VEINTIOCHO

Han llegado pronto a las cercanías de Nancy. A la altura de Toul, se paran en una tienda aislada de la carretera. Una tienda que también hace de gasolinera y vende alcohol y comida. Como si fuera Texas, modelo reducido y verdes praderas.

La radio del coche aúlla.

Je voudrais pouvoir compter sur quelqu’un. Je voudrais n’avoir besoin de personne.[29]

Nadine apaga el motor. Recuerda haber oído esa canción pensando en otras cosas. Antes de dar con Manu, tiempos de un pasado en que se sentía sola.

La pequeña grita:

—Joder, ¡qué sed! Joder, ¡lo que nos hemos engullido! ¡Tenemos el grado subido! Una botella de whisky en la mañana. ¡Y hala!

Da saltos de cabrito en el aparcamiento. Mira a su alrededor y chilla de nuevo:

—Joder, un lugar cojonudo. Como tenemos tiempo, podremos ir a dar un paseo por el bosque. Es cojonudo el bosque, ¿no crees?

El sol sigue igual de blanco y oprime la piel. Nadine siente la pipa metida en la chaqueta, un peso vivo y agradable.

Manu entra en el colmado sin esperarla. Nadine se entretiene mirándose en los cristales del coche. Parece un tío, hasta un tío con cierta clase.

La tienda es de techos bajos, una gran habitación en un solo piso. Las puertas abiertas de par en par y el interior a oscuras. Nadine se acerca. De lejos, ve cómo Manu saca la pipa, a la sombra porque está a contraluz. Detonación. Ya casi en la puerta, Manu se tambalea. Segunda detonación. Nadine entra en la tienda, distingue una silueta de pie al final del negocio. Dispara tres veces. La sombra se derrumba blandamente, ni una réplica.

Los ojos de Nadine se acostumbran a la oscuridad. Manu está en el suelo. Nadine ha visto suficientes cadáveres para saber qué aspecto tienen. Y para comprender que cuando la sangre mana del cuello a borbotones puedes hablar de cadáver.

Manu, puedes llamar a eso un cadáver.

No consigue decidirse a inclinarse sobre ella.

Además, es inútil comprobar que está muerta.

Comprobar que está muerta. Inútil.

Reúne los elementos que le ha dado tiempo ver, entiende que Manu ha decidido —nunca sabrá por qué— dispararle al tipo de la tienda. Y ese tipo tenía un arma cargada y no se lo ha pensado dos veces. Nunca sabrá por qué.

Piensa automáticamente. Pero nada le evoca nada, está vacía de emoción. Una parte de ella recapitula los hechos. Operación clínica. Otra parte está desconectada. No le apetece que se ponga en marcha de nuevo. No le apetece vivir lo que está por venir.

Manu está en medio de la pieza. Vista de arriba, tirada en el suelo, ensangrentada. La cabeza separada del tronco por una herida brillante.

Nadine vacía la caja. Mantiene una calma absoluta. Siente cómo le está llegando, siente cómo le ruge en la garganta.

De cuando en cuando, echa una ojeada al pequeño cadáver ahí en medio. No ha tirado nada al caerse.

Siente frío.

Por encima de la herida, Manu sonríe feroz.

¿En qué pensaría en el último momento?

Sea lo que fuera, ha sonreído. En el último momento.

No la puede dejar ahí, con esas piernas blancuzcas y ese rictus funesto. Esos pelos tan cortos que dejan ver el coco.

Reflexiona en círculos, traga dolorosamente. Tiembla de frío y la empapa el sudor. Pesca una manta en la estantería. Envuelve el cadáver temiendo que la cabeza salte del tronco. Salvo una vez en casa de Fátima, nunca se han tocado tan de cerca. Lamenta estúpidamente no haberla abrazado nunca.

Mientras lo piensa, lo encuentra estúpido y está a punto de explotar de emoción, recobra los sentidos.

La instala en el asiento trasero del coche, vuelve a la tienda para coger varias botellas de whisky. Llora en silencio, llora como suele respirar. Arranca e intenta contar los días que llevan juntas. Vacía media botella de whisky y pone la primera.

Besoin de personne.[30]

Baja el volumen. Pregunta en voz alta:

—¿Qué es lo último que nos dijimos?

No se la entiende nada porque no para de sollozar. Repite: —Lo último que nos dijimos, joder, ¿qué era?

Carambola interior, hurga en la memoria pero no consigue recordar. Conduce hacia el bosque, la vista tapada por el sol y las lágrimas.

Se detiene más lejos. Titubea al salir. Los árboles son verdísimos y la luz hermosa.

A duras penas la saca del coche. Teme que la cabeza se separe, la sostiene cuidadosamente para mantenerla pegada al tronco. No quiere que le salpique a los ojos. La deposita en el suelo. Abre la manta. Ese hermoso cadáver. Desabrocha la blusa de Manu. La parte inferior del cuerpo intacta y blanca, una piel casi viva. Embadurnada hasta el mentón. Pero la cara intacta. No falta gran cosa.

Como ha visto algunos últimamente, el cuerpo mutilado no le repugna demasiado. Acaricia las sienes de Manu, procura resultar digna para hablarle un poco:

—Voy a dejarte aquí. Espero que te haya gustado tanto como me ha gustado a mí. Que te haya hecho el mismo bien. Voy a dejarte aquí.

Abre la primera botella de whisky, bebe el mayor trago posible. Se ahoga tragando porque no deja de llorar. Vacía el resto de la botella en el suelo sobre la pequeña. La besa tiernamente en el vientre anegado de whisky. Derrama torrentes de lágrimas, frota la frente contra ese vientre. Detrás de las lágrimas aparecen uñas rojas, brillantes e inmóviles. Vacía otra botella sobre el cadáver. Lo baña con cuidado. Vacía la tercera.

Ahora, siempre que lo recuerde, será primero así. En un verde bosque, una bonita luz, con el pescuezo desgarrado y bañada en whisky.

Vuelve a pensar en Francis. Parece algo tan lejano… Asunto concluido. Por suerte, ella puede medir en horas la palabra «siempre».

Busca el mechero y achicharra el mapa de carreteras. Lo sujeta con el brazo tendido hasta que haya prendido. Lo echa sobre el cadáver. Eso también era cierto, el whisky quema estupendamente. El cadáver se cubre de una llama corta e uniforme, una manta que danza. Lo primero en quemarse es el cabello, chisporrotea. Un olor fuerte. Luego un olor nuevo, el de la piel. Recuerda a los postres flambeados de restaurante.

Nadine se apoya en un árbol para devolver. Sigue llorando, el vómito sale con espasmos y la ahoga. Traga el vómito y lo escupe, se cae en él de rodillas y no intenta levantarse.

Más tarde, se sube al coche. Con la radio a tope.

The monopoly of sorrow.[31]

La sangre oscura mancha el asiento de atrás. Maquinalmente, Nadine concluye que apenas se ve sobre la funda oscura.

Se mira en el retrovisor. Con los ojos hinchados se parece menos a un tío.

Decide ir a la cita con Fátima.

I went in war with reality. The motherfucker, he was waiting for me. And I lost again.[32]

No hacía ni una semana que se conocían.