Capítulo 4
-De eso no me cabe duda —afirmó Luke—. Puedo sentir a Susannah o a Sam dando patadas. ¡Es una sensación extrañísima!
—Pues imagínate lo que puede ser sentirlo dentro —murmuró Brenna, a quien no le había pasado desapercibido que le había cambiado el nombre a su hijo.
—Por suerte, jamás tendré que pasar por eso. Hay cosas para las que las mujeres sois, sin duda, mucho más audaces.
Brenna pensó que aquél era el momento adecuado para escapar de él, correr escaleras arriba y llamar a Cassie y a Ray desde la ventana. Pero ¿por qué no lo hacía?
—Es Susannah o Simon, no Sam —lo corrigió, en lugar de huir.
—Ya discutiremos eso más tarde.
Él la abrazó con más fuerza y comenzó a acariciarle el cuello. Ella podía sentir su excitación, y se le aceleraba el corazón. Se preguntó si él podía notarlo. No obstante, no se movía, no hacía nada.
—Escucha —dijo él—. No tienes por qué tener miedo.
Le susurraba suavemente las palabras al oído, mientras le acariciaba el lóbulo con los labios.
—Ya te he dicho que no te tengo miedo —susurró ella.
—Bien —dijo él.
Realmente, la sensación era muy agradable. Su cuerpo empezaba a responder a su tacto. Los pezones se le endurecieron como nunca antes. Era consciente de los cambios que habían ido experimentando sus senos a lo largo del embarazo. Se preguntaba qué sentiría si él se los tocaba con los dedos, con los labios.
Brenna se quedó paralizada. Los sentimientos eran más poderosos que ella. ¿Qué ocurriría si se dejaba llevar?
«No podía controlar mis sentimientos, me han arrastrado», recordó ella. Era la voz de su madre, demasiado infantil, complacida de lo que le sucedía. Las palabras resonaron en al cabeza de Brenna.
«Inténtalo, mamá», le decía ella, siendo sólo una niña. «Tienes que intentar no dejarte llevar».
Un deseo imposible, pues a Marly Morgan le gustaba dejarse llevar, sentirse poseída por la pasión.
La sola idea de sentir algo así, desconcertaba totalmente a Brenna. Por eso, desde muy joven, había sujetado firmemente las riendas de sus sentimientos.
Y, sin embargo, allí estaba, a punto de perder el control, en brazos de Luke Minteer.
Parecía que había llegado el momento de luchar contra aquello.
—¿Qué te pasa? —preguntó Luke desconcertado ante su repentina frialdad.
—Esto es una locura. Un montón de hormonas me ha usurpado mi sentido común.
—¿Usurpado tu sentido común? Vaya. No es un modo habitual de expresión en la conversación del día a día.
—Pero es una expresión de que describe, exactamente, lo que me está sucediendo.
—¿Me pregunto si podría incluir este diálogo en mi novela?
—¿Sería un diálogo entre el asesino y su víctima?
—¡Mi musa inspiradora! ¿Cómo he podido escribir hasta ahora, sin tenerte a mi lado?
Luke estaba haciendo que las cosas tomaran un curso confortable, tratando de quitar peso a la situación. Ella estaba dispuesta a seguir por el mismo camino, evitando todo tipo de implicación emocional.
Pensó que lo mejor que podía hacer era apartarse de él. Pero estaba demasiado a gusto en sus brazos.
—Una musa —repitió ella—. Espero que comprendas que no me congratula en absoluto ser considerara una musa que inspira espantosas escenas en las que un asesino en serie aterroriza a una mujer embarazada.
Luke se rió.
—En otras palabras, que no quieres que te culpen de las escenas sensacionalistas y sangrientas que yo escriba.
Su tono de voz y las palabras que pronunciaban eran suaves, pero el modo en que la agarraba y que la miraba, no lo eran en absoluto.
La mezcla de señales confundían a Brenna, pero ella trataba de seguirle el juego.
—Me has quitado las palabras de la boca.
—Pues, realmente, lo que me gustaría es ponerte algo en la boca. ¿Vas a dejarme?
Brenna casi se atraganta. Definitivamente, estaban teniendo dos conversaciones. Por un lado estaba lo que decían y por el otro, la comunicación no verbal establecida a través del contacto de sus cuerpos y las miradas.
