Todos los libros tienen un capítulo que es un poco coñazo. Y supongo que este es el momento aburrido de nuestra historia. Miguel Bosé cantaba por entonces «Hacer por hacer» y mi Miguel vivía exactamente esa situación.
Un impasse es terriblemente necesario en la vida de un candidato al título de maricón 10; es ahí donde más va a aprender. Porque no nos vamos a engañar, un maricón 10 y un maricón -25 tienen exactamente la misma cantidad de miserias en sus vidas. Lo que cambian son las prioridades, la presión social y las marcas de ropas que visten. Con el tiempo me he ido fijando en que, no se por qué, aquellos que son esclavos de su imagen y no pueden vivir sin el último fetiche de Prada, son infinitamente más propensos al rollo drama queen.
En los pueblos las cosas se ven de otra manera. No digo que mejor, sino diferente. Los crímenes rurales son infinitamente más novelescos y creativos que los de las ciudades. Aquellas hermanas de Puerto Hurraco son ya parte de la historia killer de España.
—Hay que joderse, a ver si me voy a tener que ir a vivir a Aldea del Fresno para encontrar un chulo —me decía Miguel.
—Si no es eso, Miguel, si lo único que te digo es que aquí estas condicionadísimo…
—Miguel —nos interrumpió Matilde—, si hay una cosa que yo no quiero ser en mi próxima vida es maricón. Sois los únicos que conozco que tenéis más presión que las mujeres…
—Pues ya me explicarás —le decía Miguel con desgana.
—Mira, hasta a las mujeres se nos permiten socialmente ciertos trucos estéticos que a vosotros no. Nosotras nos podemos desde maquillar hasta cambiarnos el color del pelo o, ya en situaciones verdaderamente extremas, ponernos una faja. Por no hablar de la ceja depilada, que aunque seas lerda y con cara de pastora, si te la depilan bien, te queda una cara de mala ideal.
—¿Y eso que tiene que ver con los gays? —pregunté yo.
—Muy fácil. Nosotras podemos permitirnos el lujo de ser artificiosas, vosotros no. Vuestras tetas tienen que ser de verdad, no os podéis maquillar porque socialmente se va a decir que sois unas locas afeminadas y eso no mola nada en el ambiente, a no ser que seas anoréxica y vivas disfrazada de siniestra. Vosotros tenéis que tener los dientes blancos, un contorno de pecho que ni Monica Bellucci y Sofía Loren juntas, un culo de acero, la polla grande…
—Tienes razón —admití—, pero es que la carrera de un maricón 10 es un poco como la de una miss. Mucho esfuerzo durante meses y años y luego solo tienes el minutito ese de la discoteca para brillar…
—Yo no voy a los sitios a brillar —se quejó Miguel.
—Miguel —saltó Matilde, a punto de mosquearse—, entonces ya me explicarás si pasearse desnudo, vestido de sireno, con unos 15 litros de aceite corporal en lo alto de un camión en medio del orgullo gay… no me jodas que eso no es exactamente querer brillar.
—El Orgullo Gay es una ocasión puntual, quizá eso sí se parezca más a lo de las misses, pero yo creo que no es así en general.
—Yo estoy más con la versión de Matilde —aventuré.
—A ver, sorpréndenos con tu punto de vista.
—Hombre, hay que reconocer que en nuestro mundo, una gran parte gira alrededor del sexo…
—No necesariamente —me interrumpió Miguel.
—¡Qué va! Por eso hay solo cuatrocientas saunas, trescientos bares con cuartos oscuros y no hay una sola biblioteca para maricones. Hay que asumir que la cultura no es lo nuestro. Joder, yo estoy seguro de que Jesús Vázquez lee libros y hasta de que Boris Izaguirre los escribe, pero cada vez que les ves en la prensa es o en una fiesta llena de tipas con vestidos carísimos y joyas prestadas o en el yate de Ibiza con sus novios en bañador… el sexo es lo que mejor ha vendido siempre, y los maricones nos agarramos a una oportunidad publicitaria como a un clavo ardiendo.
—Eso que dices es solo tu opinión —me contestó.
—Y también la mía —dijo Matilde—, porque yo cuando salgo con vosotros siempre me doy cuenta de una cosa: hasta el más feo en un garito gay va arreglado, a su estilo, pero arreglado. Las mujeres y los gays son la última esperanza mundial del glamour. Hay veces en que somos malas, pero es que eso viene con el diploma de mariliendre, y hay veces en que nos morimos de la risa de los cuadros que vemos por la noche, pero aun así, tú sabes que ellos se han estado arreglando para brillar como perras, porque un sábado noche cualquiera es una oportunidad de encontrar novio. Y aunque ellas tengan los espejos pintados de negro, ellas se arreglan.
