Ralph Starret se adentró en el salón. A grandes zancadas. Recorrió el pasillo abriendo cuantas puertas encontraba a su paso.
Hayley fue tras él. Irritada.
—¿Qué significa esto?
Starret se percató de los mecánicos movimientos de la mujer. También sus facciones aparecían rígidas. Apenas movía los músculos. Un automatismo se-mejante al de Edward Baxter y James Patten.
—Hemos visto salir de aquí a Harry Browne.
—¿De veras? Eso fue hace días. Con los pies por delante.
—No, Hayley. Hoy mismo. ¿Qué infiernos ocurre aquí? ¡Responde!
Curtis llegó en ese instante.
—El sheriff no está en el garaje.
—Tampoco en la casa —dijo Starret manteniendo la mirada fija en Hayley—. ¿Y bien? ¿También niegas la presencia del sheriff Boyle? ¿Dónde está, Hayley?
—¡Al diablo contigo, bastardo!
Curtis intervino de nuevo:
—Eh, Ralph... El garaje dispone de sótano, pero no consigo dar con su acceso.
—¡En marcha, Hayley! Tú nos lo indicarás.
Ralph Starret aferró el brazo derecho de la mujer. Experimentó una extraña sensación. El brazo de Hayley estaba frío. Como el de un cadáver.
Abandonaron el bungalow. En el garaje dos vehículos.
—Queremos ver el sótano, Hayley.
La mujer sonrió. Fue hacia un pequeño panel camuflado en la pared accionando una de las palancas.
Una plancha comenzó a deslizarse en el suelo dibujando un amplio rectángulo. Entre los dos autos allí estacionados.
—¡Gran Dios! —exclamó Curtis con horror. Rosemary retrocedió ahogando el grito que pugnaba por brotar de su garganta.
Los ojos de Ralph Starret, fijos y aterrorizados en aquella descubierta oquedad.
Era como un rectangular pozo.
Y en el fondo, infinidad de gigantescos gusanos. Amontonados unos sobre otros. Formando un repulsivo amasijo de lactescente y fláccida carne contráctil. Cilíndricos cuerpos segmentados que se entrelazaban confundiendo sus patas y cirros tentaculares. Un pestilente hedor emanaba de la fosa.
Y entre aquellas monstruosas criaturas yacía el cuerpo de Mark Boyle.
Varias antenas acopladas sobre él. Como ventosas. Succionando en el infortunado sheriff.
—¡Ralph!
El aviso de Curtis llegó tarde.
El detective no pudo evitar el violento empujón de Hayley. Cayó a la fosa, aunque en el último instante logró aferrar sus manos a uno de los bordes. Su cuerpo comenzó a oscilar peligrosamente.
Uno de los anélidos se alzó extendiéndose, deseoso de alcanzar a Starret.
—¡Maldita bruja del averno! —gritó Curtis a la vez que propinaba un brutal trallazo a Hayley.
La mujer sí cayó en la fosa.
Sobre el amasijo formado por aquellas deformes criaturas.
—¡Aguanta, Ralph!
Geoffrey Curtis acudió en ayuda de su compañero colaborando con Rose-mary que ya pugnaba por izar al detective.
Starret fue puesto a salvo.
Cuando ya la boca de uno de los gusanos rozaba su pie izquierdo.
—¡Hay que acabar con ellos! Allí, Geoffrey... ¡Aquellas cápsulas de gaso-lina!
Curtis adivinó el plan de su compañero.
Comenzó a arrojar las cápsulas a la fosa. Cada una de ellas contenía diez litros de combustible.
Ralph Starret manipuló en la última de ellas improvisando una mecha.
—¡Salid!... ¡Pronto!
Rosemary y Curtis obedecieron.
Ralph Starret accionó la palanca de cierre.
La plataforma del suelo comenzó a deslizarse. Antes de que el rectángulo se cerrara por completo, arrojó la última cápsula ya con la mecha encendida.
La explosión, aunque estruendosa, quedó amortiguada al cerrarse por completo la plancha. El material resistente al fuego utilizado en la construcción del garaje haría el resto. El sótano quedaba convertido en un incandescente horno.
Starret llegó jadeante junto a sus dos compañeros que le esperaban bajo el porche del bungalow.
—Tenemos que... ¡Al suelo!
