Capítulo 8


Martes, 3:00 de la tarde


Cael había convocado a dos profetisas leales: Natalie y Risa. Después de explicarles que necesitaba cierta información que no podía conseguir por métodos corrientes, les hizo jurar que no revelarían a nadie lo que averiguaran aquella tarde.

—Quiero que trabajemos juntos para encontrar la respuesta a mi pregunta.

Necesito que busquéis a una niña l amada Eve. Creo que es la hija de Mercy Raintree —

les dijo. Después les advirtió—: La niña tiene poderes, así que sed cuidadosas.

Ambas muchachas asintieron sin decir ni preguntar nada. Sabían que cualquier muestra de curiosidad podría resultar peligrosa para ellas.

—Preparaos para vincular vuestras mentes a la mía.

Las dos mujeres se sentaron una frente a la otra. Risa tomó las manos Natalie y la miró a los ojos.

—Id a lo más profundo y viajad a través del océano hasta el Santuario de los Raintree, pero no proyectéis vuestro pensamiento al futuro. Quiero que os concentréis solamente en la niña llamada Eve.

Natalie y Risa obedecieron.

—Yo despejaré vuestro camino para que podáis alcanzar la mente de la niña —

añadió Cael. Estaba seguro de que, si había conseguido contactar con Eve una vez, podría romper de nuevo la barrera protectora que había a su alrededor.

Aquella certidumbre le produjo euforia.

Judah estaba paseando por la playa, con Claude a su lado, como hacía frecuentemente. Su primo había estado siempre junto a él, desde que eran niños.

Habían compartido muchas cosas durante la vida; la niñez, los estudios, los amores y los negocios.

—¿Y no será algún truco? —le preguntó Claude.

—¿Para qué? A Mercy no le serviría de nada que yo creyera que Cael conoce la existencia de Eve si no es cierto. Y tampoco que creyera que mi hermanastro ha estado luchando con la niña.

—Quizá para atraerte de nuevo a Carolina del Norte.

—No. Esa mujer me desprecia, y me ha dejado bien claro que no quiere que me acerque a Eve.

—Perdona que te lo pregunte, pero, ¿estás seguro de que la niña es hija tuya? ¿No sería posible que...

—Es mía.

—Si Cael sospecha que Eve es tu hija, intentará matarla. Y nadie podrá detenerlo ni juzgarlo por sus acciones, porque sólo estaría obedeciendo el antiguo decreto que obliga a exterminar a los niños con mezcla de sangre.

—Esta noche voy a convocar una reunión del consejo, y anunciaré la derogación de esa ley.

—Pero el consejo querrá saber por qué...

—Soy el Dranir. No estoy obligado a dar explicaciones, ni siquiera al consejo.

Claude le puso la mano sobre el hombro a su primo.

—¿Es ahora el mejor momento para enemistarte con los miembros del consejo, aunque sólo fuera con uno? Cael se está preparando para la guerra con los Raintree.

Cuantos más consejeros estén en tu contra, más fácil le resultará llevar a cabo sus planes. Tu hermano no parará hasta que te mate, o hasta que tú lo mates a él.

Judah se apartó de su primo.

—¿Estás diciendo que no debo proteger a mi hija?

—Estoy diciendo que tu prioridad debería ser mantener controlado a Cael. Sólo tú puedes evitar que nos destruya.

—¿Y tú crees que debería estar dispuesto a sacrificar la vida de mi hija? ¿No crees que puedo proteger a Eve y a la vez salvaguardar al clan de la locura de mi hermano?

—¿Por qué es tan importante para ti esa niña? Tú no querías engendrarla. Hace dos días ni siquiera sabías que existía. Y no olvides que es una Raintree.

Judah se enfureció.

—¡Eve es Ansara!

—No, no lo es. Sólo es medio Ansara. Su otra mitad es Raintree. Y durante los seis primeros años de su vida se ha criado en el Santuario Raintree, con la princesa Mercy.

Si tu hija tuviera que elegir entre su madre y tú, entre los Ansara y los Raintree, ¿a quién crees que elegiría?

De la arena de la playa surgieron remolinos que se alzaron en el aire. El suelo tembló bajo los pies de Judah.

—Está bien. Lo entiendo —dijo Claude—. Estás enfadado conmigo por decirte la verdad.

Claude entendía a Judah como nadie más podía entenderlo, y lo aceptaba sin reparos. En vez de irritarse por las reacciones de Judah, normalmente se divertía.