—No todos los gays queremos tener novio —replicó Miguel, que seguía en sus trece.
Y eso sí hay que decirlo. Miguel por entonces no quería novio para nada. Había vuelto a follar poco a poco y de manera gradual. Una vez vino a la sauna conmigo, otra vez salió a tomar café con un actor porno…
Hagamos una breve pausa para darle un poco de pimienta al capítulo y hablemos de los actores porno. Cuando yo era pequeño y Bárbara Rey enseñaba una teta en una película, mi madre la relegaba directamente al mundo de la prostitución hardcore y mi abuela decía que era una «tanguista». Desnudarse en una pantalla no era una cosa aceptada socialmente. Aquellas grandes mujeres del destape (gracias a Dios por ellas y su valentía) eran deseadas por todos los machos del país, pero a la hora de la verdad, ellos siempre querían casarse con una chica decente de buena familia y a ser posible sumisa. Como si lo de enseñar las tetas no fuera decente. Y hasta en este tema, el mundo gay es absolutamente distinto.
Al llegar a Madrid, a Miguel y a mí nos sorprendió enormemente lo aceptado que era el chaperismo. «Fulanito es chapero y es genial y encantador» era una cosa que a mí me dejaba a cuadros. En Santander yo nunca conocí a un chapero. Bueno, una temporada hubo un cubano que hacía striptease y del que decían que las señoras le pagaban y eso por pases privados. Pero ese había sido todo mi contacto con el mundo de la prostitución cuando llegué a Madrid. Imaginaos el shock que Miguel y yo tuvimos una noche en una cena con esta lista de invitados:
• Un gogó del Pasapoga.
• Un camello fino (te vendía en casa o te mandaba un mensaka, nunca en la disco).
• Un chico superviril que se había puesto tetas, pero seguía vistiendo de hombre y con mucho pelo en el pecho.
• Un chapero cubano.
• Un chapero argentino.
• Un profesor de gimnasia de un colegio católico que se vestía de mujer.
• La madre del camello, que era el anfitrión.
Recuerdo que en medio de la cena, estando la madre del camello presente, el chapero argentino nos contó un truco que hacía en su trabajo para fingir una eyaculación, y era algo así (acento argentino incluido):
«Mirá, no te voy a engañar. La mashoría de los clientes son horrendos, ¿viste? Vos te querés matar cuando los ves. Entonces lo que hasés es siempre provocarles que te foshen a lo perrito, a cuatro patas, como disen por acá. Y mientras el cliente te penetra, vos vas formando en la boca una gran masa de saliva, y hasés que cresca lo más que podés, y cuando vos tenés la boca bien reshena de saliva, comensás a batirla con la lengua como cuando hasés una clara de nieve. Y en un momento que el cliente no te ve, vos te escupís en la mano y pones toda esa masa blanca en la sábana. Unos dies segundos después, vos comensás a aullar como loco fingiendo el mejor orgasmo que tuviste, che. Y el cliente se corre enseguida, y cuando vos te movés el cliente ve esa masa blanca y enorme en la cama y obvio que cree que él te provocó la mejor corrida de tu vida. Y te deja más propina».
Para quedarse muerto. Y la cara de la madre del camello estaba como si le hubiesen contado la receta del bacalao a la bilbaína. Ella supernatural, tomando nota de todo y asintiendo relajadísima a la explicación. Y esa es una de las cosas maravillosas que tiene vivir en una ciudad tan loca como Madrid. Yo se lo contaba una vez a mi amiga Merche de Santander por teléfono y al principio ella creía que le tomaba el pelo, pero cuando se lo creyó empezó a preocuparse seriamente por mi vida y me preguntaba si me hacía los análisis del SIDA y cosas así. Incluso me preguntó si tomaba heroína. Y es que yo reconozco que desde Santander es difícil imaginarse esto.