—Tú tienes tus hormonas como excusa de todo esto pero ¿qué excusa tengo yo? Puede que no te lo creas, pero nunca antes había puesto los ojos en una mujer embarazada.
—¡No me digas! —«Mantén el tono superficial, Brenna», se dijo en silencio—. Y yo que pensaba que hacías este tipo de cosas todos los días.
—¿Crees que me gusta que me dé patadas un bebé?
—No te voy a juzgar mal en ningún caso. Tengo una mente muy abierta.
—No, por favor, Brenna, no me hagas reír. No hagas nada para gustarme más de lo que ya me gustas. Ya sufro bastante con desearte como te deseo.
—Me deseas —repitió ella, sintiendo el efecto que aquellas palabras tenían sobre ella.
Su frase no hacía sino ratificar lo que era una evidencia física.
—Tú sabes de sobra que te deseo, Brenna, y los dos sabemos que esta situación es ridícula, ¿verdad?
—Sí, lo es —admitió ella.
—Deberías decirme que me fuera al infierno.
—Sí, lo sé. Y voy a hacerlo.
—Pero todavía no —le rogó él.
Luke se preguntó cuál sería el precio que tendría que pagar si la besaba en aquel momento. Lo desconcertaba la intensidad de su deseo. Estaba habituado a él, pero en aquella ocasión, era diferente.
Luke miró a Brenna. Le gustaba hablar con ella, tenerla en sus brazos.
Los dos coincidían en que la situación era ridícula. Pero lejos de alejarlos el uno del otro, parecían estar más unidos.
Aunque ella estuviera embarazada de nueve meses y aún no se hubieran besado, el simple acto de abrazarla hacía que se sintiera en el paraíso, como transportado a un lugar único.
Lo que Brenna Morgan despertaba dentro de él era algo único, intoxicante. Quería explorarlo aún más, ver adónde lo conducía aquella poderosa sensualidad.
Brenna se abrazó a él, atormentada por la frustración de desear y no tener, de estar cerca, pero no lo suficiente.
¿Era aquello lo que sucedía cuando la pasión era más fuerte que la razón? Brenna trató de luchar contra aquella sensación.
—Luke —susurró—. Por favor… Esto es demasiado.
—Creo que es al revés. Lo que te sucede es que no es bastante. Pero es fácil ponerle remedio a eso. Podemos hacerlo ahora mismo.
Su boca se posó sobre la de ella apasionadamente.
Brenna sintió su lengua, deslizándose sensualmente sobre sus labios. Todos los miedos se disiparon.
Ella sentía su boca, moviéndose sobre la de ella, evocando un placer intenso que no había sentido hasta entonces.
Placer, deseo y excitación explotaron dentro de ella, transformándose en una necesidad urgente. Sintió sus manos grandes agarrando sus senos, acariciándole los pezones. El ligero jersey y el fino algodón de su sujetador no servían de barrera a su suave tacto.
Brenna gimió y se arqueó.
—Esto es lo que quieres, ¿verdad, cariño?
Sus manos se movían bajo el jersey, buscando el modo de liberar sus senos de la atadura de su ropa interior.
—Yo sí sé que esto es lo que quiero —dijo él—. Pero quiero que sea lento. No quiero hacerte daño. —Luke deslizó una mano entre sus piernas—. Tiene que haber un modo de hacerlo. Tenemos que ser… creativos.
Ella podía oír las palabras, pero no las entendía, no las escuchaba, sólo sentía.
Pero, de pronto, la excitación se convirtió en miedo. ¡Ya no estaba de pie, sino que la había tomado en sus brazos! No había nada más aterrador que no poder tocar el suelo y sentirse manipulada como una muñeca, cuando era una mujer embarazada de nueve meses.
—¿Dónde está tu habitación, nena? Supongo que arriba.
El sonido de su voz profunda y gutural la alarmó. Al bebé tampoco le gustó la situación, pues se movía inquieto en el vientre.
—Bájame —le dijo con urgencia, pero con poca claridad.
—Tranquila, cariño. No pesas tanto.
Pensó que ella trataba de ser amable, que quería evitarle el trabajo de cargarla. La situación era absurda y divertida.
Pero, de pronto, sin que ni ella misma pudiera esperarlo, se echó a llorar y comenzó a golpearlo.
