Capítulo 4

El banco de Banbury funcionaba en un enorme edificio con fachada de granito blanco, que dominaba las cuatro esquinas más importantes del pueblo. Junto a él había, sobre la calle Locust, una pequeña barbería y, sobre Main Street, una droguería. Había sido construido en la época del apogeo del art decó y su primitiva elegancia envejecía con gracia. Los pisos de mármol veneciano, las rejas trabajadas de las cinco cajas y los altos cielorrasos abovedados, seguían produciendo la misma atmósfera de refinado buen gusto que les había impreso su diseñador. La junta de directores se había resistido a la modernización y el edificio permanecía como un monumento a la última era progresista del pueblo.

Como institución del condado, el banco era financieramente sólido y razonablemente activo. Sin embargo, Sara jamás había visto más de tres cajas abiertas al mismo tiempo. En contadas ocasiones, cuando los veraneantes y los granjeros se agolpaban en el lugar, Roger abandonaba su escritorio detrás de la baranda y ocupaba el lugar de un cajero. Pero esto no sucedía muy a menudo.

El lunes fue un alivio regresar al trabajo. Al tomar el ascensor —una caja de enrejado metálico— Sara observó, al pasar el segundo piso, las oficinas de los abogados del banco y se encontró en la antesala de los directores, ubicada frente a una compañía abstracta, al llegar al tercero. Los ocupantes del edificio co-existían cómodamente en sus respectivos niveles. Una persona podía solicitar una hipoteca en el primer piso y consultar a un abogado sobre ese acto en el segundo, mientras que el asesor de turno podía subir un piso más para validarlo. Los habitantes de Vermont no eran partidarios de correr de un lado para el otro.

Sara prefería subir por la escalera, ya que de hecho se hacía más rápido, pero por una peculiaridad administrativa, no podía usarse para ascender. Sin embargo, se podía descender por ella, pues el código para incendios era específico sobre la no obstrucción de las escaleras de escape. Al bajar por los escalones apenas alumbrados, Sara se alegró de que el fin de semana hubiera concluido. No podía pasar un día más en su casa rumiando lo sucedido con Jason.

El día pasó lentamente, y cuanto tuvo oportunidad, se obligó a pensar en los planes para regresar a su línea de trabajo. El sueño de su vida era administrar una hostería campestre con pocos cuartos y un restaurante donde se sirvieran exquisitos platos. Se desesperaba por conseguir el capital suficiente para adquirir un sitio semejante, pero en sus ratos libres buscaba algún puesto como administradora de algún restaurante cerca de Banbury. Hasta el presente no había obtenido resultados, no por su falta de capacidad, sino, porque las oportunidades eran muy escasas en el área.

Sara prefería trabajar durante las horas de atención al público al tedio de cerrar los libros, una vez que se cerraban las puertas del banco. Ahora que había aprendido todo lo concerniente a su tarea, las horas de la tarde se le hacían monótonas. El ocaso llegaba temprano y aunque no temía caminar por las calles oscuras de Banbury, le resultaba deprimente salir del trabajo y ver que era de noche.

—¡Sara! —Un hombre la tomó del brazo, deteniéndola.

—¡Jason! —El nombre se estranguló en su garganta y salió casi inaudible, pero no fue debido a la sorpresa. Jamás salía de un edificio sin esperar ver el EXP, aun cuando su sentido común le decía que era una tonta.

—¿Cómo estás, Sara?

—Oh, bien, gracias.

Bien, era una palabra baladí. Al verlo se sintió vivir en plenitud. Cada vez que lo enfrentaba, descubría alguna característica o rasgo en él que se destacaba y que la emocionaba de una manera distinta. Hoy, el viento le enrojecía las mejillas, haciendo que su rostro se viera más delgado, y una ligera arruga en la frente la invitaba a dibujarla con la punta del dedo, impulso que dominó con rapidez.

—¿Tienes tu auto? —preguntó él.

—No, hoy vine caminando.

—Te llevaré a tu casa. Mi auto está estacionado a la vuelta de la esquina.