Pero volvamos a lo de los actores porno. Una vez que se instalaron en Chueca, llegaron para quedarse. Y el primero de todos era un chico de buenísima familia al que le hacía muchísima ilusión eso, ser actor porno. Ni ingeniero, ni fiscal del estado ni nada de nada: él quería ser actor porno. Y vaya si lo consiguió. A veces he pensado que él es el responsable de la producción de películas porno en España, porque fue verdaderamente pionero. Hasta le llamaban de programas de televisión para que contara su historia, porque si un tío es actor porno hetero tiene ese morbo del supermacho con superpolla superfollador de supercoños. Pero ya si era gay, había ahí una incógnita que le daba mucho más misterio al asunto. Y desde que todos estos chicos llegaron para quedarse, nuestras escalas de valores cambiaron para siempre. Y desde entonces, todo aquel que no se ha tirado a una estrella del porno es como si no hubiera follado en serio. En el ambiente gay, un «pornstar» (se llaman así yo creo que porque en inglés todo suena como más ideal) es un objetivo a conseguir. Liarse con un pornstar se supone que te da un caché en la cama, porque estos chicos, al ser profesionales del sexo, pues son súper selectivos para follar, y si además te vas con uno de ellos un sábado por la noche en medio de trescientos mil maricones que están al quite, ahí es donde tu reputación empieza a crecer, y para bien.
Miguel, en su etapa de «hacer por hacer», tuvo su primera experiencia en el mundo del porno gay. Y las experiencias de Miguel lo bueno que tienen es que son todas muy traumáticas, pero muy completas, por eso este libro es sobre él y no sobre mi vecina del quinto, que es encantadora, pero es un puto muermo la pobre.
Por medio de Internet, cómo no, Miguel conoció a Cario (nombre ficticio, por supuesto) que acababa de llegar a Madrid para instalarse. Cario era el colmo del macho versátil, a juzgar por sus interpretaciones en películas como El ojete de mi deseo, Eso no me cabe a mí y la obra cumbre de su carrera hasta el momento, Memorias de un geisho superdotado, donde a pesar de su aspecto más siciliano que la mortadela, Cario interpretaba a un director de una escuela de geishos en el Alto Ampurdán, y claro, entre que te enseño a leer poesía, que te hago caligrafías en las tetillas y que te pongo hasta las trancas de sake, pues Cario se pasaba por la piedra a todo el reparto. Y es que Cario estaba más bueno que el pan. Cachas como un mulo pero sin ofender, polla grande pero sin ser caballuna, completamente versátil y a veces velludo y a veces sin un pelo. Sus genes italianos (aunque su madre era de Ayamonte, Huelva) le daban un aspecto entre tierno y bruto. Y le mandaba a Miguel unos tres mil mensajes al día para que le hiciera caso. «Yo, para mí —me contaba Miguel— que este o se ha equivocado o no ha visto bien mis fotos». Todos, absolutamente todos los adictos al gimnasio, aunque midan 1,75 y pesen cien kilos, se siguen viendo delgados y feos. Increíble pero cierto.
—Anda, no te hagas de rogar y queda con él —le insistía yo.
—Pero ¿para qué? Si es puta.
—Pues eso que te ahorras, guapo.
Y así le estuve convenciendo para que quedara con Cario. Y como Miguel tenía una época «hacer por hacer», le daba lo mismo ocho que ochenta, porque aún arrastraba la tristeza de su ruptura con Federico y no le apetecía mucho follar. Se trataba en esos momentos de sobrevivir, de seguir adelante. No estaba deprimido, estaba simplemente pasota. Pero al final quedó con Cario una mañana para desayunar.
Miguel, que siempre ha sido puntualísimo, llegó el primero al café y se puso a leer el periódico. Cario llegó cinco minutos después. «Qué guapo eres», le dijo nada más sentarse. Y es que los actores porno y los chaperos que yo he conocido han sido todos encantadores, cariñosos y un pelín engatusadores. Y Cario, según lo que contaba Miguel, no era una excepción, porque a los cinco minutos, medio en serio medio en broma, ya le estaba diciendo que a ver si quería ser su novio. Claro que no tenía ni idea de la aversión que Miguel tenía a la palabra novio.
—Mira, Ale —me contaba—, si voy a quedar con Cario es porque es territorio seguro.
—¿Territorio seguro?
—Por supuesto. Cario, además de estrella del porno, es puta. Y conociéndome como me conoces, sabes que lo último que haría en la vida es liarme con una persona de esta profesión.
—Es que eres muy convencional, Miguel. Y muy antiguo.
—Pues igual tienes razón, pero como es mi vida estoy en el derecho de escoger lo que quiero…
A mí tampoco me parecía mal lo que decía, pero yo para eso soy mucho más abierto de miras, y creo que de piernas. Que Cario sea hoy puta y megaestrella del porno no quiere decir necesariamente que lo vaya a ser siempre. Hasta Cicciolina se retiró del porno por amor, según tengo entendido. Igual es que al final yo soy más romántico y menos de fijación que Miguel, pero para mí no es un impedimento lo que alguien haya sido, me importa más lo que puede ser.
—Pero ¿tú qué quieres, Ale? —me decía enfadado—. ¿Que todos los maricones de Chueca se la casquen en su casa viendo cómo folla mi novio? A mí me daría un ataque, con lo celoso que soy.
