Sobre el autor

Sherwood Anderson (1876-1941), la quintaesencia del escritor estadounidense, no solo fue pionero en las nuevas técnicas del relato corto, también ejerció una enorme influencia en el estilo y las inquietudes de la siguiente generación de escritores estadounidenses, cuyos representantes más ilustres fueron William Faulkner y Ernest Hemingway.

Anderson, natural de Ohio, fue el tercero de siete hijos, y en su niñez llevó una vida itinerante por su padre, que trasladaba constantemente a su familia de una ciudad a otra en busca de trabajo como fabricante de arneses para caballos, una ocupación que pronto se convertiría en un anacronismo en el nuevo mundo del automóvil. Este elemento fundamental de sus primeros años de vida dejaría su huella en su obra como escritor, dado que Anderson fue siempre muy consciente de las transformaciones inevitables que sufrían las almas de los hombres al pasar de un entorno rural a otro urbano. Su padre, conocido con el nombre de Irve, era también un gran bebedor, y en las tabernas que frecuentaba destacaba como gran narrador de historias, deleitando a su público con relatos más o menos fantasiosos sobre sus hazañas durante la Guerra Civil. En esa condición, y de manera indirecta, fue el primer y principal maestro de escritura de su hijo, al exponerle a la tradición oral del relato que Anderson adaptaría posteriormente de manera inconfundible para desarrollar el estilo de escritura que se denominó —slice of life—, o narración de lo cotidiano, y que acabaría por convertirse en su marca de fábrica.

En 1894, cuando Anderson tenía dieciséis años, su familia se asentó finalmente en la ciudad de Clyde, en el estado de Ohio, en la que se inspiró al escribir su novela más famosa y más celebrada en todo el mundo, Winesburg, Ohio. Mientras su padre era quien aportaba a la familia gran parte del elemento dramático, su madre era la única que le daba cierta paz y seguridad; y fue ella, como Anderson escribió en la dedicatoria de Winesburg, Ohio, —la que, con sus certeras observaciones sobre la vida que la rodeaba, despertó en mí por primera vez el deseo de ver más allá de la superficie de las vidas.

Anderson fue al colegio de manera intermitente —no llegó a cursar un año completo de estudios secundarios— porque tenía que trabajar para ayudar a la familia. En 1895, año en que murió su madre, dejó Clyde para instalarse en Chicago, y poco después se alistaría como voluntario en el ejército durante la Guerra Hispano-Estadounidense. Tras el armisticio, completó sus estudios secundarios en solo un año, a los veintitrés, y volvió a Chicago en 1900 para trabajar como creativo publicitario. En 1904 se casó con su primera mujer (después se casaría otras dos veces), que pertenecía a una rica familia de empresarios de Ohio, y con la que tendría tres hijos. En 1907 dejó atrás el mundo de la publicidad para fundar la Anderson Manufacturing Company, una empresa cuyo producto estrella era el Roof-Fix, la Solución para los Problemas de los Tejados, y que tenía su sede en Elyria, Ohio. Era un negocio próspero, pero Anderson pasaba cada vez más horas de la noche volcado en la escritura, lo que le llevó a desatender su actividad cotidiana como empresario.

Finalmente, en 1912, sucedió algo que llevaría a Anderson a dar un giro radical a su vida. Se dijo que, en aquel año, sufrió una especie de crisis nerviosa que le hizo abandonar de manera definitiva su vida como hombre de negocios para adoptar la vida del escritor a tiempo completo. Ya fuera una decisión tomada realmente en un único —momento— dramático —como alguna vez lo describió él mismo— o ya se tratara de una idea madurada con el paso del tiempo, lo cierto es que la vida de Anderson cambió radicalmente a partir de entonces.

Cuando regresó a Chicago, sus amigos le animaron a que escribiera. Entre ellos, los miembros del llamado Chicago Renaissance —con personalidades tan brillantes como Edgar Lee Masters, Carl Sandburg, Theodore Dreiser o Ben Hecht—. Empezó a publicar poesía experimental y relatos cortos en distintas revistas, como Little Review, Masses, Poetry y Seven Arts. Con la ayuda de Dreiser y de Floyd Dell —otro escritor perteneciente a su círculo literario— logró publicar sus dos primeras novelas: Willy MacPherson’s Son (1916) y Marching Men (1917). Pero su obra más aclamada es Winesburg, Ohio (1919), a la que le debe su fama y relevancia como escritor. El libro no contiene una trama en el sentido convencional del término, consiste más bien en una serie de relatos individuales entrelazados por un hilo conductor lejano pero coherente, que sirve para poner de relieve de manera emotiva un momento de revelación. Puede decirse que la novela adopta la forma de un círculo narrativo, y que inspiró obras de numerosos autores posteriores, como En nuestro tiempo de Hemingway, Cane de Jean Toomer, Un Muchacho de Georgia de Erskine Caldwell, y Los invictos y Desciende, Moisés de Faulkner.

Sherwood Anderson escribió muchos más libros después de Winesburg, Ohio, aunque ninguno de ellos alcanzó la categoría de su obra maestra, así considerada por crítica y lectores. Pero otras de sus obras se le acercaron mucho. Destacan, por ejemplo, sus colecciones de relatos cortos, como The Triumph of the Egg, de 1921, de la que se ha extraído este volumen. Esta obra es similar a Winesburg, Ohio en muchos aspectos, sobre todo por su manera de dar voz a los que no la tienen, a esas almas desconcertadas que deambulan por sus páginas de manera fugaz pero conmovedora. Aquí, en el relato «Hermanos», Anderson presenta una de sus metáforas de la humanidad: En este día lluvioso el camino que veo desde mi ventana está cubierto por un manto de hojas rojas, amarillas y doradas. Las hojas de los árboles caen fulminadas al suelo. La lluvia las derriba con brutalidad y les niega un último resplandor contra el cielo. En octubre, el viento debería llevarse las hojas, arrastrarlas a través de las llanuras y de los montes. Las hojas deberían salir volando para perderse en la inmensidad.

Anderson procura que a sus personajes no se les niegue ese —último resplandor contra el cielo—, porque ha hecho suya la misión literaria de concedérselo. Otros relatos incluidos en la colección, en especial «De la nada hacia la nada», casi tan largo como una novela, revela no solo las inquietudes emocionales habituales de Anderson, que en ese caso se reflejan en el viaje a la vida adulta de Rosalind Wescott, sino también otras de tipo político que parecen más propias de nuestro tiempo que de un escritor nacido en 1876. Nada escapa a su visión compasiva de la humanidad mientras entrelaza sus temas relacionados con las almas pisoteadas de las clases más desfavorecidas: mujeres, —negros— y —pieles rojas—, esa raza que, —aunque hoy haya prácticamente desparecido, aún sigue siendo dueña del continente americano… porque en aquellos tiempos ellos amaban la tierra.

Con todo, a la hora de transmitir el punto de vista de Sherwood Anderson, nadie pudo hacerlo mejor que el propio escritor cuando, en mitad de una conferencia, habló de un estado de —semisomnolencia— recurrente.

En los días en los que trabajo intensamente, soy incapaz de relajarme cuando me voy a la cama. Muchas veces caigo en un estado de —semisomnolencia— y, cuando esto me ocurre, se me empiezan a aparecer los rostros de mucha gente… Veo rostros sonrientes, rostros feos y lascivos, rostros cansados, rostros llenos de esperanza… Y todo esto me hace mantener una especie de ilusión que, indudablemente, refleja el punto de vista de un narrador de historias. Tengo la sensación de que esos rostros que se me aparecen así, por la noche, son rostros de personas que quieren que alguien cuente sus historias…