Una noche nos fuimos Miguel, Celeste, Matilde y yo a ver el show que Diossa y Malyzzia hacían en el XXX Café. Poco sabía yo que una frase de su show iba a desatar un debate apasionado en nuestras vidas gays y que a la larga iba a ser el punto de partida para un capítulo de este libro que entonces ni existía en mi imaginación.

En medio de uno de sus monólogos, Diossa se quejaba de lo fea que era la gente y decía algo así como: «Antes te tirabas a una fea horrorosa de la muerte y te lo callabas. Ahora dices: ¡Me he tirado a un oso!, y te quedas tan ancha».

Efectivamente, este capítulo trata de los osos y de otras tribus urbanas gays. Para aquellos heterosexuales que en este momento estén aterrorizados pensando que esta historia trata de sexo con animales… que se tranquilicen, que todo llegará. O no. Como dice Rajoy, que es un político que a mí me da mucha curiosidad. Este capítulo habla de las nuevas tribus urbanas gays. Y la que más destaca sobre todas es la de los osos.

Aún no tengo yo muy claro qué es un oso exactamente. Lo que parece ser fundamental es que el individuo en cuestión sea peludo. Con eso, ya se es un oso. Pero a mí no me parecen las cosas tan fáciles, es un concepto demasiado amplio como para referirse a un gueto, a una tribu. Generalmente, las tribus urbanas son fáciles de distinguir a mil kilómetros. Tú a un heavy o a un siniestro los ves venir ya de lejos, y como van maqueados de arriba abajo con su uniforme, pues es fácil ubicarlos.

Una noche, en una cena multitudinaria en casa del dueño de un gimnasio gay (cómo no), salió la conversación, y como la sala estaba dividida entre mujeres (genéticas), musculocas, porreros hippies y marimodernos varios pues la cosa se animó mucho. Aparte de toda esta fauna, había un chico de Burgos que se llamaba Gustavo, que era oso y que hasta había ganado un premio de belleza osuna. A mí me parecía simplemente que era gordo y muy simpático, pero él insistía en ser oso. Y vaya si lo era.

—Pues a mí me parecéis un grupo de feas que como no os coméis un rosco en el Cool, os habéis abierto un par de bares entre vosotros para así sentiros menos despreciados —dijo Julito, una marimoderna que estaba siempre a la última y que trabajaba de buscador de tendencias para una revista de esas maravillosas que nadie lee.

—Mira, eso que dices es un error garrafal —comenzó Gustavo el oso—, desde siempre la gente tiende a agruparse en sitios que les hacen la vida más cómoda y donde son comprendidos. El mundo oso simplemente escapa de esa estética de gimnasio tan implantada desde Estados Unidos y que en realidad no sirve para nada.

—Hombre, bonito —intervino Miguel—, entre otras cosas digo yo que servirá para tener un buen sistema cardiovascular y que no te dé un infarto a los 40 mientras estás intentando buscarle la polla a tu novio entre los michelines.

La cosa se ponía jodida, pero como Gustavo el oso sabía que tenía una audiencia, se puso a explicarnos las diferentes categorías de osos, para que nos diéramos cuenta de que ellos eran un mundo aparte. Y yo, que voy con una libretita y un boli a todos lados, lo apunté todo, todito, todo (al menos lo que dijo Gustavo el oso), y estas son las categorías en el mundo osuno:

• OSO se le llama a un hombre barbudo en la cara y velludo en el cuerpo. Su complexión puede variar, pero generalmente son fornidos y de huesos anchos. Un oso también es un hombre maduro. Nada por debajo de los 30 es un oso en condiciones. Por supuestísimo que lo suyo es la belleza natural, detestan la ropa de marca y huyen de las cremas depilatorias como alma que lleva el diablo. Su lema es «Donde hay pelo, hay alegría». Un ejemplo de oso podría ser desde Chanquete a Constantino Romero, pasando por Don Johnson, que está hecho una foca últimamente.

