XIV
Los otros Señores cruzaron la puerta uno a uno, Rintrah el último. No parecieron deprimirse tanto como pudiese esperarse. Al menos, estaban en un medio familiar, casi en casa, podríamos decir. Y, como dijo Theotormon, podrían comer a su antojo.
La puerta por la que habían cruzado era la derecha de un enorme par. Ambas estaban en una colina baja. El terreno inmediato parecía familiar. Después, los Señores se acercaron a la orilla a apagar su sed y cocinaron y comieron el pez que capturó Theotormon. Establecieron un sistema de guardia por rotación y durmieron. Al día siguiente exploraron el territorio.
No había duda de que estaban otra vez en la gran isla que los nativos llamaban «Madre de las Islas».
—Esas puertas son las mismas por las que cruzamos para meternos en el tiovivo por el que hemos pasado —dijo Wolff—. Entonces entramos por la derecha. Por lo tanto, quizás la izquierda nos lleve al mundo de Urizen.
—Quizás —dijo Tharmas—. Bueno, puede que éste no sea el más deseable de los mundos, pero es mejor disfrutar de la vida aquí que morir o vivir atormentados en una de las mazmorras de Urizen. ¿Por qué no nos olvidamos de esa puerta? Aquí hay comida y agua y mujeres nativas. Dejemos que Urizen permanezca eternamente en su trono pudriéndose mientras espera que lleguemos.
—Olvida que, sin tus drogas, envejecerás y morirás —dijo Wolff—. ¿Quieres eso? Además no hay ninguna garantía de que Urizen no venga por nosotros si nosotros no vamos por él. No, tú quédate aquí soñando si quieres, pero yo estoy dispuesto a continuar.
—Sabes, Tharmas —dijo Vala, sonriendo malévolamente—. Jadawin tiene razones más poderosas que nosotros. Su mujer (que no pertenece, por cierto, a la raza de los Señores, sino a una raza inferior de la Tierra) está prisionera de Urizen. No puede descansar mientras sepa que está en manos de nuestro padre.
—Vosotros haced lo que queráis —dijo Wolff—. Pero yo soy dueño de mis propios actos.
Estudió el cielo rojo, los dos planetas, aparentemente inmensos, que brillaban en el cielo, y una pequeña estela que podía ser un cometa negro.
—¿Por qué ir por la puerta delantera, donde nos espera Urizen? —dijo—. ¿Por qué no entramos por la puerta trasera? O, utilizando una metáfora mejor, ¿por qué no entramos por la ventana?
En respuesta a sus preguntas explicó la idea que se le había ocurrido al mirar los otros planetas y el cometa. Los demás contestaron que estaba loco. Sus ideas eran demasiados fantásticas.
—¿Por qué no? —dijo—. Como os he explicado, podemos conseguir todo lo necesario, aunque tengamos que cruzar de nuevo las puertas. Y Appirmatzum está a sólo cuarenta mil kilómetros de distancia. ¿Por qué no vamos hasta allí en la nave que propongo?
—¿Una nave espacial globular? —dijo Rintrah—. ¡Jadawin, tu vida en la Tierra te ha hecho demasiado listo!
—Necesito la ayuda de todos —dijo Wolff—. Es una tarea de gran magnitud y complejidad. Exigirá mucho trabajo y mucho tiempo. Pero puede lograrse.
—Aunque pudiésemos lograrlo —dijo Vala—. ¿Qué le impide a nuestro padre localizar la nave mientras cruza el espacio entre este mundo y el suyo?
—Tendremos que correr el riesgo y esperar que no establezca sistemas de detección de naves espaciales. ¿Por qué habría de hacerlo? La única entrada posible a su universo es a través de la puerta que él mismo construyó.
—Pero ¿y si uno de nosotros es un traidor? —preguntó ella—. ¿Has pensado que uno de nosotros podría estar al servicio de Urizen?
—Por supuesto que lo he pensado. Y supongo que todos los demás. Sin embargo, no creo que un traidor estuviese dispuesto a correr los graves riesgos y peligros por los que acabamos de pasar.
—¿Y cómo sabemos que Urizen no está viendo y oyendo todo lo que hacemos ahora? —preguntó Theotormon.
—No lo sabemos. Es otro riesgo que tenemos que correr.
—Es mejor que no hacer nada —dijo Vala.
