17

Habían pasado dos semanas desde nuestra reconciliación y debía reconocer que Nicholas era un hombre nuevo. Su lado protector y ligeramente dominante seguía ahí y, aunque se esforzaba por suavizarlo en sus sesiones semanales con el doctor Phillips, yo sospechaba que ese rasgo siempre formaría parte de su personalidad. Claro que eran algunos elementos de esa forma de ser de Nicholas los que me atraían de él, así que, mientras pudiera controlar sus cambios de humor, por mí lo demás podía seguir igual.

Después de las relaciones insulsas que había vivido en el pasado, me abrumaba lo mucho que Nicholas parecía quererme, y me parecía increíble también que, por una vez, yo sintiera lo mismo. Jamás me habían cortejado de ese modo y estaba disfrutando de cada minuto.

Las cosas entre nosotros habían vuelto a ser en esencia como antes de que lo dejara. Nuestra conexión continuaba igual de intensa; era como si estuviéramos vinculados en algún nivel primario: el sexo era frecuente, íntimo, tierno y siempre espectacular, y de nuevo descubrí que prácticamente estaba viviendo en su casa.

Me asomé a la sala de música y me encontré a Nicholas absorto interpretando una hermosa pieza, y no pude evitar maravillarme una vez más de su talento. Dios, qué sexy estaba cuando tocaba el piano. En realidad estaba sexy casi todo el tiempo, me dije, poniendo los ojos en blanco. Lo mío no tenía remedio.

Como no quería molestarle me quedé en el quicio contemplándolo. Cuando terminó me acerqué despacio a él, sonriente, y para mi sorpresa me subió de inmediato a su regazo con una cara que ya conocía bien: la de «te voy a besar».

Por desgracia, antes de que llegara siquiera a posar sus labios en los míos, llamaron a la puerta y apareció el señor Burrett.

—Nathan desea verle, señor.

—Que pase —dijo Nicholas, y me miró con extrañeza al ver que me tensaba entre sus brazos y me agarraba con fuerza a su camisa.

Ay, Dios, el infame hermano mayor. Aún no había conocido a Nathan en persona, pero ya sabía tanto de él y de sus problemas —por no hablar de sus preferencias sexuales, aún más retorcidas que las de Nicholas, desde luego— que no sabía que esperar.

Lo que por descontado no esperaba era al pedazo de hombre que entró en la habitación dos segundos más tarde. Uau, qué atractivo era, casi una réplica exacta de Nicholas. Alto, de espaldas anchas y muy parecido de cara, casi tan guapo como él pero con más arrugas de tensión en la frente, y rubio, con el pelo peinado hacia atrás en vez de los rizos oscuros y rebeldes de su hermano.

Vaya… Me costaba creer que fuera la clase de tío que encadenaba a las mujeres para tenerlas a su entera disposición. Más bien se asemejaba a uno de esos hombretones que se presentan a una audición para un papel estrella en un taquillazo de Hollywood. Claro que tampoco yo había pensado que Nicholas fuera de los que azotaban… Y qué equivocada había estado, pensé, sintiendo una punzada de dolor al recordar aquel día, que enterré de inmediato. «Deja el pasado donde está», me dije con firmeza.

Muerta de vergüenza de que nos hubiera sorprendido en una postura tan íntima me esforcé por levantarme del regazo de Nicholas. Sin embargo, en lugar de ayudarme me asió con más fuerza, como si presintiera que estaba incómoda y quisiera tenerme cerca.

—Nicholas, ¿interrumpo algo? Puedo volver más tarde —dijo Nathan con frialdad, clavando en mí sus ojos de un azul glacial de una forma desconcertante, examinando con descaro a la mujer que se hallaba en ese momento en el regazo de su hermano.

Por fin Nicholas se puso de pie, me colocó a su lado y, protector, me rodeó la cintura con un brazo, algo que encontré bastante agradable, dado lo nerviosa que me había puesto de repente.

—En absoluto. Me alegro de verte, Nathan. —Nicholas nos miró a los dos y sonrió—. Nathan, esta es Rebecca —dijo mientras me acariciaba el brazo, y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo—. Rebecca, este es mi hermano, Nathan.

—Hola, encantada de conocerte, Nathan —dije con entusiasmo y luciendo mi mejor sonrisa, aunque no estoy del todo segura de que el tono de mi voz hiciera justicia a mis palabras y sí convencida de que mi sonrisa resultó forzada y falsa.

—Lo mismo digo —fue la respuesta de Nathan.

