Capítulo 5

Una tormenta de nieve dio los buenos días a Brenna cuando abrió la puerta de su casa a la mañana siguiente.

Miró a la de los Walsh y pensó en lo bien que estarían, todos juntos y dispuestos a pasar allí todo el día. Las escuelas estaban cerradas por causa del mal tiempo.

Pero los juzgados no cerraban por ese motivo, así que no tenía más remedio que enfrentarse a los elementos.

Mentalmente, Brenna pensó en todo lo que tendría que hacer antes de poner su coche en marcha. Tendría que quitar la nieve y probablemente raspar los cristales. Todos los utensilios estaban dentro.

Brenna bajó la cara para protegerse del viento que la golpeaba con fuerza y se aproximó a su coche.

De pronto, sintió un par de manos sobre los hombros. Se sobresaltó, alzó la vista y vio a Luke. Debió de intuir de antemano que se trataba de él, pues de otro modo, habría gritado.

—Vamos —le dijo él—. He aparcado delante de tu coche.

Luke la rodeó con el brazo y la condujo hasta su camioneta.

Momentos después, Brenna estaba en el asiento del pasajero, en una cabina calentita, con un humorista en la radio que rapeaba chistes sobre gente conocida. Instintivamente, la apagó.

Luke abrió el lado del conductor y se sentó.

—¿Qué ha pasado con…?

—No puedo soportar a ese tipo. Prefiero las noticias del tiempo y del tráfico.

—Donde no hacen sino dar parte de lo que es obvio. Como si no pudiéramos ver por nosotros mismos que está nevando y que va a ser una tortura conducir.

Luke no volvió a encender la radio y Brenna lo agradeció, hasta que se dio cuenta de que no tenía derecho a tomar posesión de su radio. Quizás a él le gustara aquel humorista, que contaba con una larga lista de adeptos.

Se sintió culpable de haber alterado su rutina diaria.

—¿Quieres que vuelva a encender la radio?

—No, déjalo —al doblar la esquina se sorprendió de lo vacía que estaba la calle—. Parece que todo el mundo se ha quedado en casa hoy.

Brenna asintió.

—Las escuelas están cerradas y muchos negocios también.

—Pero no existen esas concesiones para los ciudadanos que sirven a su patria como jurado. Deben pensar que la rueda de la justicia está equipada con neumáticos antinieve y cadenas.

En ese momento, un vehículo patinó y casi golpea a otro, que logró apartarse de su camino justo a tiempo.

Brenna se puso nerviosa.

—Las carreteras están realmente mal —murmuró ella—. No recuerdo que el pronóstico del tiempo dijera nada de nieve ayer. Claro que no vi las noticias de las once.

—Pero yo sí. Por eso he venido a recogerte. ¿Cómo es que una amante de las noticias meteorológicas ha permitido que la pillara por sorpresa una tormenta así?

—La verdad es que ayer me quedé trabajando hasta tarde y no puse la televisión —dijo Brenna.

—¿Necesitas completo silencio para trabajar?

—No. Me gusta poner música. Tengo muchos CD y cintas con bonitas canciones.

—Yo también necesito música cuando estoy escribiendo. Si hay silencio total me vuelvo loco. Pero no creo que lo que a mí me gusta pudiera ser clasificado como «bonitas canciones». —Luke la miró de reojo—. Ése es tu momento para hacer algún comentario cáustico sobre el tipo de música que se usa para escribir sobre asesinatos.

—Ya he oído demasiadas bromas sobre mi gusto por los musicales y considero que cada cual tiene derecho a que le guste lo que quiera.

—¡Vaya, eres la perfecta pasajera! Haciéndole la pelota al conductor. Lo próximo que harás será decirme que has intentado comprar un ejemplar de mi libro, pero que ya estaba agotado —añadió él secamente.

—Los pasajeros perfectos no toman control de tu radio —le dijo ella—. Y jamás cuentes con que compre un ejemplar de tu novela, a menos que empieces a escribir novelas románticas con un final feliz garantizado.

—Eso me da más escalofríos que esta tormenta de nieve.