Una ráfaga de viento llevó un mechón de cabellos sobre su mejilla y lo retiró, meditando la oferta. Viniendo de Jason, una simple invitación podía esconder una trampa. Pero antes de que pudiera responder, se abrió la puerta de la barbería y salió Roger. Al ver a Sara se acercó.

—Sara, pensé que terminaría antes de que te fueras, pero el asistente de Ben está enfermo.

Ya que esa noche no había esperado encontrarse con Roger ni con Jason, deseó que ambos le dijeran adiós y la dejaran volver a su casa.

—Oh, así que usted es Roger —dijo Jason, extendiéndole la mano—. Jason Marsh. Sara me contó acerca de usted. Presidente del banco, ¿correcto?

—Bueno, sólo vicepresidente —afirmó Roger, estrechándole la mano y sin notar su ascenso ficticio.

—Tendremos que almorzar un día de éstos —dijo Jason entusiasmado—. He estado trabajando en la casa Attwater en Stafford. El clan completo se mudará al condado después de fin de año. Harán excelentes negocios en bienes raíces.

Sara hervía de indignación. Sospechaba que Jason azuzaba a Roger con la conexión Attwater. No existía palabra mejor que "bienes" para atraer la atención de un banquero. Estaba a punto de alejarse de la conversación absurda, cuando Jason agregó:

—Lamento no poder invitarlo a cenar esta noche con Sara y conmigo. Estoy estancado en un par de detalles de la cocina que estoy restaurando y ella es la persona indicada para resolverlos. Debemos ir a Stafford.

El entusiasmo de Roger se desvaneció al enterarse de que Sara estaba ocupada, pero aceptó convencido, la historia de Jason.

—Sí, Sara entiende de cocinas, administración y todo eso. Bien, lo veré en otra oportunidad, Marsh.

En cuanto Roger se alejó, Sara increpó a Jason.

—¡No tenemos semejantes planes!

—Pensé que mi trabajo era lo único que te atraía de mi persona. La casa que restauro ahora es privada. Será mejor que aproveches mi oferta y la veas mientras se puede.

—Jason, me agradan las casas antiguas, pero no soy una fanática. No dejo todo de lado sólo para vagar por el pasado. Las antigüedades no son lo único en mi vida.

—¡He tratado de decirte eso mismo, ¿pero porqué no echar un vistazo a la casa? Satisface tu curiosidad. En realidad, deseo mostrártela.

—No sé...

—Sara, por una vez hagamos algo sin discutir antes.

Ella lanzó una mirada indecisa en dirección a su casa, pero la atracción que podía ejercer una hamburguesa y ensalada no era tan poderosa. Si no iba con Jason, pasaría la velada pensando en él. Quizás el mejor modo de luchar contra el poder que él tenía sobre ella, era recibir una sobredosis de sus modales autoritarios. A juzgar por su actuación con Roger, se cansaría de Jason muy pronto. Bajo la apariencia de cordialidad, los dos hombres se habían medido como gladiadores antes de entrar a la arena.

—Está bien, iré. —Quería parecer renuente aunque la curiosidad era más fuerte que ella.

—Alguna vez me agradaría oírte decir "Gracias, encantada" —comentó él.

—¿Por qué no intentas llamarme antes y hacer las cosas como el común de la gente?

—Las tácticas comunes no funcionan contigo.

—Tomaré eso como un cumplido.

Él rió.

—¿Cómo conseguiste este trabajo con los Attwater? —preguntó ella, cuando ya estaban en el auto.

—A través de amigos comunes.

—¿Es una casa muy grande?

—Espera a verla. Podrás sacar tus propias conclusiones. ¿Tuviste un buen fin de semana?

—Sí, gracias.

Con Jason evadiendo las respuestas sobre la casa y Sara ignorando sus preguntas solapadas sobre cómo había pasado el fin de semana, el viaje a Stafford pareció llevar más de la media hora usual.

La casa que los Attwater habían comprado recientemente estaba ubicada en una granja en las afueras del pueblo. El camino de acceso era angosto y sin pavimentar, lo que le daba un aspecto de aislamiento.

—Es una pena que esté tan oscuro y no puedas apreciar el exterior —señaló Jason al estacionar el auto en el camino que rodeaba la casa—. Este es uno de los últimos ejemplares de esta arquitectura en el estado. El granero y los edificios exteriores, estaban conectados a la casa. Después del año 1800, no se construyeron muchas casas siguiendo este estilo.

