Prólogo
Domingo, 9:00 de la mañana
Aquel extraordinario día de junio, a tan sólo una semana del solsticio de verano, Cael Ansara observaba y esperaba mientras el cónclave se reunía en su sala de juntas privadas, en Beauport. Él, y sólo él, sabía lo memorable que iba a ser aquel día para los Ansara y el futuro de su gente.
Doscientos años antes, su clan había perdido la gran batalla con su enemigo acérrimo, y su familia había resultado prácticamente aniquilada. Los pocos que habían conseguido sobrevivir buscaron refugio allí, en la isla de Terrebonne y, generación tras generación, habían crecido en fuerza y número. Como el Ave Fénix, habían renacido de sus cenizas, más fuertes y poderosos que nunca.
Uno por uno, los miembros del consejo se reunieron aquella mañana de domingo tal y como hacían una vez al mes, hablando en voz baja entre ellos, comparando anotacio-nes sobre las variadas empresas de la familia, mientras esperaban al Dranir. Judah Ansara, el todopoderoso cabeza del clan, respetado y temido en la misma medida, había heredado aquel título de su padre. Del padre de los dos.
¿Qué diría el noble consejo cuando supiera que el Dranir había muerto? Cael sabía que tendría que actuar con toda rapidez para tomar el control y asegurar lo que era suyo en cuanto tuvieran la noticia de que Judah había sido asesinado.
Naturalmente, él fingiría tanto dolor como los demás, y haría una gran actuación condenando el brutal homicidio de su hermano. Incluso juraría venganza en nombre de Judah.
Cael sonrió ligeramente. El mismo había enviado al guerrero adecuado para que eliminara aquel último obstáculo en su camino hacia el poder. Él mismo había otorgado un hechizo de suprema fuerza y astucia a aquel guerrero, para que fuera igual, si no superior, a su oponente. Pronto, todos sabrían que Judah, el Invencible, había sido derrotado.
Por fin, después de toda una vida de ser el hijo bastardo, de esperar, planear y maquinar, ocuparía su lugar como Dranir. ¿Acaso no era él el primogénito del difunto Dranir Hadar? ¿No era él tan poderoso como su hermano menor, Judah, o quizá más?
¿No estaba mejor preparado para liderar al gran clan Ansara? ¿No era su destino destruir a sus enemigos, borrar a todos los Raintree de la faz de la tierra?
Judah afirmaba que aquél no era el momento adecuado para atacar, que el clan de los Ansara aún no estaba preparado. En la última reunión del consejo, Cael se había enfrentado a él por aquel motivo.
—Somos poderosos y fuertes. ¿Por qué debemos esperar? ¿Tienes miedo de enfrentarte a los Raintree, hermano mío? —le había preguntado Cael—. Si es así, cédeme tu lugar y yo conduciré a nuestra gente a la victoria.
En el momento en que se había enfrentado a Judah, Cael ya tenía hechos sus planes, y había estado preparando encargos para los Ansara que estaban bajo su guía.
Había dotado a cada uno de los jóvenes guerreros de un hechizo protector. Primero, el más temible de sus seguidores, Stein, mataría a Judah. Después Greynell daría un golpe letal en el corazón del reino de los Raintree, en Santuario, el que había sido hogar de la familia durante siglos. Después de eso, Tabby eliminaría a la profetisa del clan, Echo, para evitar que viera las tragedias devastadoras que iban a abatirse sobre ellos.
Por desgracia, sólo un miembro del consejo había estado de acuerdo con él. Uno de doce: Alexandria, la mujer más bella y poderosa de la familia real, tercera en la línea de sucesión al trono. Era prima carnal de Cael y de Judah; siempre había sido una fiel aliada de Judah, pero cuando Cael le había prometido que ocuparía un lugar a su lado si él se convertía en Dranir, ella había cambiado su lealtad en secreto. ¿Qué importaba que, en realidad, él no tuviera intención de compartir su poder con nadie, ni siquiera con Alexandria? Cuando él fuera el Dranir de los Ansara, nadie osaría desafiarlo.
—No es propio de Judah llegar tarde —les dijo en aquel momento su prima a los demás.
—Estoy seguro de que tendrá un motivo —dijo Claude Ansara.
Claude era otro de sus primos, el confidente de Judah desde que eran niños.
Claude era segundo en la sucesión, después del mismo Cael. El padre de Claude, que había muerto poco tiempo atrás, era un hermano menor del padre de Cael y Judah.
Los asistentes comenzaron a preguntarse por Judah y a demostrar cierta preocupación por su tardanza. El Dranir nunca había acudido tarde a una reunión del consejo.
¿Por qué no habían recibido una llamada de teléfono?, se preguntó Cael. ¿Por qué no se había hecho pública todavía la muerte de Judah? Cael le había dado a Stein la orden de desaparecer en cuanto matara a Judah, y no reaparecer hasta que Cael estuviera al mando de los Ansara y pudiera darle permiso para volver y luchar contra los Raintree. Pronto. El día del solsticio de verano.
De repente, las puertas de la estancia se abrieron con violencia. En el vano apareció un hombre de ojos grises, heladores, escrutadores. Llevaba unas botas negras, pantalones del mismo color y una camisa blanca manchada de sangre. Los ventanales que daban al océano vibraron a causa de la furia de Judah Ansara.
