Historia de los dos sitios de Zaragoza
Agustín Alcaide Ibieca (1778-1846) fue un zaragozano atraído por múltiples tareas: jurídicas las más (abogado-fiscal de la Inquisición, magistrado de la Audiencia de Valladolid, traductor de Guizot...), intelectuales muchas (profesor de Economía política, correspondiente de numerosas sociedades y academias...), políticas (con una Memoria sobre la acogida de Zaragoza al deseado Fernando en 1814, y unas Reflexiones Políticas cuya remisión será agradecida y encomiada ―parece que formulariamente― en agosto de 1820 por las Cortes del naciente Trienio Liberal)... Sin embargo, será su participación en la famosa resistencia de su ciudad natal ante los ejércitos franceses, la que le dará ocasión de escribir su obra más destacada, de descriptivo y prolongado título: Historia de los dos sitios que pusieron a Zaragoza en los años 1808 y 1809 las tropas de Napoleón. Él mismo expresa cómo se lo propuso: «Apenas principió a desplegarse el entusiasmo aragonés, preví que iban a ocurrir sucesos de gran nombradía. Formé, pues, el plan de acopiar materiales, y me dediqué a inquirir y anotar para ir bosquejando el cuadro que tengo la satisfacción de presentar a mis compatriotas.» Se publicará en tres volúmenes, entre 1830 y 1831, dedicados a un Fernando VII próximo a su fin, con la difusión internacional de estos acontecimientos perfectamente asentada, aunque ya haya perdido parte de su valor propagandístico directo. Su visión de los Sitios es, naturalmente, monárquica y religiosa y por tanto tradicional, con abundantes invocaciones a Fernando VII y a la Virgen del Pilar, que actúan como los verdaderos motores de la resistencia aragonesa y por extensión española. Pero al mismo tiempo en su discurso, acabado veinte años después de los acontecimientos que lo justifican, están presentes los nuevos valores que se han difundido, perfecta o contradictoriamente amalgamados (según gustos) con los tradicionales: nacionalismo, revolución, protagonismo del pueblo, patente interclasismo, y reconocimiento del papel que desempeñan las mujeres. La obra es, naturalmente, encomiástica. Sin embargo Agustín Alcaide no siempre se centra en la mitificación del heroísmo de sus conciudadanos: están también presentes (aunque sea con brevedad) los abundantes excesos de las masas descontroladas, algunos ejemplos de aparente injusticia (como el diferente trato concedido en el primer y en el segundo sitio, a los defensores del cabezo de Buenavista en Torrero) y algunos errores en la dirección de la resistencia. Y un último rasgo de modernidad, junto a los abundantísimos documentos que transcribe, en el Suplemento final reproduce críticas y puntualizaciones que ha recibido sobre aspectos de los tomos anteriores, a las que da cumplida respuesta: una auténtica página de discusión.