Hombre, no es plato de gusto ver cómo diez culturistas se benefician a tu novio, claro que no. Y es que yo, entre blanco y negro he visto siempre mucho tipo de gris, mientras que Miguel era de extremos. Por eso, y por esa dignidad mal entendida, solo accedió después de aquel café a ir a entrenar con Cario a su mismo gimnasio. Y Cario era simpatiquísimo, y aparte de estar más bueno que el pan y tener un culo que tenía vida propia, pues al menos era un divertimento, un pequeño oasis después del cuadro de lo de «Federico la culta», que es el mote que le pusimos y con el que se ha quedado el muy imbécil.
Una semana después de conocerle, Miguel me llamó por teléfono, cómo no, a las doce y media de la noche.
—Ale, te quiero preguntar una cosa…
—Joder, qué horas, hijo. A ver, dime…
—¿Te parece mal si me voy a pasar la noche con Cario? —me preguntó así, como en voz baja.
—¿Mal? —le contesté—. Lo que me parece mal es que a estas alturas no te lo hayas follado, y encima yo sufro el doble, porque yo sí que me lo hubiese tirado en dos minutos y dios da pan al que no tiene boca y qué poca vergüenza, y, y…
Y Miguel se estuvo una noche entera follándose a Cario. Porque aunque el italiano tenía ese aspecto de súper bruto que te va a partir el alma y el culo, pues Cario en su vida privada, era solo pasivo. Y según cuenta Miguel, cuando al italonubense le vio el cimbrel, casi sale corriendo a la calle a comprar unas alianzas. Y después de aquella noche, cuando los compromisos profesionales de Cario lo permitían (ejem), quedaban a dormir. Y ese creo que fue el primer follamigo («fuckbuddy» para los sofisticados) de Miguel. Y se lo pasaban pipa y hasta desarrollaron una amistad. Un poco rara, pero amistad. Y otro día me llamo Miguel, también a las tantas, para darme una noticia.
—Ale, que mañana me voy a Praga —me dice así, tan pancho.
—¿A Praga? ¿Y a ti qué se te ha perdido en Praga?
—Pues mira, que Cario va a rodar una película así como muy hardcore, que dice que está harto del porno americano, que ya no le llama nada la atención tanto polvo en la piscina, que acaba con la piel achicharrada, y que un director muy arty le ha propuesto hacer una peli extrema, con meadas, lapos, latigazos y todo eso.
—¿Y a ti te han dado un papel? —dije en broma.
—Pero qué imbécil eres —se reía—, nada que ver, bobo. Que me ha invitado a ir con él y a ver el rodaje.
Y allí que se fue, rumbo a Praga, a ver el rodaje del ya clásico Perros y Pajas, que como todo el mundo sabe, es un título imprescindible para coleccionistas y virtuosos varios del hardcore. Y lo que aquí relato es absolutamente verídico, lo que es más, no es la primera vez que ocurre.
Cario y Miguel llegaron a Praga y Miguel se tuvo que hacer pasar por amigo (no follamigo) porque la productora les prohibía por contrato a las estrellas mantener ningún tipo de relación sexual durante el rodaje. A Miguel no le hacía mucha gracia, pero cuando vio el ganado que había allí, se le alegró el ojillo e hizo de tripas corazón. Primero estuvieron rodando los exteriores y las escenas de diálogo (esas que todo el mundo avanza con el ff del mando a distancia). Y el tercer día ya llegaron al estudio. Un pedazo de estudio, por cierto. Y Miguel me llamaba cada cinco minutos para contarme lo que era aquello. Una pena que en aquel entonces no había ni videoconferencia ni lo de los móviles con cámara, que me hubiese puesto las botas.
El rodaje avanzó según lo planeado y Cario, que era la estrella absoluta, interpretaba a un amo sado que conocía a un moro en un mercado de Praga y terminaba haciéndose sumiso por amor. Un poco como Pretty Woman pero en plan sado y con treinta pollas por plano. Ya he contado que aquella producción era hardcore. Muy, pero que muy bruta. Todos los escenarios eran de rollo industrial llenos de cadenas, de arneses, de dildos gigantes y de dos señoras praguenses que eran las de peluquería y maquillaje. Para los que no lo sepan, los actores porno van pintados como puertas, a veces con maquillaje resistente al agua, porque trabajando en el porno se dice que se suda más que en una mina. Y cuando a uno se le corren cinco a la vez en la cara, incluso en ese momento tiene que estar guapísimo.