—No creo que me agradara un dormitorio al fondo de un pasillo conectado al establo lleno de vacas y cerdos; pero quizá pensaría de forma diferente si tuviera que palear un metro y medio de nieve en la madrugada para llegar al granero.

—Desgraciadamente no era una disposición muy sanitaria. Cerca de 1870, un granjero con una familia numerosa, convirtió la vieja área de los establos y cobertizos en dormitorios y construyó un nuevo granero lejos de la casa. Lo que ahora tenemos aquí, es todo residencia.

Jason la guió por el camino cubierto de pedregullo hasta el frente, abrió la puerta cerrada con llave y la hizo ingresar a un enorme vestíbulo.

—Aquí hay más refinamientos de los que se esperan encontrar en una granja. Fue construida por un marino mercante retirado, quien hizo una fortuna comerciando con China. Creo que se dedicó a criar caballos y jugó a ser un caballero rural por unos cuantos años, pero a su muerte, la tierra pasó a poder de un verdadero granjero.

—¿No sería agradable retirarse joven para disfrutar de la vida? —preguntó ella—. Adoro los caballos. Tomé algunas lecciones de equitación, pero no las suficientes para ser una buena jinete.

—Mi tío tenía algunos caballos. Nos dejaba cabalgar en ellos si limpiábamos los establos, pero en esa época yo estaba más interesado en las motocicletas.

—Puedes quedarte con esas cosas ruidosas, yo prefiero un buen caballo.

—Algún día iremos a cabalgar.

—Oh, no. Debo practicar primero. Te reirías de mí.

—¿Sería acaso tan malo si lo hiciera?

No lo sería, pero no lo dijo.

Jason la tomó del hombro y la condujo a una habitación contigua.

—Una cosa que por lo general no se encuentra en las granjas, son hogares de madera tallada. El marino fue muy hábil al planear su casa. Una de las innovaciones, fue colocar las chimeneas en las paredes exteriores, en lugar de ponerlas en el centro de la casa, que era lo que seguían haciendo los constructores de la época.

—Nosotros teníamos una chimenea en el Soo, pero no comprendo por qué es importante la ubicación —comentó Sara, siguiéndolo a la sala.

—Es mucho más confortable. El calor proviene de las paredes exteriores, que son frías y el centro de la casa no tiene un calor sofocante. Prácticamente eliminó el problema de sentir un calor infernal cerca del fuego y congelarse al alejarse.

—¿Tu padre ponía chimeneas en las casas que construía?

—Habitualmente lo hacía, aunque la última vez que lo vi, se inclinaba por las salamandras de hierro, enormes monstruos hechos a la medida, que se supone dan calefacción a toda la casa en invierno.

—¿Ves a tus padres a menudo?

—Trato de verlos por lo menos una vez al año. Algunas veces estoy muy ocupado.

Estaban tan cerca el uno del otro que sus caderas y piernas se rozaban, distrayéndola de la belleza del cuarto.

—Los artefactos de la luz a gas no estaban incluidos en la casa original —aclaró Jason, señalando las delicadas pantallas de cristal tallado en la pared del comedor—, pero la señora Attwater está decidida a mantenerlos. Están electrificados ahora, pero me agradaría verte a la luz de gas.

—Son hermosos —afirmó ella, alejándose de Jason para verlos de cerca.

—Son interesantes, pero prefiero restaurar un cuarto y volverlo a su aspecto primitivo. Los directores de museos se avienen más a eso, que los propietarios particulares.

—Creo entender la razón. No tienen que vivir como pioneros si la casa perteneció a uno de ellos.

—Hago algunas concesiones en cuanto a las comodidades, como electricidad, plomería y calefacción —le aseguró, afable.

La guió de cuarto en cuarto, subiendo primero al primer piso. Aun sin mobiliario, el encanto de las habitaciones era evidente, y ella se enamoró de las numerosas chimeneas.

—¿No sería maravilloso tener un hogar en el dormitorio? —preguntó entusiasmada.