Algunas veces, Judah envidiaba la calma innata de Claude, la paz interior que él no poseía.

A medida que la ira de Judah se calmaba, los remolinos desaparecieron uno por uno. Después, cuando continuó caminando por la playa, Claude lo siguió. Ninguno de los dos dijo una palabra. El sol tropical de junio los envolvía con su calor, y al mismo tiempo, sentían la brisa fresca y salada del mar. Los Ansara vivían en el paraíso.

—No puedo reclamar a Eve hasta después de La Batalla, cuando los Raintree hayan sido derrotados —dijo Judah—. Si intento llevármela antes...

—¿Y qué harás con respecto a la princesa Mercy ahora que sabes que dio a luz a tu hija?

—No ha cambiado nada. Sigue siendo mi derecho acabar con Mercy Raintree el día de La Batalla. Mientras siga existiendo un Raintree, será una amenaza para nosotros.

—No será fácil matar a la madre de tu hija.

—Mi padre condenó a muerte a la madre de Cael, y nunca lo lamentó.

—Tío Hadar odiaba a Nusi por lo que le hizo a tu madre. Nusi era una hechicera perversa, y estaba loca, como lo está su hijo.

—Y Mercy es una Raintree. Sólo eso es razón suficiente para acabar con ella.

Antes de que Claude pudiera responder, ambos se dieron cuenta de que uno de los sirvientes de palacio, un joven llamado Bru, se acercaba corriendo desde la escalinata que comunicaba el palacio real con la playa. Mientras l amaba al Dranir, agitaba los brazos para hacerse ver.

Cuando Bru los alcanzó, hizo una apresurada reverencia y respiró profundamente varias veces antes de decir:

—Señor, la consejera Sidra lo espera. Me pidió que os dijera que debéis acudir inmediatamente a su lado. Tiene una noticia muy grave que comunicaros.

Judah echó a correr, y Claude y Bru lo siguieron. Era indudable que Sidra había tenido otra visión, y si el a decía que era una noticia grave, lo era. Sidra nunca se dejaba l evar por el pánico ni exageraba la importancia de sus revelaciones.

Cuando llegaron a los jardines del palacio, encontraron a la vieja vidente sentada en uno de los jardines, con las manos descansando en el regazo. Su marido, Bartholomew, estaba tras ella, como siempre. Su fiero guardián.

Judah se acercó a Sidra, y cuando el a intentó levantarse, de manera vacilante, la ayudó a sentarse nuevamente y se arrodilló a sus pies. Él era el Dranir, y no tenía por qué inclinarse ante nadie, pero Sidra no era cualquiera. No sólo era la más grande profetisa del clan, sino que había sido una de las doncellas de su madre, y su gran amiga.

Sidra le apretó las manos a Judah.

—He visto a la madre de un nuevo clan. Es la hija de la luz. Tiene el pelo dorado.

Los ojos dorados.

A Judah se le encogió el estómago. Nunca olvidaría el momento en el que había visto los ojos de su hija cambiar de color y adoptar un tono dorado, sólo durante una fracción de segundo.

—¿Qué significa la existencia de esa niña para los Ansara?

—La transformación —respondió Sidra.

Judah miró a Bartholomew y a Claude. «¿Transformación? ¿No la aniquilación, ni la ruina? Ni tampoco su salvación».

Sidra le agarró las manos de nuevo. Judah se concentró en el a.

—Si quieres salvar a nuestra gente, debes proteger a la niña de... —la voz de Sidra se debilitó, y los párpados le temblaron de cansancio—. Guárdate de Cael, de su maldad. Debes derogar el antiguo decreto... hoy mismo —dijo Sidra. Al instante, se sumió en un repentino y profundo sueño, como siempre ocurría después de que una visión poderosa consumiera todas sus fuerzas.

Bartholomew le puso una capa sobre los hombros y después miró a Judah.

—Sabes de qué decreto está hablando.

Judah se puso en pie.

—Sí, lo sé.

—Sidra cree que la visión es real —dijo Bartholomew—. Por lo tanto, existe una niña que es mezcla de ambos linajes, medio Ansara y medio Raintree.

—Sí.

—¿Ya conocías la existencia de esa niña? —preguntó Bartholomew.

—Sí.

—Después de lo que ha visto Sidra, creo que se debe proteger a la niña —intervino Claude—. Redacta un nuevo decreto y fírmalo, con Bartholomew y conmigo como testigos. Revoca el antiguo.

