Miguel estaba como loco de contento porque le habían invitado a subirse a una carroza en su primer Orgullo Gay. Y es que el primer Orgullo Gay es a un maricón lo que la pérdida de la virginidad a una niñata de las jesuitinas. Vamos, un momento crucial que te cagas, porque siempre lo recuerdas, igual que la muerte de Lady Di que, casualidades de la vida, me pilló a cuatro patas frente al televisor. Y con un señor detrás. Porque ni en Santander ni mucho menos en Alcorcón uno podía salir a la calle subido a un camión, sin camiseta y gritar a los cuatro vientos lo contento que estaba de ser maricón.
Quince días le estuve escuchando frases del tipo «¿Me pongo un vaquero y nada más o le doy un rollo exótico y me casco un pareo con un collar de flores?». Como para morirse. Yo estaba igual de emocionado, pero en ningún momento valoraba lo del pareo. No es que sea ancho de caderas, es que no me veo para nada con el rollo hawaiano. Miguel es guapo guapísimo y hasta un vestido de flamenca rollo María del Monte le quedaría bien, pero un servidor es de un físico pelín más rústico y podría terminar pareciendo un pastor ovejero disfrazado de Aramis Fuster.
Y llegó el gran día. Por supuesto que era menos grande de lo que es hoy, vamos, que las masas que nos invaden con los Europrides y sucesivas ediciones aún no asomaban por aquí. Y casi mejor, porque como el producto nacional no hay nada de nada. Y de esto hablábamos un día en un café que se llama Mama Inés. «A mí los americanos me ponen burro, los franceses me dan un asco que te mueres, pero las pollas mas grandes, definitivamente, las tienen los alemanes», sentenció Miguel.
Antonio, que estaba con nosotros (ya se sabe que las musculocas van, al menos, de dos en dos), replicó enérgicamente basándose en su extensa experiencia adquirida en ese templo del saber que es la sauna Paraíso.
«Mira, los americanos lo que son es pasivas armarizadas, porque follan todos como robots, en el fondo están deseando que un latino les someta. Las alemanas tienen todas un rollo como de dildo y de fisting y de arnés y así que a los dos días o te deja cansado o paralítico. Definitivamente, los que mejor follan son los brasileños y los italianos, que las tienen gordas de verdad… digo yo, que de comer tanto salami».
Yo hacía como que seguía leyendo el periódico pero no me perdía detalle, aunque me inclinaba más por la versión de Miguel, que tenía una fobia a los franceses absolutamente justificada, y me explico.
Una noche en Pasapoga, Miguel me comentó a los diez minutos de quitarse la camiseta —o sea, nada mas llegar— que se va a casa con un chulazo, y esta vez tuvo la educación de presentármelo. Jean Jacques (el nombre ya lo decía todo, qué mal agüero por Dios) era una masa de músculos y dientes blanqueados. Y encima era de París, lo que lo hacía aún muchísimo más cool.
Yo me quedé en Pasapoga, donde lo único que conseguí fue un morreo horrible con un brasileño que no hacía honor a su fama, y completamente harto enfilé rumbo a casa por la Gran Vía. Y justo al llegar a Madrid Rock, me sonó el móvil. Y era Miguel.
—Nene, por favor, no sabes lo que me acaba de pasar —me dijo con un tonillo histérico.
—¿Estás bien?
—Tengo la sangre achicharrada… anda, vente, que te invito a un colacao…
—¿Ahora?
—Ahora mismo, porque conociéndote, te va a encantar la historia…
Y yo, que soy más tonto que un zapato, allí que me fui y aún me cuesta no reírme al recordarlo. La primera mala señal fue que, justo antes de entrar en el apartamento, Jean Jacques le comentó que era peluquero (¿y qué quieres, con ese nombre?) y claro, Miguel ya empezó a acordarse del esteticién asesino, pero lo dejó correr. Jean Jacques le había asegurado que era versátil tirando a activo y, según había tocado Miguel en la disco, estaba bien dotado, y Miguel, como absolutamente todo el universo gay (digan lo que digan), era versátil tirando a pasivo. Traducción: pasivo total que de vez en cuando se ve obligado a follarse a alguien que es más pasivo que él.
Jean Jacques llevaba una pequeña mochila y mientras Miguel se duchaba, el peluquero le dijo que se iba a poner cómodo para esperarle. En la ducha (según Miguel cuenta) se le puso como un hierro del siete pensando en la follada salvaje que le iba a pegar el francés. Y al salir de la ducha, la escena que se encontró era como para mear y no echar gota.
En medio de la cama de Miguel estaba Jean Jacques, casi desnudo del todo y con una mirada de estar en celo que tiraba de espaldas. El problema es que al mismo tiempo se había colocado unas medias con liguero, unos tacones y un picardías negro con transparencias. Pero el colmo llegó cuando le dijo a mi pobre Miguel: «Quieggo que mi hombge espagnol me penetge hasta quedagme embagasada con tu leshe…».
Y claro, en ese mismo momento se acabó el romance. Desde entonces hay dos cosas que Miguel no ha podido soportar: lo francés y la lencería femenina. Vamos, que ve un anuncio de La Perla (unas bragas carísimas) en una revista y se pone como una bestia parda.
