contestó que estaba siendo una remilgada.
—Dios santo, Brenna. —Luke le tomó la mano.
—Era ella la que estaba equivocada. Una noche en que mi madre salió con unas amigas del trabajo, vino a mi habitación y me violó —dijo ella sin sentimiento alguno. Él maldijo y ella trató de sonreír—. Eso ocurrió hace ya trece años, y yo he podido continuar con mi vida.
Brenna trataba de cambiar de tema y él sabía que, en otra situación, le habría permitido hacerlo, incapaz de implicarse en la vida de nadie. Pero en aquella ocasión, las cosas eran distintas.
—¡Trece años! ¡Pero Brenna, entonces tú tenías trece! —dijo Luke dejando salir toda su rabia—. ¡No eras más que una niña!
Brenna bajó los ojos y miró sus manos unidas.
—¡Todo era tan diferente cuando vivía con mi padre! Papá se casó con mi madre porque la dejó embarazada, pero se divorciaron poco después de que yo naciera. Mi padre se quedó con mi custodia y yo me fui a vivir con él y con mis abuelos. Mi madre casi nunca me visitaba. Pero mi padre y mis abuelos murieron en un accidente de coche cuando yo tenía seis años.
Luke habría deseado poder decir algo que la reconfortara, pero no sabía qué.
—¿Te fuiste entonces a vivir con tu madre?
—Sí. Mi padre tenía un seguro de vida y el único modo de poder disfrutar del dinero, era teniendo mi custodia.
—Tu madre suena como alguien muy poco recomendable, Brenna.
—Marly se describía a sí misma como alguien divertida y espontánea —dijo Brenna irónicamente—. No podía entender por qué el resto del mundo no la veía de ese modo. Era una completa extraña para su familia, que no la aceptaba y que se alegró de que se alejara de ellos.
—Así que desde los seis años te encontraste sin protección y en un mundo que no te correspondía vivir, con un montón de novios de tu madre.
—No me gustaba ninguno de ellos, y a ellos no les gustaba que estuviera cerca. Lo único que me ayudaba a escapar de todo aquello eran mis dibujos. —Brenna sonrió—. Empecé a dibujar cuando era muy pequeña y mi padre y mis abuelos me animaban continuamente a ello. Podía copiar prácticamente todo y les hacía caricaturas a los chicos con el personaje que querían ser. Cuando me fui a vivir con mi madre, la escuela se convirtió en mi refugio. Bueno, las dieciséis escuelas a las que fui.
—¡Dieciséis escuelas! —exclamó Luke incrédulo.
—A Marly no le gustaba quedarse en un solo sitio. Por suerte, tenía capacidad para hacerme amigos en todas partes. Mis dibujos eran la clave.
—Pero eras sólo una niña, no deberías haber tenido que ir de escuela en escuela aprendiendo a integrarte una y otra vez. —Luke pensó en su infancia. Tanto él como sus hermanos y hermanas habían ido siempre a la misma escuela, luego al instituto, finalmente, a la universidad—. ¿Por qué tu madre se cambiaba continuamente de casa?
—Siempre estaba queriendo empezar de nuevo —dijo Brenna con tristeza—. Pero siempre era lo mismo. Se metía en alguna relación que acababa mal y, las pocas veces que un hombre quería que siguieran juntos, era ella la que rompía la relación porque decía que se sentía atrapada.
—Da la impresión de que no estuviera bien de la cabeza, Brenna.
—Le diagnosticaron un trastorno de la personalidad, pero no se puede llegar a considerar enfermedad mental —respondió ella—. Pero mi madre no pensaba que le ocurría nada. Incluso en el estrado, ella insistía en decir que era la única víctima y que el resto del mundo era culpable. Según ella, tanto el jurado como el juez estaban contra ella, lo mismo que su abogado. —Brenna se encogió de hombros—. Puede que fuera verdad, porque recuerdo que el abogado me llevó a comer un día y me dijo que me alejara de ella y que, si podía, perdiera todo contacto con mi madre.
—¿Sigue en la cárcel?
—Sí. Fue condenada a cadena perpetua, así que no podrá tener libertad condicional hasta dentro de veinticinco años.
Luke silbó sorprendido.
—¿Por haber matado al hombre que violó a su hija?
—La policía y el fiscal no lo veían de ese modo.
—Lo que significa que no conozco todos los detalles.
—Es una historia horrorosa, Luke.
—No tienes que seguir si no quieres.
Brenna lo miró agradecida. Parecía saber exactamente cuándo animarla a hablar y cuando no debía presionar. Le gustaba su tacto y su amabilidad, lo amaba por todo eso.
Sí, definitivamente, lo amaba y reconocer eso le daba la libertad necesaria para compartir con él su desagradable historia.
—Aquella noche, después de que él terminara su horrible acto, se fue de la casa. Yo llamé a una amiga y me llevaron al hospital. La enfermera jefe llamó a la policía para denunciar lo ocurrido. Al día siguiente se lo conté a mi madre. Al principio no me creyó. Me dijo que me lo había inventado, luego, concluyó que lo había seducido porque estaba celosa de ella. Unas cuantas noches después, él volvió y mi madre lo dejó entrar. Lo recibió con una sonrisa y un beso.
