Capítulo 15
Adela apenas le habló a Rob durante el desayuno, temiendo que siguiera haciéndole bromas, pero continuaba sintiendo curiosidad. Terminó de comer, y se puso de pie
—Necesitas ropa más adecuada —observó él—. No querrás arruinar ese vestido.
—Bien, si Sorcha usó ropa de Isobel, yo también puedo hacerlo.
—Arriba hay un baúl con unas pocas cosas. Debí haber pensado en ello esta mañana, pero tenía otras preocupaciones en mente.
La joven se ruborizó y dejó que su esposo la llevara escaleras arriba.
Había dos vestidos en el baúl. Eligió el más sencillo, una simple túnica azul con lazos de seda roja adelante. Cuando se sujetó el lazo bordado sobre las caderas, el caballero opinó embelesado:
—Te sienta de maravilla. Espero que no te importe si se ensucia.
—¿Y por qué debería ensuciarse?
—Ya verás. Ven conmigo —la condujo hasta el patio—. Para hacer esto como corresponde, debería llevarte hasta aquella colina cubierta de hierba. Pero hasta que sepa qué riesgos podemos correr en el camino, nos quedaremos aquí en el patio.
Decidida a no pedirle más explicaciones, lo siguió mansamente hasta el extremo más alejado del patio, donde estaban luchando cuatro hombres.
Sin darles explicaciones, los envió a ocuparse de otras tareas.
—Ahora, muchacha, te reto a duelo. Inicia el combate.
Adela no cabía en sí de sorpresa, ¿acaso estaba burlándose de ella otra vez?
—¿De qué estás hablando, milord?
—Esta mañana, en el desayuno, apostaría a que lo hubieras hecho de buena gana cuando te pedí que no fueras demasiado buena con Archie Tayt. ¿Dónde está la mujer que dijo que yo era un idiota después de que me alcanzó la flecha, la muchacha que dijo que querría abofetear a lady Ellen… quiero decir, lady Logan?
La sola mención del nombre de esa mujer bastó para que Adela se enervara. Sin embargo, mantuvo la calma.
—No debería haber dicho eso sobre lady Ellen. Estuvo mal por mi parte, y si quieres que le pida disculpas, así lo haré.
—¡Pamplinas! Esa mujer necesita una buena tunda. Espero que haya sido una buena esposa para Will, porque te aseguro que no lo hubiera sido para mí.
—Eres injusto, señor —replicó ella, preguntándose por qué diablos defendía a lady Ellen—. Quizá se hubiera comportado de una manera diferente si tu padre y el de ella les hubieran permitido casarse como ambos deseabais.
—Por Dios, ahora ni siquiera estoy seguro de que ella hubiera querido casarse conmigo. Yo no tenía nada que ofrecerle. No me sorprendería enterarme de que prefirió a Will desde el primer momento.
—¿Y tú no la amabas?
Él frunció el ceño.
—Dudo de que la amara.
—Pero te debía importar mucho para dejar tu hogar como lo hiciste.
—Le das demasiada importancia al pasado. Estoy más que feliz con la esposa que tengo. Y ahora, dame una bofetada.
Era una idea tentadora, casi irresistible. Pero Adela no pudo hacerlo; de hecho, lo miró como si estuviera loco.
—Vamos, adelante. Piensa que soy Ellen y dame un buen bofetón.
—No te voy a golpear. Intentas hacerme quedar como una tonta delante de tus hombres.
—Para educarte. Por favor, haz lo que te pido.
Adela lo fulminó con la mirada y estudió su entorno. Ninguno de los hombres parecía estar prestándole atención. Por fin levantó su mano en intentó golpearlo con su palma abierta.
Él la retuvo fácilmente, tomando su delgada muñeca con suavidad.
—Inténtalo otra vez —la desafió, soltándola—. Hazlo con más energía.
Tres veces más ella repitió el mismo movimiento, cada vez con igual resultado. La cuarta, ya enfurecida, apretó los dientes. Su decisión o, más bien, su frustración iba en aumento, pero una vez más él le cogió la muñeca con toda facilidad.
—Con más energía, mujer. Tienes la fuerza de un polluelo.
Ella hizo una mueca, echó su brazo hacia atrás todo lo que pudo y lo hizo volar. Volviendo a atajar el golpe, Rob le dijo para provocarla:
—Ellen podría golpear más fuerte.
—Supongo que lo sabes por experiencia —casi gritó y se precipitó hacia su esposo intentando golpearlo con ambas manos con todas sus fuerzas, pero él le sujetó ambas muñecas.
—No lo vas a lograr, pero al menos puedes advertir que la defensa y el ataque no dependen de los impulsos sino de la reflexión.