Hubo mucha discusión después de esto, pero al final todos los Señores aceptaron colaborar en el nuevo plan. Hasta los objetores sabían que, si Wolff tenía éxito, los que se negasen a ayudarle quedarían anclados eternamente en aquella isla. La idea de que sus hermanos pudiesen ser auténticos Señores mientras los objetores no serían más que los nativos resultaba insoportable para éstos.
Lo primero que hizo Wolff fue tantear la actitud de los nativos. Para su sorpresa, descubrió que no eran hostiles. Habían visto a los Señores desaparecer por la puerta y volver a salir por ella. Sólo los dioses o semidioses podían hacer esto; en consecuencia, los Señores debían ser criaturas especiales… y peligrosas. Los nativos se mostraron muy dispuestos a cooperar con Wolff. Su religión, una forma corrupta de la religión original de los Señores, determinaba esta decisión. Creían en Los como dios bueno y en Urizen como dios del mal, su versión de Satanás. Sus profetas y hechiceros sostenían que algún día el malvado Urizen sería derrocado. Cuando sucediese esto, todos irían al Alulos, su cielo.
Wolff no intentó aclarar las cosas. Les dejó que creyesen lo que creían mientras les ayudasen. Puso a todo el mundo a trabajar con los materiales disponibles en aquel mundo. Luego, cruzó la puerta que llevaba a los otros planetas. Fue con él Luvah. Ambos se elevaron con vejigas de gas atadas a la espalda, armados con venablos, arcos y flechas. Cruzaron puerta tras puerta buscando las cosas que Wolff necesitaba. Sabían lo que les esperaba y qué peligros evitar. Aun así, las aventuras por las que pasaron en este viaje y en los muchos viajes posteriores darían para llenar varios libros. Pero no hubo más bajas.
Más tarde, Vala y Rintrah acompañaron a Wolff y a Luvah. Volvieron con fragmentos del material cristalino del mundo de los animales con ventosas. Del Weltthier, trajeron excrementos de aves. Éstos se añadieron al suministro de excrementos propios y de los nativos para proporcionar los cristales de nitrato de sodio que Wolff necesitaba para sus planes.
El mercurio se lo proporcionaron los nativos, de las grandes reservas recogidas en la isla después de las lluvias de los cometas negros. Las gotas de mercurio eran un objeto religioso y sólo se las dieron a Wolff después de que éste les convenció de que las utilizaría contra Urizen. Wolff descubrió que una de las plantas de la isla producía alcohol metílico. Otras plantas, quemadas, le proporcionaron el carbón que necesitaba. Y el planeta de los tempusfudgers le proporcionó azufre.
Wolff necesitaba un catalítico de platino para hacer ácido nítrico. Cuando estaba en los cilindros del mundo giratorio pensó que los cilindros podrían estar compuestos de platino o de una aleación de platino. Este metal tenía un punto de fusión de 1773,5 grados centígrados y ofrecía una gran resistencia al corte. Wolff no tenía medio de fundirlo en el mundo giratorio ni herramientas lo bastante firmes para cortar trozos de cilindro. Luvah le indicó todo esto, pero Wolff contestó que utilizarían para la tarea los propios instrumentos de Urizen.
Se llevó consigo a todos los Señores, pese a las firmes objeciones de Theotormon y Tharmas. Arrinconaron las puertas móviles gemelas y luego las llevaron hasta el borde del cilindro. Entonces fue cuando Theotormon descubrió por qué él era necesario en aquel trabajo. Se necesitaba su peso para hacer descender las puertas sobre el arco del bordes del cilindro. Las fuerzas que mantenían alzadas las puertas eran poderosas pero no pudieron resistir el peso y los músculos combinados de los Señores.
Una porción del arco penetró en una de las puertas. Si la puerta se hubiese mantenido inmóvil, la pieza del cilindro no hubiese hecho más que proyectarse a través de su puerta gemela del otro cilindro. Pero al empujar la puerta transversalmente a lo largo del borde, algo tenía que ceder. La puerta actuó como las hojas de una tijera y cortó la parte que cruzó su estructura.
Una vez enderezada la puerta, los Señores pasaron al cilindro siguiente, donde encontraron un trozo de platino. Y utilizaron la puerta siguiente para cortar el trozo en piezas más pequeñas.
Sobre el cilindro de la puerta giratoria mortal, Wolff probó con varias piedras. Cuando una de las piedras desapareció, señaló el lado seguro con una raya de una pintura amarilla que había traído del mundo acuático. A partir de entonces, no tuvieron problema para distinguir el lado seguro del mortal.
Wolff trasladó las puertas que podían moverse a una posición más ventajosa.
