Capítulo 15


Domingo, 11:08 de la mañana. Solsticio de verano


Eve saltó a los pies de la cama de Mercy y dijo en voz alta:

—Llevo horas despierta, Mamá. ¿Es que papá y tú vais a estar dormidos todo el día?

Mercy abrió los ojos. Sobresaltada por el alegre saludo de su hija, se despertó de un sueño profundo.

—¿Eve?

La niña gateó y se colocó entre Mercy y Judah. Después dijo:

—Sidonia me dijo que no te molestara, pero me he cansado de esperar, así que me he escapado y he subido cuando ella no miraba.

—¿Qué demonios... —Judah abrió un ojo y después el otro—. ¿Eve?

Se incorporó instantáneamente en la cama y dejó a la vista su torso desnudo.

Cuando Mercy se sentó también, la sábana que la cubría se deslizó hacia abajo y de repente, ella recordó que estaba tan desnuda como Judah. Agarró el borde de la sábana y se cubrió el pecho.

—Hola, papá.

—Hola, Eve —respondió Judah, y miró a Mercy, preguntándole en silencio cómo iban a salir de aquella situación tan incómoda.

—No vais a quedaros en la cama todo el día, ¿verdad?

—No, nosotros... eh... —tartamudeó Mercy—. ¿Por qué no vas a tu habitación, o bajas con Sidonia, y papá y yo...

Sidonia se acercaba por las escaleras, gritando:

—Eve Raintree, creía que te había dicho que no molestaras a tu madre. Ven aquí en este mismo instante...

Sidonia se detuvo en seco en la puerta, con los ojos abiertos como platos, mirando al trío que había sobre la cama de Mercy.

—Esto no saldrá bien —murmuró—. No saldrá bien —dijo, y sacudió la cabeza en señal de desaprobación.

—Eve, ve con Sidonia —dijo Mercy.

Eve miró el pelo revuelto y los hombros desnudos de su madre.

—¿Por qué no llevas el camisón? —después se volvió también hacia Judah—. Papá,

¿por qué tú también estás desnudo?

Judah carraspeó, pero no pudo reprimir una ligera sonrisa.

¿Cómo se atrevía a encontrar divertida aquella situación? Mercy le lanzó una mirada fulminante. El sonrió.

—Vamos, niña —dijo Sidonia, y le tendió la mano—. Ya está empezando el verano, y hace calor. Tu madre se quitó el camisón anoche para dormir más fresca.

Si las miradas hubieran podido matar, Sidonia habría reducido a Judah a cenizas en aquel momento. Gracias a Dios que la vieja niñera no tenía la capacidad de enviar descargas psíquicas.

Eve no hizo ademán de separarse de sus padres.

—¿Tú también tenías calor anoche, papá?

—Eh... sí... algo así —respondió Judah.

—Eve, ve con Sidonia —insistió Mercy—. Ahora.

Por fin, Eve obedeció. Volvió a los pies de la cama y bajó al suelo.

—Está bien, me voy. Pero antes, ¿puedo hacer una pregunta, papá?

—Claro.

—El tío Dante no tiene corona, aunque sea el Dranir —preguntó la niña con los ojos bril antes de expectación—. Me preguntaba si tú tienes corona.

¿Cómo? ¿A qué se refería Eve? Mercy no entendía lo que su hija estaba preguntando.

¿Por qué iba Judah a tener corona?

—En realidad, lo que quiero saber es si, como soy una princesa Raintree y una princesa Ansara —continuó Eve—, voy a tener dos coronas. A lo mejor puedo tener una de oro y otra de diamantes. O sólo una corona muy grande.

Mercy se giró hacia Judah, que se había quedado en completo silencio.

—¿De qué está hablando?

Judah hizo caso omiso de Mercy y respondió a su hija.

—No, yo no tengo corona. Pero si tú quieres una corona, o dos coronas, o media docena de coronas, yo te las daré.

Eve sonrió como un gato que acababa de comerse un canario. Después se volvió hacia Sidonia y acompañó al pasillo a la atónita niñera.

Mercy saltó de la cama, encontró su bata en el suelo y se la puso. Miró a Judah, que también se había levantado y estaba poniéndose los pantalones. Se acercó a él y lo miró directamente a los ojos.

