Capítulo 2


Mercy Raintree era incluso más bella que a los veinte años, y mucho más peligrosa.

Pese a su estado de debilidad, Judah sentía en ella una tremenda energía. Tal y como había sospechado, el a era su igual.

Era extraño que él, quien la destruiría, le hubiera salvado la vida, y que en aquel momento estuviera devolviéndole la fuerza, cuando podría romperle el cuel o con facilidad, o absorber todo su poder con un simple pensamiento. Y la mataría, cuando llegara el momento. Cuando los Ansara atacaran a los Raintree y aniquilaran a todo el clan. Al contrario que los Raintree, los Ansara no dejarían a nadie con vida. Sin embargo, él sería clemente con la bella Mercy y le quitaría la vida rápidamente, causándole tan poco dolor como fuera posible.

Mientras la tenía entre sus brazos, inconsciente, intentó penetrar en su mente, pero le resultó imposible. Ella había levantado una barrera entre sí y el mundo exterior, un escudo que impedía que nadie pudiera escuchar sus pensamientos. Si Judah lo intentara con determinación, seguramente podría destruir la barrera, pero

¿para qué iba a molestarse? No necesitaba información de ella. De no haber sido por las estúpidas maniobras de Greynell, no estaría allí con Mercy Raintree. Durante los siete años anteriores, Judah se había asegurado de que sus caminos no se cruzaran.

Había permanecido alejado de las montañas del Norte de Carolina y del Santuario de los Raintree.

Si Greynell hubiera conseguido matarla, se habría desencadenado un infierno. El Dranir de los Raintree y su hermano habrían averiguado que Mercy había muerto a manos de un Ansara, y aquello los habría advertido del resurgir de sus enemigos.

Judah miró a Mercy. Estaba descansando apaciblemente contra su pecho, sentada sobre su regazo, en el asiento del pasajero. Tenía la cabeza apoyada en su hombro, y su respiración era constante y profunda.

Él le acarició la mejil a con el dorso de la mano.

Entonces, los recuerdos que él se había borrado de la mente por pura fuerza de voluntad años atrás volvieron a resurgir y lo l evaron a otro momento, a otro lugar en que él había tenido a aquella mujer entre sus brazos. La había acariciado, la había enseñado, la había guiado...

Cuando se conocieron, él sabía quién era ella. El mero hecho de saber que era una princesa Raintree había avivado su apetito por ella. Mercy no conocía la verdadera identidad de Judah, y el hecho de que ella hubiera sucumbido con tanta facilidad a sus encantos le había resultado divertido. Ella había sido un libro abierto para él, incapaz de ocultar su mente completamente. Sus habilidades eran inmaduras y sólo estaban parcialmente modeladas. El, por otra parte, se había protegido y había mantenido ocultas su identidad y su naturaleza. Habían pasado menos de veinticuatro horas juntos, pero en aquel corto periodo de tiempo, el a se había convertido en una fiebre para él. Por muchas veces que la hubiera tomado, seguía deseándola.

—Eras una virgen cautivadora —le dijo Judah a Mercy—. Dulce. Exquisita. Madura para caer entre mis brazos.

Mientras le acariciaba el cuello esbelto, deslizó los dedos por su pulso.

«Judah... Judah...».

Al oír a Mercy llamarlo telepáticamente se quedó asombrado. Ella sentía su presencia, y eso no era bueno. ¿Cómo iba a explicarle qué estaba haciendo allí, en una carretera secundaria de Carolina del Norte, exactamente en el mismo momento en que un loco había intentado matarla?

Tenía que llevarla a casa y dejarla en buenas manos antes de que despertara. Si recordaba algo de él, quizá creyera que todo aquello había sido un sueño, sencillamente.

¿Soñaría alguna vez con él? ¿O no era más que un vago recuerdo para ella?

«¿Y por qué iba a importarme? Esta mujer no significa nada para mí. No significó nada entonces, y ahora tampoco. Sólo fue un entretenimiento pasajero».

Un entretenimiento que lo había tenido obsesionado durante mucho tiempo después de haber pasado una sola noche con ella. No había sido capaz de olvidar el hecho de despertarse y encontrar la cama vacía. Se había enfadado porque ella hubiera huido, y había sentido una intensa curiosidad. ¿Por qué se había marchado así?

Sin embargo, el sentido común le había advertido que era mejor no seguirla. Y, durante muchos meses después de aquel a noche, Judah se había preguntado si ella no se habría dado cuenta de que él era su enemigo acérrimo, y habría huido a contarles a sus hermanos que existía un poderoso Dranir Ansara. Sin embargo, ni Gideon ni Dante lo habían perseguido desde entonces, ni habían buscado venganza contra él por haberle arrebatado la virginidad a su hermana.

