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Mi teléfono sonó justo cuando devoraba la última tortita de una montaña que Nicholas me había preparado después de que consiguiéramos levantarnos del suelo del salón. No me venía mal una buena dosis de carbohidratos después de toda la energía que había consumido practicando sexo durante los últimos días.

Al ver el número de Joanne fruncí el ceño preocupada. No era del todo extraño que me llamase durante el fin de semana para charlar, pero desde luego no era lo habitual, y noté que se me aceleraba el corazón mientras me preguntaba en qué estado se encontraría.

—Hola, Jo-Jo —respondí en el tono más tranquilizador posible.

Nicholas me miró desde el otro lado de la cocina, tan preocupado como yo al saber quién llamaba.

—¡Ven a verme hoy, Becs! —me soltó a bocajarro sin molestarse en saludar.

Ay, Dios, parecía agitada, sobreexcitada incluso, y cerré los ojos para alejar de mí el sentimiento de culpa que me embargaba cada vez que la oía tan angustiada.

—Vale, cielo, voy a verte —le contesté en un tono que esperaba que la tranquilizara—. Como algo y salgo hacia ahí en veinte minutos, ¿te parece bien?

Pese a que era fin de semana confié en que la jefa de enfermeras, la señora Samson, estuviera de servicio para que pudiéramos hablar de lo que fuera que había alterado tanto a Joanne esa vez.

—¡Genial! ¡Y tráetelo, Becs, te lo tienes que traer! —casi me chilló al teléfono, dejándome perpleja.

¿Que llevara a quién? Papá aún no tenía que visitarla, sobre todo porque mamá acababa de ir a verla, el día de su cumpleaños.

—Eh… ¿a quién? —pregunté confundida.

—¡A Nicholas Jackson, por supuesto! —exclamó Joanne, y me pareció que sonreía. Uau, sonreía. No recordaba la última vez que Jo había hecho eso por voluntad propia.

Pero ¿cómo demonios se había enterado de lo de Nicholas?

Me dio una respuesta antes de que pudiera preguntarle.

—He estado viendo las noticias de la televisión local en la sala común y han puesto unas imágenes del acto benéfico de anoche para ese hogar infantil que está por aquí cerca. Se ha recaudado una cantidad récord que ha impedido el cierre del centro —me dijo chascando la lengua, nerviosa, como si yo tuviera que saberlo ya—. El caso es que ¡os he visto a Nicholas Jackson y a ti achuchándoos en la alfombra roja! ¡Nicholas Jackson! —repitió chillando todavía más, y tuve que alejarme el teléfono de la oreja—. No me lo puedo creer, Becs. Me encanta su música y ¡no me puedo creer que no me lo hayas contado! ¡Quiero conocerlo!

Ostras, hablaba tan deprisa que me costaba seguirla, pero creo que capté la esencia de sus palabras: yo era la causa de su agitación, bueno, mejor dicho, mi relación con Nicholas. Lo asombroso era que me pidiese abiertamente que se lo presentara. Eso no había sucedido nunca. Desde la violación y los problemas derivados de esta, podría decirse que mi hermana aborrecía a los hombres, a todos en general. La única visita masculina que aceptaba era la de papá. Cuando a los otros pacientes de la residencia los visitaba algún hombre ella solía esconderse en su cuarto.

—Mmm… Vale, le preguntaré si está disponible —dije mirando a Nicholas y encogiéndome de hombros confundida.

Llegamos a Oak House media hora después de haber recibido la llamada de Joanne. Me había sorprendido un poco que Nicholas accediera gustoso a acompañarme. Quizá tuviera que dejar de subestimar lo mucho que había progresado emocionalmente en los meses que llevábamos juntos y empezar a apreciar la extraordinaria persona que era en realidad. El extraordinario prometido que era, me corregí con una sonrisa, y volví a mirarme el resplandeciente anillo.

Apenas llevábamos un par de minutos en el cuarto de Joanne cuando apareció la señora Samson y preguntó si podía hablar conmigo en privado unos minutos para ponerme al día de la nueva medicación de mi hermana. Yo ya le había comentado a Nicholas lo insegura que se sentía Jo con los hombres, así que se levantó para salir del cuarto conmigo, pero, para sorpresa de los dos, Joanne saltó de la cama y prácticamente le suplicó que se quedase a charlar con ella. Encogiéndose de hombros, Nicholas volvió a sentarse mientras yo seguía a la señora Samson.

Por espantoso que suene, sentí una punzada de celos cuando salí de la habitación y dejé a Joanne tonteando con Nicholas como un cachorrillo. Fue casi como cuando estábamos en la universidad e intentaba demostrarme que ella era mucho más guapa coqueteando con algún chico que sabía que me gustaba. Salvo que esto era completamente distinto, por supuesto, me reprendí. Ahora no estaba coqueteando, apenas tenía capacidad para eso. En todo caso, era como una niña emocionada por conocer a su ídolo y, mientras me alejaba en dirección al cuarto de enfermeras, me sentí como una completa y absoluta bruja por pensar aquellas cosas tan horribles.

Cuando volví al cuarto de Joanne cinco minutos más tarde sonreí al ver lo feliz que estaba, sentada en la cama y sosteniendo uno de los CD que le habíamos llevado, uno de Nicholas. Cuando le conté que Jo me había dicho que era su fan, él había cogido unas cuantas copias de su estudio para ella, algo que me pareció todo un detalle.

Entré y cerré la puerta. La saludé apenas con la mano y, en cuestión de segundos, mi hermana sobreexcitada había saltado de la cama y se me había tirado encima, abalanzándose sobre mí y toqueteándome desesperadamente las manos. Al final me cogió la mano izquierda, miro boquiabierta el resplandeciente anillo de compromiso e inició un enfático monólogo que no fui capaz de seguir. Aquel era uno de los efectos secundarios de los daños cerebrales que había sufrido: no era capaz de controlar sus pensamientos lo suficiente para regular el ritmo de la conversación.

A su espalda, Nicholas parecía algo perplejo ante tan acelerado discurso, pero yo sabía por experiencia que se le pasaría en uno o dos segundos. Y así fue. Al poco se calmó y consiguió hablar a una velocidad comprensible, aunque, de todos modos, me disparó varias preguntas del tirón.

—¡Qué emoción! ¿Estás prometida? ¡Uau! ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? ¿Lo saben mamá y papá? ¿Cuándo os casáis?

Antes de que me diera tiempo a contestar a una sola, Joanne se acercó y me susurró al oído:

—Es muy agradable, Becs. Tienes mi aprobación.

Por un instante fue casi como si hubiera vuelto a ser normal, y aquel momento agridulce me llenó los ojos de lágrimas. La abracé, estrechándola contra mi pecho, quizá más fuerte de lo necesario, hasta que conseguí controlar mis emociones y pude sentarme con ella a ponerla al día delante de una tetera.