Luke parecía realmente consternado.
—¿Y tú que hiciste?
—Yo me escapé de allí a toda prisa y me fui a casa de mis amigos. Desde allí llamé a la policía. Pero, cuando llegaron, mi madre ya lo había hecho.
—¿Lo había matado?
—Sí. Pero lo que mi madre contó fue que estaba borracho y que le había contado lo de aquella noche conmigo. —Brenna se detuvo a respirar—. Le dijo que yo era más sexy que ella. Finalmente, él se quedó dormido, ella agarró una pistola y le disparó. El jurado la condenó por asesinato en primer grado.
Luke no fue capaz de formular palabra.
—Esta parte siempre deja a la gente sin habla. No me gusta contarla, porque todo el mundo acaba diciendo «pobrecita» y veo que sienten pena por mí. No puedo soportar que me compadezcan.
—Brenna, si ves distancia o pena en mis ojos, es que estás malinterpretando lo que siento, por que lo que realmente quiero es tomarte en mis brazos y tratar de conseguir que el dolor desaparezca.
Luke se acercó a ella, pero Brenna se apartó.
—El dolor ha desaparecido. Conseguí superarlo hace tiempo.
—¿Estás segura de ello? ¿No crees que todavía dirige tu vida?
—Fui muy afortunada y tuve muy buena ayuda para superar todo aquello, Luke. Después del juicio, los padres de algunos de mis amigos lo organizaron todo para enviarme a Denver, a una casa de acogida para niñas que no podían vivir con sus parientes porque eran víctimas de abuso o negligencia. Lo dirigían un grupo de monjas y las niñas que accedían allí tenían que cumplir una serie de requisitos: sus notas debían ser aceptables y estar consideradas como pertenecientes a un grupo de riesgo, pero no ser delincuentes. Lo que hacían allí era enseñarnos que había otras alternativas en la vida.
—Tú cumplías los requisitos.
—Por suerte para mí, sí.
—¿Y, mientras estabas allí, hiciste amigas y disfrutaste de la escuela? —le preguntó Luke.
—Estuve allí hasta que me gradué en la universidad. Me encantaba la disciplina y el orden, y la rutina del día a día. Sentía que nos trataban con mucho cariño y nos incentivaban a sacar lo mejor de nosotras mismas. Además era divertido.
—¿Cómo terminaste en Pensilvania?
—Acepté un trabajo en una compañía de publicidad, con un buen salario y todos los beneficios que ofrece una empresa, pero no me gustó el trabajo. Prefería ser autónoma.
—Te gusta más ser tu propio jefe, fijarte tú el horario —dijo Luke.
—Sobre todo me gusta dibujar lo que yo quiero como yo quiero. También decidí que prefería vivir en una ciudad más pequeña.
—Esta zona no es muy conocida. ¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Una de mis amigas en Filadelfia era Ángela Volado, los que tienen el mercado aquí. Me hablaba continuamente de su ciudad y vine un fin de semana a visitarla. Me pareció un sitio estupendo para educar a un niño y realmente quería una familia. Había superado mis miedos ante la posibilidad de ser una madre como la mía.
—Eso jamás ocurrirá, Brenna —le aseguró Luke—. Nunca.
—Ahora lo sé. Las monjas me lo repetían continuamente.
—Y tenían razón. Pero supongo que las monjas no estaban de acuerdo con eso de hacer una incursión al banco de esperma y tener un hijo por tu cuenta.
—No les conté nada de eso —dijo ella—. Pero cuando vaya con el bebé a Denver, sé que se van a sentir orgullosas de mí, de que sea una buena madre —lo miró desafiante, como si lo retara a no estar de acuerdo.
—No me cabe duda de que lo serás, Brenna.
Su pasajero gesto, enseguida se diluyó. De pronto, pareció abatida. Luke sabía que, por mucho que su viaje al pasado hubiera sido voluntario, la crudeza de aquellos momentos no dejaba de ser un duro trance al que enfrentarse.
Le puso la mano en la nuca y le dio un ligero masaje.
—¿Ha habido algún hombre en tu vida, Brenna?
—No. Siempre me ha preocupado más concentrar mi energía en mi trabajo que en tener un novio.
—Temías tener una relación por lo que te sucedió con aquella rata barriobajera.
—Sí, y supongo que aún tengo unas cuantas asignaturas pendientes en ese aspecto de mi vida.
—Tu visita al banco de esperma es una clara muestra de ello.
Ella sonrió.
—Para mí era la solución ideal: un modo de tener un hijo sin tener que pasar por el sexo. Hasta que te he conocido a ti. Jamás había sentido deseos de… —se interrumpió y lo miró con un brillo especial en los ojos—. Supongo que admitir que eres el único hombre al que he deseado en mi vida puede resultar realmente patético.
Se levantó y se estiró la camisa.
—Puedes pensar que soy una patosa, alguien muy poco sofisticada en estos temas, incluso poco atractiva, especialmente…
—Sabes perfectamente que me gustas y mucho. Sabes que quiero llevarte a la cama y demostrarte lo mucho que te deseo, Brenna. ¿Estás dispuesta a dejarme que te lleve arriba?
—Sí —respondió ella sorprendida por la inesperada petición—. Lo estoy, Luke.