«Ella no sabía quién era yo».

Judah depositó con cuidado a Mercy en el asiento y él se colocó tras el volante.

Puso en marcha el coche para l evar a Mercy a su casa. La dejaría allí y volvería a Asheville. No tenía ganas de permanecer en Estados Unidos más tiempo del necesario.

Su sitio estaba en Terrebonne, el hogar de los Ansara durante los últimos doscientos años.

Cuando hubiera llegado a la isla, convocaría una reunión extraordinaria del consejo.

Debía detener a Cael y a sus seguidores antes de que sus estupideces pusieran en peligro a los Ansara y destruyeran los planes futuros de Judah para destruir a los Raintree.

Siguiendo sus instintos, Judah llegó en cinco minutos a la finca Raintree. Apretó el botón interior del vehículo que abría las enormes puertas de la valla. Siguió la carretera privada que l evaba a la cima de la colina más alta, donde se erguía la casa de la familia real.

Las luces encendidas de la casa informaron a Judah de que alguien estaba esperando a Mercy, posiblemente preocupado por su bienestar. ¿Un marido? ¿Se habría casado con otro miembro del clan Raintree, o habría elegido a un mortal común como compañero?

Judah aparcó el coche, salió y lo rodeó. Abrió la puerta de Mercy y la tomó en brazos. Instintivamente, ella se acurrucó contra su pecho, como si sintiera que estaba a salvo, protegida.

Judah endureció su corazón. No podía permitir que aquella maravillosa criatura lo tentara. Sólo era una mujer, una de tantas. Él se había acostado con el a como se había acostado con incontables mujeres. No era mejor que las demás. No era distinta.

«Mentiroso», le susurró una voz interior.

Cael soltó una retahíla de imprecaciones mientras destrozaba el salón de su casa en la costa, en Beauport, un lugar que él había l amado hogar desde que el Dranir Hadar lo había reconocido como hijo suyo. Como hijo no deseado e ilegítimo. Era fruto de una relación que el Dranir había tenido antes de casarse con su adorada Dranira Seana. La madre de Judah había muerto de parto, después de sufrir varios abortos.

Aquellos abortos eran resultado de una maldición que la madre de Cael, Nusi, una hechicera, le había lanzado a Seana. Después de enterarse de los trucos perversos de Nusi, Hadar había condenado a muerte a su antigua amante, y había ordenado una ejecución pública.

Cael apretó los dientes l eno de rabia por su niñez y por la situación presente, que lo estaba consumiendo. ¿Cómo era posible que Judah hubiera congelado su capacidad telepática?

¡Cómo había osado hacer semejante cosa! Su hermano era mucho más peligroso de lo que Cael había sospechado. Sus poderes eran mucho más grandes de lo que él creía.

Si Judah podía controlar los dones innatos de Cael, entonces Cael tenía que encontrar la manera de protegerse de las maquinaciones de su hermano menor.

Gruñendo como un oso herido, Cael dio un puñetazo en la pared y la traspasó, destrozando el yeso como si fuera papel.

—Calma, calma —dijo Alexandria en tono burlón.

Cael se dio la vuelta y le lanzó una mirada fulminante. Ella estaba en el vano de la puerta doble que daba al jardín.

—Eres como una serpiente, prima. Te has acercado muy lentamente, como si yo fuera una víctima desprevenida.

Alexandria se rió.

—Tú no eres mi víctima, pero tal y como te estás comportando, creo que debes de ser víctima de algún hechizo que ha ideado el Dranir para impedir que avisaras a Greynell.

Cael atravesó la habitación hasta llegar junto a su prima.

—¿Qué sabes?

—Oh, querido. Judah congeló tus poderes, ¿verdad?

—¡No!

—Quizá sólo tu poder telepático, de modo que no pudiste avisar a Greynell.

—¿Has hablado con Judah?

—No, no he hablado con él, pero Claude recibió un mensaje telepático de nuestro Dranir, y casualmente, yo estaba con Claude en ese momento.

—Si esperas que te suplique que me des la información...

—No te preocupes, no espero nada de ti. Pero cuando seas el Dranir, espero reinar a tu lado.

—Así será —respondió Cael. Se acercó a ella, la tomó por la nuca y la acercó a él lo suficiente como para que sus labios se rozaran—. Serás mi Dranira.

Con un suspiro de satisfacción, Alexandria le rodeó el cuello con los brazos.

—Greynell ha muerto. Judah lo mató para evitar que él asesinara a Mercy Raintree.

—Idiota. Maldito idiota. Ha destruido a uno de los suyos para salvar a una Raintree. El consejo...