—Si crees que así ganaré confianza en mí misma, te equivocas —replicó malhumorada.
Rob le puso las manos sobre los hombros.
—Ganarás confianza en ti misma cuando aprendas estrategias de combate, e incluso que tu talla sea pequeña puede llegar a servirte de ayuda.
—¿Cuáles, por ejemplo?
—Primero, tienes que considerar con qué ventajas cuentas —Lestalric por fin inició su lección. La atrajo hacia sí mirándola a los ojos con intensidad.
—De nada me sirvió mi talla pequeña cuando estuve en las garras de Waldron.
—Te equivocas. Como te dije anoche, actuaste muy bien con él. La prueba está en que tú estás aquí conmigo y él está muerto.
Ella se encogió de hombros.
—No porque yo haya hecho nada.
—Tal vez, pero no vamos a hablar de Waldron ahora. Eres una mujer sensata, Adela, y entiendes los riesgos de una situación peligrosa. La mejor manera de defenderse de un ataque es evitar ponerse en situación de ser atacado. Si algo te parece extraño, confía en tu intuición. No trates de convencerte de que todo está bien, sólo huye lo más rápido posible. En primer lugar, nunca te quedes sola en un lugar donde puedas ser atacada. Nunca camines ni cabalgues sola.
—No lo haría —le dijo ella.
—Bien —la soltó—. Ahora piensa en mí como si fuera un enemigo. ¿Qué ves?
Ella le sonrió con ironía.
—Veo a mi apuesto marido, arrogante y valiente.
—Muchos hombres que quieren hacerte daño se verán así. Sólo necesitan mirarte para suponer que tú eres más débil que ellos.
—En la mayor parte de los casos, tendrían razón.
—En la mayor parte de los casos, ésa es el arma principal con la que cuentas —le replicó—. Tú quieres que tu enemigo piense que estás indefensa, que crea que él tiene el control de la situación. Si ves que él se te acerca y no puedes huir ni esconderte, debes ser capaz de sorprenderlo. Entonces deja que vea lo que espera ver. La clave es actuar con la mayor rapidez posible.
Adela lo escuchaba divertida, mientras su marido se desplazaba por el patio mostrándole distintas posiciones de combate, emocionada porque Rob se preocupara tanto por ella. La idea de poder defenderse con éxito de un hombre que quisiera hacerle daño le parecía absurda, pero el hecho de que Rob lo creyera posible le resultaba enternecedora, y que le enseñara a hacerlo más todavía.
—Ahora ven. Te mostraré Hawthornden. Debes conocer bien tu territorio. Nos quedaremos aquí hasta que esté seguro de que no correremos peligro en Lestalric, a menos que Hugo regrese inesperadamente y nos veamos obligados a mudarnos…
—¿Por qué obligados? —le preguntó ella—. ¿Crees que Hugo nos echaría?
Sir Robert rio, enternecido por la ingenuidad de Adela.
—Lo que quise decir, milady, es que deseo tener más intimidad con mi bella esposa de la que dispondremos si él regresa. Además, debo atender los asuntos de Lestalric. Pero me siento tentado de dejar que el administrador de Henry se ocupe de mis asuntos allí, mientras yo tengo tiempo aquí para conocer cada vez mejor a mi mujer.
—¿Y qué sucederá con lady Ellen?
Su sonrisa desapareció.
—¿Qué quieres decir?
—¿Acaso no tiene derecho a vivir en Lestalric, como yo tenía derecho a vivir en Loch Alsh con el hijo de Ardelve? Lady Ellen no oculta el interés que tiene en ti. Quizá no quiera irse del castillo. Después de todo, ha sido su hogar durante muchos años.
—Sí, pero está con su madre ahora. Además, cuando descubra que me he casado, buscará a otro hombre cuanto antes.
—¿Lo hará?
—No esperará mucho para casarse otra vez —insistió—. Tu amigo De Gredin parecía interesado en ella. Ahora, vamos, querida, te daré tu regalo de boda.
La joven se volvió y vio a Archie Tayt que se dirigía hacia ellos cargando con un pequeño bulto de tela.
—¿Eso es lo que te pedí? —le preguntó Rob.
—Sí, sir —le respondió Archie.
—Bien, arrójamelo y quédate un minuto dónde estás.
Sir Robert le lanzó una mirada cómplice a Adela e hizo un gesto para que practicara las lecciones de combate con el desprevenido sirviente. Obediente, la joven le preguntó al criado:
—¿Tú crees que las mujeres son débiles, Archie? —inquirió con gentileza.
—Dios así lo dispuso, milady, porque…
Sus palabras terminaron en un grito agudo, pues Adela le dio un buen golpe en la quijada.