La isla del mundo acuático se convirtió en una inmensa herrería. Señores y nativos se quejaban del humo y de los olores. Wolff escuchaba, fruncía el ceño y se reía o amenazaba según exigiesen las circunstancias. Consiguió dominar la situación. Pasaron trescientas sesenta lunas oscuras. El trabajo era lento, decepcionante muchas veces, y otras muchas peligroso. Wolff y Luvah seguían viajando por las puertas, trayendo los materiales necesarios.
Por fin la nave espacial globular alcanzó el período medio de su construcción. Una vez acababa, ascendería con los Señores hasta elevarse por encima de la atmósfera. Allí el campo seudogravitatorio se debilitaba rápidamente (según Theotormon) y el aparato utilizaría el arrastre de la luna oscura para alcanzar más velocidad. Luego los cohetes de pólvora le darían más velocidad aun. Y podrían maniobrarla con pequeñas explosiones de pólvora o liberando gas de las vejigas.
La góndola estaría herméticamente cerrada. Wolff aún no había resuelto el problema de la renovación de aire y la circulación ni otros problemas planteados por la falta de gravedad. En realidad, deberían tener una cierta gravedad. No saldrían al espacio como un cohete, que alcanza velocidad de escape. Levitando mediante el gas en expansión de las vejigas elevadoras, se alzarían hasta dejar atrás la atmósfera. Una vez fuera de la atmósfera, la nave prescindiría de las vejigas y se basaría en la atracción de la luna y la débil reacción de los cohetes montados sobre madera para poder eludir la atracción de la gravedad del mundo acuático.
Por otra parte, al liberarse del mundo acuático, correrían peligro de caer en el campo de gravedad de la luna.
—No hay manera de determinar la ruta adecuada de escape ni los vectores necesarios por procedimientos matemáticos —dijo Wolff a Luvah—. Tendremos que actuar a tientas.
—Pues ojalá tengamos suerte —dijo Luvah—. ¿Crees que tenemos realmente alguna posibilidad?
—Con lo que tengo pensado, creo que sí —contestó Wolff—. Pero en este momento, hoy, quiero pensar en otras cosas. Tenemos que trabajar, por ejemplo, en los trajes espaciales. Tendremos que llevarlos mientras vayamos en el aparato, pues no podemos confiar en que el aislamiento sea perfecto.
El fulminato de mercurio de las cápsulas explosivas era un polvo de un marrón oscuro obtenido a partir de mercurio, alcohol y ácido nítrico concentrado.
El ácido nítrico, que convertía el azufre en ácido sulfúrico, lo obtuvieron a través de una serie de etapas. El nitrato de sodio, procedente, por cristalización, de los excrementos de las aves y de los excrementos humanos, lo calentaron con ácido sulfúrico. (Obtuvieron el ácido sulfúrico quemando azufre con salitre, es decir, nitrato de potasio o de sodio).
Fijaron el nitrógeno libre del aire combinándolo con hidrógeno (de las vejigas de gas) para formar amoníaco.
El amoníaco lo mezclaron con oxígeno (de una vejiga productora de oxígeno) a la temperatura correcta. La mezcla la pasaron por un calibrador de alambre muy fino construido con platino compacto para catalizar el proceso.
Los óxidos de nitrógeno resultantes fueron absorbidos por el agua; el ácido diluido lo obtuvieron por concentración mediante destilación.
Los materiales para los hornos, recipientes y tuberías los proporcionó la sustancia cristalina del planeta de los animales patinadores y de pies de ventosas.
La pólvora negra la hicieron con carbón, azufre y nitrato.
Wolff logró también obtener nitrato de amonio, pólvora de explosión de considerable potencia.
—¿No crees que estamos haciendo demasiados explosivos? —preguntó un día Vala—. No podemos llevarlo todo en la nave. Si lo hiciésemos no se elevaría.
—Tienes razón —contestó él—. Quizás te preguntes también por qué he almacenado los explosivos en puntos muy separados. Lo he hecho porque la pólvora es inestable. Si estalla un depósito, los otros no se verían afectados.
Algunos de los Señores palidecieron.
—¿Quieres decir que los explosivos que vamos a llevar en la nave pueden estallar en cualquier momento? —preguntó Rintrah.
—Sí. Es un riesgo más que habremos de correr. Nada de esto es fácil ni seguro. Pero me gustaría añadir una nota optimista. Resulta irónico, si conseguimos nuestro propósito, que sea el mismo Urizen quien nos proporcione los materiales para su propia destrucción. Él nos proporciona las armas básicas que pueden acabar con su supertecnología.