—Judah convocará al consejo cuando regrese.

—¿Para qué? ¿Para investigar el intento de asesinato en su persona? No averiguará nada. No dejé pistas.

—Claude me dijo que nosotros, los miembros del consejo, debemos alinearnos con Judah para detener a las facciones rebeldes del clan Ansara. Judah cree de veras que no estamos listos para enfrentarnos a los Raintree. ¿Y tú, crees con certeza que podríamos ganar la guerra el día del solsticio de verano?

—Judah ya no puede detenernos. Los guerreros ocupan sus puestos y están listos para atacar. Aunque Judah haya conseguido detener a Pax Greynell, no podrá detener a los demás. Ni siquiera él puede estar en dos sitios a la vez.

—¿Qué as tienes guardado en la manga? —le preguntó Alexandria con el corazón acelerado. Cael notó su excitación.

—Tabby está en Wilmington para ocuparse de Echo Raintree. Y después, siguiendo mis órdenes, eliminará a Gideon.

—Tabby es imprevisible. ¿Y si no puedes controlarla? Ella siente un placer perverso asesinando. Puede que atraiga toda la atención.

—Tabby sabe lo que le haré si falla.

—Nuestro éxito depende de la desaparición de los tres miembros de la familia real Raintree antes de la batalla. Sin embargo, los tres continúan con vida.

—Pero no durante mucho tiempo —dijo Cael con una sonrisa—. Dante se va a llevar una sorpresa esta noche. Y cuando Judah vuelva a Terrebonne y esté ocupado en otros asuntos, yo enviaré a un guerrero para que se ocupe de Mercy.

Sidonia oyó llegar el coche. Había acostado a Eve por segunda vez, pero no creía que la niña se hubiera dormido. Eve estaba preocupada por Mercy, igual que ella.

Salió al vestíbulo y abrió la puerta. Para su sorpresa, vio acercarse a un hombre grande y moreno, con Mercy inconsciente en brazos. El único coche que había a la vista era el de Mercy, así que, ¿quién era aquel hombre?

Sidonia dio un paso hacia delante y se enfrentó al extraño. Él se detuvo como si lo esperara, y sus miradas chocaron. No era un Raintree: tenía los ojos grises y fríos, sin ninguna señal de emoción.

—He traído a tu señora a casa —le dijo él, con una voz profunda y autoritaria.

Sidonia se echó a temblar. Si él no era Raintree y no era humano...

—Exactamente —dijo él—. Soy Ansara.

—¿Qué estás haciendo con Mercy? —le preguntó ella rápidamente—. ¡S¡ le has hecho daño, toda la ira de los Raintree caerá sobre ti...

—Cállate y enséñame dónde puedo dejar a tu señora para que descanse y se recupere. Esta noche ha curado a una mujer moribunda.

Confundida por la preocupación que aquel Ansara demostraba por Mercy, Sidonia titubeó. Después se apartó de la puerta y lo dejó entrar. Era un demonio muy guapo.

Tenía los hombros anchos y el pelo negro recogido en una trenza que le caía por la espalda. Sus rasgos faciales eran marcados, como si estuvieran tallados en piedra.

—Su habitación está arriba, pero creo que será mejor que tú no...

Sin prestarle atención a Sidonia, el hombre se encaminó hacia la escalera.

—¡Espera!

El hombre no esperó. Comenzó a subir los escalones de dos en dos. Sidonia lo siguió tan rápidamente como pudo. Cuando llegó al segundo piso, él ya había abierto la puerta de la habitación de Mercy, parecía que guiado por el instinto. Sidonia lo alcanzó justo cuando él depositaba a Mercy sobre la cama. Desde el umbral, lo observó mientras a su vez, él miraba a Mercy durante un minuto. Después, el hombre se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.

—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? —le preguntó Sidonia. Aquel hombre no podía ser un Ansara.

—Soy Judah Ansara.

A Sidonia se le escapó una exclamación de horror.

Él sonrió perversamente.

—Me pregunté una vez si Mercy había sospechado que yo era un Ansara, y si aquél a fue la razón por la que huyó tan rápidamente de mi lado aquella mañana.

—¡Deja de leerme la mente!

Que Dios la ayudara; tenía que impedir que aquel demonio Ansara escuchara su pensamiento. No podía dejar que averiguara que... cerró los ojos y comenzó a recitar un antiguo encantamiento, uno que la protegiera del sondeo mental de aquel hombre.

—No te preocupes, Sidonia —le dijo Judah—. No me inmiscuiré en tus pensamientos. Pero me temo que, cuando me marche, debo borrar de tu mente el recuerdo de mi visita de hoy.