—¿Por qué cree Eve que necesitas corona? ¿Y por qué cree que es una princesa Ansara?

El se encogió de hombros.

—¿Quién sabe las ideas que puede tener una niña?

—No, señor. Eso no va a servirte de nada conmigo.

—Me muero de hambre. ¿Tú no? Después de la noche tan ajetreada que hemos tenido... —dijo Judah, intentando desviar la cuestión con una sonrisa muy sexy—.

Necesito recuperar fuerzas.

Mercy lo agarró por el brazo.

—Respóndeme. Y será mejor que me digas la verdad.

Él no intentó ocultar sus pensamientos completamente. Permitió a Mercy que usara su habilidad empática durante un instante.

Entonces, ella retiró la mano bruscamente.

—Me mentiste. Eres el Dranir Ansara.

—Sí, lo soy, y Eve es una princesa Ansara. La heredera del trono. Según nuestra profetisa, Sidra Ansara, Eve nació para mi clan. Por eso he revocado el antiguo decreto que ordenaba la muerte de cualquier niño de los dos linajes. Para proteger a mi hija.

—¡No! Eve es mi hija. Es una Raintree.

Mercy oyó las palabras de Eve resonando en su cabeza.

«Nací para los Ansara».

—Sólo sobrevivieron unos cuantos Ansara después de La Batalla. ¿Cuántos Ansara hay ahora? ¿Miles? ¿Cientos de miles?

—No sigas —le dijo Judah—. No sirve de nada, no cambia nada.

—Dios mío, ¿cómo puedes decir eso? Los Raintree creen que los Ansara están dispersos por el mundo y... ¡no! ¡No! Cael quiere ser el Dranir —dijo Mercy—. Por eso quiere matarte. Y a Eve. No puede permitir que tu hija siga con vida, porque amenaza su camino al trono. Dios mío, ahora todo tiene sentido. Mi hija está en el centro de la guerra civil de los Ansara.

—No cometas una equivocación —le pidió Judah—. Te juro que proteger a Eve es mi prioridad. No permitiré que Cael le haga daño.

—¡Tú nos has traído a ese demonio! —gritó Mercy—. Si no hubieras venido a Santuario...

—Tú estarías muerta —le dijo Judah—. Greynell te habría matado.

—¿Y por qué le impediste que lo hiciera?

Judah titubeó. Tenía una mirada de angustia.

—Ningún otro Ansara tiene derecho a matarte.

A Mercy se le cortó la respiración. Durante un instante, pensó que iba a desmayarse.

—Entiendo. El Dranir Judah me ha reclamado como víctima.

Los chillidos de Sidonia l egaron a la habitación desde el piso de abajo.

—¡Eve! —gritó Mercy, y salió corriendo de la habitación.

Judah la siguió escaleras abajo. Cuando entraron en la cocina, vieron al instante qué era lo que había asustado tanto a Sidonia. Eve estaba suspendida en el aire, con la boca abierta y el cuerpo rígido, rotando lentamente.

Su pelo largo notaba a su alrededor, y se le separaba en la nuca, dejando a la vista la luna azul, la marca de los Ansara. El color de sus ojos cambiaba del verde Raintree a un dorado amarillento, y después, al verde de nuevo. De cada una de las puntas de sus dedos emanaba una luz suave y dorada.

Mercy corrió hacia su hija, pero no pudo tocarla. Eve estaba protegida por una barrera que la sellaba completamente de todo lo que la rodeaba.

Judah apartó a Mercy e intentó también romper aquella pantalla.

—Es impenetrable —dijo.

—Esto nunca había sucedido —susurró Mercy—. ¿Lo estás haciendo tú?

Judah negó con la cabeza.

—Sidra dice que Eve es una niña de luz, nacida para los Ansara. Yo nunca le haría daño. Como padre, moriría por protegerla. Como Dranir, debo protegerla por el bien de mi pueblo.

Mercy no sabía si podía creerlo.

—Tenemos que hacer algo para detener esto —dijo con angustia.

—No creo que sea necesario —respondió Judah, con la mirada fija en Eve—.

Mírala. Parece que recobra la normalidad.

