Caín
Desde su infancia, Byron estuvo obsesionado con la tragedia de los dos hermanos, Caín y Abel, recogida en el Génesis. Sobre todo, le indignaba el terrible castigo soportado por aquel fratricida, predestinado por Yavé a matar a su hermano Abel. Por ello, convirtió a Caín en uno de esos malditos bíblicos rescatados por la literatura moderna y por sectas religiosas antiguas, como Judas y el mismísimo diablo. Ello le sirvió para ilustrar la miseria de la presunta libertad humana y las despiadadas injusticias de Yavé. «Caín es una gran creación: es el rebelde total, el negador de Dios y de la necesidad misma de la vida; sentimientos éstos expresados en verso con solidez de bronce, en una trama oscura cargada de nubarrones huracanados a los que dan alivio deliciosos momentos idílicos. Una gran obra. (...) Os lo ruego, leed Caín y podréis percibir a propósito de él lo lejos que ha llegado la influencia byroniana y cómo ésta alcanzó también, y profundamente, a Baudelaire, su hermano enemigo». (Lampedusa) «Desengáñate, Joaquín (Caín): eso que llaman ideas peligrosas, atrevidas, impías, no son sino las que no se les ocurren a los pobres de ingenio rutinario, a los que no tienen ni pizca de sentido propio ni originalidad y sí sólo sentido común y vulgaridad. Lo que más odian es la imaginación porque no la tienen». (Unamuno)