—Me encanta estar tendido en la cama y observar un fuego crepitante que proyecta sombras en las paredes —reconoció él, dejando que la palabra "contigo" quedara sin pronunciar.

De inmediato apareció la imagen de Jason en la mente de Sara. Lo veía desnudo, tendido en la cama a su lado. Enfadada consigo misma, bloqueó la escena de su conciencia.

Jason había dejado la cocina para el final y se la mostró con un orgullo especial. El hogar tenía un inmenso fogón abierto, y aun sin muebles, Sara pudo imaginar a las mujeres de la casa hilando y tejiendo a la luz del fuego.

—La rueca estará aquí, ¿no es así? —preguntó con nostalgia.

—Es lo que pide la planificación.

—¿La usará alguna vez la señora Attwater? Es una pieza muy firme y en excelente estado. Yo no la quería como adorno. La tía Rachel iba a enseñarme a hilar.

—La señora Attwater no la usará jamás. —Su voz denotaba cautela.

Unos celos irracionales la dominaron e imaginó a la cliente como una sofisticada mujer del jet-set a quien la casa sólo le interesaba como telón de fondo para sus actividades sociales y para aumentar su prestigio.

—Pensé que no lo haría —confesó en tono casi normal.

Él se acercó por atrás y le acarició las mejillas, haciéndola estremecer.

—La señora Attwater tiene dedos como salchichas alemanas y una artritis tan aguda en las manos que sólo puede arreglárselas para firmar cheques.

—Oh, qué pena. ¿Entonces no es una mujer joven?

—Desde luego que no. Prepara este sitio como casa de veraneo para sus nietos. ¿Te molestaría que fuera joven?

—En absoluto —protestó Sara con demasiada vehemencia—. ¿Por qué tendrían que interesarme tus clientes?

Él la hizo volverse y la miró con una mueca burlona, de lleno a los ojos.

—Podrías estar un poquitín celosa por todo el tiempo que paso con ella. Creo que eso me agradaría mucho.

El beso fue apenas un roce y la atormentó jugueteando con los labios en la punta de su nariz, antes de llevarla de la mano para finalizar la recorrida de la casa.

—Amas lo que haces, ¿no es así?

—Sí. Demasiado quizá. Si veo una hermosa casa arruinada o alterada en su concepción, tengo la compulsión de ver si puedo pulir y restaurar todo el daño que le han hecho. Supongo que me veo como un médico de casas enfermas.

—Me gusta esa imagen que acabas de dar sobre ti. No sé cómo se veía antes, Jason, pero ahora la casa es hermosa. Realmente te agradezco que me la hayas mostrado.

—Fue un placer. Algún día te mostraré las fotos que tomé antes de empezar a restaurarla. Por ejemplo, las paredes del comedor estaban cubiertas de papel verde lima con grandes rosas. Es interesante comprobar lo que la gente a veces cree que son adelantos. Mi esposa nunca pudo entender...

Se detuvo bruscamente y Sara supo que se arrepentía de mencionar el pasado. La desconcertó que Jason usara la palabra "esposa" y no "ex esposa".

—¿A ella no le agradaba tu trabajo?

—Oh, diablos, supongo que lo que no le agradaba era mi estilo de vida. Quería una existencia ordenada y un esposo solícito que concurriera al club de tenis, al de golf, al de salven-los-patos y a cuanto la llevara su manía.

—Oh. —Sara percibió en el estallido una crítica velada a su propia manera de pensar.

—No sientas pena por mí —continuó él, ceñudo, malinterpretando la expresión de pesar en el rostro de Sara.

—En absoluto. La mayoría de las mujeres deseamos algo por el estilo.

—De cualquier modo, se casó con un corredor de bolsa de Philadelphia y apenas recuerdo su semblante.

Jason metió las manos en los bolsillos del abrigo y se encaminó hacia la puerta de entrada.

—Esta casa es muy atractiva —comentó Sara tratando de superar el mal momento.

—Gracias. —Él apagó las luces.