—Claude tiene razón —dijo Bartholomew, mirando amorosamente a su esposa—.

Sidra cree que Cael intentará matar a la niña, y no debes permitir que suceda. Sin ella, los Ansara estamos condenados a la extinción.

—Juro por el honor de mi padre que no permitiré que le ocurra nada a la niña —

dijo Judah.

«Te protegeré, Eve. ¿Me oyes? Nadie te hará daño. Ni ahora, ni nunca».

Mercy percibió que una tríada de mentes estaba intentando penetrar en los límites de Santuario. Eran mentes poderosas que se habían unido para incrementar sus fuerzas. Instintivamente, supo que aquella exploración se originaba muy lejos de ella.

Dejó el libro que estaba leyendo y se concentró en aquella energía hostil. Sólo tardó unos segundos en saber de dónde provenía el peligro.

¡Ansara!

Una mente dirigía a las otras dos y las guiaba para que se pusieran en contacto con Eve.

«No lo permitiré».

Cerró los ojos y respiró profundamente. Se concentró en rodear a Eve y en añadir protección adicional a los límites mágicos que la guardaban.

«No pasa nada, mamá. No le tengo miedo. No puede hacerme daño».

«Oh, Eve, ¡no lo hagas! Sea lo que sea lo que estés pensando hacer, no lo hagas».

«Mamá, boba».

«¡Será mejor que me hagas caso, Eve Raintree!».

«No, soy Eve Ansara».

Mientras luchaba por mantener el segundo nivel de protección alrededor de Eve, Mercy abrió los ojos y salió corriendo del despacho, buscando a su hija. Encontró a Eve sentada en un cojín en el suelo del salón, junto un grupo de animales de peluche que marchaban ordenadamente a su alrededor.

—¡Eve!

Eve se sobresaltó. Abrió los ojos de par en par al girar la cara hacia Mercy, y de repente, el hechizo se rompió. Los animales cayeron al suelo.

—Sólo estaba practicando —dijo la niña con una sonrisa de picardía.

—Ese hombre, el enemigo de tu padre... ¿te ha dicho o ha hecho algo?

—No te preocupes —dijo Eve—. Lo eché a él, y a las otras dos. Querían saber quién era mi padre y...

—No se lo has dicho, ¿verdad?

—Claro que no —respondió Eve—. Los bloqueé. Él se enfadó.

La niña miró a su madre fijamente, con una engañosa inocencia en los ojos.

Eve había sido obstinada y difícil de controlar antes de conocer a Judah, pero siempre había sido la niñita de Mercy. Aunque se resistiera a obedecer, terminaba por hacerlo. Mercy no era capaz de señalar con exactitud el momento en que Eve había dejado de estar bajo su control. Quizá hubiera ocurrido de todos modos, cuando Eve fuera mayor, aunque no hubiera conocido a su padre. Sin embargo, el hecho de conocer a Judah había cambiado a la niña, y había alterado para siempre su relación con Mercy.

—Yo te quiero tanto como siempre —le dijo Eve a su madre, y le rodeó la cintura con los brazos.

Mercy le acarició la cabeza.

—Yo también te quiero.

—Siento que estés triste porque yo sea una Ansara.

Mercy se mordió el labio inferior para impedirse a sí misma gritar o l orar. Con un largo suspiro, miró a Eve.

—Yo soy Raintree. Tú eres mi hija. Eres una Raintree.

—Mamá, mamá —dijo Eve, sacudiendo la cabeza—. Yo nací en el clan Raintree, pero nací para los Ansara. Para mi padre.

Mercy se estremeció incontrolablemente al oír la verdad que siempre había temido de labios de su hija. Al instante, Eve le tomó la mano para calmarla. Cuando hubo recuperado la compostura, Mercy dijo:

—El clan de tu padre, los Ansara, y nuestro clan, los Raintree, han sido enemigos durante siglos. Sidonia te ha contado las historias de nuestra gente, de cómo derrotamos a los Ansara en una terrible batalla y cómo sólo sobrevivieron unos cuantos de su clan.

—Me encanta que Sidonia me cuente esas historias —dijo Eve—. Ella siempre me dice lo malos que son los Ansara, y lo buenos que son los Raintree. ¿Eso quiere decir que yo soy buena y mala a la vez?

—Todos lo somos.

—¿Mi padre también?

—Sí, quizá.

Mercy no fue capaz de decirle a su hija que Judah era perverso, como todos los de su linaje.

