Capítulo 3
El sonido de su propio grito rebotó por la mente de Mercy. Durante un segundo, creyó que aquélla era la peor pesadilla que hubiera tenido en su vida. Mientras los ecos de su grito de terror temblaban a su alrededor, se despertó a la realidad de su pesadilla. Abrió los ojos y rápidamente su visión se adaptó a la penumbra.
—¡Mamá!
El grito de preocupación de Eve hizo que Mercy se pusiera en acción.
Telepáticamente llamó a su hija, y en segundos se levantó de la cama y tomó a su hija entre sus brazos.
—¿Qué te pasa, mamá? —le preguntó Eve—. No te asustes.
Mercy siempre había rezado para que aquello nunca sucediera, pero aquel momento maldito había descendido sobre ellos como una plaga maligna del infierno. Judah Ansara, un príncipe de la oscuridad, estaba ante su hija y ella, mirándola con los ojos grises, helados, llenos de preguntas.
—¿Sidonia? —dijo Mercy, temiendo que Judah hubiera matado a su adorada niñera.
—¡Oh! —exclamó Eve. Después se salió del abrazo de su madre, se dio la vuelta y agitó la mano.
Mercy siguió la línea de visión de su hija y vio a Sidonia cobrar vida.
—Eve, ¿has...
—Lo siento, mamá, pero Sidonia no quería que conociera a mi padre. No me dejaba que hablara con él.
Mercy volvió a mirar a Judah. Aquellos ojos fríos estaban llenos de ira.
«¡Es mía!».
Aquellas palabras silenciosas de Judah explotaron por la habitación, expandiéndose, haciendo que vibraran las paredes y las ventanas.
—¡Basta! —le dijo Mercy, escondiendo a Eve tras ella—. No conseguirás nada con tu rabia.
Judah tomó a Mercy por los hombros y le hundió los dedos en la carne. Cuando Mercy gimió de dolor, Eve le puso la mano a Judah sobre el brazo.
—Tienes que ser bueno con mi madre. Sé que no quieres hacerle daño.
Judah aflojó la presión y desvió la mirada del rostro de Mercy al de Eve, y después al de Mercy de nuevo.
—No le haré daño a tu madre —le dijo a la niña. Giró la cara hacia Sidonia, que le devolvió una mirada llena de odio, y le dijo a Eve—: Ve con tu niñera. Tengo que hablar a solas con tu madre.
—Pero no quiero... —gimoteó Eve.
«Obedece». Mercy oyó el mensaje silencioso que Judah le envió a la niña, y se dio cuenta de que él sabía instintivamente que Eve oiría su pensamiento.
Eve miró a su madre. Mercy asintió.
—Ve con Sidonia y acuéstate. Tú y yo hablaremos por la mañana.
Eve le dio un beso a Mercy en la mejilla.
—Buenas noches, mamá.
Entonces, le tiró del brazo a Judah para que se inclinara hacia ella, cosa que él hizo después de soltar a Mercy. Eve también lo besó en la mejilla.
—Buenas noches, papá.
Ni Mercy ni Judah dijeron una palabra hasta que Sidonia se l evó a Eve y cerró la puerta de la habitación.
En cuanto estuvieron a solas, Judah se giró hacia Mercy.
—¿La niña es mía?
—Eve es mía. Es una Raintree.
—Sí, es una Raintree. Pero es algo más. Ella misma me lo dijo.
—Eve tiene un poder enorme que aún no comprende bien, porque es muy pequeña.
Decir que es más que una Raintree le ayuda a explicarse cosas para poder aceptarlas con su mente de niña.
—¿Niegas que es mía?
—Ni lo niego ni lo confirmo.
—Me reconoció al instante.
¿Habría algún modo de mentirle a aquel hombre y convencerlo de que Eve no era suya?
—¿Qué estás haciendo en las tierras de los Raintree? —le preguntó Mercy.
—¿No te acuerdas?
Mercy no respondió. Intentó recordar su último pensamiento coherente antes de desmayarse. No era extraño que perdiera el conocimiento, o que se quedara dormida, después de una curación. Sin embargo, en aquella ocasión, su sueño había sido mucho más profundo de lo normal.