Sara sabía que Jason deploraba haber mencionado a su ex esposa. La mujer con quien se había casado no había soportado la vida nómade y a pesar de eso, él no la había alterado. Este pensamiento la deprimió. Debía admitir que él jamás renunciaría a su trabajo por una mujer; menos ahora que era reconocido como un experto en su campo, indudablemente muy bien pago y altamente respetado, aunque presentía que el dinero y la fama eran algo secundario. Jason amaba las casas antiguas que restauraba y veía su labor como una misión para preservar lo mejor del pasado.

—¿Hambrienta? —preguntó él al cerrar la puerta con llave.

—Creo que sí.

—No te comprometas tanto al responder.

—¿Sarcasmos como aperitivo?

Ellos nunca hablaban demasiado cuando viajaban en el auto. ¿Sería acaso porque Jason gustaba concentrarse en el camino o porque se comunicaban mejor frente a frente?

—Hemos llegado a casa —dijo Jason, deteniendo el auto en el camino de acceso a un triste caserón Victoriano con tejas grises que estaba cerca de la calle principal de Stafford.

—¿Por qué estamos aquí?

—Tengo chili en la olla de barro, la especialidad de la casa.

La guió a la entrada posterior y subieron dos tramos de escalera, con felpudos de goma color café clavados en los peldaños. Esta debió ser la entrada de servicio cuando la casa era nueva.

—El tercer piso es todo mío. —Jason introdujo la llave en la cerradura.

Su apartamento era un inmenso cuarto que se extendía por todo el ático de la casa. El techo inclinado provenía de las paredes laterales, cubiertas en época reciente con el mismo artesonado de madera compacta tan odiado por Jason cuando lo descubría en alguna casa a restaurar. Una kitchenette ocupaba el área cercana a la puerta y allí había una mesa con patas de cromo y una silla de madera con respaldo alto. La cama doble, cubierta con una manta en diseño geométrico en rojo vivo y amarillo y montañas de almohadones en colores haciendo juego, se destacaba en el centro de una de las paredes. En un rincón alejado, se veía un aparato de televisión junto a un sillón tapizado de verde y un escabel. El mobiliario se completaba con una cómoda y varios armarios de cocina.

—Ciertamente no es lo que esperaba —tartamudeó Sara.

—¿Cómo pensaste que vivía? ¿Rodeado de antigüedades?

—Sólo creí que vivirías de otra manera. ¿Haremos un picnic en el suelo o tienes otra silla escondida en alguna otra parte?

—Yo usaré el escabel.

Jason sonrió, levantó la tapa de la olla de barro para oler su contenido y luego se volvió para rozar con sus labios la frente de Sara.

—No puedo creer que seas el hombre que se quejaba de los artesonados de rosas hace sólo unos minutos —adujo ella, dirigiéndose al sillón descolorido por el uso.

Riéndose de los comentarios de Sara, Jason reconoció su verdad.

—No lo había notado hasta ahora. Ese sillón es de un color atroz, ¿no es verdad? Puedes decir que vivo con mi trabajo; todo lo que hago aquí es dormir.

—¿Entonces no eres tu propio decorador?

—El cobertor y los almohadones fueron mi única contribución al decorado. Pensé que el ambiente necesitaba un toque brillante en medio de los paneles falsificados, pero ya estoy cansado de ellos. Se los regalaré al encargado de la casa cuando me vaya.

—Tú sí que viajas ligero de equipaje.

—He estado muy ocupado adquiriendo experiencia y práctica, para coleccionar cosas. Tal vez, algún día...

—¿Dónde cuelgo el abrigo?

—Oh, lo siento. Hay un tirador en esa pared a tu izquierda, la puerta del armario también es parte del artesonado.

Al colgar su abrigo en el perchero oculto, Sara notó que el espacio destinado a guardarropa se extendía a lo largo de toda la casa. También advirtió varias cajas de libros en el suelo del armario, las que demostraban que Jason no estaba totalmente desprovisto de pertenencias. Al observarlo servir la mesa, se preguntó qué nueva faceta de su carácter descubriría. Él había estado en lo cierto la primera vez que hablaron. La curiosidad era la carnada correcta para interesarla y la suya se veía avivada cada vez ante este hombre contradictorio. Había dedicado su vida a restaurar casas, pero parecía contentarse con vivir en un cuarto ordinario, con una sola ventana, parcialmente bloqueada por un acondicionador de aire y que, para colmo de males, daba a un estacionamiento de autos.