Eve descendió lentamente al suelo y aterrizó con facilidad. Tenía el pelo sobre los hombros, y la luz de sus dedos había desaparecido. Miró a Judah y a Mercy, con los ojos completamente verdes de nuevo.

—¿Eve? Eve, ¿estás bien? —le preguntó Mercy, conteniendo las lágrimas a duras penas.

La niña corrió hacia Mercy. Mercy la tomó en brazos y la abrazó posesivamente.

Eve se aferró a su madre y apoyó la cabeza en su hombro. Cuando Judah se aproximó, Mercy le lanzó una mirada de advertencia

De repente, Eve alzó la cabeza y jadeó.

—¡Oh, mierda!

—¿Qué? —preguntaron Mercy y Judah al unísono.

—¿Quién te ha enseñado esa palabra tan fea? —le preguntó Sidonia con enfado.

Eve miró a su niñera.

—He oído al tío Dante decirla. Y al tío Gideon.

Mercy tomó a Eve por la barbilla para ganarse su atención.

—¿Cuándo has oído a tus tíos...

—Hace un minuto —respondió Eve—. Los dos la han dicho. El tío Dante la ha dicho cuando ha averiguado que un Ansara malo provocó el incendio de su casino. Y el tío Gideon la ha dicho cuando averiguó que quien mató a la amiga de Echo era una Ansara muy mala.

—¿Cómo sabes lo del incendio? —le preguntó Mercy—. ¿Y lo de la amiga de Echo?

Ella no le había contado a su hija ninguna de las dos cosas.

—He oído lo que estaban pensando el tío Gideon y el tío Dante y he oído que decían

«oh, mierda», justo antes que yo.

Si Eve había oído correctamente lo que pensaban sus tíos, aquello sólo podía significar una cosa.

—Están intentando matarnos —dijo Mercy al percatarse de la horrible realidad—.

Los Ansara han ido por nosotros, por Dante, por Gideon, por mí... ¡Oh, Dios! ¡Echo! —

exclamó con espanto, y miró a Judah—. Tú sabías lo que estaba sucediendo, ¿verdad?

¿Todo ha sido una mentira? ¿Sois aliados tu hermano y tú?

—No saques conclusiones apresuradas. Todo lo que te he contado sobre mi hermano es cierto.

Judah dio varios pasos hacia ella.

—¡Alto! —le gritó Mercy—. Lo digo en serio. No te acerques a Eve ni a mí.

—Mamá, no te enfades con papá —le pidió Eve.

De repente, sonó el teléfono.

—Responde, Sidonia —dijo Mercy.

Sidonia se apresuró a descolgar el auricular.

—¿Diga? Gracias a Dios, eres tú. Sí, está aquí —dijo, y le tendió el teléfono a Mercy—. Es Dante.

—¿Dante? —dijo Mercy al ponerse el auricular en el oído.

—No hables, sólo escucha —le dijo su hermano—. Los Ansara nos están atacando.

No me preguntes los detalles. Sólo es cuestión de tiempo que asalten Santuario. Será pronto. Creo que hoy, porque es el solsticio de verano.

—Alban Heruin —dijo ella—. El punto de poder más intenso del sol.

—Acabo de tomar el avión, y estamos saliendo de Reno. Voy a casa. Gideon también ha salido de Wilmington. Los dos llegaremos esta tarde.

—Bien...

—Debes resistir y controlar la situación hasta que lleguemos.

—Lo entiendo.

—Y si una mujer llamada Lorna intenta ponerse en contacto contigo... es mía.

La comunicación se cortó.

—¿Dante?

Mercy dio un golpe con el auricular sobre la encimera de la cocina y se volvió para enfrentarse a Judah.

—Papá se ha ido —le dijo Eve.

Mercy miró por toda la habitación. Judah se había marchado. ¿Cuándo había salido y adonde había ido?

Mientras Dante hablaba con Mercy, Judah había oído la l amada telepática de su primo y había subido a la habitación por su teléfono móvil.

—¿Qué está ocurriendo? —le preguntó a Claude en cuanto aquél respondió.

—Hemos sabido que Cael está en algún lugar de Carolina del Norte.

