La feria de las vanidades
VanityFair es indiscutiblemente, y cualesquiera que puedan serlas preferencias personales del lector o del crítico, una de las novelascapitales del siglo, admirable por su concepción general, por la maestría de laejecución, por el estilo, y también por su relación con las otras grandes obrasnovelescas que la preceden y la siguen. La innovación realista de Dickens en elcampo de la novela es de extraordinaria importancia, pero, si comparamos surealismo con el de Thackeray, advertiremos hasta qué punto es inconsciente, eincluso un tanto somero, el de aquél y consciente y deliberado el de éste. VanityFair es una sátiracontra los excesos románticos y sentimentales, una reacción contra WalterScott, Bulwer Lytton y el mismo Dickens, y a la vez una sátira de la sociedadcontemporánea, pues aunque la acción tiene lugar treinta años antes, la lecciónque de ella se desprende es igualmente aplicable a la sociedad de la época enque vivía el autor. La sátira es acerba y hasta implacable en ocasiones, yVanity Fair es, entre las grandes novelas delautor, la que más pie ha dado a la acusación de cinismo por parte de algunoscensores; pero a ello puede objetarse razonablemente que el autor no pretendiódarnos con ella una representación total de la sociedad, sino tan sólo de unsector de ella y de una gens social determinada. Él mismo nos ha explicado quesu propósito era «presentar en escena una especie de gentes que viven sin Dios,absolutamente satisfechas de sí propias y convencidas de su virtud superior».Si se objeta, pues, que las Becky Sharp y los Sedley, los Osborne, los Crawley,representan únicamente una visión parcial de la vida, el autor podríareplicarnos, y así lo ha hecho en efecto, que nunca fue otra su intención. Entodo caso, aun rechazando la exactitud del cuadro como una representacióngeneral de la sociedad, no puede discutirse que, como representación de unsector de ella, es de una profunda realidad, y en ello han estado contestes loscríticos. Todos sus personajes, lo mismo que las acciones de éstos, sonperfectamente reales, y de todas las épocas; basta mirar a nuestro alrededorpara encontrar sus paralelos. Y ninguno más real que el de la protagonistaBecky Sharp, el más perverso también de todos, el más inmoral y sin escrúpulos,pero tan inteligente, tan sutil, tan seductora, que no podemos menos desentirnos un poco fascinados, como los personajes que giran en torno de ella.Becky, sin embargo, acaba mal y queda castigada, pues si Thackeray es demasiadoartista para dejarse arrastrar por el prurito moral, es también demasiadomoralista para permitir que sus pillos salgan triunfantes. Lo importante, desdeel punto de vista artístico, es que este fracaso de los malos se produzcanaturalmente, desde dentro, por la parábola natural de los caracteres, en vezde ser impuesto por el autor actuando como un deus ex machina que reparte equitativamente el premioy el castigo. Y esta condición tan característica de Thackeray, nos lo muestrano sólo más auténticamente realista que Dickens, sino también, en el fondo, másmoralista, pese al humanitarismo más externo y más sonoro de éste.