Recordó el accidente de coche, y cómo había salvado a la única superviviente absorbiendo su terrible dolor y transmitiéndole la cantidad necesaria de su propia fuerza y poder de curación para mantenerla con vida.
De repente, tuvo el recuerdo de una presión en el cuello, una presión que le había cortado la respiración. Mercy jadeó y miró a Judah. Respiró profundamente varias veces para recuperar la calma, y capturó aquellos momentos terroríficos que habían estado profundamente enterrados en su inconsciente. Entonces, se dio cuenta de que alguien había intentado borrarle aquellos recuerdos.
—No querías que recordara que alguien intentó matarme.
Judah la miró fijamente.
—¿Querías que pensara que tú fuiste quien intentó estrangularme? Sé que no fuiste tú.
Él no dijo nada.
—¿Por qué no quieres que recuerde a mi atacante? ¿Y qué estabas haciendo tan cerca del Santuario de los Raintree cuando ocurrió?
—Coincidencia.
—No, no te creo. Sabías que alguien iba a... Viniste a salvarme, ¿no es así? Pero...
no lo entiendo...
—¿Por qué no iba a salvar a la madre de mi hija?
—Tú no sabías que Eve existía.
—El motivo por el que he venido aquí no tiene importancia en este momento. Lo que importa es que tuviste una hija mía y me lo ocultaste durante seis años. ¿Cómo has podido hacerlo?
—Eve es mi hija. No importa quién sea su padre.
Oh, Dios, ojalá aquello fuera cierto. Ojalá...
—El hechizo con el que protegiste a Eve debe de ser muy poderosos Seguramente, debes de verte obligada a infundirle una gran parte de tu fuerza para mantenerlo activo.
Mercy se estremeció.
—Yo haría cualquier cosa por Eve. Ella es...
—Es una Ansara.
—Eve es una princesa Raintree, la nieta del Dranir Michael, la hija de la princesa Mercy.
—Una niña única —dijo Judah—. No ha habido mezcla de linajes durante miles de años, desde la primera gran batalla en la que los Ansara y los Raintree se convirtieron en enemigos. Cualquier niño nacido de miembros de ambos clanes era inmediatamente eliminado.
—Si tienes algo de decencia, no la reclamarás. El hecho de verse obligada a elegir entre los dos clanes podría destruirla. Y tú sabes tan bien como yo que tu gente no la aceptará. Intentarían matarla.
La sonrisa de Judah le provocó un escalofrío de terror a Mercy.
—Entonces, admites que es mía.
—No admito nada.
Judah se acercó y la agarró por la nuca con fuerza, entrelazando los dedos con su pelo. Si ella quisiera, podría luchar con él en aquel momento, allí mismo, física y mentalmente. Sin embargo, había aprendido desde muy joven a elegir sus batallas, a ahorrar fuerza para los momentos en que más la necesitara. Ella se mantuvo firme, sin aceptar ni rechazar su gesto, encarando con calma a su enemigo mortal.
—¿Cuándo supiste que yo era un Ansara? —le preguntó Judah.
—En cuanto concebí a tu hija —confesó ella.
Él la atrajo hacia sí hasta que sólo un centímetro separó sus labios de los de ella.
—Entonces debió de ser la última vez que hicimos el amor. Si hubiera sido antes, cualquiera de las veces anteriores, me habrías dejado.
«Ni siquiera te dejé la última vez, cuando tu semilla arraigó en mí y supe que traería a este mundo a una Ansara. Me quedé contigo hasta que caíste dormido a causa de un antiguo encantamiento que me había enseñado Sidonia. Cuando supe que no ibas a despertar durante horas, busqué y encontré la marca de los Ansara en tu cuello, bajo tu pelo largo».
Judah le rozó los labios con los suyos. Ella respiró profundamente.
—Yo supe que eras una Raintree desde el primer momento en que te vi. Y no hice caso del sentido común, que me decía que me alejara de ti porque sólo me causarías problemas. Pero no pude resistirme. Eras la criatura más bella que había visto en mi vida.
«Y yo no pude resistirme a ti. Te deseaba como nunca había deseado a otro hombre. Eras un extraño, y de todos modos me entregué a ti. Te quise».