—No me sorprende.

—Creemos que tiene a cien guerreros a su disposición, y que están en algún punto entre Asheville y el Santuario de los Raintree.

—¡Cien guerreros! ¿Cómo demonios... ¡Ha estado reclutando gente durante mucho tiempo!

—Probablemente. Pero lo peor de todo es que, según nuestro informador, tiene intención de atacar Santuario durante las próximas doce horas.

—¡Maldita sea! ¿Qué dice Sidra? ¿Por qué no ha profetizado esto?

—No está segura, pero sospecha que Cael ha protegido los detalles de su plan para que ningún vidente Ansara pudiera preverlos. Seguramente, también lo hizo con los Raintree.

—No podemos permitir que suceda —dijo Judah.

—No es posible evitarlo.

—Lo intentaremos. Avisa a la Guardia Selecta. Tráelos a todos a Carolina del Norte en el jet privado. Aterrizad en Asheville. Ponte en contacto conmigo cuando estés llegando a las puertas de Santuario y yo os esperaré allí. Mientras, cuando esté seguro de que Mercy puede proteger a Eve durante la batalla, haré mis propios planes.

—Sé que tu prioridad es proteger a la princesa Eve, pero cuando ella ya no esté en peligro, no habrá vuelta atrás. Habrá estallado la guerra entre los Ansara y los Raintree. Cael no nos ha dejado otra opción que luchar.

—Entonces, lucharemos —respondió Judah.

—¿Dónde está mi papá? —preguntó Eve mientras Mercy se arrodillaba frente a ella—. ¿Adónde ha ido?

—No lo sé —mintió Mercy. Sospechaba que Judah había ido a unirse a Cael—. Pero tú no debes preocuparte por tu padre. Escúchame, cariño, y haz exactamente lo que yo te diga.

—De acuerdo —respondió Eve con la voz temblorosa—. Va a pasar algo muy malo,

¿verdad?

—Sí. El hermano de tu padre va a venir con otros hombres muy malos, hija. Así que yo voy a enviarte con Sidonia a las Cuevas de Awenasa, y voy a invocar un hechizo para ocultaros a las dos y protegeros.

—Pero yo tengo que estar aquí —dijo Eve—. Contigo y con papá. Tú me necesitas.

Mercy tenía un nudo de emoción en la garganta.

—No puedes quedarte. Tu padre y yo no podremos hacer lo que tenemos que hacer si tú estás aquí. Estaríamos muy preocupados por ti. Por favor, Eve, ve con Sidonia y quédate con ella hasta que el tío Dante, o el tío Gideon, o yo, vayamos a buscarte.

Eve miró fijamente a Mercy, con una expresión conmovedora.

—Dime que me has entendido y que vas a hacer lo que te he pedido.

Eve rodeó el cuello de su madre y la abrazó con fuerza.

—Iré con Sidonia a las Cavernas. Tú conjura el hechizo. Yo no te lo impediré.

Mercy suspiró de alivio.

—Gracias, mi amor.

Después, le devolvió el abrazo a Eve con la fuerza de una guerrera que sabía que quizá se enfrentara a la muerte, que quizá no volviera a ver a su hija.

Cuando, finalmente, Mercy soltó a Eve, se puso en pie y se volvió hacia Sidonia.

—Te confío lo más precioso que tengo.

—Sabes que la protegeré con mi vida.

Eve tomó la mano de su niñera. Las dos esperaron mientras Mercy recitaba un antiguo encantamiento, el hechizo de ocultación más fuerte que conocía y que haría imposible que nadie encontrara a Sidonia y a Eve.

Mercy se quedó junto a la puerta de la cocina, viendo cómo Sidonia y Eve se alejaban por el campo hacia las montañas. Las Cavernas de Awenasa estaban a tres kilómetros de distancia, ocultas en el bosque que cubría la ladera oeste de las colinas.

En pocos minutos, las dos desaparecieron, envueltas por el encantamiento que las protegería de cualquier mal.

Con la seguridad de que Eve estaba a salvo, Mercy subió apresuradamente las escaleras hacia su habitación. Debía prepararse para la batalla que se avecinaba.