Después de empujar el escabel hasta la mesa, Jason la ubicó en la silla pintada de negro, que mostraba manchas amarillas y blancas en los sitios donde la pintura estaba saltada. Colocó la olla de barro sobre la mesa y sirvió porciones generosas, llenando hasta los bordes dos platos desechables.

—Los platos son encantadores.

—Bueno, me liberan del lavado. —Jason le alcanzó un plato lleno de bollos calientes.

Sara tomó uno y lo partió en dos, enarcando las cejas al notar la lluvia de migas que cayeron sobre la mesa.

—Lo siento, ése es mi último plato de papel. Usa la servilleta —aconsejó él, enmantecando un panecillo con indiferencia.

—¿Sirvo el café?

—Eres la invitada, pero los jarros están en la alacena, a la derecha.

Ella encontró dos jarros de metal enlozado, cascado, en la alacena casi vacía, los llenó con café negro colado a la vieja usanza.

—¿Cuántas veces comes en tu casa?

—¿Cocino tan mal?

—No, el chili está muy bueno, pero nunca vi un juego de mesa como el tuyo. —Sara señaló un viejo cuchillo con la punta mocha que parecía haber sido sacado de un basurero.

—Oh, dejo atrás esas cosas. Cuando llego a un sitio nuevo, me detengo en el primer baratillo y vuelvo a surtirme. De cualquier modo, como en casa sólo una vez cada tanto.

—Esto parece un baratillo en lugar de un hogar.

—El hogar está donde está el corazón.

—He oído eso en alguna parte. Supongo que debo sentirme honrada de ser recibida en uno de tus días hogareños.

—Doblemente honrada. Preparé el chili sólo para ti.

—¡Jason, eres imposible! No podías saber que estaría libre esta noche.

—No, pero el chili se conserva.

Luego de enjuagar las tazas y los utensilios con agua caliente, Jason guardó el chili en el refrigerador.

—Ahora iremos a conocer a tu tía Rachel.

—¿Mi tía Rachel?

—La tía Rachel es una persona de carne y hueso, ¿no es verdad?

—Por supuesto, pero...

—Podríamos ver televisión, pero mi aparato sólo transmite rayas difusas en blanco y negro. Ya puedes imaginar la única diversión que nos resta.

Sara se ruborizó al ver la significativa mirada de Jason en dirección a la cama. ¡Tenía talento para encontrarla desprevenida!

—Estás usando otra vez tu juego del espacio —lo acusó cuando al girar rápidamente, chocó con él.

—No, no estoy jugando. —La besó en la nariz, en medio de los ojos, deslizando los labios hasta la punta—. Si te beso en serio no llegaré a conocer al único miembro de mi club de admiradoras —masculló—. ¿Debemos llamarla antes?

—No puedo creer que pienses llamarla antes de caer por su casa.

—Soy galante con las mujeres de edad. Por eso me adoran.

Todas las ventanas de la espaciosa casa de dos pisos de la tía Rachel estaban iluminadas. Sara casi esperó ver guirnaldas y luces de Navidad, colgando desde el marco de madera de la puerta principal hasta la verja del frente, iluminando el sendero para el célebre invitado.

Rachel abrió la puerta antes de que ellos tuvieran oportunidad de hacer girar la manecilla del antiguo llamador.

—Señor Marsh, es un gran honor conocerlo —dijo al recibirlo.

Cinco minutos más tarde, Sara se preguntó por qué se molestaba en permanecer con ellos. Su diminuta pariente canosa, coqueteaba escandalosamente con Jason. Lo acosaba con manjares delicados de su bien provista despensa, que podrían alimentar a un regimiento, Rachel se desilusionó cuando él rechazó el tercer bocadillo de dátil relleno de nuez, para acompañar el pastelito de coco y limón.

Sara sonrió a su tía con indulgencia, contenta de que no hubiera en el pueblo una competidora más joven, con su encanto y su vitalidad. Una joven soltera no tenía ninguna posibilidad si ella estaba cerca. Su novio había muerto luchando en el Pacífico Sur en 1944, y ningún hombre había podido tomar su lugar. La tragedia que había sufrido no se reflejaba en su carácter, ya que se mostraba como un ángel con cualquier hombre que le agradara y Jason parecía agradarle bastante.