Cael notó que se quedaba pálido, y el corazón se le detuvo durante un terrorífico momento, cuando se dio cuenta de que Judah había sobrevivido a su intento de asesinato. Había sido capaz de vencer a un guerrero a quien Cael había dotado de un hechizo con su increíble poder mágico, lo cual significaba que Judah era mucho más fuerte de lo que él pensaba. Sin embargo, aquello no era lo importante en aquel momento. Lo que necesitaba saber Cael era si Stein había vivido lo suficiente como para traicionarlo.
—Judah —dijo Alexandria—. ¿Qué ha ocurrido? Parece que has estado en una batalla.
Él la miró con los ojos entornados, centelleantes.
—Alguien de mi propio clan me desea la muerte —dijo, en el tono de voz intenso de un hombre que apenas podía controlar su ira—. El guerrero Stein entró en mi habitación al amanecer e intentó asesinarme mientras dormía. La mujer que compartía el lecho conmigo era su cómplice, y había querido drogarme la noche anterior. Sin embargo, los dos fueron unos estúpidos al creer que no iba a notar el peligro y a actuar en consecuencia, pese al fuerte hechizo mágico que protegía a Stein. Cambié mi copa por la de la dama, de modo que fue ella la que consumió la droga y quedó profundamente dormida, mientras yo estaba vestido y preparado para la batalla cuando l egó Stein. Por cierto, entró por el pasadizo secreto que lleva a mi dormitorio, pasadizo cuya existencia sólo conocen los miembros de este consejo.
Cael se dio cuenta de que debía hablar, reaccionar con indignación, o de lo contrario, las sospechas recaerían inmediatamente sobre él.
—¿Quieres decir que...
—No quiero decir nada —respondió Judah, al tiempo que atravesaba a Cael con una mirada implacable—. Pero con el tiempo, hermano, descubriré la identidad de la persona que envió a Stein a hacer el trabajo sucio, y en su debido momento, me vengaré.
Judah se frotó el hombro herido, y en su camisa blanca apareció una nueva mancha de sangre.
—Dios mío, aún estás sangrando —dijo Cael, y se acercó a él, observándolo de pies a cabeza para cerciorarse de que no tuviera más heridas.
—Tengo algunos cortes, nada más —dijo Judah—. Stein fue un oponente notable.
Quien lo eligiera, lo eligió bien. Sólo unos cuantos Ansara tienen una destreza similar a la mía en la batalla. Stein se acercaba a mí.
—Nadie tiene tu nivel de habilidad —dijo el consejero Bartholomew, mientras los demás miembros del consejo rodeaban a Judah—. Eres superior en todos los sentidos.
—Si tu lucha con Stein fue al amanecer, ¿por qué todavía estás sangrando? —le preguntó Alexandria—. ¿No has tenido tiempo de curarte, bañarte y cambiarte de ropa antes de la reunión?
Judah se rió sin alegría.
—Cuando mis hombres retiraron el cuerpo de Stein y el de su cómplice, la prostituta Drusilla, tenía intención de bañarme, pero recibí una llamada de teléfono de Estados Unidos que me lo impidió. Lo que me han dicho requiere mi inmediata atención.
Hablé directamente con Varian, el director del equipo Ansara que está dedicado a vigilar el santuario de los Raintree.
Los miembros del consejo murmuraron entre sí. Después, una de las ancianas habló por los demás.
—Dinos, Judah, ¿era una llamada en referencia a los Raintree?
Judah asintió y miró fijamente a Cael.
—Tu protegido, Greynell, está en Carolina del Norte.
—Te juro que yo no...
—¡No jures en vano!
Cael se echó a temblar de miedo, odiándose a sí mismo por no ser capaz de soportar la furia de su hermano. Irguió los hombros y miró a Judah a los ojos para enfrentarse a él.
—¿Sabías que Greynell había ido a Carolina del Norte? —le preguntó Judah.
—Lo sabía —admitió Cael—. Pero yo no lo envié. Él actuó por cuenta propia.
Judah gruñó.
—Y tú no sabes cuál es su misión, ¿verdad?
—Sí, Judah. Sé que algunos de tus guerreros más jóvenes se están impacientando.
Ellos no quieren esperar para declarar la guerra a los Raintree. Unos cuantos han decidido actuar por sí mismos en vez de esperar a que tú les digas cuál es el momento oportuno.
Judah emitió una violenta imprecación, y Claude le puso la mano en el hombro y le habló en voz baja.
Judah suspiró largamente.
—Greynell se propone entrar en el santuario Raintree.
Cael también soltó un juramento.
—¿Quién es su objetivo? —preguntó Judah.
¿Mentiría y juraría que él no lo sabía? ¿O confesaría? Cael notaba que Judah estaba intentando penetrar en su mente, que buscaba una forma de atravesar la barrera que él apenas podía mantener en pie. Si Cael no fuera tan poderoso, nunca habría soportado la brutal fuerza psíquica de su hermano.
—Mercy Raintree —dijo Cael, con reverencia.
Aquella mujer era una Raintree, pero sus habilidades eran legendarias entre los Ansara, tanto como entre los de su propio clan. Ella era la empática más poderosa del momento.
Judah se enfureció.
—Mercy Raintree —dijo, con la voz letalmente calmada— es mía. Yo la reclamé. A mí me corresponde matarla.