—Tus devotos lectores probablemente sienten lo mismo —aseguró ella—. Luke, te agradezco que vinieras a buscarme. Seguro que no hay modo de aparcar en el juzgado.

—Ése sería el menor mal de todos los males. Lo que te podría haber sucedido era que te resbalaras y cayeras sobre tu tripa.

—No se me había ocurrido pensar en eso. —Brenna se sorprendió de no haber pensado en eso, pero aún se sorprendió más de que él sí lo hubiera pensado.

Luke había visualizado la alarmante posibilidad la noche anterior, mientras veía las noticias.

En aquel mismo instante, había decidido ir a buscarla a la mañana siguiente.

Luke detuvo el coche en un semáforo y miró a Brenna, que estaba sentada a su lado. A él no solía gustarle el silencio. Lo relacionaba con el aburrimiento y con una incómoda sensación. Pero con Brenna no se sentía ni aburrido ni incómodo. Se sentía cómodo, muy cómodo.

Su hermano Matt solía hablar de aquello en su relación con su esposa Kayla como «hablar en silencio» y lo consideraba la conexión más íntima entre dos personas.

Luke nunca había comprendido a qué se refería su hermano, pero, en aquel momento, intuía por dónde iba.

Ella debió notar que la estaba mirando, porque se volvió y sonrió.

—¿Qué? —le preguntó.

—¿Qué de qué?

—Parecía que me querías pedir o preguntar algo. —Brenna sonrió más abiertamente—. Adelante. Ya sabes que soy una pasajera estupenda.

Ya que le estaba dando carta abierta, no iba a desaprovechar la oportunidad de preguntarle algo que le había estado rondando la cabeza desde la noche anterior.

Luke respiró profundamente y se dispuso a interrogarla.

—Referente a eso que me comentaste anoche… lo del hombre… ¿la policía lo agarró?

La sonrisa de Brenna desapareció de inmediato.

—Te dije que no quería volver a hablar de eso —respondió ella con frialdad.

—Pero me acabas de decir que preguntara lo que quisiera —se defendió él—. Eso es lo que he hecho.

Ella resopló impaciente.

—Pensé que querías escuchar a ese idiota de la radio. Creí que me ibas a preguntar si me importaba que la encendieras.

¡Desde luego ellos no hablaban en silencio y, si lo hacían, era en diferentes idiomas! No había conexión alguna entre ellos.

La falta de sueño le estaba haciendo imaginar cosas que no estaban.

Desafiante, Luke encendió la radio y la voz del humorista llenó el espacio, con sus sarcásticas letras en las que afirmaba que una relación platónica entre sexos opuestos era imposible.

—¡Idiota! —exclamó Luke y apagó la radio con rabia.

—¿No estás de acuerdo? —le preguntó ella impasible.

—¿Con que lo único en lo que piensan los hombres es en acostarse con las mujeres? Pues no, no estoy de acuerdo. Aunque sé que no me creerás, después de lo que sucedió anoche.

—Me prometiste que no lo mencionarías.

—Lo siento, hay tantos tabúes en tu conversación, que no tengo capacidad de recordarlos todos. Refréscame la memoria. ¿De qué podemos hablar, del tiempo?

—Pues estaría bien que te limitaras a eso —dijo ella.

El trayecto continuó en silencio, con un intercambio de miradas de reproche.

—Deja de mirarme así —dijo ella—. ¿Se te ha pasado ya el berrinche?

—A mí no me dan berrinches. Eso sólo le pasa a las «niñas» y yo no soy ninguna «niña».

—Posiblemente, me arrepentiré de preguntarte esto pero ¿qué es una «niña» para ti?

—Uno de esos tipos que no es capaz de golpear con un bate y que, cuando se va de vacaciones, no ata bien las cosas y las va perdiendo por la carretera.

—No me extraña que los pobres tengan berrinches, si les suceden todas esas cosas —dijo Brenna—. Lo recordaré por si mi bebé es un niño. Me preocuparé de que aprenda a golpear la pelota con el bate y a hacer nudos, para que no lo llamen «niña».

—Te lo agradecerá —dijo Luke con una sonrisa—. Si necesitas mi ayuda, te la daré. Los hombres de mi familia hacen todas esas cosas muy bien.