Horas más tarde, luego de despedirse de la tía Rachel, Jason comentó al subir al auto:

—Estoy absolutamente encantado. Esta mujer es una verdadera maravilla.

—¿No es especial? Al tenerla cerca no extraño el resto de la familia.

—¿Vamos a casa ahora? —preguntó él.

—Sí, por favor.

Al llegar al porche, Jason sacó la llave del bolso de Sara, empujó la puerta y la dejó pasar.

—Gracias por mostrarme la casa Attwater y por la cena.

—Las gracias se dan cuando la gente se despide —dijo él, tomándola en los brazos en el pasillo oscuro.

—Jason...

El beso apenas le rozó los labios, pero encendió un cúmulo de sensaciones.

Jason se desprendió del abrigo aproximándose con desenvoltura hasta la lámpara más cercana. El suéter negro resaltaba el brillo oscuro de sus ojos, y una vez más, Sara imaginó que era Barba Negra en la cubierta de su navío, con poder sobre la vida y la muerte de su aterrorizada cautiva. Para quebrar el hechizo, ella se quitó el abrigo y sacudió la nieve imaginaria de sus zapatos.

—Parece que fuera invierno —comentó con fingida valentía.

Jason la observó con la misma calma con que había estudiado a los posibles contrincantes en la subasta, una mirada osada que la dejó indefensa.

—Te deseo —dijo él tajante y luego, con ternura agregó—: Te necesito.

Ella le dio la espalda, sosteniendo el abrigo como un escudo protector. Pero cuando él le acarició la nuca, se estremeció, dejando caer el abrigo al suelo.

Jason le masajeó los hombros con ternura y luego le sacó la chaqueta del traje dos piezas. Aún a sus espaldas, la envolvió entre sus brazos y le rodeó los senos con las manos.

—Necesitamos hablar —susurró él, mientras le acariciaba el torso sin apresuramiento.

—Sí —replicó con inseguridad, mientras intentaba resistir el asalto del placer tensando el cuerpo.

—Ven, siéntate a mi lado —ordenó él.

Sentada junto a él, Sara se sintió como alguien que lucha por su vida.

—Pareces aterrorizada.

—No, no es eso.

—No tengas miedo. —Jason se inclinó para besarle las mejillas y comenzó a explorar las orejas con la punta de la lengua. Luego la subió a su regazo y le masajeó la espalda lentamente. Por fin ella se relajó, recostándose contra su pecho y deslizó los dedos entre los negros cabellos. Jason comenzó a desprenderle el sostén, besándola con ardor—. Sé que esto te agrada —le susurró al oído, acariciándole los pezones.

—No lo puedo evitar —admitió ella.

—Están sucediendo muchas cosas que ninguno de los dos parece poder evitar. Lo que siento por ti, Sara, ha llegado tan de repente a mi vida, que temo despertar y descubrir que sólo es un sueño.

—En realidad no nos conocemos.

—No, pero eres muy importante para mí, Sara. Jamás lo planeé. No quería que nadie me importara tanto como me importas tú pero sucedió.

—No puedo creer...

—Lo harás, Sara; esto no es algo que deseo sólo por esta noche. Ya lo he comprendido y aún estoy aturdido por el impacto. Creo que tú sientes lo mismo por mí.

—Sí, pero aún no estoy lista.

—¿No estás lista para que te haga el amor? ¿O no lo estás para cualquier cambio en tu vida?

—¡No lo sé! —gritó desesperada.

—¡No desvíes la mirada! Lo haces casi siempre. Cada vez que creo haber superado esa mirada de cautela en tus ojos, levantas un muro entre nosotros.

—¿Acaso hago eso? —preguntó sorprendida por la crítica.

Con los sentidos nublados por la pasión, Sara le transfirió la fuerza de su frustración en un beso ardiente.

Juntos se deslizaron al suelo, entrelazando los brazos y las piernas. Sara le acarició los hombros y el pecho, estudiándole el rostro. Lanzando un gemido, Jason se quitó la camisa y ella hundió la cara en su pecho, cerrando los ojos para ocultar el placer que reflejaban.