Pero volvamos al primer Orgullo Gay de Miguel. Llegado el gran día, la rutina fue la siguiente: a primera hora me arrastró literalmente al gimnasio, porque aún podíamos hacer crecer nuestros bíceps un milímetro más para la gran ocasión. Y un milímetro extra, según Miguel y Victoria Beckham, marcan una diferencia abismal. De allí partimos hacia la exótica piscina de Lago, donde 657.635 musculocas tomaban el sol con verdadera ansiedad para, además de estar enormes, tener ese maravilloso tono naranja que se consigue en una piscina urbana. De ahí a ser coronada Lady Melanoma apenas había un paso.
Después de comer se le notaba a Miguel como el niño que se va a la cama sabiendo que cuando despierte, los Reyes Magos le habrán dejado algo. Esa clase de excitación infantil, de risitas, esa inquietud. Y ya con nuestras mejores galas y nuestra amiga Matilde (que una mariliendre te da muchísimo más caché como maricón 10), nos fuimos hacia la calle Pelayo, donde se estaba montando la carroza. Las mejores galas de Miguel eran, exactamente, un vaquero destrozado y diez litros de aceite Johnson repartidos por todo el cuerpo. Si no follaba ese día, desde luego no sería por no estar hidratado.
La sorpresa fue que la carroza era temática y los chulos —Miguel incluido— irían con unas colas de sireno espantosas que había cosido con mucho esmero la madre de la marica organizadora del estilismo carroceril. Así que tocaba ir de sireno. Matilde y yo decidimos ir a pie de carroza y no formando parte del decorado, lo que nos daba margen para hacer paradas y tomarnos unos whiskies hasta acabar bailando «A quién le importa» como si fuera la primera vez que la escuchábamos.
Y comenzó la manifestación con una hora de retraso. Alaska iba en una carroza sentada como en un trono con un chulo a cada lado. Marlene Morreau también iba en una carroza, pero como más humilde. Y los sirenos, hay que hacer honor a la verdad, fueron la sensación del evento. Entre otras cosas porque uno de ellos, además de gogó, camarero y chapero, también era camello, y para celebrar el gran día, pues los puso a todos de pastillas hasta las cejas. Matilde y yo, con una borrachera que no supera ni Massiel, mirábamos desde la distancia cómo Miguel «triunfaba» ante los miles de maricones que se habían desplazado desde provincias para comprobar la maravillosa utopía que era Chueca, donde lo raro era ser heterosexual, leer el Marca y beber cerveza. A no ser que fueras lesbiana machirula.
Y después del gran día, sólo puede quedar la gran noche. Llegamos los tres a casa a eso de las diez y a las doce ya estaban allí Antonio, Alfonso, Mario y otros quince amigos íntimos igual de musculosos, igual de sonrientes e igual de aspirantes a ser un maricón 10.
—Cariño, ser un marica Clase A no es nada fácil y requiere un esfuerzo impresionante —decía Alfonso, que además de sobrehormonado era jefe de enfermeros en un hospital.
—Pero ¿es que hay clases? —pregunté.
—Por supuesssssto, querido. —Y aquí comenzó su mitin—. Jesús Vázquez es súper Clase A, igual que sus amigos, igual que cualquiera que trabaje en la tele, en el mundo de la música, o sea, algo genial como estilista de estrellas…
Después me explicaron que además de todo esto había que ser muy solvente. Porque un maricón 10 tenía una serie de obligaciones y unas reglas de estilo que debía seguir. Por ejemplo, un maricón 10 siente verdadera pasión por Dolce e Gabbana y tiene un odio africano a la marca Ovias. Un maricón perfecto sólo se puede cortar el pelo en Madrid en un par de peluquerías modernísimas donde te hacen masajes, te ponen música chill out (o sea, de ascensor) y te clavan 30 euros por lo mismo por lo que tu peluquero de toda la vida te cobra 7. Un maricón ejemplar no va a Ibiza de vacaciones, se alquila una villa en Ibiza, que es una cosa muy distinta. En esa villa, organiza pool parties, fiestas en la piscina, donde los otros 459 maricones poderosos van, se ponen hasta el culo de todo y terminan follando todos con todos. Una leyenda urbana dice que una vez había (el colmo de la perversión) ¡una mujer! Y a mí eso de la endogamia me da un miedo terrible. Yo jamás me follaría a mí mismo ni a nada que se me pareciese. Pero Miguel y sus amigos estaban empeñadísimos en buscar extensiones de ellos mismos. Sus novios tenían que sentir la misma pasión por el gimnasio y los «suplementos», tenían que escuchar la misma música, comprar ropa en las mismas tiendas, veranear en el mismo sitio y acudir a las mismas fiestas ya que, obligatoriamente, debían pertenecer al mismo círculo social marica. Vamos, que como decía mi amiga Charo, era más fácil en aquel entonces encontrar esposa al Príncipe Felipe entre los horrores de las casas reales europeas que uno de estos encontrara novio. Porque la endogamia es la endogamia y siempre ha dado malísimos resultados, o sea, niños subnormales.
