Alto y claro, en vivo y en directo

Una expresión muy corriente del barroquismo en el lenguaje coloquial —y también en el culto— es el recurso a dos palabras que se unen por la copulativa “y”. Normalmente bastaría con una de ellas o con otra diferente que subsumiera a ambas. Pero eso sería abjurar de la índole barroca del discurso. Esas reduplicaciones copulativas son expresiones muy populares que sirven para dar énfasis a lo que se dice. Hay aquí una deliciosa ambigüedad. La “y” copulativa puede cumplir efectivamente esa función de reconocer la semejanza entre dos términos, pero también puede indicar que une dos dispares. Veamos algunos ejemplos de ambas funciones. Primero, las reduplicaciones propiamente copulativas, todas ellas muy populares:

De su puño y letra (= manuscrito).

Todos y cada uno (= todos).

Como coser y cantar (= fácil).

Puro y duro (= en sentido estricto).

Única y exclusivamente (= solo).

Con uñas y dientes (= con fiereza, determinación).

Al fin y a la postre (= finalmente).

En vivo y en directo (= en directo, no grabado).

Contante y sonante (= dinero en metálico).

A imagen y semejanza (= semejante).

Dimes y diretes (= habladurías).

Deprisa y corriendo (= deprisa).

Corriente y moliente (= común, ordinario).

De tomo y lomo (= de consideración).

Alto y claro (= enfático).

De modo y manera (= de manera).

Para dar y tomar (= en abundancia).

Vagos y maleantes (= delincuentes).

En tiempo y forma (= legalmente).

Pese a quien pese y caiga quien caiga (= inexorablemente).

Lisa y llanamente (= sencillamente).

Vivito y coleando (= con vitalidad).

Primero y principal (= primero).

(Hablando) mal y pronto (= de forma abrupta, sin rodeos).

De mírame y no me toques (= sumamente delicado).

Acoso y derribo (= persecución).

A lo largo y a lo ancho (= en toda la extensión).

Largo y tendido (= extensamente).

Lo cierto y verdad (= ciertamente).

Honesto y honrado (= moral).

Retos y desafíos (= emulación).

Total y absoluto (= completo).

De rompe y rasga (= resuelto).

Raudo y veloz (= con diligencia).

Hecho y derecho (= maduro).

Genio y figura (= carácter).

Como queda dicho, hay otras reduplicaciones con la “y” que tienen más bien una función adversativa o de contrastar dos elementos contrarios. Ejemplos:

Propios y extraños (= todos).

Nada más y nada menos (= enfático).

Grandeza y miseria (= vicisitudes).

Moros y cristianos (= judías pintas con arroz, un revoltijo).

Luces y sombras (= reparos).

Pequeñas y medianas empresas (= empresas modestas).

Cara y cruz (= las dos opciones).

Las reduplicaciones vistas —y más que se podrían aportar— contribuyen a dar al lenguaje un cierto colorido muy del gusto barroco. Al ser expresiones automáticas permiten tejer el discurso sin tener que pensar mucho. Entre paréntesis he puesto la significación más concisa, pero resulta mucho menos expresiva. El laconismo no es virtud que se premie en la vida de relación de los españoles.

Una virtud de las reduplicaciones es que con ellas se hace el discurso más florido. Es lo que interesa especialmente en el lenguaje de los hombres públicos, de modo especial los políticos. En el capítulo 5 me voy a referir con detalle al politiqués, del cual he avanzado ya algunas muestras. Una de las técnicas de ese dialecto es la de utilizar a placer el enlace de la “y”. Un ejemplo. Al tiempo en que esto se redactaba, el presidente de una comunidad autónoma proclamó un decálogo para exponer los principios que habían de regir la llamada “financiación autonómica”. La técnica es muy sencilla. Consiste en enunciar principios con los que todo el mundo va a estar de acuerdo porque nada significan: solidaridad, colaboración, etc. Pero lo más interesante es que algunos de esos principios se enuncian con la fórmula de las reduplicaciones copulativas. Veamos: sistema claro y transparente, criterios justos y equitativos, reglas ecuánimes y actualizadas, políticas de austeridad y cumplimiento del déficit. Se colige perfectamente que de ese modo el documento no va a encontrar muchos reparos.

El ascendiente de la “y” es tal que, en los programas informativos de la radio o la tele, muchas noticias se cuentan con una “y” por delante. Ese recurso no significa que esa noticia se enlace con la anterior. Se hace esa filigrana para adornar el parlamento. O se hace simplemente por inercia. He comprobado muchas veces que esa “y” no suele estar en el texto que lee el presentador. Luego la añade de su cosecha. Nadie me ha sabido decir por qué.

No es que haya que desterrar la “y”, por muy exótica que parezca. El castellano ha alcanzado cotas sublimes con ese recurso, combinado sabiamente, incluso, con otro vicio del lenguaje, que es el uso del gerundio. Véase el consejo de San Juan de la Cruz: “Y adonde no hay amor, ponga amor y sacará amor”. O su famoso cántico: “Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura; / y, yéndolos mirando, / con solo su figura, / vestidos los dexó de hermosura”.

La lista de reduplicaciones copulativas no se imprime para vilipendiarla. Antes bien, la gracia está en copular con acierto las palabras que merecen esa unión. Pero sea todo con mesura. La reiteración es lo que fatiga y más aún el dejar caer esas parejas de vocablos por rutina, a troche y moche. Ahí tenemos otra, a troche y moche, de trocear y mochar (= cortar). Es una operación nada fina en las labores de los que podan los árboles o parten leña. A propósito, nada más racional que hacer leña del árbol caído, por lo que esa metáfora que indica crueldad no parece muy feliz. La rima fácil de a troche y moche sirve para dar fuerza a la acción, para recordar mejor la frase hecha. Quien ha partido leña de la poda sabrá lo que digo; y si no, que se lo imagine. Siempre puede sustituir esa pareja por otra de la misma índole: a tontas y a locas. Se cuenta que Jacinto Benavente, invitado a dar una charla en una asociación cultural femenina, empezó así su disertación: “No he venido a hablar aquí a tontas y a locas”. El lector de este libro ya se habrá percatado de que en el título campea una frase hecha, hablando mal y pronto, solo que la he descoyuntado. Es lo mejor que se puede hacer con algunas frases hechas, incluso con refranes: darles la vuelta como a la tortilla.