Qué situación tan violenta. Aquel hombre sabía que su hermano me había pegado con una fusta hasta hacerme sangrar hacía un mes, y me ruboricé al pensar de cuántas otras cosas habrían hablado los dos. Estremecida por la idea de que conociera mis secretos más íntimos, sentí de pronto el deseo de escabullirme.

—Creo que me voy a tomar un té. ¿Os apetece algo? —pregunté en un tono asombrosamente sereno.

—Café, por favor… Ya sabes cómo lo tomo —me dijo Nicholas con una sonrisa de complicidad e hizo que esas sencillas palabras significaran mucho más.

Me dejó marchar a regañadientes, pero antes me dio un beso suave en la cabeza.

—Café para mí también, solo, sin azúcar —contestó Nathan con sequedad y cierta crispación en la voz. Claro que yo acababa de conocerlo, así que no debía juzgarlo. Tal vez siempre sonara así.

Después de unos minutos a solas en la cocina empecé a relajarme de nuevo. Quizá fuera preferible que hubiera conocido ya a Nathan. A fin de cuentas, era el hermano de Nicholas y probablemente lo vería con frecuencia en el futuro. Sin embargo, como Nicholas había roto conmigo después de una discusión con su hermano, no podía evitar preocuparme por la conversación que pudieran estar teniendo arriba en ese instante.

Saqué la caja de bolsitas de té del armario y el sobresalto de una tos suave a mi espalda hizo que se me cayeran. Al volverme vi a Nathan, que me miraba con expresión divertida. Dios, tenía casi la misma cara de arrogante suficiencia que a veces ponía su puñetero hermano.

—Hola, Rebecca —dijo con voz calmada, pero empecé a temblar de vergüenza al ver las bolsitas de té desparramadas a mis pies. Qué idiota era.

Me agaché para recoger la caja e hice un ademán con la cabeza.

—Hola —conseguí decir estrujando las bolsitas de té con la mano mientras las recogía temblorosa.

—No tienes motivo para estar nerviosa —me soltó, ¡qué considerado!, pero su comentario no hizo más que despertar mi lado tozudo.

—No estoy nerviosa —repliqué, tratando de aparentar que así era, pero me pregunté por qué sentía la necesidad de mentir si era evidente que estaba inquieta en su presencia.

¿Quién no lo estaría? Era enorme y sus ojos debían de ser de los más intensos que había visto jamás, y eso era mucho decir teniendo en cuenta que salía con Nicholas «Nomedesafíes» Jackson.

—Estupendo —respondió en voz baja, por complacerme—. Solo quería disculparme por el mal consejo que le di a Nicholas cuando le dije que te dejara —señaló con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones de pinzas.

Oh, una disculpa, ¡uau! Eso sí que no me lo esperaba y me dejó cortada. Como no sabía bien qué responder, me limité a encogerme de hombros con toda la naturalidad de que fui capaz.

—Vale. Disculpa aceptada.

—Es evidente que eres buena para él —afirmó al tiempo que me miraba con los ojos entrecerrados.

Procuré que no me incomodara el exhaustivo repaso que me estaba dando.

Justo entonces vi a Nicholas apoyado en el umbral de la puerta de la cocina con una sonrisa en los labios y la vista fija en mí. Solo de mirarlo me ardió la piel y noté que las mejillas se me sonrojaban. Jamás me cansaría de que me contemplara así.

—Vengo a comprobar que todo va bien por aquí —observó con sequedad, luego entró en la cocina y deslizó un brazo protector por mi cintura.

Tuve la sensación de que me reivindicaba delante de su hermano, y me pareció un poco raro. De hecho, no podía haber sido más obvio salvo que me hubiera orinado encima para marcar su territorio. Fuera como fuese, con lo que me inquietaba Nathan, lo cierto es que sus caricias me resultaron tranquilizadoras, así que me recosté sobre él y me dejé reconfortar.

—Todo bien, no te preocupes —le aseguré con una sonrisa.

—Quizá os apetezca venir a los dos a cenar a mi casa mañana para que podamos ponernos al día como es debido —sugirió Nathan para horror mío—. ¿Qué os parece a las siete?

—Suena bien —contestó Nicholas asintiendo con la cabeza, pero a mí me dio un vuelco el estómago.

Ni siquiera había conseguido tomarme un café con Nathan sin ponerme en ridículo. A saber la de estupideces que podría hacer o decir durante toda una velada con él. Apreté los dientes y forcé una sonrisa. Nicholas me debía una por aquello, y bien grande.