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ROBAR una matrícula es poca cosa. No sé cuánto podría caerte por eso, pero no puede ser mucho, si no está relacionado con otro delito. Como mucho, el cargo puede ser de vandalismo.
Pero robar una matrícula estando en libertad condicional te puede cagar la vida. Por eso esperé a que fueran las dos de la mañana para ir al descampado de Cruz de Piedra donde había visto el Fiat abandonado. Debía de llevar aparcado allí por lo menos un par de meses, puede que más, a juzgar por la cantidad de mugre que cubría la carrocería y los cristales.
A esa hora, por la carretera pasaban pocos coches. El único signo de vida eran cuatro o cinco pibes y un gato. Los pibes estaban allá abajo, en el polígono, sentados en la acera y hablando. El gato estaba un par de coches más allá, debajo de un furgón, mirándome con indiferencia.
Comprobé que la matrícula era lo suficientemente antigua como para pertenecer a la Trans y me puse manos a la obra. No tardé ni cinco minutos en quitar la placa delantera. La trasera me dio algo más de trabajo, porque uno de los tornillos estaba muy oxidado, pero, en total, no tardé más de un cuarto de hora.
Mientras volvía a La Puntilla combatía el sueño repitiéndome una y otra vez, como si fuera un mantra: «Ya falta menos. Ya falta menos».
Dormí unas tres horas y media. Por la mañana, sin embargo, estaba fresco como una lechuga y hoy he trabajado a destajo. Pero ahora son las cuatro de la tarde y estoy hecho polvo. No sé si acostarme, porque puede que eso me impida dormir esta noche. Quizá lo mejor sea ponerme el bañador y bajar un rato a la playa. Sí, puede que haga eso. Me vendrá bien un chapuzón y hacer un poco la fotosíntesis en la arena.
Haga lo que haga, sin embargo, creo que voy a seguir repitiéndome lo mismo: que ya falta menos, que será ya solo dentro de tres días, el sábado por la noche.