—Desde la tierna edad de cinco años —dijo ella con sorna.

—No. Desde los tres —respondió él y los dos se rieron.

Luke torció a la derecha y entró en la calle en la que estaban los juzgados. No había nadie y el aparcamiento VIP estaba vacío.

—Normalmente esto está lleno de gente.

El sonido de una sirena irrumpió en el silencio.

Momentos después, un hombre uniformado se acercó a la ventanilla de Luke.

—Hola, Patrick. ¿Qué pasa? Esto está más desierto que el Ártico.

Brenna se preguntó si aquél sería el primo de Luke.

—Los juzgados están cerrados. ¿No lo has oído en la radio o en la televisión?

—¡No, y me he escuchado la lista completa!

—Bueno, la verdad es que la decisión se ha tomado a última hora, pues no querían retrasar más los juicios. Pero cuando los jurados han llamado para decir que no venía casi nadie, no han tenido más remedio que cancelar.

—Los dos deberíamos haber deducido con sólo mirar por la ventana que ni Wanda, ni Roger, ni ninguno de los otros se iban a aventurar a salir de sus casas —dijo Brenna.

Patrick metió la cabeza por la ventanilla del coche y miró a Brenna, con una expresión atónita.

—¿Quién es usted?

Brenna hizo una mueca. Sin duda, la visión de Luke en compañía de una mujer embarazada provocaba todo tipo de extrañas reacciones, como la de las hermanas Lo, en El palacio de China.

—Brenna Morgan —dijo ella y le tendió la mano al policía, quien se la estrechó, pasando el brazo a través de la ventanilla.

—Yo soy Patrick Minteer, el primo de Luke. Encantado de conocerte, Brenna. ¿Eres… —Miró furtivamente a su primo— eres amiga de Luke?

—Tengo que preguntárselo. —Brenna no pudo evitar el impulso de tomarle el pelo—. ¿Somos amigos, Luke?

Luke la miró con ira.

Patrick le soltó la mano a Brenna y se apartó de la ventana.

—Luke, ten cuidado conduciendo hoy, ¿de acuerdo? Mejor sería que no condujeras. El más mínimo altercado podría ser fatal… en su condición —dijo el policía, refiriéndose a Brenna. Momentos después se dirigió a su coche.

—¡Somos libres! —gritó Brenna feliz.

Luke continuó con la mirada fija en el parabrisas.

—¿Por qué has hecho eso?

—¿Hacer qué?

—¿Por qué me has hecho esa estúpida pregunta de «somos amigos, Luke»?

Brenna se ruborizó, consciente de que su pequeña broma no había tenido gracia.

—Me hizo una pregunta y yo no tenía clara la respuesta. Pensé que debía preguntártelo puesto que no me gusta mentir a los oficiales de policía.

—Así que decir que somos amigos sería mentir.

—Puede. No sé si tú me consideras una amiga o no.

—Podrías haber dicho que somos jurados en el mismo caso. No habrías tenido que consultarme en ese caso.

—Tienes razón, eso es, exactamente, lo que debería haber dicho. Siento no haberlo hecho, pero voy a solucionarlo ahora mismo.

Abrió la puerta y el viento se coló en el interior.

—¡Brenna! —Luke se apresuró a salir tras ella.

Iba a toda prisa, a pesar de su enorme barriga. Se dirigió directamente al coche de patrulla.

—Oficial Minteer, ¿le importaría llevarme a casa?

—Ya está bien, Brenna —dijo Luke que ya estaba junto a ella y la protegía con su cuerpo como si se tratara de un escudo—. No sé qué te ha impulsado a hacer esto, pero…

—Déjame —dijo ella—. Quiero irme a casa.

—Yo te llevaré a casa —dijo Luke y comenzó a tirar de ella.

—¡No! —Brenna se agarró al coche con fuerza—. No hace falta. No quiero molestarte ni un minuto más. Tu primo me ha dicho que él me lleva, ¿verdad, oficial?

—Por supuesto —dijo el policía.

—Quédate fuera de esto, Patrick. No tiene nada que ver contigo.

—¡Sí que tiene que ver con él! Es un oficial de policía y yo soy miembro de un jurado, así que es su obligación llevarme sana y salva a casa.