—¡Brenna! ¿Qué estás haciendo? —Luke se detuvo en mitad de la escalera.
Su voz sonaba sorprendida, pero no furiosa. De pronto, Brenna volvió al presente.
—¿Brenna, cariño? —Luke la miraba anonadado—. ¿Qué te pasa?
Ella lloraba desconsoladamente.
—Te he pedido que me bajaras y no lo has hecho —no podía dejar de llorar.
—¡Cielo santo! Es el bebé, ¿verdad?
En lugar de bajarla, Luke descendió las escaleras y la llevó hasta el salón. La dejó suavemente en el sofá.
—¿Te duele? ¿Quieres que llame al médico? Sí, claro que voy a llamar al médico —salió de la habitación, regresando un minuto después—. ¿Quién es tu médico? ¿Dónde está el teléfono?
Brenna se sentó. Él parecía aterrado, y se movía de un lado a otro como un personaje de dibujos animados.
La situación era cómica y ella empezó a carcajearse.
—¡Estás histérica! —Se inclinó sobre ella y le tomó las manos—. Brenna, todo va a ir bien, cariño, te lo prometo.
Brenna se puso de pie, cada vez más calmada, cada vez más centrada. El bebé debía de estar notando el cambio, pues estaba más tranquilo.
—Siéntate, Brenna —le ordenó Luke—. Incluso te diría que es mejor que te tumbes, llamaré al médico y…
—No necesito un médico, Luke —dijo ella con determinación y fuerza—. Lo que necesito es que te vayas, inmediatamente.
Luke la miró unos segundos.
—Brenna, lo que ha sucedido esta noche…
—No volverá a suceder, Luke, jamás —esperaba sonar lo suficientemente amenazante como para que la tomara en serio—. Ahora, vete y déjame sola. Te aseguro que lo vas a sentir si no lo haces.
La amenaza funcionó, porque Luke se dio media vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Brenna se sentó en el sofá y apoyó los codos en las rodillas y la cabeza en las manos.
Se sentó allí, consumida por recuerdos de la inexplicable, aterradora y maravillosa pasión que Luke Minteer había despertado en ella. ¿Y él, qué habría sentido?
Brenna no estaba segura. Después de todo, tenía fama de mujeriego.
En cualquier caso, sintiera lo que sintiera por ella, jamás tendría una relación con él ni con ningún otro hombre. Brenna pensó en todas las terribles relaciones que había tenido su madre, siempre con hombres equivocados y cómo el último de ellos había cometido un acto atroz, que ni siquiera Marly Morgan pudo perdonar.
—¡Brenna!
La voz de Cassie Walsh la sacó de su ensimismamiento.
Brenna se sobresaltó y miró atónita a su vecina, que estaba de pie, delante de ella.
Cassie se sentó a su lado.
—He oído a Luke Minteer acelerar como un endemoniado y salir de aquí a cien millas por hora —dijo Cassie.
—Así que has venido para comprobar si, además de escribir famosas novelas sobre asesinos en serie, es uno de ellos —dijo Brenna con una sonrisa forzada—. Estoy bien, Cassie.
—Pero tu puerta estaba abierta —dijo Cassie, y le puso el brazo por encima del hombro—. Y has estado llorando.
Brenna se tocó la mejilla con la mano. Todavía estaba húmeda por las lágrimas. Se le había olvidado que había llorado, ¡y delante de Luke Minteer! Nunca lloraba delante de nadie…
Brenna se sintió avergonzada. ¿Cómo iba a poder enfrentarse a Luke de nuevo?
Tal vez, podría alegar que estaba enferma. Seguro que su médico le firmaría un certificado si le decía que se sentía mal y que necesitaba estar en su casa.
—Brenna, quiero que sepas que puedes confiar en mí —le dijo Cassie con una mirada realmente preocupada—. Sé que nos conocemos sólo desde que te mudaste aquí, el año pasado, pero nos hemos hecho muy buenas amigas.
—Sí, Cassie —la interrumpió Brenna—. Os agradezco a ti, a Ray y a los niños que me hayáis acogido tan bien.
Cassie se quedó esperando a que ella añadiera algo más, pero Brenna no continuó. Estuvieron en silencio unos minutos, y Cassie se puso de pie.
—¿De verdad estás bien, Brenna?
