[INTERLUDIO]
63. Por los resquicios del seto
Una vez una mujer de mucho mundo y temperamento apasionado no hacía más que pensar cómo podría conseguirse un hombre que la quisiera. Pero no teniendo oportunidad de declararse a nadie, se inventó un sueño, llamó a sus tres hijos y les pidió que se lo interpretasen. Dos de ellos escucharon el sueño y le dieron una interpretación seca y desabrida. Pero el menor le dijo: «En tu vida va a aparecer un hombre estupendo.» Con esto a la madre se le levantó el ánimo. El hijo menor pensó: «¡Qué poca compasión tienen los hombres! ¿Cómo podría conseguir que mi madre se viese con el coronel Zaigo?»
Efectivamente, estando Zaigo de cacería, este buen hijo se le acercó y le llevaba por el camino las bridas. Y mientras caminaban, le contó a Zaigo lo que su madre pensaba y padecía. Zaigo tuvo compasión de ella, la visitó y durmieron juntos.
Pero pasó el tiempo sin que volviera a visitarla. Un día la mujer salió y fue a casa de Zaigo, pero se contentó con verle por entre las rendijas del seto del jardín.{*} Zaigo la descubrió y exclamó:
Para centenaria
un año le falta:
canas en greña.
La que a mí me quiso
parece un fantasma.
Y levantándose, se dirigió a la puerta como para salir de la casa. La mujer, al ver y oír esto, salió corriendo de vuelta a su casa. Loca como iba, no tomó el camino ordinario, sino que cruzó por un descampado, arañándose con las zarzas y las ortigas. En llegando, se echó por el suelo. Pero Zaigo, que la había seguido en secreto, estaba fuera viéndolo todo. La mujer suspiró y se dijo: «Voy a acostarme.» Y añadió:
¿También esta noche
tendré que dormir
sobre mi estera,
el kimono puesto,
sin él junto a mí?
Nuestro hombre tuvo compasión de ella, y esa noche durmieron juntos.
Por lo general, la gente hace el amor con aquellos que les gustan, y no lo hacen con aquellos que les disgustan. Pero nuestro hombre tenía un corazón que no hacía distinciones.
64. Por los resquicios de la persiana
Una vez un hombre amaba a una mujer que no hacía por verlo y hablarle en privado. Él se dijo: «¿En qué va a parar esto?» Y le envió a ella este cantar:
Quisiera ser viento
e ir a tu persiana,
por los resquicios
meterme en tu cuarto
y rozar tu cara.
Ella le respondió:
Aunque sea el viento
que nadie lo para,
¿con qué permiso
va a cruzar los huecos
de mi persiana?