Capítulo 7

Cuando regresó de la habitación, llevaba puesta su bata de seda.

Se sentó junto a mí en el sofá y me sonrió de forma bastante sensual. Olía a algo distinto, una fragancia no muy fuerte pero sí embriagadora.

—¿Qué es? —le pregunté, mientras enterraba la cara en su pello y permitía que aquella fragancia inundara mis pulmones.

—Es mi perfume —dije—. Me lo preparan en París.

—¿En París?

—Parece un lujo, pero en realidad no lo es tanto. Hay miles de mujeres que hacen lo mismo. A veces cojo un avión y me voy a París, cuando quiero… —vaciló un instante, en busca de las palabras adecuadas— cuando quiero estar sola. —Después de la escenita del restaurante, entendí perfectamente a qué se refería—. Ven aquí —me susurró, sin titubear. Se inclinó sobre mí y las dos nos dejamos caer en el sofá. La fragancia de su perfume y de su cuerpo se colaba por todos mis poros. Me empezó a dar vueltas la cabeza y casi me quedé sin aliento.

—¿Qué lleva tu perfume? —le pregunté, un poco atontada.

—Es un secreto. —No estaba dispuesta a darme más información.

—Si quieres seducirme, no necesitas ninguna ayuda —dije, aún aturdida—. Estoy loca por ti.

—Ya lo sé. —Me acariciaba muy despacio, con ternura y amor—. Pero así es aún mucho mejor.

Seguramente, sabía lo que hacía mucho mejor que yo, así que confié plenamente en ella. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo, su fragancia acarició cada centímetro de mi piel y su boca… bueno, no sé dónde estaba, pero me excitaba y me torturaba al mismo tiempo. De repente, el sofá me pareció muy estrecho y así se lo hice saber cuándo ella levantó la cabeza, entre beso y beso, para respirar.

Sonrió y pasó el brazo por detrás de mí.

—Eso tiene solución —dijo, y empujó hacia atrás el respaldo del sofá. Contuve la respiración al empezar a caer de espaldas, pero la tapicería paró el golpe.

—¡Cielos! —jadeé, casi sin habla.

—Ajá —prometió, satisfecha—. Ahí es donde vas a llegar muy pronto, espero.

Se inclinó de nuevo sobre mí y noté sus manos por todo mi cuerpo, seguidas muy de cerca por su boca. Me retorcí de placer.

¡Menos mal que el sofá ahora sí era lo bastante grande! Me desnudó hábilmente y sin perder tiempo. La rodeé con los brazos y la atraje hacia mí. La seda de su bata, fresca y suave, contribuyó a excitarme aún más… ¿o era de nuevo su perfume?

Al cabo de un rato, deshizo el nudo de su cinturón y se tumbó desnuda sobre mí. La bata de seda cayó sobre nosotras, como si fuera una tienda de campaña. Acaricié sus pechos y su piel como si fueran los míos, sólo que con mucha más pasión.

—Es maravilloso —dije, entre gemidos. Ella seguía sobre mí, y me tapaba con su adorable cuerpo como si fuera una manta cálida y suave.

Siguió subiendo hasta llegar a la altura de mi boca y me besó.

—Sí —murmuró— y así es como debe ser. Quiero que sea una experiencia única para ti. —Me besó, cada vez más excitada. Su lengua era puro fuego en mi boca. Me costaba un gran esfuerzo respirar y, sin embargo, lo único que quería era que me abrasara con su fuego. Muy despacio y con mucho cuidado, se alejó de mi boca.

—¡Oh, no! —protesté, aunque débilmente. Ella acercó los labios a mi oreja.

—Sólo tengo una lengua, cariño —me susurró, en un tono de lo más sensual. Después empezó a descender por mi cuerpo, tan despacio que se me antojó una tortura. Sobre mi piel se iban formando lagos de lava ardiente. Y de repente, una idea cruzó por mi cabeza. ¿Cariño? ¿Me había llamado «cariño»? Antes de eso, sólo me había llamado (si es que me había llamado algo) «cielo» y, seguramente, era lo mismo que les decía a todas. Desde luego, no sonaba ni tierno ni cariñoso. Pero ahora… ¿Cariño?

Me erguí un poco y gemí en voz alta. Su lengua me convertía en un simple objeto de deseo, sin capacidad alguna de decisión. Se adueñó completamente de mí y yo me sentí incapaz de aguantar un minuto más.

—Por favor —dije—, no puedo más… —ella siguió acariciándome y besándome en distintos sitios al mismo tiempo.

«¿Cómo lo hace?», me pregunté, antes de entregarme por completo a ella. En ese momento, habría hecho cualquier cosa que ella me hubiera pedido, pues me estaba llevando a un cielo de lujurioso placer. No sabría decir cuánto tiempo duró. Mientras permanecía allí inmóvil, tratando de recuperar la respiración, detecté a través de mis párpados entrecerrados la forma en que ella me estaba observando. No encontré las palabras para definirla.

Con cualquier otra mujer, habría pensado que… Pero ella no era cualquier otra mujer. Ella era ella. «Habrá sido la pasión del momento —pensé—. Es lo normal: en momentos así, una siempre es propensa a dejarse llevar por la imaginación. Seguramente, será sólo eso».