Quince minutos más tarde, vestida de negro, bajó las escaleras y se encaminó hacia su estudio. Desde allí l amó a la cabaña de Hugh, que respondió al tercer tono del teléfono. Ella le pidió que reuniera a todos los Raintree que estaban visitando Santuario en aquel momento y que los llevara a la casa principal tan rápidamente como fuera posible.

Después colgó.

Y ya sólo pudo preguntarse por qué Judah no estaba allí con ella, dándole explicaciones.

«¡Maldito seas, Judah! ¡Maldito seas!».


Reno, Nevada, 9:15 de la mañana


Lorna no había tenido tiempo de hacer ninguna llamada mientras había estado en casa de Dante. En vez de eso, había tomado su agenda personal y había buscado los teléfonos de Mercy y de Gideon antes de salir corriendo hacia su coche. Mientras estaba de camino hacia el aeropuerto, llamó al jefe de seguridad del casino de Dante.

El respondió con la voz somnolienta.

—¡Soy Lorna Clay! —dijo gritando—. Dante se ha ido... ¡Hay problemas en Santuario! Tengo que llegar hasta allí. ¿Cómo puedo alquilar una avioneta?

—¡Vaya! Espera, ¿qué has dicho?

—Que hay problemas en Santuario. ¡Necesito una avioneta!

—Ve al aeropuerto —dijo Al rápidamente—. Dante tiene dos aviones. Él se habrá llevado el más grande, el más rápido. Yo llamaré para que preparen el pequeño para ti.

Tardará más, pero sólo irás una hora por detrás de él.

—Gracias —dijo ella, casi sollozando de alivio—. No creía que...

—¿No creías que te ayudaría? —le preguntó Al, consciente de que, desde el principio, su relación no había sido fácil—. Has dicho la palabra mágica.

—¿Por favor? —preguntó Lorna. No creía que hubiera pronunciado aquella palabra, aunque sí le había dado las gracias.

—Santuario —respondió él.


Wilmington, Carolina del Norte, 1:00 de la tarde


Hope Malory estaba recorriendo la cocina de un lado a otro, nerviosamente, mientras esperaba a que sonara el teléfono. Gideon se había ido sólo una hora antes, así que el a no pensaba que llamara tan rápidamente, pero de todos modos... estaba ansiosa. Él le debía una explicación seria.

Cuando, por fin, el teléfono sonó, se lanzó a descolgar el auricular.

—¿Diga?

Al oír una voz de mujer, a Hope se le cayó el alma a los pies.

—¿Es la residencia de Gideon Raintree?

—Sí, pero él no...

—Lo sé, no está en este momento —la interrumpió su interlocutora—. Me l amo Lorna Clay. Dante y Gideon nos necesitan. Voy en un jet que aterrizará en el aeropuerto de Fairmont, al oeste de Asheville, a las seis de la tarde de hoy. Si tú puedes ir allí y recogerme, te contaré lo que sé de camino a la finca de los Raintree.

Hope miró el reloj de la cocina e hizo unos rápidos cálculos mentales, teniendo en cuenta la potencia del coche de Gideon.

—Estaré allí.

Al principio de aquella tarde, Mercy habló con los dieciocho Raintree que se encontraban en Santuario de visita, y juntos comenzaron los preparativos para la batalla. Un poco después, l egaron otros diez Raintree que vivían cerca de Santuario, incluyendo a Echo, que había llegado derrapando con el coche y tocando la bocina. Sus habilidades de clarividencia eran muy fuertes, pero aún no había conseguido dominarlas, y sus predicciones eran a menudo un caos de visiones, sonidos y sentimientos. Mercy sabía que muy pronto Echo se convertiría en la gran profetisa que estaba destinada a ser. También poseía una empatía latente.

En cuanto Echo entró en la casa, comenzó a llamar a Mercy. Cuando llegó al despacho y la vio, se aferró a su mano.

—De camino aquí me estaba volviendo loca. He visto cosas, he oído cosas...

Ayúdame, por favor —le pidió—. He tenido que parar dos veces en la cuneta.

Mercy le agarró las manos temblorosas a Echo.

—Cálmate. Te necesitamos. Quiero que te concentres. ¿Puedes hacerlo?

Echo se tranquilizó.

