CAPÍTULO X

 

Rosemary comenzó a golpear desesperadamente la puerta de guillotina. Gritando histérica.

La reacción de Starret fue más positiva.

Llevó su diestra a la funda sobaquera apoderándose de su «Strahl». Presionó una y otra vez el gatillo.

Apuntando a la cabeza de aquel monstruoso ser.

De los cinco proyectiles esféricos, sólo dos alcanzaron su objetivo. El contráctil cuerpo del gusano pareció sufrir una convulsión, Se enroscó en espiral a la vez que emitía infrahumanos sonidos. Por la parte ventral de cada segmento, en los orificios para excreciones, empezó a vomitar un mucilaginoso líquido pestilente.

El segundo anélido llegó junto a su compañero mientras que un tercero asomaba por la compuerta.

Ralph Starret disparó de nuevo. Nerviosamente.

Sin precisión.

Aturdido por aquella alucinante visión.

No le alcanzó en la cabeza, sino en el tercer segmento de su cilíndrico cuerpo. El gusano acusó el impacto, pero prosiguió el ataque. También el primero de ellos pareció repuesto uniéndose a su compañero.

Rosemary gritaba hasta enronquecer golpeando sus puños contra la metálica puerta.

No había ninguna otra salida.

Sólo aquella compuerta de la que surgían los deformes y ciclópeos gusanos.

—¡Corre hacia las pistas transportadoras, Rosemary! —ordenó

Starret a la vez que manipulaba en el regulador de su «Strahl». Lo acopló a proyectiles dum-dum. Accionó el disparador.

La bala explosiva alcanzó de lleno al primero de los anélidos. Su blando cuerpo se enroscó víctima de convulsiones. Cuatro de los segmentos delanteros calcinados. Pero continuaba con vida. Serpenteando.

Rosemary estaba ya junto a una de las pistas transportadoras. Adivinando las intenciones de Starret trataba de ponerla en funcionamiento.

Eran ya seis los gusanos que cercaban a Ralph Starret. Este no daba descanso al disparador de su «Strahl».

—¡Ya está, Ralph!

Starret, apenas oír el mecanismo de la pista transportadora, se precipitó hacia la muchacha. Se arrojó en acrobático salto empujando a Rosemary sobre la pista. Aplastándola con su cuerpo.

La plataforma deslizante les introdujo por una circular galería.

Starret percibía el temblar de la joven. Los fuertes latidos de su corazón unidos al suyo. Ignoraban dónde eran conducidos, pero el mismísimo infierno era preferible a la Sección de Depósitos.

La pista transportadora entró en vertical, pero la caída de Starret y Rose-mary fue amortiguada al ser recibidos por una plancha elevadora.

Pasaron ante una ventana receptora.

—¡Sujétate a mí, Rosemary! —gritó Starret—. Saltaremos en la próxima ventana.

El montacargas continuó su ascensión.

Se divisó la segunda ventana receptora de mercancía.

—¡Ahora!

Abandonaron la plataforma rodando por suelo firme. Ralph Starret fue el primero en incorporarse. Su diestra aún mantenía aferrado el revólver «Strahl».

—¿Te encuentras bien, Rosemary?

—Sí...

—Creo que estamos en el primer subsuelo. Vamos en busca de los ascensores. Tenemos que...

Unos precipitados pasos interrumpieron al detective.

Por uno de los corredores vio llegar a James Patten. Junto con otro indi-viduo. Ambos portaban rifles de vigilancia tipo «Bottoms».

—¡Ahí están! —vociferó Patten deteniendo su carrera para enfocar el cañón del arma—. ¡Muerte!

Su compañero le imitó.

El estupor de Starret fue menor a la fracción de segundo. Disparó dos veces.

Sin percatarse de que la potencia de su «Strahl» estaba adaptada a las balas explosivas dum-dum.

James Patten y su compañero sufrieron el violento impacto. Los proyectiles explotaron en el interior de sus cuerpos arrancando miembros de cuajo y salpicando las paredes con restos humanos.

De entre aquella masa de carne quemada comenzaron a moverse dos extrañas criaturas. De cuerpo blanquecino y amorfo. Recubierto por una mucilaginosa capa.

—Larvas... ¡Son larvas de gusano!... ¡No, Dios mío!... ¡No!...

—Vámonos, Rosemary... ¡Rosemary!

Starret zarandeó violentamente a la muchacha obligándola a reaccionar.

Recorrieron el largo pasillo hasta llegar a una de las salas de recepción. La azafata estaba al frente de la centralita telefónica. Junto con dos hombres más. Conversando animadamente.

Ralph Starret, rodeando con su brazo derecho los hombros de la joven, acudió a uno de los elevadores.

La cabina les depositó en la planta baja del edificio. En el hall principal. Plagado de visitantes y de personal de la Browne & Baxter Industries.

Vieron aparecer a Edward Baxter. Descendía precipitadamente por la gran escalera de El Faro. Se detuvo en el último peldaño. Fijando su mirada en Starret.

—Tenemos que comunicar lo ocurrido, Ralph. Esos monstruos deben ser...

—No aquí, Rosemary.

—¿Por qué? Son un peligro. Tenemos que...