—Sí. Gracias por haber venido a comprobarlo —añadió Brenna con una sonrisa—. Es maravilloso que alguien se ocupe de nosotros —dijo, dándose unas palmaditas en la tripa.
Inesperadamente, los ojos de Cassie se llenaron de lágrimas.
—Te aseguro que nos importas. Sé demasiado bien a qué te estás enfrentando. Yo estuve en una situación similar tiempo atrás.
—¿Tú? —Brenna se quedó muy sorprendida.
Cassie asintió.
—Mi primer marido me dejó con los dos niños pequeños, cuando eran bebés. Fue una época terrible. Tuve que volver a vivir con mis padres, mi abuela y mi hermana. No sé qué habría sido de mí si no los hubiera tenido a ellos. Pero tú no tienes a nadie en quien apoyarte.
—No, pero no te preocupes, estoy bien. —Brenna no quiso añadir que llevaba mucho tiempo sola, que contar con alguien era algo extraño para ella.
—Siempre dices que estás bien. —Cassie frunció el ceño—. Pero es que, aunque no lo estuvieras, tampoco lo admitirías. Brenna, tu bebé y tú vais a necesitar una familia.
—Vosotros podéis ser esa familia —dijo Brenna e hizo una pausa—. No sabía que Ray no era el padre de los chicos.
—Los adoptó después de que nos casáramos. Es como si fueran suyos.
—Ray es un hombre maravilloso. Eso me da esperanzas sobre la posibilidad de encontrar uno como él.
—Por desgracia, todavía hay muchos padres que no contribuyen en nada y se olvidan de sus obligaciones emocionales y financieras. ¡Que asuman que la madre tiene toda la responsabilidad es algo que me hace hervir la sangre!
Brenna supuso que se estaba refiriendo al padre de sus hijos. No sabía qué responder.
Cuando Cassie se marchó, todavía parecía indignada, seguramente por la herida aún no cicatrizada de aquel abandono.
Brenna habría querido poder decirle que lo mejor era olvidar el pasado, lo sabía por experiencia. Pero también sabía que era inevitable que los recuerdos regresaran de vez en cuando como un boomerang.
Brenna tragó saliva. Sin duda, eso era lo que le había sucedido a ella con Luke. Se había sentido vulnerable, muy vulnerable. Y, aunque las circunstancias habían sido muy diferentes a las de aquella noche lejana, su reacción provenía de allí.
Ella había gritado y rogado y había tratado de luchar físicamente contra aquel hombre, sin haber conseguido nada.
Con Luke, había ganado… ¿De verdad había ganado? ¿Cómo podía haber ganado cuando no había habido ninguna lucha? Luke no había usado su fuerza para hacerle daño, ni para atemorizarla.
Sin embargo, ella sí que lo había asustado a él.
Brenna pensó en cómo se había transformado, durante unos segundos, en un padre nervioso y expectante. Le había resultado muy tierno verlo tan preocupado.
Pero ella lo había echado de su casa, no había sido capaz de apreciar sus motivos para comportarse como lo hacía.
Él se había marchado, pensando, seguramente, que estaba loca. No podía culparlo por ello.
Aún no comprendía los motivos que lo habían llevado hasta allí. Tampoco entendía su interés por hacerle el amor, cuando su cuerpo estaba hinchado por un niño que ni siquiera era suyo.
En cuanto a su propio deseo por él, prefería no pensar en eso.
Brenna se puso de pie y se dirigió al estudio. La pequeña niña vestida con ropas de 1908 seguía allí, esperando a ser terminada.
Agarró el lápiz y se puso a colorear.
Quince minutos después, el teléfono sonó. Lo ignoró. Fuera quien fuera, el contestador respondería por ella. Después de seis toques, la máquina se puso en marcha y alguien dejó un mensaje.
—Responde al teléfono. Sé que estás ahí —era Luke.
Desconcertada, Brenna soltó el lápiz.
—Si se corta, te volveré a llamar hasta que no tengas más remedio que contestar. Soy estupendo persiguiendo a gente que no quiere hablar conmigo, era uno de mis talentos políticos.
Brenna no pudo evitar sonreír.
El mensaje se cortó y el estudio se quedó en silencio unos segundos. El teléfono volvió a sonar y Brenna respondió.
—Sabía que estabas ahí —dijo Luke.