Ya he contado que las experiencias de Miguel son muy traumáticas, gracias a Dios, que si no estaría yo escribiendo un libro de recetas. Y esta vez el trauma fue para Cario, y me explico. La última escena que se rodaba era la de un fist fucking. Para los no iniciados (si es que hay alguno), el fist fucking es cuando te meten medio brazo por el culo y terminas pareciéndote a Monchito, el de José Luis Moreno (un artista español que siempre me ha fascinado, no sé si lo he dicho antes). Y el chico que iba a ser penetrado con el brazo por Cario era un rubito de Barcelona con el que Miguel hablaba mucho, porque era español y era bastante dulce. Es más, Miguel desayunó con él aquella mañana en el hotel y le oyó quejarse de que había pasado una noche fatal por culpa de una mala digestión. Y el porno no es como trabajar en Caja Madrid, que si te pones enfermo siempre hay uno para sustituirte en la caja. Por lo visto al chico le hacia falta la pasta, y aunque le doliera el estómago, él no perdía el dinero de la escena.
Así que llegó el gran momento y comenzó el rodaje. Cario lo ataba a un potro y le azotaba el culo con todo tipo de artefactos (mientras esto ocurría, las dos señoras praguenses se tomaban un café con leche y hablaban entre ellas, y para mí que les estaban llamando de maricones para arriba, pero bueno). Y el rubito ponía una cara de dolor que quedaba genial, y el director entusiasmado con aquello. Y en los planos cortos, Cario miraba a Miguel y le guiñaba un ojo, como para distraerse y para demostrarle que aquello solo era un trabajo, y que si tenía la polla como una roca era por el pedazo de viagra que se había tomado. El momento del fist fucking llegó y rodaron una escena de Cario poniéndole una especie de mantequilla barata en el culo, que es lo mejor para estas cosas. La cosa tenía un aspecto horrible. Al rubito solo le faltaba una manzana en la boca y cada vez estaba más pálido. Pero debía estar súper metido en el papel de sufrir porque no decía ni mu. Y Cario empezó a meterle un dedo, y luego otro, y la mano entró en un santiamén. Según me contó Miguel, estaba fascinado por la capacidad de dilatación del rubito, que parecía el pobre preparado para dar a luz allí mismo. Y lamento decirlo, y repetirme, pero una nueva tragedia estaba a punto de estallar. Literalmente.
Cuando Cario tenía ya el brazo metido hasta el codo, el rubito le empezó a chillar que parara y gritó el nombre del director. Y todos empezaron a gritar, que un drama se contagia muy rápidamente. Hasta las dos señoras gritaban, yo creo que para no desentonar. Estaba claro que Cario tenía que sacarle el brazo, que el otro iba a parir de un momento al otro. Y en el mismo instante en que Cario terminó de sacar el último dedo, el rubito explotó. Un geiser de diarrea que ya lo quisiera para sí el Parque Yellowstone se estampó en las caras de Cario, del director, de un ayudante de realización, de un electricista y de una de las dos señoras, porque la otra se tiró al suelo en plan trinchera. Aquella muestra de gotelé humano los dejó a todos así, estampados.
Dicen que los gritos aún resuenan en aquel plato. Y aquella noche Miguel decidió que no podía seguir siendo follamigo de Cario. Aunque era encantador, no podía. Y es que Miguel tiene fijación con los traumas. Es sufrir un trauma y ya no puede soportar nunca aquello que lo provocó. Y Cario le olía fatal desde entonces. No podía ni soportar tenerlo cerca y cada vez que el pobre Cario (este año ha ganado el Oscar del porno gay en la categoría «Mejor penetración vestido de fallero»), que sigue siendo encantador, viene a saludarnos, Miguel siempre sale como si hubiera un incendio justo a su lado.
Por lo tanto:
• Dramas hay en todos lados. En Villa Pizarro y en Manhattan. El drama es inherente a la condición gay.
• A más músculos, según el prestigioso Instituto de investigación Susana Reche, de Vladivostok, más posibilidades de contraer dramaqueenismo.
• Las mujeres opinan que los maricones tenemos glamour. Dejemos a las pobres que lo sigan creyendo. Ellas incluso llevan faja, y por eso hay que perdonarlo todo.
• Un marido es un marido, aunque sea trapecista, sexador de pollos o actor porno.
• Las madres de los camellos a veces son una caja de sorpresas. Al loro con ellas.
• Un rodaje porno no es, necesariamente, una experiencia excitante y puede ocasionalmente, ser una experiencia laxante.
• Cuando vuestros polvos os digan que ya se han corrido, exigid certificado de esperma garantizado. No os conforméis con la saliva batida.