Starret unió la acción a la palabra.
Se abalanzó sobre Rosemary y Curtis obligándoles a caer. Justo en el mo-mento en que una lluvia de balas silbaban mortíferas sobre ellos.
Dos coches se habían detenido junto a la cerca.
Dos autos de la policía de Knox City. Descendieron seis uniformados agentes portadores de ametralladoras y lanzacohetes.
Iban capitaneados por Harry Browne.
* * *
Habían logrado refugiarse en el bungalow.
Desde los ventanales respondían al fuego de los atacantes.
—¡Se han vuelto locos!... ¡Están locos! —gritaba Curtis.
Uno de los agentes inició carrera hacia la casa. Sus movimientos eran tor-pes. Faltos de agilidad. Como los de un robot.
Ralph Starret presionó el gatillo de su «Strahl».
La bala dum-dum esférica destrozó al individuo. Y de sus humeantes y quemados restos quedó visible el blanquecino y amorfo cuerpo ya conocido por Starret.
Larvas.
—Ahí tienes la respuesta, Geoffrey... Esos hombres han sido atacados por..., por los gusanos y obedecen sus órdenes.
—¿Sus órdenes? —bizqueó Curtis incrédulo—. ¿Ordenes de...?
Starret y Curtis se arrojaron al suelo obligados por un enjambre de pro-yectiles que semidestrozaron el ventanal.
Rosemary gateó por el salón. Pálida.
—Es imposible comunicar, Ralph. Lo he intentado todo. Los teléfonos están desconectados, los transmisores no funcionan... ¡Ningún sistema de comu-nicación!
—Eso significa que se han apoderado del Departamento Local de Comu-nicación de la policía de Knox City...
—¿Cómo lo han logrado, Ralph? ¡Son cientos de funcionarios!...
—Con sólo atacar a sus principales dirigentes controlan momentáneamente la situación. Al igual que han hecho en la Browne & Baxter Industries. Edward Baxter, James Patten..., los principales jefes. Y luego el resto.
—¡No podemos continuar! —argumentó Curtis arriesgándose a asomar y disparar.
—Existe una posibilidad de salvación. Junto a la piscina he visto un auto-cohete tipo mochila. Hay que pedir ayuda, pero no aquí en Knox City. Debemos desconfiar de todos. Shawsburg es la localidad más cercana antes de llegar a San Francisco. Desde allí se puede comunicar con la megápolis. Tú irás, Rose-mary.
—No..., no quiero dejarte, Ralph...
—¿Por qué no voy yo? —se ofreció Curtis— Soy un tipo rápido.
—¿Serías capaz? ¿Salvar el pellejo por ocupar el puesto de una mujer?
Curtis inclinó la cabeza avergonzado.
—Tienes razón. Soy un gusano —Curtis sacudió de inmediato la cabeza—. ¡No! Quiero decir que soy...
Starret ya empujaba a la muchacha fuera del salón. Hacia la parte trasera del bungalow. Se detuvo frente a uno de los ventanales de la fachada posterior.
—Diez segundos, Rosemary. Geoffrey y yo dispararemos sin tregua para darte ocasión de huir.
—Ralph...
Starret cerró los labios femeninos con un beso.
—Te quiero, Rosemary.
—¡Ralph!
Starret abandonó precipitadamente la estancia. Retornó junto a Curtis.
—Vamos a cambiar de posición, Geoffrey. Dispararemos desde la puerta de entrada.
Curtis se encogió de hombros.
—Da igual morir aquí que en el living. Gatearon hacia el corredor.
Antes de llegar al living una violenta explosión destrozó parte de la facha-da principal abriendo un boquete donde segundos antes se parapetaban los dos hombres.
—¡Infiernos!... Nos hemos salvado de milagro. Ya utilizan los lanzacohetes.
—¡Nuestro turno, Geoffrey! ¡Sin tregua!
Starret y Curtis dispararon sus respectivos revólveres «Strahl».
Dos autos más llegaron a la avenida. Con una dotación de diez hombres.
—No se han percatado de la marcha de Rosemary.
—¿Importa eso, Ralph? Cuando regrese con ayuda ya será demasiado tarde para nosotros.
Starret no respondió.
Excepcionalmente, Geoffrey Curtis había hablado con aplastante lógica.