Incluso en aquel momento, a Mercy le resultaba difícil admitir toda la verdad, porque era algo atroz. La simple idea de haberse enamorado de un Ansara era una abominación, una traición imperdonable hacia su gente.
Si Gideon y Dante supieran que su adorada sobrina era medio Ansara...
—Fuiste un entretenimiento delicioso —le dijo Judah, y ella sintió su respiración cálida contra los labios—. Pero no creas que he vuelto a pensar en ti durante estos siete años. No fuiste nada para mí entonces, y ahora tampoco. Pero Eve...
—La única manera que tendrás de conseguir a Eve será matarme.
—Podría matarte tan fácilmente como aplastaría a un insecto con la bota.
Aquellas palabras proclamaban indiferencia, pero sus acciones hablaban un lenguaje distinto. Judah besó a Mercy posesivamente, sorprendiéndola, y al mismo tiempo, despertando el hambre que sólo había sentido por aquel hombre. Intentó resistirse a él, pero se vio impotente contra su fuerza masculina y también contra su propia necesidad.
¿Cómo podía desearlo sabiendo quién era?
Cuando ambos tuvieron la respiración entrecortada, cuando ambos estaban excitados, él interrumpió el beso y alzó la cabeza.
—Aún eres mía, ¿no es así? Podría tomarte aquí mismo, y no protestarías.
Mercy se apartó de él bruscamente, humillada por sus propias acciones.
—Soy una Raintree. Eve es una Raintree. No puedes exigirnos nada a ninguna de las dos.
—Tú no eres importante. No has sido más que el recipiente que acogió a mi hija.
Pero Eve sí es muy importante para mí. Es una Ansara, y cuando llegue el momento preciso, la reclamaré.
Mercy notó una verdad pavorosa cuando tuvo un atisbo de la mente de Judah. En cuanto él se dio cuenta de que el a había invadido su pensamiento, se protegió y la expulsó. Sin embargo, ella pudo ver su propia muerte. La muerte a manos del padre de su hija.
—Si me matas, Dante y Gideon...
—Dante y Gideon son la menor de mis preocupaciones en este momento.
—Si me haces daño o si intentas llevarte a Eve, mis hermanos lucharán contigo hasta la muerte.
—No es momento para que nadie más sepa de la existencia de Eve. Tengo un enemigo que mataría a Eve si supiera que es hija mía. Y muchos otros querrían aniquilarla sólo porque es una mezcla de sangre.
—Tú has traspasado la barrera que protege a Eve desde antes de que naciera —le dijo Mercy—. Si de veras deseas que esté a salvo, tendrás que ayudarme a reforzar esa barrera. Ahora que te conoce, y que tú la conoces a ella, será necesario que los dos la protejamos. ¿Me ayudarás?
—¿De veras vas a confiar en mí para que la proteja? —le preguntó Judah—.
Después de todo, los Ansara tenemos la obligación de destruir a los niños como el a.
—Yo la quiero con toda mi alma, pese a que sea Ansara, y haría cualquier cosa por protegerla.
—¿Y por qué crees que yo haría lo mismo?
—Porque los lazos de sangre son muy fuertes.
—Si crees que yo no le haría daño a Eve, ¿por qué me has ocultado su existencia durante siete años?
—Tenía miedo de que me la quitaras —respondió Mercy—. No podía permitirlo. Si lo hubieras intentado... si lo intentaras ahora... Dante y Gideon se unirían a mí, y los tres impediríamos que te la llevaras.
—Puede que lo intentaran, pero...
Mercy se dio cuenta de que Judah se había dado cuenta de todo. Él sonrió lentamente, especulativamente.
—Dante y Gideon no saben que Eve es Ansara, ¿verdad? Tenías miedo de su reacción, quizá temieras que la mataran.
—¡No! Mis hermanos nunca le harían daño a Eve. Los Raintree no asesinan a niños inocentes.
—Entonces, ¿a quién estabas protegiendo ocultando la verdad?
—Quería proteger a Eve de la verdad. Debería haber sabido que pronto se daría cuenta de que era más que una Raintree, y que finalmente te buscaría y te encontraría.
—Los lazos de sangre son muy fuertes —dijo Judah, repitiendo sus palabras.
—Entonces, ¿estamos de acuerdo en que la protegeremos?