—Echa un vistazo hacia la escalera principal —susurró Starret—. Edward Baxter acaba de aparecer muy precipitadamente. Se ha detenido al vernos. Nos pondremos en contacto con el sheriff de Knox City. Ignoro qué diablos ocurre en la Browne & Baxter Industries y el origen de esos monstruosos anélidos; pero la reacción de James Patten nos obliga a actuar con cautela.

Abandonaron el edificio.

En dirección al aparcamiento.

Minutos más tarde el «Shadow» enfilaba veloz hacia la salida del amurallado recinto.

Edward Baxter les seguía con la mirada desde uno de los ventanales del edificio.

Un individuo se aproximó lentamente. Con rígido andar.

—Patten y Sidney ya han dejado de sernos útiles. Les he reemplazado por dos azafatas de la Sección de Administración de Almacén. Se puede decir que todo el personal de esa zona está ya bajo nuestro poder.

—¿Qué hay de nuestros compañeros?

—Se les está enviando alimento continuamente.

—¿Alguna sospecha?

—Aún no, pero pronto empezarán. Son ya una veintena los que han sido devorados. La desaparición intrigará al restante personal, aunque de poco les servirá. Continuaremos nuestro avance. Antes de la noche, los que no hayan servido de alimento, estarán a nuestras órdenes.

—Tenemos poco tiempo. El tamaño de nuestros compañeros aumenta considerablemente minuto a minuto. La Browne & Baxter Industries pronto será insuficiente para albergarles. Esta misma noche se iniciará el avance hacia Knox City.

—Starret y la muchacha han escapado. Baxter esbozó una sonrisa.

—Me he comunicado extrasensorialmente con Harry Browne. Él está en Knox City realizando una eficaz labor. Junto con Hayley, con Gurney y otros más. No han descansado en toda la noche para proporcionar cobijo a nuestras larvas. Son ya legión los muertos vivientes de Knox City que albergan larvas. Ellos se encargarán de recibir adecuadamente a Ralph Starret y a su compañera.

 

* * *

 

—¿Cómo puede haber sucedido, Ralph? Starret succionó nerviosamente el cigarrillo.

—Lo ignoro. Son semejantes a gusanos. Es como si hubieran sufrido una transmutación. ¿Cómo fue originada? ¡Dios lo sabe!... Lo realmente sorprendente es la intervención de James Patten y el otro individuo. Nos dejó deliberadamente a merced de aquellos monstruos.

—Al disparar sobre Patten..., en sus cuerpos...

—Sí, Rosemary. Larvas.

—Santo Dios... Es horrible... Me parece estar viviendo una alucinante pesadilla.

—Terminaremos con ella, Rosemary. El sheriff Boyle comunicará con Unidefensa Nacional desplazando medios suficientes para aniquilar a esas criaturas demoníacas.

El «Shadow» ya circulaba por las calles de Knox City. Enfiló hacia la zona residencial de Barrio Mills.

—Vamos a recoger a Geoffrey —dijo Starret—. El caso Browne ya no nos interesa.

—Ralph...

—¿Sí?

La palidez, constante en el rostro de Rosemary, se acentuó.

—Tú..., habías comentado que Geoffrey vio un gigantesco gusano por la fachada del Gurney Hotel...

—Cierto.

—Eso significa que también están en Knox City. Starret prefirió no contestar.

Descubrieron a Geoffrey Curtis a poca distancia del bungalow de los Browne. Semioculto tras un árbol de la amplia avenida.

Starret detuvo el auto.

—Adentro, Geoffrey!

—Hola, Ralph... Tengo importantes novedades —sonrió Curtis orgulloso.

—¿De veras? Ya me las contarás. Ahora sube.

—Es que...

—¡Obedece, maldita sea!

Curtis se encogió de hombros terminando por acomodarse en el asiento trasero del «Shadow».

—También nosotros tenemos novedades, Geoffrey. ¿Recuerdas tu gusano?

—¿Mi gusano? ¡Ah!... —Curtis, rió en sonora carcajada. No compartida por sus compañeros—. Olvídalo, Ralph. Sin duda cené demasiado.

—¿De qué tamaño era?

—¿Quién?

—¡El gusano!

—No te burles, Ralph. Y menos delante de Rosemary. Ya he reconocido que fue una alucinación.

Starret, que se disponía a reanudar la marcha del vehículo, giró para enfrentarse con su amigo.

—No estoy bromeando, Geoffrey. Nosotros también hemos visto a unos monstruosos gusanos. De unas tres yardas de largo y una de diámetro.

Curtis continuó sonriente.

—¿De veras? ¡Qué suerte! El mío era más pequeño, ¿recuerdas? Una yarda de largo y del espesor de mi brazo. Sin duda han engordado.

Starret asintió resignado.

—Okay. Cuando escuches lo que voy a decirle al sheriff Boyle entrarás en razón.

—El sheriff está con Hayley.

Starret cortó bruscamente la iniciada marcha del auto.

—¿En el bungalow?

—Sí, Ralph. Lleva ahí más de dos horas.

—¿Estás seguro? No veo el coche del sheriff por aquí...

—Se lo llevó el difunto.

Starret sacudió la cabeza.

—¿El difunto?

—Sí. Esa era mi importante novedad —rió Curtis—. Todo fue un truco para engañar a la Hiller Company y cobrar el importe del seguro. Harry Browne está con vida. Le he visto salir del bungalow y subir al auto del sheriff.