EPÍLOGO
Rosemary abrió la puerta de su apartamento enclavado en el 3.549 de la Sandy Street. En la megápolis de San Francisco. En la zona antigua de la ciudad.
—¡Ralph!
—Hola, pequeña.
La muchacha le echó los brazos al cuello. Riendo emocionada. Sus verdes ojos terminaron por nublarse.
—Oh, Ralph... ¿Por qué no me has avisado? ¿Desde cuándo estás en San Francisco?
—Acabo de llegar. Y mi primera visita es para ti. Te he echado de menos, Rosemary. Mucho.
Habían unido sus labios. Apasionadamente.
En un largo beso.
Pasaron a un reducido salón de alegre mobiliario. Ralph Starret se dejó caer en el sofá.
—¿Cansado? —preguntó Rosemary acomodándose a su lado. Sonriendo feliz. Acariciándole con la mirada.
—Un poco. No ha sido un trabajo agradable colaborar con la Brigada Especial Unidefensa.
—Lo sé, Ralph. Las noticias publicadas eran escalofriantes.
—Ya no queda ninguno de... ellos. Los que se habían ocultado simulando una vida normal, a la semana, aparecían con el cuerpo descompuesto. Conver-tidos en pingajos. Y de entre esos despojos humanos surgía un gusano seme-jante a los destruidos; aunque de menor tamaño. La larva convertida ya en gusano. Ha sido alucinante.
—¿Se ha descubierto el origen?
—Lo están estudiando. Centran sus investigaciones en las larvas y gusanos. Se han conservado a algunos con vida; pero a los dos o tres días hay que desintegrarlos. Aumentan de tamaño de forma escalofriante. Son, efectivamente, gusanos. Respiración a través de la piel, segmento bucal, orificios para excreciones en la parte ventral de cada segmento... Sí, Rosemary. Gigantescos gusanos que aún ignoramos cómo han logrado producirse y adueñarse de cuerpos humanos.
—Pronto se descubrirá todo, Ralph.
—Eso espero. En esta ocasión hemos conseguido salir airosos; pero tenemos que evitar situaciones análogas. Nuestra tecnología no es tan perfecta como imaginamos. No somos semidioses, aunque dudo que aprendamos la lección recibida.
—No te comprendo...
Starret abarcó con ambas manos el rostro de la joven.
La atrajo contra sí besando de nuevo los carnosos labios femeninos.
—Rosemary..., tú eres lo más perfecto..., lo más maravilloso y no quiero perderte.
Quedaron entrelazados. Acentuando caricias y besos.
El teclear de una máquina hizo que Rosemary se zafara de los brazos del detective.
—¿Qué es eso?
—La máquina facsimilar —sonrió la muchacha. La desconectaré. Hoy no pienso trabajar.
Rosemary, antes de desconectar el aparato, leyó la noticia recibida.
—Otra vez... Ahora en Kansas.
—¿El qué?
La joven se acomodó junto a Starret.
—La explosión de otra central termonuclear subterránea. En Llano Búfalo, Kansas. Era, siguiendo la costumbre, una central secreta. ¡A saber qué tipo de investigaciones se llevaban a cabo!
Ralph Starret abarcó los hombros femeninos. Entornó los ojos, pensativo.
—Llano Búfalo... He oído hablar de esa zona. Abundan las ratas del desierto...
F I N