Se agarró con tanta fuerza, que logró que Luke la soltara. Pero en ese momento, casi pierde el equilibrio. Se habría caído si no la hubieran sujetado de los hombros.

—¡Dios santo, Luke! Casi se cae —dijo Patrick, realmente preocupado—. ¿Qué demonios os pasa?

—Estamos en un jurado juntos, nada más, ¿verdad, Luke?

—Me la llevo a casa —anunció Luke.

—¡No! —dijo ella—. No puedes llevarme contigo. Oficial, si se lo permite, estará tolerando un secuestro.

Patrick miraba confuso a uno y a otro.

—No le hagas caso. Está muy alterada. Es por culpa de las hormonas. ¿Te acuerdas de lo que le pasaba a la tía Molly cuando se quedaba embarazada?

Patrick se retiró de inmediato, como si acabara de recordar algo espantoso. Se colocó el sombrero y no volvió a mirar a Brenna.

—¡Esta vez si que la has hecho buena, Luke! Anda, llévatela a casa. Pero sabes que esto no va a acabar así.

Luke arrastró a Brenna hasta la camioneta.

—¡Menudo policía es ese primo tuyo! Acaba de permitir un secuestro. ¿Y quién es la tía Molly? Patrick pareció completamente traumatizado al oír el nombre.

Luke no respondió hasta que no hubo arrancado el coche.

—La tía Molly tenía unos memorables cambios de estado anímico cuando estaba embarazada, lo que ocurrió en cinco ocasiones. Causó una fuerte impresión en todos los Minteer.

—Pero no tenías por qué decir que ése era mi caso —en realidad daba lo mismo, pues ella también utilizaba ese argumento para justificar lo que le sucedía con Luke—. Lo único que he hecho ha sido decirle a Patrick lo que tú querías que le dijera.

—Sabes de sobra que no quería que anduvieras corriendo por ahí, con el suelo lleno de nieve, tuvieras el motivo que tuvieras.

—Ahora, llévame a casa, si no quieres que salga en el próximo semáforo y llame a un taxi desde la casa más cercana.

—¡Eso sería estupendo! ¿Verdad, Brenna? Estaría muy bien que fueras de puerta en puerta, pidiendo que te dejaran llamar a un taxista lo suficientemente demente como para salir en mitad de esta tormenta. Eso me haría mucho más daño a mí que a ti misma o a tu bebé. ¿Sabes lo que pareces? Una niña amenazando con no respirar para castigar a los adultos.

Brenna se sintió avergonzada. Luke tenía toda la razón.

Apoyó la cabeza en el respaldo y se preguntó si, realmente, estaba sufriendo un ataque hormonal como el de la tía Molly.

Luke se quedó en silencio, fingiendo estar concentrado en la conducción. Pero conocía bien el camino y había tenido que enfrentarse a situaciones mucho peores que aquélla.

Por eso, su mente no hacía sino dar vueltas a la imagen de Brenna Morgan huyendo por las calles heladas, y era tan aterradora como la más terrible escena de uno de sus libros. Pues sus personajes de ficción no lo afectaban en absoluto. No sentía nada cuando se imaginaba a un criminal acechando a una víctima.

Pero Brenna tenía un gran poder sobre él. No tenía sentido que lo negara, pues la posibilidad de que algo le sucediera lo afectaba realmente.

Encendió la radio para oír las últimas noticias y para distraerse de su propio pensamiento.

—Acaba de caer un tronco en mitad de la carretera 128 y ha roto todas las líneas eléctricas. Tanto el tronco como los postes están bloqueando el paso, por lo que la carretera se encuentra cortada.

—¡Estupendo, las cosas van a mejor! —dijo Luke—. No puedo volver a casa si la carretera 128 está cerrada. Es la única carretera que lleva hasta allí. Y, aunque pudiera llegar, no tendría electricidad.

Bueno, al menos eso le daría algo en lo que pensar que no fuera Brenna.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella.

—Quizás deba saltar el tronco y correr hasta casa. —Luke torció en la siguiente esquina—. Era una broma.

—Gracias por la aclaración. Te creería capaz de algo así.