• CHUB o CHUBBY es lo que se llama vulgarmente «una loca gorda». Es decir, un hombre obeso. Y a este no se le pide que tenga barba, bigote y pelo hasta en las entretelas. Se puede ser chubby sin ser peludo. Un prototipo de esto puede ser Iñigo de Gran Hermano (aquel que se comía los mocos y se echaba pedos).

• Un CACHORRO es un futuro oso, es decir, un niñato gordo y peludo que aún no se ha convertido en un hombre hecho y derecho. Eso sí, obligatoriamente tiene que ser peludo en un futuro cercano. El Piraña de Verano Azul es lo primero que me viene a la cabeza en el mundo del cachorrerío.

• CHASER es alguien que se vuelve loco por los osos, sean del tipo que sean. En inglés quiere decir cazador y se dedica a eso, a ir de caza a bares de osos y saunas de osos (esta tribu tampoco se reúne en bibliotecas municipales precisamente). Un chaser no tiene por qué ser peludo ni gordo ni nada de eso; cualquiera puede ser un chaser. Cualquiera con el suficiente estómago, quiero decir.

• MUSCLE BEAR: Esto es el típico leñador de las películas porno que nos pone enfermos y hace que las bragas se nos caigan en cero coma tres segundos. Es súper musculoso, súper viril y tiene una voz profunda. Y con solo mirarte, ya sabes que te va a poner el culo que no te vas a sentar en un mes.

• DADDY O PAPÁ OSO. Este no tiene nada que ver con el cuento de los tres ositos. Este es un señor mayor gordo y peludo al que le van los niñatos jóvenes, gordos y peludos. Se me ocurren unos trescientos ejemplos de Papás Osos, pero por miedo a las querellas, como que prefiero no nombrarlos.

• UNA NUTRIA O UN DELFÍN es como se llama en el ambiente oso a un maricón flaco y lleno de pelo. Un oso anoréxico. Vamos, una puta tragedia, para qué nos vamos a engañar.

• UN LOBO. Mamá que me come el lobo: pues de eso también hay en el ambiente ursino. Un lobo en realidad es un mediocre, porque es un tipo peludo que no es ni gordo ni flaco, ni alto ni bajo, ni nada de nada. Un lobo es el noventa por ciento de la población masculina española.

• EL OSO POLAR. Un señor con un pie en la barra del bar y otro en la tumba. Son personas osas de una avanzadísima edad (a no ser que sean albinos) y que tienen todo el pelo blanco. A mí estos me dan una ternura tremenda; no tengo ni idea de por qué, pero me encantan. Si alguna vez me hiciera cazador de osos, yo iría a por estos. Supongo que debe ser el parecido con Papá Noel.

Y así estaban las cosas. Yo la verdad es que me hallaba un poco sobrecogido con la especialización existente en semejante grupo, pero Miguel tenía una opinión muy distinta sobre el tema.

—Los osos son un cuadro espantoso de ver —decía furioso—, son y serán los responsables de la fragmentación de la cultura gay y se están convirtiendo en un lobby peligroso.

—Hijo, ¿te has tomado una copa de más o qué? —le dije.

—Joder, Ale, es que no tiene sentido. Los maricones hemos sido perseguidos desde siempre por nuestra orientación sexual, siempre estigmatizados, siempre señalados con el dedo, y lo único que nos ha salvado en los últimos años es que se nos ha visto como un grupo enorme, unido y, sobre todo, con capacidad por decidir a quién van a votar en las elecciones…

—No me jodas que vamos a hablar de política.

—Nada que ver Ale, pero yo no veo el ambiente gay tan normalizado como para estar separándose y haciendo pequeños guetos dentro de un gueto que tampoco es tan grande. Que no se te olvide que Vallecas es mucho más grande que Chueca…

—Pero chico, si a ti no te gustan, pues no vayas a sus bares y ya está, que yo tampoco les veo a ellos matándose por bailar en el podium del Cool.

—Sabes que tengo razón —me decía, ya un poco pesadito—, y te lo voy a demostrar. ¿En patología clínica, la obesidad es una enfermedad, no?

—Sí, supongo que sí.

—Entonces, si yo abro un bar de personas con obesidad es como si abriera un bar para diabéticos, hemofílicos o seropositivos, ¿no?

