CAPÍTULO IX
Ralph Starret estaba acomodado en el sofá de la antesala. Absorto en la lectura del California Express. No se percató de que la puerta de la habitación se entreabría levemente.
—Hola, Ralph...
Starret dio un respingo.
Parpadeó sorprendido por la presencia de la muchacha.
—Rosemary...
—¿Puedo pasar?
—Seguro.
Rosemary se aproximó al sofá con una tenue sonrisa en los labios. Sin atreverse a enfrentar sus ojos con los de Starret.
—Me he cruzado con Geoffrey. Al preguntarle por ti me proporcionó la ficha de tu habitación. Quiero pedirte disculpas por mi comportamiento de ayer. Me comporté como una chiquilla. ¿Me perdonas, Ralph?
—Rosemary...
Starret la abarcó por la cintura. Atrayéndola contra sí. Obligándola a sentarse en el sofá junto a él. Reclinó a la muchacha sobre el tapizado a la vez que buscaba ansioso los labios femeninos.
Rosemary le aceptó.
Correspondió a las caricias entrelazando sus brazos tras el cuello de Starret.
Fueron largos y apasionados besos repetidos hasta la saciedad.
—Rosemary..., nunca te he olvidado..., jamás..., siempre te he...
La joven posó el dedo índice en los labios de Starret.
Sellándolos.
—No, Ralph..., no digas algo que más tarde puedas lamentar... Ninguna palabra ni promesa.
—Jamás lamentaré quererte, Rosemary.
—¿Conoces el significado de la palabra amor, Ralph?
—Lo he descubierto en tus ojos.
La muchacha se incorporó rechazando con cantarina carcajada los brazos de Starret.
—Tú no has cambiado nada, Ralph. Cínico, embustero y dotado de mucha labia.
—No me conoces bien.
—Te conozco demasiado.
La puerta había quedado entreabierta.
El carraspear de Geoffrey Curtis se inició mucho antes de que apareciera en la antesala.
—¿Molesto?
Starret le fulminó con la mirada.
—Nada de eso, Geoffrey. Tú siempre eres muy oportuno.
—Tenemos el auto a la puerta.
Ralph Starret penetró en el dormitorio reapareciendo a los pocos minutos ajustando su chaqueta. Fugazmente quedó visible la funda sobaquera donde reposaba un revólver «Strahl» de fabricación alemana.
—Voy a la Browne & Baxter Industries, Rosemary. ¿Me acompañas?
—Ese es también mi destino.
—Perfecto. Tú te quedas en Knox City, Geoffrey. Acude al bungalow de los Browne y controla todos los movimientos de Hayley y cuantas visitas reciba. Te recogeré después de mi conversación con Baxter.
—De acuerdo, Ralph.
Starret y la muchacha abandonaron la estancia avanzando por el corredor en dirección a uno de los tubo-elevadores exteriores del Gurney Hotel.
Minutos más tarde se hallaban instalados en el aerodinámico «Shadow».
Rosemary mantenía en sus labios una divertida sonrisa.
—¿Qué te ocurre? —inquirió Starret, iniciando la marcha del vehículo.
—Geoffrey. Me resulta muy simpático. Debe ser un caso muy importante para que Hiller te conceda la valiosa colaboración de su yerno.
—Muy graciosa. Geoffrey es desconcertante. Tan pronto te suelta un razo-namiento lógico y certero, como te irrita afirmando haber visto un gusano gigante trepar por la fachada del Gurney Hotel.
—¿Un qué?
—Sí, Rosemary. Un gusano gigante.
La joven rió de nuevo, en alegre carcajada.
El «Shadow» ya dejaba atrás las últimas casas de Knox City enfilando la autopista que conducía a la Browne & Baxter Industries.
—No resulta divertido, Rosemary. Tampoco lo será para la Hiller Company. Ningún indicio que haga dudar de la muerte accidental de Harry Browne.
—Las compañías de seguros siempre tan reacias a pagar. Buscan un asesinato donde hubo mero accidente, incendio provocado en fortuito siniestro...