—Puedo... puedo intentarlo.

—Buena chica. Concéntrate en los Ansara, piensa en los guerreros que van a atacar el Santuario. Intenta encontrarlos. Concentra tus visiones en Cael Ansara. Él es el hermano del Dranir de los Ansara.

Echo asintió y cerró los ojos.

Mercy siguió mentalmente a Echo. Echo se sumergió lentamente en sí misma, mientras Mercy la acompañaba y la guiaba con delicadeza por un camino marcado.

«Un convoy de camiones llenos de hombres y mujeres, flanqueados de jeeps, circulan por la autopista. Cael Ansara, vestido de negro, va en el primer coche».

El odio abrumador y la sed de sangre que Echo percibió en aquellos Ansara la asustó, y Mercy no consiguió que siguiera concentrada. Al darse cuenta de que no podía forzarla más, ayudó a Echo a salir de sí misma mientras absorbía las emociones de su prima.

—¡Dios mío! —exclamó Echo mientras abría los ojos—. Hay cien, como mínimo. Y  todos estaban pensando en llegar aquí y matar a todos los Raintree que encontraran en su camino.

Mercy vaciló ligeramente mientras luchaba por expulsar las emociones malignas que había atrapado. Oía a Echo hablándole, sentía que la agitaba por los hombros, pero no podía responder hasta que se hubiera deshecho de todas aquellas partículas de energía negativa.

Varios minutos después reaccionó, muy debilitada a causa de la batalla interna que acababa de librar. Echo la agarró antes de que cayera al suelo.

—Demonios, me he asustado mucho —le dijo Echo—.Te había visto hacerlo antes, pero no es nada fácil.

Mercy sonrió.

—Estoy bien.

—Has visto lo mismo que yo, ¿verdad? Son muchos, y vienen hacia acá.

—Lo sé. Tenemos que estar preparados. Dante y Gideon están de camino. Espero que lleguen entre las cinco y las seis.

—¿Cuántos Raintree hay en Santuario? —preguntó Echo.

—No suficientes —respondió Mercy—. Muy pocos para tantos Ansara.


5:40 de la tarde


Al final de la tarde del día del solsticio de verano, los Raintree estaban listos para defender Santuario.

El cielo claro y azul fue oscureciéndose con nubes de lluvia que ocultaron el sol. Sin embargo, Mercy sabía que no era la Madre Naturaleza la que había provocado aquella inminente tempestad. Las fuerzas de Cael Ansara habían roto el escudo protector que rodeaba las tierras de los Raintree y, en aquel mismo momento, se dirigían hacia ellos.

Mercy había enviado a Helen y Frederick como exploradores, porque poseían la fuerza telepática más intensa de los Raintree presentes en Santuario, y podrían enviar informes instantáneos sobre la posición y los movimientos de las tropas de Cael.

Hasta que l egaran Dante y Gideon, ella era quien debía dirigir a su gente contra los Ansara. Después, debería luchar junto a sus hermanos, combinando sus poderes.

Finalmente, los refuerzos de las ciudades y pueblos cercanos a Santuario se habían unido al grupo de Santuario y, en total, sumaban cuarenta y cinco guerreros para hacer frente a los Ansara.

Mercy estaba sola en su despacho, preparándose mental y espiritualmente para la lucha, concentrándose en el desafío al que debía enfrentarse. No sólo el Santuario estaba amenazado; también la vida de su hija.

Se acercó a la chimenea y pasó la mano por la espada de la Dranira Ancelin. Sólo una mujer de la familia real con el poder de la empatía podía empuñar aquella arma tan poderosa, y sólo para combatir el mal. Con ambas manos, levantó la espada de su lugar de descanso mientras recitaba las palabras de honor que le había enseñado Gillian. Una vez en su poder, la espada aligeró su peso inmediatamente, y Mercy fue capaz de sujetarla con facilidad en ambas manos.

Sabiendo que Eve estaba a salvo en las Cavernas de Awenasa, protegida por el encantamiento y por Sidonia, Mercy se concentró sólo en guiar a su gente a la victoria.

Una vez que estuvo preparada, salió a encontrarse con sus tropas.

Iba a librarse la gran batalla.