—Hombre, sobre el papel, y si todas las personas que van a ese bar son diagnosticadas de obesidad, pues supongo que sí. —Aquí ya me puse serio.

—Hasta ahí todo bien —prosiguió—. Entonces, si a mí me sale de los huevos abrir un bar para obesos y promover la cultura de la obesidad, también me tendría que parecer bien que dos ex modelos abrieran un garito para anoréxicas (que es la otra cara estética de la obesidad) en el que se mirase mal a todo aquel que pesase más de diez kilos. ¿Qué te parece?

—Me parece —le dije— que estás llevando las cosas un poco lejos, nene.

—Perdona guapo —contestó a la velocidad del rayo—, pero como sabes, estoy haciendo una consultoría para una empresa farmacéutica, y la cantidad de gente que se muere al año por accidentes cardiovasculares es acojonante. Y una gran parte de ellos son obesos.

—Bueno ya, pero…

—Ni peros ni hostias Ale. Que bastante llevamos escuchando todo tipo de insultos desde hace siglos para que ahora vengan trescientas locas y nos conviertan en el hazmerreír.

—Y encima —entró Mario en la conversación— el 90 por ciento de ellos son pasivos y eso es un shock. Porque si tienes una noche mala y te llevas a Grizzly Adams a casa, es para que Grizzly te ponga contra la pared. Joder, tanta camisa de cuadro, tanto pelo, tanto beber cerveza y tanta actitud, y luego son unas señoras que encima tienen voz de pito. Y a todos les encantan Rosana y Chavela Vargas, que no sé qué coño tendrán en común.

—¡Eso es rotundamente incierto! —bramó desde el fondo de la sala Gustavo el oso.

Yo a esas alturas ya estaba descojonado y empezaba a pensar que estos dos debían haber tenido un trauma de pequeños con una señora gorda, porque si no aquello no se entendía. Y del apasionante mundo oso, pasamos de golpe al mundo de las lesbianas, para desmayo de Celeste, que aún estaba traumatizada por aquella comida de coño de su amiga, ahora ex amiga.

—Pues yo antes quería ser de mayor Paris Hilton o Jennifer López, pero me he dado cuenta de que en mi próxima vida quiero ser lesbiana. Definitivamente torti. Bollo Forever.

Esto lo decía Iñaki, un chico de Bilbao graciosísimo que era actor de teatro y hacía monólogos en restaurantes temáticos para ganarse la vida hasta que le descubriera Almodóvar. Y comenzó su discurso:

«Mira, los maricones estamos todo el día intentando parecer divinos. Una lesbiana es pura esencia, pura actitud y nada de artificio. Yo ya estoy hasta los huevos de esto de lo gay. Y encima es que ser gay es una ruina. Vamos por partes. Un gay se supone que tiene mucho gusto y que va siempre estupendo, y para ir de Armani, de Versace (al que Dios tenga en su gloria), o de Dsquared, uno tiene que tener una Visa a prueba de bombas. Una lesbiana es otra historia. Anda que no va ella apañada con esas camisas de cuadros y esos vaqueros que se compra en la sección de moda del Carrefour. Eso ya solo supone un ahorro de un treinta por ciento del sueldo. Una lesbiana sale con las amigas y lo último que hacen es ir a baretos y clubs de diseño, como nosotros. Con lo que nosotros pagamos por una entrada del Cool, ellas se cogen un pedo de cerveza que les dura tres días. Ellas ni saben lo que es un Cosmopolitan, ni les importa. Ellas con su botellín, su chica y una tarde en la bolera o en los futbolines están felices. O sea, que más ahorro. Y el ocio es fundamental. Nosotros nos vamos de vacaciones a Ibiza y pagamos una pasta por unos alquileres indecentes. Sin embargo, la lesbiana es mucho más rural, más como de comunicarse con la naturaleza, más de irse a la casa del pueblo. Por eso todas las lesbianas tienen piso, porque a ellas se la trae floja el último perfume de Gianfranco Ferré, ellas se compran el bote familiar de Varón Dandy y están perfumadas para una década. Y a un precio súper asequible. No se gastan un duro en cremas hidratantes (ellas siguen dándose Old Spice) ni en rayos Uva. A una lesbiana le da igual estar pálida en diciembre, y eso te da una libertad mental que te cagas. Y ya no vamos a hablar del sexo. Porque una lesbiana por supuesto que no va al gimnasio, ni a Pilates ni a nada de eso. Donde iba a parar, por Dios. Las lesbianas son mucho más de enamorarse y de durar muchísimo con la misma pareja, y si alguien se mete en medio, le dan dos hostias y asunto solucionado. Vamos, que lo que os decía, que yo creo que el futuro es de las lesbianas. Yo, en mi próxima vida solo quiero ser lesbiana, porque aparte de la cantidad de estrés que reduces, a los treinta ya tienes un piso en propiedad. Y eso es el futuro chicos…».