—Enhorabuena, has conseguido hablar con alguien más que no quería hablar contigo. Puedes añadirme a la lista de tus triunfos.
Hubo unos segundos de silencio.
—También tenía la mejor marca en el arte de la ironía, pero veo que me superas.
—¿Se supone que eso es un cumplido?
—No. Es una agotadora realidad.
—Pues ya que estamos tan cansados el uno del otro, lo mejor será que colguemos y olvidemos… —Ella se detuvo para respirar—. Y olvidemos lo sucedido.
—Yo no puedo olvidarlo, Brenna. Te he asustado mucho esta noche, y lo siento —no había cinismo ni ironía. Parecía realmente preocupado.
—No, Luke.
—¿No qué? ¿No quieres que pida disculpas?
—¡No quiero que pienses en mí! —dijo ella—. Quiero que pienses en ti, en lo furioso que estabas cuando te marchaste de aquí.
—No lo entiendes, ¿verdad? No entiendes por qué me fui.
—Sí. Te fuiste porque yo te eché.
—No, Brenna. Me fui porque estabas realmente mal y sabía que, si me quedaba, sólo conseguiría hacer que las cosas fueran peor para ti. Me he tenido que ir cuando tú me lo has pedido, porque de no haberlo hecho te habría asustado aún más. Me di cuenta de que necesitabas sentir que tenías la situación bajo control.
Brenna se quedó en silencio, mirando al vacío. Luke analizaba demasiado bien las cosas.
—Cuando una mujer dice que la dejen, es que quiere que la dejen.
—Lo sé, pero también creo que hay algo más. Algo malo te ocurrió, ¿verdad?, algo con un hombre.
Brenna cerró los ojos. Una parte de ella deseaba poder contarle todo, su terrible historia de aquella lejana noche. Pero otra se negaba. Las pocas veces que lo había hecho había despertado algo que no quería: pena.
—Sí, me ocurrió algo —dijo ella bruscamente—. Pero fue hace mucho tiempo. Pertenece al pasado y ahí es donde debe quedarse.
Luke respiró aceleradamente.
—Brenna, no me irás a decir que te ocurrió algo con un asesino en serie —dijo él completamente perturbado.
Brenna no lo pudo evitar y comenzó a reírse.
—¡No me extraña que te dediques a escribir! Tienes una vivida imaginación. No, nunca se ha cruzado en mi camino un asesino en serie.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que Luke no se lo había tomado con el mismo sentido del humor. Sintió ciertos remordimientos.
—Luke, lo siento, siento haberme reído…
—Dejando los asesinos en serie a un lado, has dicho que algo malo te sucedió con un hombre y yo no puedo tomarme eso con sentido del humor.
Ella esperó a que él la presionara para que le diera detalles, pero no lo hizo, y ella se relajó.
—Sé que lo que te voy a decir no es lo que un «hombre duro» como tú quiere oír pero es la verdad: eres un gran tipo, Luke Minteer.
—Supongo que tiempo atrás esa descripción habría sido como una puñalada en el estómago, pero hoy en día no me desagrada.
—Me alegro porque, realmente, tu llamada después de… Bueno, ha sido muy reconfortante.
Ella no pudo hacer referencia a lo ocurrido y él tampoco insistió.
—Nos veremos mañana en el juzgado.
—Sí.
Ya no tenía que inventarse nada extraño para evitar asistir al juicio.
—Luke —añadió ella antes de colgar—. Preferiría que no mencionáramos nada de lo sucedido mañana.
—Prefieres fingir que nunca ha sucedido. De acuerdo, Brenna.
—¿No hay resentimiento?
—No.
—De acuerdo —sonrió ella—. De verdad que eres estupendo, Luke Minteer.
—Sí, es un secreto muy bien guardado, pero soy como el príncipe azul, uno de esos novios que les gustan a las madres.
Brenna pensó que ella jamás llevaría a un novio suyo a ver a su madre. Sabía, además, que para Marly Morgan, Luke era como un gatito. A Marly le gustaban los «chicos malos» o, lo que la justicia llamaba, los delincuentes.
Brenna se estremeció al recordar todo aquello y prefirió olvidarlo.
—Será mejor que lo dejemos por hoy, Luke —le dijo secamente—. Buenas noches, Luke.
—Buenas noches, Brenna.