«¿Pero cómo sabes que eso es cierto?», le preguntó una burlona voz interior.

«Judah es el único Ansara que has conocido».

El conocimiento que los Raintree tenían sobre los Ansara estaba recogido en escritos históricos de doscientos años atrás.

Y de un instinto que Mercy no podía negar.


Martes, 8:45 de la noche


Cael estaba en su habitación, aún furioso por lo que había ocurrido aquella tarde.

Risa y Natalie lo habían decepcionado amargamente. Les había dicho a ambas mujeres que desaparecieran de su vista, echándoles toda la culpa de su fracaso al no poder penetrar en la mente de Eve Raintree.

Un sirviente llamó a la puerta y, cuando Cael ordenó que pasara, le anunció temerosamente que Alexandria había ido a visitarlo. Cael la recibió de inmediato, con la esperanza de que le llevara información valiosa. Y así fue.

—He sabido —le dijo su prima sin preámbulos—, que el Dranir ha mantenido una reunión secreta con tres miembros del consejo.

—¿Cuándo?

—Esta tarde.

—¿Quién se reunió con Judah, y para qué?

—Claude, Bartholomew y Sidra.

—¿Sidra?

—No sé quién convocó la reunión, pero Sidra y Bartholomew aparecieron en el palacio y permanecieron allí varias horas.

—Seguramente, esa vieja bruja tuvo alguna visión. He sido muy cuidadoso protegiendo mis planes de los demás. Por eso sólo yo sé el momento exacto en el que atacaremos a los Raintree. No puedo arriesgarme a que Sidra...

—Tenemos una preocupación más grande que el hecho de que Sidra profetice tus planes —le dijo Alexandria, interrumpiéndolo—. Judah ha hecho algo impensable.

Cael sintió miedo y odio a la vez. Detestaba el hecho de que su hermano pudiera causarle semejante temor.

—¿Qué ha hecho?

—Ha derogado el antiguo decreto que condena a muerte a los niños engendrados por un miembro de los Raintree y otro de los Ansara. Firmó el acta de derogación con Claude y Bartholomew como testigos.

—¿Y por qué iba Judah a...

«La niña... la niña... Podría ser nuestra ruina».

—¿Qué ocurre? —le preguntó Alexandria—. ¿Qué sabes?

—Existe una niña así, sin duda. Y para que Judah derogue un decreto promulgado hace miles de años, esa niña debe de ser muy importante para él.

—¿Quieres decir que Judah ha procreado con una mujer de los Raintree?

Cael gruñó.

—No con cualquier mujer Raintree, sino con una princesa Raintree. Mercy Raintree tiene una hija llamada Eve, una niña de extraordinario poder.


Miércoles, 1:49 de la madrugada


Mercy se debatía entre varias opciones: intentar manejar la situación por sí misma, llamar a Dante y contarle la verdad sobre la paternidad de Eve, o confiar en que Judah protegiera a su hija.

Ojalá tuviera otra salida.

Sin embargo, fuera cual fuera su decisión, debía tomarla rápidamente. Antes del día siguiente.

Sidonia llamó antes de entrar al despacho.

—Eve se ha quedado dormida por fin —dijo Sidonia—. Y ya es hora de que tú te acuestes también.

—No puedo descansar hasta que decida lo que voy a hacer.

—Llama a Dante.

—Me temo que, por mucho que tema confesarle a mi hermano mis pecados, no tengo otra opción.

—Se enfadará, sin duda. Querrá dar caza a Judah Ansara y matarlo. ¿Es eso lo que te detiene? ¿No quieres que Dante mate a Judah?

—También es posible que Judah mate a Dante.

—No. Sabes tan bien como yo que Dante posee poderes individuales únicos, y además, posee las habilidades inherentes a un Dranir. Judah no sería un oponente peligroso para él.

—No sabemos qué poderes posee Judah. Sin embargo, deben de ser grandes para que Eve tenga unos dones tan asombrosos.

Sidonia se acercó al escritorio y levantó el auricular del teléfono.

—Llama a Dante. Ahora.

Mercy se quedó mirando fijamente el auricular, sin saber qué hacer.

La puerta del estudio se abrió de repente, y Eve apareció en pijama, con una gran sonrisa. Corrió hacia su madre, la tomó de la mano y dijo:

—Vamos.

—¿Adónde? —preguntó Mercy, atónita.

—A la puerta, a recibir a mi padre. Va a llegar muy pronto.