A estas alturas, yo empecé a pensar que me habían echando droga en la copa, porque no podía ser cierto lo que estaba escuchando. Y Mario le echó mas leña al fuego. «Ya, entonces ¿qué me dices de las lipstick lesbians?».

Las lipstick lesbians son unas lesbianas ultra femeninas, guapísimas y casi todas directoras o altas ejecutivas de algo, y se supone que se aparean entre ellas y hacen viajes formidables como al norte de África y otros paraísos. Una amiga me dijo que Marrakech era súper lipstick lesbian. Vaya usted a saber por qué.

Y Miguel seguía ladrando en el otro lado de la habitación en contra de los osos, las lesbianas, los siniestros y los marimodernos. Miguel quería una civilización gay como estupenda. Todos guapos, todos sanos y todos de uniforme, y aunque todos le dijimos que era un poquito radical, él seguía erre que erre. Ni Pedro Zerolo ni Maria Patiño (dos grandes oradores de nuestro tiempo) ponían tanto énfasis en sus exposiciones.

La única que lo tenía claro (a pesar de los veinticinco gintonics que llevaba encima) era Celeste.

—Mira —decía—, a mí me vuelve a comer una amiga el coño sin avisar y la mato.

—Pues para mí que eso es un lesbianismo reprimido —le dijo José, un estilista de catálogos de venta por correo.

—Reprimida tengo yo otra cosa que no te voy a decir, pedazo de maricón, para que no agarres el bolso y te vayas a casa llorando.

—Eres una vulgar —le contestó muy ofendido el pobre José.

—Y tú eres una fea disfrazada de moderna. Y te pones esos modelos imposibles, y te haces esos cortes de pelo espantoso, solo para que la gente y tus amigas superfashioncool no se den cuenta de que eres de Alpedrete, porque tú eres de Alpedrete, de Al-pe-dre-te, maricón —le soltó Celeste, y se fue a por otro gintonic… a cuatro patas.

Y aquello ya fue el desastre. El estilista dijo que mejor ser de Alpedrete que borracha de la vida que se hace mariliendre porque ningún hetero la soporta. Y la otra le dijo que ya tenían algo en común, que los padres de José eran heteros y tampoco soportaban al engendro de bujarra que habían criado. Y el otro le suelta que ella es una gogó fracasada y que sus clases de Pilates no sirven para nada. Y la otra se bebió de un trago el gintonic y le estampó el vaso en la cara. Y el mejor amigo de la marimoderna gritaba por la casa que le habían desfigurado a su amigo. Y la marimoderna, con media ceja partida y sangrando como un cerdo, buscando un piercing que había perdido en la batalla. Y Celeste desmayada. Y ahí se acabo la discusión.

Conclusiones:

• Los guetos ni son ni serán nunca buenos.

• El morbo esta en el tío, no en su talla de cintura.

• Los hipopótamos no son sexis y las gambas tampoco.

• Liarte con una lesbiana es mejor que cualquier fondo de inversiones.

• Israel y Palestina se llevan mejor que las mujeres borrachas y los estilistas alpedretenses.

• Que una amiga te coma el coño es una cosa que te marca para toda la vida. Y de mala manera.

• Por fin un puto capítulo donde no se habla de Marta Sánchez.