—Ahí lo tienes, milord, espero que estés satisfecho.
Rob se echó a reír con tantas ganas que se dobló en dos, con las manos sobre las rodillas.
Cada vez más enojada, Adela caminó en dirección a su esposo. Él levantó la mirada, riendo, casi sin aliento, le corrían lágrimas de risa por las mejillas. Sin dejar de caminar, lo empujó de los hombros lo más fuerte que pudo. Rob dejó caer el bulto y trató de aferrarla, pero ella lo eludió y él cayó de espaldas sobre las piedras cubiertas de polvo.
—Eso es por hacer de Archie el chivo expiatorio de tu estúpido juego —bramó furiosa—. Deberías avergonzarte de aprovecharte de él de esa forma tan cruel.
Una mano grande pero suave sobre su hombro le hizo desviar la mirada y ver que Archie se inclinaba sobre ella, y parecía sentirse más incómodo que nunca.
—Por favor, milady —le dijo, mientras le echaba un vistazo preocupado a Rob—. No os enojéis con él por defenderme a mí.
Rob ya estaba de pie con el pequeño bulto que había dejado caer en su mano izquierda.
—Apártate de mi mujer, Archie —le ordenó.
Adela dio un paso hacia atrás, de inmediato, notando la expresión enfurecida de su esposo.
—No me toques —le advirtió bruscamente.
—Demasiado tarde para eso —le envolvió la cintura con su brazo derecho y la levantó del suelo—. Archie, diles a esos muchachos que dejen de reírse y que vuelvan a ocuparse de sus tareas.
El sirviente asintió y huyó despavorido.
Lestalric llevó a su mujer en volandas hasta los escalones de la entrada principal del castillo. Uno de los hombres tuvo la presencia de ánimo de adelantarse corriendo y abrirles la puerta. Rob entró y se detuvo en el rellano, pateando la puerta tras de sí para cerrarla antes de dejarla de nuevo de pie en el suelo.
—Vamos —le ordenó de manera cortante.
—¿Qué vas a hacer? Sólo he hecho lo que tú…
Él la estaba desnudando con la mirada.
—Ven aquí —le pidió, con la voz muy ronca.
—Pensé que estabas furioso —vaciló.
—Shhh —con un rápido movimiento, la tomó de la cintura hasta apretarla contra su virilidad ya inflamada. Devoró la boca carnosa con su lengua mientras desataba las cintas rojas de su vestido.
Unos minutos más tarde, ambos yacían desnudos en la cama, estremeciéndose, gozando de una pasión celestial.
—Ah, milady, eres tan sensual, me excitas como ninguna otra mujer lo ha hecho jamás —murmuró, colocándose encima de ella. Acarició su entrepierna para encender de nuevo el fuego.
—No estoy haciendo nada —le dijo ella, arqueándose contra él—. Tú…
Gritó cuando sus dedos la penetraron, gimió cuando la abandonaron y se quedó sin aliento cuando en el lugar de ellos, Rob entró profundamente en ella.
Unos golpes en la puerta los dejaron sorprendidos a ambos. Rob murmuró una maldición que la hizo palidecer a Adela y luego gritó:
—¡¿Qué demonios quieres?!
—Os ruego que me disculpéis, sir, pero el príncipe Henry de Orkney está abajo y pide que lo recibáis de inmediato. Ha habido un asesinato.
—¡Por Dios! —exclamó Adela—. ¿Qué puede haber sucedido ahora?
Muy malhumorado, Rob farfulló:
—¿A ninguno de vosotros, sabandijas descerebradas, se le ha ocurrido decirle a Orkney que estaba ocupado con mi esposa?
—Pero, sir…
—¡Fuera! —aulló Rob.
Con las mejillas ardiendo, Adela protestó:
—¡No podemos dejarlo esperando mientras nosotros estamos aquí!
—Claro que podemos —masculló Rob, retomando lo que habían interrumpido.
—Pero ¿y si en realidad han asesinado a alguien?
Rob puso sus labios sobre los de ella para hacerla callar. Jugueteó con el pezón mientras exploraba su boca. Su miembro palpitante ansiaba explorar el voluptuoso cuerpo de Adela. La deseaba más que nunca.
Ella le respondió, arañando su espalda, arqueándose para ir a su encuentro cuando él se hundiera en ella. Lestalric se movió despacio, luego más rápido, hasta que el frenesí de la pasión lo envolvió por completo. Ya estaba cerca, casi, casi…
—¡Robert! ¡Maldición, hombre, no es momento para retozar! ¡Debo hablar contigo!
Gruñendo, Rob se dejó caer encima de su esposa.
—Por todos los diablos —maldijo—. Si alguien no está muerto, Henry pronto lo va a estar.