—En este caso existía un sospechoso ideal. La viuda, Hayley Browne. Joven, hermosa, matrimonio S.P.D. para ella...
—Y Harry Browne el polo opuesto. Viejo, miope y adiposo. Sí... Cualquiera en lugar de Hayley no dudaría en enviarle al más allá.
—Para desembarazarse de un individuo de la corpulencia de Harry Browne es necesaria mucha fuerza. Hayley estaba sola en la casa. Al menos no podemos demostrar lo contrario.
—Comprendo tu visita a Edward Baxter. Cómplice idóneo para Hayley.
—Ajá. Edward Baxter se queda con la totalidad de la fábrica textil y Hayley se libra de su marido recibiendo además cinco millones de dólares.
—¿Dónde estaba Baxter en el momento de la muerte de su socio?
Starret ahogó un suspiro.
—En San Francisco. Con testigos.
—Entonces no comprendo tu visita a Baxter. ¿Te gusta perder el tiempo?
—Debo ganarme el sueldo, pequeña. Presentaré un amplio informe a la Hiller Company y ellos decidirán.
Ya divisaron la fábrica.
En el control de entrada, tras identificarse y comunicar el motivo de la visita, se les proporcionó una rectangular placa plástica.
Starret estacionó en el aparcamiento.
—¿Qué vas a hacer tú, Rosemary?
—Presentarme en el Departamento de Relaciones Públicas. Ya he anun-ciado con anterioridad mi visita. Recorreré las salas del personal, condiciones de trabajo, instalaciones de recreo...
—Supongo que yo terminaré antes. ¿Te espero en el snack de la planta baja?
—Okay.
Un individuo acudió al «Shadow» cuando sus dos ocupantes ya habían abandonado el vehículo.
—¿Señorita Greene?
—Sí, yo soy.
—Mi nombre es James Patten —dijo el individuo con leve inclinación de cabeza—. Jefe de Relaciones Públicas. Seré su guía.
—Muy amable. ¡Hasta luego, Ralph!
Starret correspondió al jovial saludo de la muchacha mientras contemplaba inquisitivamente al tal James Patten.
Su andar era rígido. Como el de un autómata.
* * *
Ralph Starret consultó por enésima vez la mini pantalla de su reloj digital de pulsera.
Sí.
La entrevista con Edward Baxter había sido breve. Y poco interesante para la Hiller Company.
Las coartadas presentadas por Baxter eran irrefutables.
—¿Espera a la señorita Greene?
Starret desvió la mirada hacia el individuo que había surgido a su derecha.
El llamado James Patten.
—En efecto.
—Me ruega le informe que ampliará su estancia en Browne & Baxter Industries más de lo previsto. Utilizará uno de los vehículos de la empresa para regresar a Knox City.
—La esperaré aquí. No tengo ninguna prisa. James Patten quedó inmóvil.
Pareció contrariado por la respuesta del detective.
—Si lo desea puede recorrer con la señorita Greene las instalaciones de la fábrica. Le resultará más amena la espera. Se encuentra ahora en la Sección de Almacenamiento. En los sótanos. Cuarto botón del subsuelo.
El individuo se alejó.
De nuevo los ojos de Starret le siguieron con la mirada. Intrigada por aquella rigidez de facciones y movimientos. Un automatismo que también descubrió en Edward Baxter.
Terminó el brandy.
Se llevó un cigarrillo a los labios mientras descendía del taburete.
Sí.
Resultaría más ameno estar con Rosemary.
Ralph Starret se introdujo en uno de los elevadores. Los pulsadores que correspondían a las plantas subterráneas eran rojos. Presionó el cuarto y último de ellos.
La cabina se detuvo con suavidad.
El detective se encontró frente a una espaciosa sala.
Una azafata de recepción se acomodaba ante las oficinas de administración de entrada y salida de mercancías.
Dedicó a Starret una fría sonrisa.
—¿Puedo servirle en algo, señor?
—Busco a la señorita Greene, de la Associated Press International. Está recorriendo las dependencias de...
—Ah, sí. En estos momentos se encuentra en la Sala de Depósitos. La última puerta del pasillo de la izquierda.
—Gracias.