—Nosotros nunca estaremos de acuerdo —replicó él—. Pero por el momento, sí, te ayudaré a mantener el secreto. Será difícil, ahora que Eve sabe que soy su padre. Al ser tan pequeña, aún no tiene completo dominio de sus poderes, y sólo eso la pone en peligro. Como ella es incapaz de dominar su poder, nosotros debemos hacerlo por ella.
Por su propio bien.
—Puedes intentarlo. Yo he tratado de subyugar su poder de vez en cuando, de mantenerlo bajo control, pero... —Mercy no quiso admitir la verdad ante aquel hombre, aquel Ansara que podía intentar usar los insólitos dones de Eve contra los Raintree.
—¿Su poder es tan grande? —preguntó él.
Mercy no respondió. Tenía miedo de haber hablado demasiado.
—Eve tiene un poder que suma los de un Raintree y un Ansara —dijo Judah con asombro—. Heredó tu poder y el mío, ¿no es así? Dios Santo, ¿te das cuenta? Nuestra hija posee más poder que nadie más en los dos clanes.
—Más que tú y yo —dijo Mercy. Después, bajó la cabeza y, en silencio, comenzó a recitar un antiguo hechizo.
Al instante, él la agarró por los brazos. Ella se sobresaltó. No se había dado cuenta de que Judah, de algún modo, había averiguado lo que pretendía.
—No funcionará —le advirtió a Mercy—. No puedes usar tu magia conmigo. No lo permitiré.
Mercy se concentró y le lanzó un fuerte golpe mental al cuerpo de Judah, directamente al estómago. Él gruñó de dolor, y después entrecerró los ojos y abrasó el escudo protector de Mercy para vengarse, inflingiéndole un intenso dolor en el vientre. Ella gritó, y después extinguió el fuego que la quemaba por dentro.
—¿De veras crees que eres tan fuerte como yo, que puedes vencerme?—le preguntó Judah.
—Sí.
Entonces, él la miró con escepticismo.
—Eres diferente —dijo él—. Y no es sólo porque hayas madurado y hayas desarrollado todo el poder de empatía que posees. Ése fue siempre tu destino. Tener a mi hija te cambió —prosiguió Judah—. Dar a luz a Eve aumentó tu poder. Tú también eres más que una Raintree, ¿verdad?
—No, yo no...
—¡Calla! —le ordenó Judah—. Controla tus pensamientos y tu lengua.
—¿Por qué? ¿De qué tienes tanto miedo? ¿Tu enemigo es tan poderoso como para amenazar tu vida?
En aquel preciso instante, Cael había empezado a luchar contra el hechizo con el que Judah había bloqueado su capacidad telepática. Sus maldiciones estaban bombardeando a Judah, que sabía que no podía enfrentarse al mismo tiempo a Mercy Raintree y a Cael Ansara. Los dos eran muy poderosos, y los dos eran sus enemigos.
Los pensamientos de Cael eran un caos de rabia e histeria, pero mientras luchaba contra el encantamiento de Judah, reveló más de su mente de lo que hubiera deseado.
Cael estaba decidido a precipitar la guerra con los Raintree, y había puesto en movimiento una serie de acciones que ya no podían detenerse.
A Judah le rebotó por toda la mente la traición de su hermano, no sólo hacia él, sino hacia todo el clan. Los Ansara no estaban listos para la lucha final. Si Cael los obligaba a luchar en aquel momento, serían vencidos, y en aquella ocasión, Judah no contaba con la benevolencia de los Raintree. Doscientos años antes, los Raintree habían dejado con vida a algunos Ansara, entre ellos, la hija más pequeña del viejo Dranir. A través de la Dranira Melisande se había conservado la sangre real.
—¿Judah? —dijo Mercy.
—¡Silencio!
«No me des órdenes», le dijo ella telepáticamente.
«Si deseas que tu hija esté a salvo, no sólo la protejas con las palabras, sino con el pensamiento también», le advirtió Judah.
Ella lo miró fijamente, pero no dijo nada. Entonces, notó una barrera entre ellos.
Aunque Mercy no supiera nada de Cael, entendía que alguien, aparte de Judah, representaba una amenaza para Eve.