DOCE

Se pasan el domingo encerradas en una habitación de hotel. Manu se ha pintado las uñas de rosa claro, las sacude a conciencia para que se sequen más rápido. Nadine arranca las páginas de un libro porno. Los Walkman a tope, saturación de tímpanos: Here comes sickness.[16] Se ha pegado la almohada en la barriga y se pajea mirando las fotos.

Se concentra a tope en la rubia de sexo depilado. En la primera foto, lleva un traje largo, abierto en lo alto del muslo como un rayo blanco. La tela deja adivinar una cadera redonda y el vientre. El cabello cae en melena y cascada hasta las nalgas y realzan la cadera. Cabellos que invitan a pasar la mano y empujar la cabeza hacia atrás. Pechos turgentes, tipo muñeca de cómic. Toda ella lleva clasificación X, todos sus poros transpiran sexo.

En la foto siguiente, abre sus piernas de par en par, indolente y sonriente. Labios imberbes del vientre, la piel parece suave.

Se la ve más lejos tumbada de espaldas, suntuosa y dispuesta. Los pequeños labios ornados con piedras brillantes, un anillo dorado le atraviesa el clítoris. Una exquisita elegancia. La entrepierna centellea igual que un rótulo de burdel.

Transgresión. Hace cosas feas con evidente placer. El desasosiego viene en parte de la seguridad tranquila con que se desvela.

Nadine la contempla largamente, impresionada y respetuosa como ante un icono.

Nadine ha desplegado las revistas en la cama. Las coge una y otra vez, siempre vuelve a la de la rubia. A veces apaga un rato los Walkman para explicarle algo a Manu. Sobre la magia de la imagen o de la palabra que te enciende el vientre. Luego se coloca de nuevo los cascos y prosigue el examen de las amigas de todos: al principio no le gustaba masturbarse con la pequeña al lado y después, bebida mediante, se ha ido acostumbrando a la idea.

Sentada en su silla, la pequeña se pinta las uñas de los pies y observa el movimiento de la cadera contra la almohada, primero distraído y lento, luego acelerado hasta el momento en que Nadine se inmoviliza y se tapa la cabeza con los brazos. Acto seguido cambia de posición, enciende un pitillo, se pone a hablar. Es como si, después de correrse, se sintiera obligada a salir a flote lo antes posible.

Y otra vez empieza a hojear sus revistas, conecta los Walkman y reflexiona al mismo tiempo que va alineando sus imágenes.

Al atardecer, pliega cuidadosamente las fotos de la rubia del sexo depilado, se levanta y se estira. Manu se ha cortado el pelo de un modo extraño.

Se aburren tranquilamente y esperan a que se les pase. Van y vuelven del McDonald’s a la habitación hasta el cierre del McDonald’s. Manu está decepcionada porque había ligado con un camarero del McDonald’s, púber reciente, y pensaba que pasaría por el hotel al salir. Pero él se despide cortésmente y se apresura a tomar el último bus. Regresan a pie. Nadine dice, por decir algo:

—He observado que los tíos tienen tacto para rechazar las proposiciones de las chicas. Bueno, no siempre, aunque generalmente se esfuerzan. Este ha conseguido largarse sin molestar.

—Este gilipollas se me ha quitado de encima como un gilipollas. No le veo el tacto por ningún lado. ¿Qué querías, que me escupiera a la cara?

—No ha dicho nada desagradable.

—No me ha llamado puta barata sifilítica, y podía haberlo hecho. Hablas por hablar.

Vuelven silenciosas al hotel, los brazos cargados de cajas de McDonald’s llenas de cervezas.

Finalmente, Manu enferma. Vomita a chorros, de rodillas en el water. Los hombros sacudidos a cada trago devuelto, vacía el estómago metiéndose dos dedos en la boca. Se lava la cara, moja toda la pieza y se bebe la última cerveza con cañita antes de acostarse.

Nadine mira al techo con los brazos cruzados en la nuca.

Suicidal tendencies.