—No vuelvas a tocar mi mente, bestia malvada.

Judah se rió.

—Te parezco divertida, ¿verdad? No creas que porque tenga más de ochenta años mis habilidades han perdido agudeza.

—Yo nunca te insultaría subestimando tus poderes.

—¿Por qué estás con Mercy? —le preguntó Sidonia—. ¿Qué estás haciendo en las tierras de los Raintree? ¿Cómo...

—El motivo por el que estoy aquí no tiene importancia. Encontré a Mercy inconsciente y la traje a casa. Deberías estarme agradecida.

—¿Agradecida a una escoria Ansara como tú? ¡Nunca!

—¿Mercy siente lo mismo que tú hacia mí? ¿Me odia?

—Por supuesto. Ella es una Raintree. Tú eres un Ansara. No puedes quedarte.

Debes irte inmediatamente.

—No tengo intención de quedarme —le dijo Judah, mirando a Mercy—. La dejo en tus manos.

—Sí, sí. Márchate ahora mismo.

Cuando Judah estaba a punto de marcharse, concentrado en desplegar un hechizo que borrara los recuerdos de aquella visita de la mente de Sidonia, vio una pequeña sombra detrás de la anciana. Esperó, con la sospecha de que la niñera Raintree hubiera conjurado a un espíritu letal para que lo escoltara fuera de la casa. Sin embargo, la sombra rodeó a Sidonia y entró en la habitación. La luz del pasillo iluminó desde detrás a la figura y le confirió un color blanco dorado, como el de la luz de la luna.

La sombra era una niña.

Judah la miró y se dio cuenta de que sus ojos eran del verde de los Raintree. Tenía el pelo rubio, suavemente rizado, y largo hasta la cintura. Si su vista no le hubiera dicho que era hija de Mercy, su visión interna se lo habría confirmado.

Así que Mercy se había casado y tenía hijos. Al menos, aquella niña. Aquella preciosa niña que era tan parecida a su madre, y sin embargo...

¿Qué tenía aquella niña, que le causaba tanta confusión? Era una Raintree, sin duda. Pero era distinta.

Sidonia agarró a la niña e intentó ocultarla detrás de sí nuevamente, pero la pequeña se zafó de su niñera y se acercó sin miedo a Judah.

—¡No, hija mía, no! —le dijo Sidonia—. Apártate de él. Es malo.

La niña se detuvo ante Judah, alzó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.

—No me da miedo —dijo—. No me hará daño.

Judah sonrió, impresionado por su valentía.

Cuando Sidonia se adelantó con la intención de agarrarla, la niña alzó el brazo y extendió su mano diminuta. Entonces, la anciana quedó inmovilizada por su magia.

Asombroso. Las habilidades de la niña estaban muy avanzadas, para ser alguien tan joven.

—Eres muy poderosa, pequeña —le dijo Judah. Nunca había conocido a un Ansara ni a un Raintree que poseyera tanto poder a tan temprana edad—. No conozco a ningún niño de cinco años que...

—Tengo seis años —respondió ella, con los hombros erguidos y la cabeza alta. Una verdadera princesa.

—Mmm... pero incluso a los seis años, estás más adelantada que otros niños Raintree, ¿verdad?

Ella asintió.

—Sí. Porque soy más que una Raintree.

—¿De veras?

—No sabes quién soy, ¿verdad? —le preguntó la pequeña. Cuando ella le sonrió, a Judah se le encogió el estómago. Aquella sonrisa tenía algo terriblemente familiar para él.

—Creo que eres la hija de Mercy Raintree, ¿no es así?

Ella asintió.

—¿Y sabes quién soy yo? —le preguntó él. La precocidad de aquella niña había aguijoneado su curiosidad. Percibía una fuerza sobrenatural en ella... y un parentesco imposible.

Ella asintió de nuevo, con una sonrisa más amplia.

—Sí, lo sé.

—Si sabes quién soy, ¿cómo me llamo?

—No conozco tu nombre —admitió ella.

Extrañamente atraído por el a, Judah se puso de rodillas para estar a su altura.

—Me llamo Judah.

Ella extendió su manita.

Él miró aquella mano. Al pensar en que tendría que matar a aquella niña, a la hija de Mercy, sintió una rara tristeza. Se aseguraría de que su muerte fuera rápida e indolora, como la de Mercy. Tomó su mano, y sintió una descarga eléctrica que nunca había experimentado antes. Un poder de reconocimiento y posesión insólitos para él.

—Hola, papá. Soy tu hija, Eve.

Un grito estridente resonó en la habitación cuando Mercy Raintree se despertó de su sueño reparador.