Y seguimos con el Orgullo Gay. En casa de Miguel la decisión fue unánime: ya que habían triunfado tanto en la carroza vestidos de sirenos, esa noche irían al Pasapoga con el mismo uniforme. Así, en manada y con cola. Yo, al darme cuenta de que no había cola de sirena ni para Matilde ni para mí, me la lleve al baño, nos metimos dos rayas, les pusimos verdes y salimos de allí con una sonrisa que ya la hubiera querido para sí Isabel Gemio cuando le regalaban una cerámica en Sorpresa Sorpresa.
Pasapoga era, simplemente, maravilloso. Tenía unas escaleras como muy de revista de variedades por las que bajaba todo el mundo. Y claro, aquello era impresionante porque esa escalera era perfecta tanto para fichar como para criticar. Como no me gustan las colas, me fui con Matilde a primera hora porque «los chicos» tenían que hacer, por supuesto, una entrada espectacular.
Mi amiga y yo, entre las rayas y las copas, estábamos absolutamente cocidos cuando me llegó al móvil un mensaje de Miguel que decía que en cinco minutos llegaban. Eran exactamente las 3 y 13 minutos. La sala estaba a reventar y hasta yo andaba sin camiseta. Y, de repente, aparecieron ellos. Así, como casuales, como que pasaban por allí con un aire despreocupadísimo, pero ideales de la muerte. Desnudos, pero con cola de sireno. Y en ese momento comenzó el desastre. Aquellos que hayan visto la famosa escena de la escalera de Los intocables de Elliot Ness ya se imaginarán de qué les hablo. La bajada comenzó en dos grupos de cinco. Los cinco más guapos —Miguel incluido, claro— en la primera fila, y los otros cinco detrás. Lo que ellos no vieron entre tanta risa fue a una marica de la Radical gay que se había colado en el Pasapoga para boicotear la fiesta desde dentro.
El maricón radical estaba más borracho que Matilde, Massiel (bendita seas), María Jiménez, Fernando Arrabal y un servidor juntos, y cuando los sirenos pasaban a su lado apenas le oyeron gritar: «¡¡¡Payasssssssaaaaaassssss!!!».
Y claro, en medio del insulto, el radical perdió el equilibrio y se apoyó en uno de los cinco de la fila trasera. Y así, uno detrás de otro, los sirenos fueron cayendo desvencijados por las escaleras del Pasapoga ante la horrorizada mirada de su potencial club de fans que les esperaba a pie de pista.
No hace falta decir que caerse es un bochorno, y si eres maricón doble bochorno. Si te caes en la calle te importa menos porque nadie te conoce, pero es que en el Pasapoga, los sirenos eran como los Backstreet Boys. Matilde solo pudo decir «¡Ay, que se ha matao el maricón!». Y uno que había al lado apostilló entre risas: «Diez toneladas de maricón desparramadas… ¿Llamamos a los bomberos?».
Yo, sinceramente, no podía ni moverme. Intentaba buscar la cabeza de Miguel en aquella mole de bíceps, deltoides y nalgas tiesas que estaban apelotonados delante de nosotros. Menos mal que apareció pronto, con una expresión desencajada, pero sano y salvo. Uno de los sirenos se puso a llorar, lo cual es aparentemente incompatible con ser musculoca, porque los otros sirenos se lo llevaron al baño inmediatamente. Allí estuvieron reunidos y la discusión fue gorda. Miguel decidió emborracharse y apenas nos dirigió la palabra, y la mitad del equipo de sirenos nada más salir del baño dijo que esa fiesta era súper cuadro y que se iban a una fiesta privada (uys, qué lujo) donde solo había guapos y extranjeros.
Al día siguiente yo estaba como un zombi y solo conseguí hablar con Miguel a eso de las diez de la noche. Quedamos a cenar en el CityVips de Bilbao. Por supuesto que no quiso ni hablar del tema en ningún momento de la cena. Esta vez tenía la cara de los niños que esperan a los Reyes Magos para luego descubrir que les han traído carbón y, de paso, que sus padres no tienen un puto duro. Y todo esto con el cuerpo maravillosamente hidratado. Es más, alguna vez he pensado que todos cayeron tan rápido por lo hidratados que iban, porque brillaban más que un duelo entre Tania Doris y Norma Duval en sus buenos tiempos.
La caída masiva se convirtió desde aquel día en tema tabú para los sirenos y en obligatorio tema de conversación en bares, gimnasios, saunas y demás centros culturales donde nos reunimos los maricones.
Por lo tanto:
• Un primer Orgullo Gay es a un gay como la pérdida de la virginidad a una chica de Cuenca. Traumático, pero imprescindible.
• Ni los alemanes tienen pollón de serie, ni todos los franceses se ponen bragas de puntillas en la intimidad.
• «A quién le importa» es una canción horrorosa. Y punto.
• La hidratación no siempre es la clave de la belleza y el éxito. Sobrehidratarse te puede dejar un ojo a la virulé.
• Vestirse de sireno es de subnormales. Y eso, a la larga, se paga.