—Si logramos sobrevivir, podremos reírnos —dijo Rintrah—. Pero me parece más probable que el que se ría sea Urizen.
—Hay un viejo proverbio en la Tierra que dice: «El que ríe el último ríe mejor».
Aquello noche Wolff fue a la cabaña de Luvah. Luvah despertó rápidamente al sentir en el hombro la mano de Wolff. Se apresuró a sacar el cuchillo hecho de pedernal del planeta de los tempusfudgers.
—Vine a hablar, no a matar —dijo Wolff—. Luvah, eres el único en quien puedo confiar. Y necesito ayuda.
—Me honras, hermano. Eres con mucho el mejor de todos nosotros. Y sé que no vas a proponerme ninguna traición.
—Parte de lo que planeo puede parecer a primera vista una traición. Pero es necesario. Escucha atentamente, joven hermano.
Al cabo de una hora dejaron la cabaña. Llevando herramientas para cavar y trabajar, fueron hasta la colina donde estaban las puertas gemelas. Se reunieron allí con veinte nativos, todos ellos considerados por Wolff de absoluta confianza. Comenzaron a cavar en la trama de vegetación podrida y raíces de vejigas que formaban el suelo de la isla. Trabajaban todos con rapidez y eficacia, y cuando la luna desapareció llevándose la noche con ella, habían excavado una trinchera alrededor de la colina. Continuaron trabajando hasta que sólo quedaron unos centímetros de raíces para llegar al nivel del agua. Entonces los nativos echaron nitrato de amonio y cápsulas fulminantes en la trinchera. Hecho esto, volvieron a cubrirlo todo con los materiales extraídos procurando disimular la excavación.
—Cualquiera puede percibir con una ojeada que se ha cavado aquí —dijo Wolff—. Así que confío en que no venga nadie. Dije que hoy sería día de descanso para que no se levantase nadie hasta tarde.
Contempló las puertas.
—Ahora tú y yo debemos recorrer otra vez el circuito. Y hemos de hacerlo deprisa.
Cuando llegaron al planeta de los tempusfudgers, Wolff dio a Luvah una de sus cerbatanas. Estaba hecha con unas plantas huecas parecidas al bambú que crecían en la Madre de las Islas. Los nativos las utilizaban para arrojar dardos impregnados en una sustancia estupefaciente que fabricaban con las vísceras de determinadas especies de peces. Con éstas cazaban aves y ratas de la isla.
Wolff y Luvah entraron en un cañón y abatieron a cinco tempusfudgers. Wolff buscó hasta encontrar una madriguera donde vivían cronolobos. Colocó el extremo de la cerbatana a la boca de la madriguera y lanzó el dardo. Después de esperar un rato, entró y sacó un lobo dormido.
Los animales, medio inconscientes, fueron arrojados en la puerta que daba al mundo de Urizen. O que debía conducir a él. Cabía la posibilidad de que ambas puertas condujesen únicamente al siguiente planeta secundario, como las del mundo giratorio.
—Espero que estos animales disparen las alarmas de Urizen —dijo Wolff—. Las alarmas le mantendrán ocupado un tiempo. Cabe también la posibilidad de que los tempusfudgers y los cronolobos, con sus saltos en el tiempo, sobrevivan durante un período. Pueden incluso multiplicarse y esparcirse por el palacio y disparar muchas trampas y alarmas. Urizen no sabrá qué demonios pasa. Y olvidará la puerta por la que espera que lleguemos.
—No puedes estar seguro —dijo Luvah—. Estas puertas de aquí y las del mundo acuático pueden muy bien llevar a otro planeta secundario.
—Nada es seguro en ninguno de los múltiples universos —dijo Wolff—. E incluso para los Señores inmortales, la muerte espera en todas las esquinas. Así que, doblemos la esquina.
Cruzaron la puerta y entraron en el Weltthier. No había indicio alguno de los cronoanimales. Esto dio ánimos a Wolff y le hizo pensar que había muchas posibilidades de que los animales hubiesen penetrado en el bastión de Urizen.