Ralph Starret se encaminó por la dirección indicada. La puerta de guillotina se abrió automáticamente.
En la denominada Sala de Depósitos se almacenaba ordenadamente la mercancía ya embalada y lista para su envío al exterior. En descomunales estanterías de sistema deslizante. Las cuatro pistas transportadoras permanecían inmóviles.
La nave desierta. Ningún operario.
Ralph Starret dudó en quedar junto a la entrada o adentrarse por la espaciosa sala.
Fue entonces cuando escuchó la voz femenina. Muy débil. Los golpes contra la puerta le orientaron.
Starret cruzó la sala en diagonal. En dirección a una rectangular y baja compuerta. Hizo girar el volante del cierre abriendo la pesada hoja.
Se encontró frente a Rosemary. Nerviosa y excitada.
—¡Ralph!...
Starret sonrió.
—Ya podía esperarte. ¿Qué diablos haces ahí dentro?
—James Patten me dijo que por esta compuerta final saldría a la Sección de Envíos; pero al llegar al de la escalera me encontré ante una sala sin salida. Allí se almacenan unas cajas que despiden un nauseabundo hedor. Retrocedí de nuevo con la sorpresa de que habían cerrado la compuerta.
—Un lamentable descuido del tal Patten.
—¿Cerrando la puerta o indicando un lugar sin salida? Se comportaba de una manera extraña. No me gusta que...
Rosemary se interrumpió trazando una semicircular mirada por la estancia.
—¿Ocurre algo, Rosemary?
—¿Dónde está el personal? Hace unos minutos había una docena de hom-bres en esta misma sala y las cuatro pistas transportadoras funcionaban a pleno rendimiento.
—Cuando yo llegué no había nadie.
—En fin... Nos vamos, Ralph —decidió la muchacha—. No me agrada la Browne & Baxter Industries. ¿Cómo has decidido acudir a mi encuentro?
—James Patten me transmitió tu mensaje a la vez que me invita a reunirme contigo.
Rosemary movió repetidamente el abanico de sus largas pestañas.
—¿Mensaje? ¿Qué mensaje?
—Pues..., tu demora. Que podía marcharme, ya que prolongarías tu visita a la fábrica.
—Yo no le he dicho semejante cosa, Ralph.
Estaban junto a la puerta de salida.
—Es extraño... ¿Por qué mintió? Recuerdo su reacción. Al responderle que no me importaba esperar, fue cuando sugirió que fuera a tu encuentro. Vamos a...
Starret enmudeció al ver que la puerta de guillotina no se alzaba. Presionó con más fuerza la plataforma. Con ambos pies.
—No funciona.
—¡Oh, Ralph...!
—Tranquila, pequeña. Una vulgar avería en el automático. La caja de cierre manual de emergencia debe estar por aquí...
Starret retrocedió buscando la caja de seguridad obligatoria en todas las puertas automáticas.
Ni rastro de ella.
Súbitamente un desgarrador alarido brotó de Rosemary. Ralph Starret giró sobresaltado.
No necesitó preguntar qué motivaba el grito de la muchacha. Tampoco Rosemary le hubiera respondido. Estaba muda de terror. Con el rostro demudado y la mirada fija en la abierta compuerta del fondo.
Starret también palideció. Presa de asombro y terror.
Un gigantesco gusano casi taponaba con su cuerpo la anchura de la com-puerta. Un enorme anélido de espesor próximo a la yarda de diámetro. Avan-zaba moviendo las cerdas quitinosas situadas a ambos lados de su segmentado cuerpo. Sus órganos sensoriales táctiles enfocados hacia adelante. Unos dimi-nutos ojos fijos en Starret y Rosemary. El segundo bucal entreabierto y dejando escapar un pegajoso líquido.
Dejó atrás la compuerta.
Su cuerpo contráctil, al extenderse, llegaba a alcanzar una longitud de tres yardas.
Avanzó hacia los paralizados Starret y Rosemary. No estaba solo. Tras él, por la compuerta, un segundo anélido asomó su monstruosa cabeza. Moviendo las antenas sensoriales. Olfateando la presa.