Él le tomó la mano y le dijo:

—Acaríciame, Sara; deja que tu mano me recorra.

—Oh, Jason, no puedo. ¡Esto no es lo correcto!

—¿Es que jamás te dejas arrastrar por los instintos? —Jason se sentó y sosteniéndole el rostro para que no eludiera su mirada continuó—: ¿Estás tratando de decir que es malo que sintamos así? ¿Es malo acaso hacer el amor con la persona que nos importa?

—¡Es malo involucrarse! Ni siquiera tendremos tiempo de conocernos a fondo. Sufrirás y sufriré. No hay lugar en tu vida para mí y no puedo ser lo que quieres.

—Si lo que deseas es un banquero que corte el césped todos los sábados y pase dos semanas de vacaciones jugando al croquet, no puedo complacerte.

La ira en la voz fue más hiriente que las palabras. Sara se encogió como si la hubieran abofeteado. Inesperadamente, él la tomó entre sus brazos. La besó con furor, castigando su boca y enredando los dedos en su cabellera.

—Dime que deseas que pase la noche contigo, Sara —la urgió.

Era lo que ella más deseaba, pero no pudo pronunciar palabra. No podría resistirse si él lo quería, pero ¿cómo invitarlo a que pasara la noche con ella? Si sufría tanto al estar con él, ¿cuánto más sufriría cuando se fuera para siempre?

—Puedo seducirte —dijo él con crueldad, mientras sus manos recorrían la entrepierna de Sara—. Quizá quieras que te excite para no compartir la responsabilidad de lo que suceda. De esa forma, podrás culparme, en vez de admitir que me deseas tanto como yo a ti. Estás temblando —afirmó, apretándola con todo el peso de su cuerpo. Pero de pronto, la soltó y se puso de pie de un salto.

—¡Jason! —Sara dejó escapar su nombre y se levantó incapaz de soportar su mirada desdeñosa.

—No será de esa manera —declaró enojado—. No te quiero a menos que seas sincera contigo misma y admitas que me deseas.

—¡No te deseo! —mintió—. Jamás he sido una aventura de una noche para ningún hombre.

—¡Pero esto no es algo así!

—Una noche, un mes, es lo mismo. ¿Por qué no me dejas sola de una vez?

—Porque no creo que lo desees. —Jason se puso la camisa y la chaqueta y se volvió para mirarla enfurecido—. Piensa en mí cuando estés tendida en ese frío nido de solterona que es tu cama.

Llena de ira, Sara le arrojó un almohadón a la cara.

—La próxima vez que me arrojes algo te acostaré sobre mis rodillas.

—No habrá una próxima vez. ¡Sal de mi casa!

Él sonrió, sin alterar la fría expresión de su rostro y cerró la puerta tras de sí.

Irritada por la amenaza, Sara pateó el almohadón. Lo que la ponía más furiosa era que Jason tenía razón. No podía resistir su seducción, pero a él no le interesaba la capitulación física. Quería que admitiera que lo deseaba, que confesara que era importante para ella. El pirata codicioso no aceptaría sólo su cuerpo; ¡también quería ser dueño de su alma!

Quizá si lo complacía en la cama, la empacaría junto con los jarros descascarados y la olla de barro, para llevarla a Ohio. ¡Ohio! ¿Luego qué? ¿Connecticut? ¿Alabama? ¿Oregón? ¿En realidad, importaba adonde se dirigiría un gitano?

Las noches con Jason Marsh podían ser excitantes y maravillosas, pero ¿qué pasaría con los largos días vacíos? Mientras él trabajaba recuperando lo mejor del pasado, ¿qué haría ella? Su vida sería una larga serie de apartamentos desolados y tareas sin sentido. ¿Cuánto podía durar? ¿Un año? ¿Cinco? ¿Treinta?

Ni siquiera estaba segura de que Jason la quisiera llevar con él, pensó entre allozos. Cuando no pudo llorar más, salpicó agua helada sobre sus párpados hinchados y se arrastró hasta la cama. El sueño llegó, cuando el cansancio nubló su remordimiento.