De vuelta al mundo acuático, Luvah fue a cumplir su misión. Wolff le observó mientras se alejaba. Quizás se hubiese equivocado al sospechar que Vala estaba de acuerdo con su padre. Pero había tenido demasiada suerte eludiendo el peligro siempre que la había amenazado. Había actuado siempre con demasiada rapidez. Además, cuando estaban en el río del planeta resbaladizo, se mostraba demasiado alegre y demasiado segura. Wolff sospechaba que el cíngulo de su cintura contenía instrumentos que le permitían flotar. Y después estaba la cuestión de la elección de puertas. Siempre había elegido puertas que llevaban a un planeta secundario. Deberían haber cruzado una de las puertas de Urizen, por lo menos una vez. Ella se había mostrado demasiado segura, como si estuviese jugando un juego.
Aunque odiase a su padre, bien podría haberse aliado con él para llevar a la muerte a sus hermanos y primos. Les odiaba tanto como a su padre. Podía tener transceptores instalados en su cuerpo. Así, Urizen podría oír, y probablemente ver, todo lo que hacían. Y Vala disfrutaría del juego como participante, gozando perversamente aún más al correr algún peligro ella misma.
Urizen quizás gozase de aquel juego mortal como si presenciase un programa de televisión.
Wolff regresó a la colina para iniciar la penúltima fase. Los nativos estaban a punto de terminar de cargar la nave con pólvora negra, nitrato de amonio y fulminato de mercurio. La nave a medio construir consistía en dos armazones de bambú hueco en los que habían instalado las células de gas. Uno formaba las cubiertas inferiores de la nave planeada; la parte superior debía ligarse al conjunto más tarde.
Wolff sabía desde el principio que era imposible utilizar la nave para viajar por el espacio. Dudaba mucho de que funcionase, o de que, si lo hacía, pudiese viajar en ella desde aquel mundo a Appirmatzum. Había demasiadas posibilidades de fracaso.
Pero había simulado creer que era posible, continuando así con los trabajos. Además, era el mejor medio de engañar a cualquier espía que tuviese Urizen entre los Señores o a cualquier otro instrumento de vigilancia.
Quizás Urizen estuviese observándole en aquel momento y preguntándose qué se proponía hacer. Si así era, cuando lo descubriese sería demasiado tarde.
Los nativos liberaron las dos mitades de la nave de sus amarras. Éstas se elevaron varios metros y luego se detuvieron, abrumadas por las varias toneladas de explosivos. Aquélla era la altura que Wolff deseaba. Hizo una señal y los nativos empujaron los aparatos colina arriba hasta que sus proas quedaron situadas casi dentro del marco. Había sitio suficiente para que la nave se deslizase a través de la puerta. Wolff había ordenado construir dos secciones porque la estructura completa de la nave no habría podido cruzarla. Aun así las dos partes entraban muy justas, quedando sólo unos centímetros de margen a los lados.
Wolff encendió las mechas a ambos lados de las dos estructuras flotantes e hizo una señal a sus hombres. Éstos empujaron las estructuras hacia el interior. Wolff, que se había situado a un lado, pudo ver el paisaje de la isla al otro lado de la puerta. La primera nave pareció vacilar al penetrar por el quicio. Luego penetró totalmente y tras ella desapareció también la segunda.
Luvah salió de la selva con el cuerpo inconsciente de Vala. Tras él iban los otros Señores, alarmados, desconcertados y furiosos o asustados. Wolff les explicó lo que quería hacer.
—Sólo podía decírselo a Luvah porque no podía confiar en nadie más. Sospecho que Vala actúa como espía de nuestro padre, pero puede ser inocente. Sin embargo, no podía correr riesgos. Así que hice que Luvah la dejase inconsciente mientras dormía. La llevaremos con nosotros por si no es culpable. Cuando despierte estará en mitad del combate. Entonces será demasiado tarde para que pueda hacer algo.
»Ahora, pongámonos los trajes. Como ya he explicado, operan bajo el agua lo mismo que en el espacio. Mejor, ya que fueron diseñados para bucear.
—¿Crees que los explosivos habrán actuado ya? —preguntó Luvah, mirando la puerta.
—No hay modo de saberlo —dijo Wolff, encogiéndose de hombros—. Es una puerta de un solo sentido, por supuesto, así que no tendremos ninguna indicación de lo que pasa al otro lado. Pero espero que las trampas iniciales de Urizen hayan quedado destruidas. Y espero que esté muy inquieto, preguntándose qué habremos hecho.
Luvah puso un traje a Vala y luego se puso otro él. Wolff supervisó la instalación de las mechas de los explosivos colocados en el fondo de la trinchera que rodeaba la colina. Las mechas estaban instaladas en tubos huecos de bambú que llegaban hasta la pólvora, el nitrato de amonio y el fulminato de mercurio.