—Por supuesto. Imaginaba que ése es el concepto que tienes de mí.

Brenna se mordió el labio inferior.

—Lo siento, Luke, siento lo sucedido. Me he excedido.

Luke frunció el ceño. ¿Cómo podía librarse de su influjo, cuando le pedía disculpas con aquella voz tan dulce? ¿Cómo iba a conseguir autoconvencerse de que tenía que apartarse de ella?

—Yo también lo siento, Brenna.

Continuaron en silencio hasta que Luke se detuvo ante la casa de ella.

—Tienes unos vecinos realmente amigables —dijo Luke, señalando a los dos niños que estaban limpiando la entrada de la casa de Brenna.

—Son Brandon y Timmy Walsh. Su madre les obliga a limpiar la nieve de mi camino y se niega a que les pague, así que les meto dinero en el bolsillo sin que ella se entere. Realmente creo que merecen que se les pague por hacer ese trabajo. ¿Piensas que estoy saboteando la educación de Cassie?

—No, porque estoy totalmente de acuerdo contigo. Cuando era niño, todos mis vecinos me pagaban por limpiar la nieve y me he convertido en un ciudadano ejemplar, ¿no?

—Sí, por supuesto: cumples con tu obligación como jurado, pagas tus impuestos… ¿Pagas tus impuestos?

—Claro que sí. Eso es algo que he tenido siempre muy claro: es mejor no tener que vérselas con hacienda.

Brenna se dispuso a abrir la puerta.

—Espera, déjame que te ayude.

Luke se apresuró a salir y a acercarse a su lado. Pero en aquella ocasión, cuando se tocaron, no hubo furia que enmascarara el mutuo efecto de su tacto. Sus miradas se encontraron y sus cuerpos se tocaron, y la temperatura subió a toda prisa.

—Hola, señora Morgan —dijo Timmy, saludando con la mano.

La intensa sensación que había surgido entre ellos se rompió durante unos segundos. Pero, enseguida, Luke la agarró del brazo y, juntos, se dirigieron hacia la puerta. Su proximidad los catapultó de nuevo bajo el embrujo de su atracción.

—¿Lo de «señora Morgan» fue idea de su madre? —le preguntó él al oído, disfrutando del contacto de sus labios con el lóbulo de su oreja.

—Sí —respondió Brenna—. Como iba a tener el niño, Cassie pensó que así les resultaría más fácil entenderlo.

—Lo que quiere decir es que le resultaría a ella más fácil explicárselo. Una madre divorciada a ojos de esta gente es más respetable que una madre soltera.

Se aproximaron a los dos muchachos.

—Señora Morgan, debería llevar un gorro o algo que le protegiera los oídos —dijo Brandon, repitiendo lo que sus padres le decían.

—Sí, tienes razón —dijo Luke, mientras sacaba la cartera y les daba veinte dólares a cada uno. Los chicos miraron anonadados la cantidad de dinero—. Gracias por ocuparos de la casa de Brenna.

Acompañó a Brenna hasta la puerta y esperó a que abriera.

—¿Me invitas a un café? —le preguntó él. Ella se quedó lívida—. ¡Acabo de recordar que no tienes café, porque no te gusta! De acuerdo, me vale con una taza de chocolate caliente.

Brenna recordó que era media mañana, que había ido a buscarla y había tenido que conducir en las peores condiciones y que la carretera de acceso a su casa estaba cortada.

Lo mínimo que podía hacer por él era darle algo caliente.

—¿Qué me dices, Brenna? —le dijo en un suave tono de voz.

Sus ojos se encontraron y Brenna sintió el peligro de que si lo invitaba a pasar acabaría siendo para algo más que un chocolate caliente.

—Entra —le dijo.

Nada más pasar, él cerró la puerta. Con las ventanas tapadas por la nieve, daba la sensación de que fueran las dos únicas personas del mundo.

Brenna se quedó inmóvil, tensa y en silencio. Acababa de dar pie a que se repitieran los eventos de la noche anterior. El corazón le latía a toda prisa, mientras esperaba a que Luke tomara la iniciativa, mientras se preguntaba cómo iba a reaccionar…